Por The New York Times | Richard Schiffman
“Concéntrate en el sonido del instrumento”, dice Andrew Rossetti, musicoterapeuta certificado e investigador, mientras toca acordes hipnóticos con una guitarra clásica española. “Cierra los ojos. Piensa en un lugar donde te sientas seguro y cómodo”.
La musicoterapia era lo último que esperaba Julia Justo, una artista gráfica que emigró a Nueva York desde Argentina, que le ofrecieran cuando acudió a la clínica Mount Sinai Beth Israel Union Square para recibir tratamiento contra el cáncer en 2016. Sin embargo, rápidamente calmó sus temores sobre la radioterapia a la que debía someterse. Los temores le provocaban una fuerte ansiedad.
“Sentí la diferencia de inmediato, estaba mucho más relajada”, comentó.
Justo, que lleva más de cuatro años libre de cáncer, siguió visitando el hospital de Nueva York cada semana antes del inicio de la pandemia para trabajar con Rossetti, cuyas suaves melodías de guitarra y ejercicios de visualización la ayudaron a enfrentarse a los continuos retos, entre ellos el de dormir bien. Actualmente, ambos se mantienen en contacto principalmente por correo electrónico.
Los hallazgos médicos están validando el poder curativo de la música, ensalzado por todos, desde los filósofos Aristóteles y Pitágoras hasta el cantante folclórico estadounidense Pete Seeger. Se utiliza en tratamientos específicos para el asma, el autismo, la depresión y otros trastornos cerebrales como la enfermedad de Parkinson, el Alzheimer, la epilepsia y la apoplejía.
La música en vivo se ha abierto paso en algunos lugares sorprendentes, como las salas de espera de oncología para calmar a los pacientes mientras esperan la radiación y la quimioterapia. También da la bienvenida a los recién nacidos en algunas unidades de cuidados intensivos neonatales y reconforta a los moribundos en los hospicios.
Aunque las terapias musicales rara vez son el único tratamiento que se recibe, se utilizan cada vez más como complemento de otras formas de tratamiento médico. Ayudan a las personas a sobrellevar su estrés y a movilizar la capacidad de curación de su propio cuerpo.
“A los pacientes de los hospitales siempre les hacen cosas”, dice Rossetti. “Con la musicoterapia, les damos recursos que pueden utilizar para autorregularse, para sentirse con los pies en la tierra y más tranquilos. Les permitimos participar activamente en su propio cuidado”.
Incluso durante la pandemia de coronavirus, Rossetti ha seguido interpretando música en vivo para los pacientes. Dice que ha observado un aumento de la ansiedad aguda desde el inicio de la pandemia, lo que hace que las intervenciones musicales tengan, en todo caso, más impacto que antes de la crisis.
El Mount Sinai también ha ampliado recientemente su programa de musicoterapia para incluir el trabajo con el personal médico, muchos de los cuales padecen el trastorno de estrés postraumático tras meses de lidiar con la COVID, por lo que se ofrecen presentaciones en vivo durante la hora del almuerzo.
No se trata solo de mejorar el estado de ánimo. Cada vez son más las investigaciones que sugieren que la música interpretada en un entorno terapéutico tiene beneficios médicos cuantificables.
“Los que se someten a la terapia parecen necesitar menos medicamentos para la ansiedad y, a veces, sorprendentemente, se las arreglan sin ellos”, afirma Jerry Liu, profesor adjunto de Oncología Radioterápica de la Facultad de Medicina Icahn del Mount Sinai.
Una revisión de 400 trabajos de investigación realizada por Daniel Levitin en la Universidad McGill en 2013 concluyó que “escuchar música era más eficaz que los medicamentos recetados para reducir la ansiedad antes de una cirugía”.
“La música lleva a los pacientes a un espacio conocido dentro de ellos mismos. Los relaja sin efectos secundarios”, afirma el doctor Manjeet Chadha, directora de oncología radioterápica del Mount Sinai Downtown de Nueva York.
También puede ayudar a las personas a enfrentarse a fobias de larga duración. Rossetti recuerda a una paciente que había quedado atrapada bajo los escombros de hormigón de la zona cero el 11 de septiembre. La mujer, que años más tarde recibía tratamiento contra el cáncer de mama, estaba aterrorizada por el dispositivo de sujeción termoplástico que le colocaron sobre el pecho durante la radiación y que volvió a despertar su sensación de estar atrapada.
“La musicoterapia diaria la ayudó a procesar el trauma y su enorme miedo a la claustrofobia, así como completar con éxito el tratamiento”, recuerda Rossetti. se ofreció, permitiéndole crear una escuela de música en sus instalaciones y tocar para los pacientes en todas las fases de su hospitalización.
Elkan y sus alumnos han tocado para más de 100.000 pacientes en once hospitales que los han acogido desde que su organización, Bedside Harp, se puso en marcha en 2002.
En los meses transcurridos desde el comienzo de la pandemia, las arpistas han dado una serenata a pacientes en la entrada del hospital y han celebrado sesiones terapéuticas especiales para el personal al aire libre. Esperan volver a tocar en interiores a finales de la primavera.
Para algunos pacientes, ser recibidos en la puerta del hospital por una etérea música de arpa puede ser una experiencia impactante.
Hace poco, una mujer de casi 70 años volteó confundida hacia el conductor cuando bajaba de la furgoneta que la llevó al hospital mientras escuchaba cómo la arpista Susan Rosenstein tocaba una serie de canciones conocidas, como “La Bella y la Bestia” y “Over the Rainbow”. El conductor le dijo: “Ese es su trabajo: poner una sonrisa en tu rostro”.
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