Por The New York Times | Jan Hoffman
Vistiendo pantalones de mezclilla oscuros y camisa de trabajo, Robert F. Kennedy Jr. se presentó en un campo de cultivo de Texas. Se colocó frente a una cámara y esbozó su plan para combatir la drogadicción.
"Voy a llevar una industria nueva a estos rincones olvidados de Estados Unidos, donde los adictos puedan ayudarse mutuamente a recuperarse de sus adicciones", dijo en un documental de 45 minutos, "Recovering America: A Film About Healing Our Addiction Crisis ", publicado en junio por su campaña presidencial.
"Vamos a construir cientos de granjas curativas donde los jóvenes estadounidenses puedan volver a conectar con la tierra de Estados Unidos, donde puedan aprender la disciplina del trabajo duro que reconstruye la autoestima y donde puedan dominar nuevas habilidades", continuó.
Mientras Kennedy se prepara para sus audiencias de confirmación a fin de convertirse en el secretario de Salud y Servicios Humanos, se ha enfrentado a una atención intensa por sus opiniones sobre las vacunas, la industria farmacéutica, la nutrición y las enfermedades crónicas. Pero poco se ha hablado de sus ideas para abordar la crisis de las drogas, uno de los problemas más mortíferos del país, al que se refiere como una "plaga".
Según la Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias, una agencia federal que Kennedy supervisaría de ser confirmado, aproximadamente 48,5 millones de estadounidenses padecen un trastorno de consumo de sustancias relacionado con las drogas, el alcohol o ambos. Según los datos federales provisionales más recientes, se produjeron casi 90.000 muertes por sobredosis de drogas en los 12 meses que finalizaron en agosto de 2024.
La forma en que Kennedy superó su propia adicción a la heroína informa su enfoque del tratamiento en general. A menudo invoca su "realineación espiritual", anclada en la creencia en Dios y reforzada por más de 40 años de reuniones diarias del programa de 12 pasos.
Su propuesta para las granjas guarda silencio sobre cuestiones clave relacionadas con el tratamiento de la adicción, en particular sobre la metadona y la buprenorfina, unos medicamentos que mitigan el deseo de consumir opiáceos como la heroína y el fentanilo.
Estos medicamentos se consideran la norma de oro para los pacientes adictos a los opiáceos, y su financiación cuenta desde hace tiempo con apoyo bipartidista. Según un análisis realizado en 2019 por las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina sobre numerosos estudios, los medicamentos redujeron las tasas de mortalidad por drogas en un 50 por ciento.
Pero muchos seguidores de los 12 pasos consideran aborrecible tomar medicamentos para curar la drogadicción. Algunas delegaciones de Narcóticos Anónimos, un programa de 12 pasos, no permiten que las personas que toman estos medicamentos hablen en las reuniones. Las comunidades de recuperación que Kennedy suele elogiar, incluida la granja de Texas donde filmó parte de su documental, prohíben estos medicamentos in situ.
Como secretario de Salud, Kennedy supervisaría los organismos que conceden subvenciones a los programas que tratan la adicción, incluidos los que utilizan esos medicamentos. Pero no podría reformar esos programas de manera unilateral. Además, la creación y financiación de las llamadas granjas de curación probablemente requerirían la aprobación del Congreso.
Kennedy no respondió a las repetidas peticiones de ser entrevistado para este artículo, pero sus comentarios en el documental y a través de las redes sociales sugieren que su enfoque de la adicción es similar a su enfoque de otras lacras de la atención sanitaria: una vida limpia.
En las granjas de rehabilitación de drogadictos, ha dicho, los residentes cultivarían alimentos orgánicos, recibirían formación en oficios y "aprenderían a repararse". Los teléfonos móviles estarían prohibidos. Los residentes podrían permanecer todo el tiempo que quisieran. También podrían acceder a las granjas los jóvenes que ya no quisieran tomar antidepresivos o medicamentos como el Adderall, que se usa para tratar el trastorno por déficit de atención con hiperactividad.
Ha propuesto pagar las granjas mediante un impuesto federal sobre la marihuana, que presionaría para que se vendiera en dispensarios de todo el país. Algunos expertos en política de drogas dicen que eso les parece irónico.
"Pagar el tratamiento fomentando la adicción a la marihuana es como pagar los costos hospitalarios fomentando el exceso de velocidad", afirmó Kevin Sabet, antiguo experto en política de drogas en administraciones demócratas y republicanas.
Los expertos en tratamiento afirman que las granjas de curación tendrían una utilidad limitada, dada la complejidad de los problemas entrelazados con la adicción a las drogas y el alcohol, como las enfermedades mentales, la pobreza y los traumas.
"Pocas personas están dispuestas a abandonar sus comunidades durante seis meses o más para vivir en una comunidad terapéutica en un bosque nacional", afirmó Keith Humphreys, psicólogo y experto en política de drogas de la Universidad de Stanford.
Y sin estrategias complementarias de prevención de la adicción, añadió Humphreys, "este plan tiene pocas posibilidades de tener un impacto significativo en la crisis de adicción que vive la nación."
Los programas que Kennedy alaba en su documental son versiones de un modelo antiguo llamado "comunidad terapéutica". A diferencia de la rehabilitación hospitalaria convencional, que suele abordar la adicción como una enfermedad y cuenta con personal formado en medicina y servicios sociales, las comunidades terapéuticas ven la adicción como un síntoma del dolor y los problemas de conducta más profundos de una persona. Suelen estar dirigidas por una jerarquía de compañeros en recuperación, que adquieren privilegios y funciones de liderazgo a medida que progresan.
Las prácticas adoptadas por dos comunidades que se muestran en el documental podrían arrojar luz sobre las prioridades de Kennedy.
Ninguno de estos acepta residentes que tomen medicamentos para el tratamiento de adicciones. Ninguno cuenta con terapeutas autorizados o proveedores médicos in situ; en su lugar, ofrecen reuniones de grupo dirigidas por compañeros en recuperación. Ninguno acepta financiación pública.
"No quiero tener las manos atadas", dijo Brandon Guinn, fundador de Simple Promise Farms en Elgin, Texas, donde Kennedy recorrió los campos para el documental. "Tengo la sensación de que a veces, si tuviéramos ese dinero del gobierno, tal vez podría obstaculizarnos", dijo en una entrevista reciente con The New York Times.
En su lugar, 12 residentes —todos hombres, adictos a los opiáceos, el alcohol, la cocaína y la metanfetamina— pagan 11.000 dólares mensuales de alojamiento y comida. Además, les pagan directamente a los terapeutas externos.
La estancia típica es de 60 días, dijo Guinn, antiguo maestro de educación especial de guardería. Los hombres aprenden a cuidar del ganado, manejar tractores y reparar graneros. Refiriéndose al trabajo en la granja como "jardinería terapéutica", Guinn estableció una analogía entre escardar, cavar y plantar y el duro trabajo de la recuperación de la adicción. La jornada también incluye meditación, reuniones de 12 pasos y yoga.
"El trabajo importante se está haciendo en esas conversaciones que se producen de igual a igual, no con tu terapeuta o tu padrino o tu mentor, sino a partir de la experiencia compartida de personas que luchan contra la adicción", dijo.
El otro programa que Kennedy presenta no es una granja. La Academia del Otro Lado, en Salt Lake City, exige a sus 135 "alumnos" —hombres y mujeres— que se comprometan a vivir en la comunidad durante al menos 30 meses. El alojamiento, la comida y la terapia de grupo son gratuitos; a cambio, los residentes trabajan en los numerosos negocios que gestiona la academia, como tiendas de segunda mano, una empresa de construcción y un negocio de mudanzas y almacenamiento. Después de 18 meses, se les da "dinero para andar por casa". Una vez graduados, pueden trabajar en la academia o en empresas locales.
El programa de la academia sigue sus propios 12 principios, que enfatizan el trabajo, la responsabilidad y el respeto a los demás. Se hace hincapié en ellos durante las reuniones matinales, las sesiones de trabajo y dos reuniones semanales más largas, en las que los participantes se critican mutuamente sus comportamientos comunitarios.
El director ejecutivo, Dave Durocher, no rechaza categóricamente los medicamentos para el tratamiento de opiáceos. Para algunos solicitantes, organizará una colocación en una clínica de desintoxicación, donde se les pueden recetar esos medicamentos durante unas semanas. Pero para entrar en la academia, el alumno debe haber dejado todas las drogas, incluidos los antidepresivos.
Aproximadamente la mitad de los residentes se enfrentan a la cárcel y solicitan ingresar en la academia como una alternativa al encarcelamiento. Durocher, que dijo haber cumplido cuatro penas en prisión por vender drogas y armas de fuego, se enfrentaba a una condena de 22 años cuando solicitó ingresar en la Fundación Delancey Street de California, una comunidad terapéutica. Permaneció allí durante casi nueve años, ascendiendo a director gerente de su programa de Los Ángeles.
Evaluar los índices de éxito de estos dos programas es difícil: Guinn dijo que no tenía capacidad para hacer un seguimiento de los 413 residentes que se han graduado desde 2019.
Durocher dijo que alrededor del 50 por ciento de los residentes duran los 30 meses completos y que unos 200 se han graduado desde que se abrieron las puertas en 2015. De los que abandonan, aproximadamente el 80 por ciento lo hace en las dos primeras semanas.
Aunque el apoyo de Kennedy a las granjas de recuperación sea novedoso, el concepto se remonta a hace casi un siglo. En 1935, el gobierno abrió la Granja de Narcóticos de Estados Unidos en Lexington, Kentucky, para investigar y tratar la adicción. A lo largo de los años, entre los residentes estuvieron Chet Baker y William S. Burroughs (que retrató la institución en su novela "Yonqui: Confesiones de un drogadicto irredento"). El programa tenía tasas altas de recaída y quedó mancillado por experimentos con drogas en seres humanos. En 1975, cuando empezaron a proliferar los centros locales de tratamiento por todo el país, el programa cerró.
Si Kennedy fuera confirmado, su autoridad para establecer granjas de curación sería incierta. La construcción de granjas federales de tratamiento en "zonas rurales deprimidas", como dijo en su documental, presumiblemente en terrenos públicos, se enfrentaría a obstáculos políticos y legales. Legalizar y gravar totalmente el cannabis para pagar las granjas requeriría la acción del Congreso.
En los momentos finales del documental, Kennedy aludió a Carl Jung, el psiquiatra suizo cuyas opiniones sobre la espiritualidad influyeron en Alcohólicos Anónimos. Jung, dijo, consideraba que "la gente que creía en Dios mejoraba más rápidamente y que su recuperación era más duradera y perdurable que la gente que no lo hacía".
Así pues, Kennedy le dijo a la docena de residentes de Simple Promise Farms reunidos a su alrededor: "Simplemente empecé a vivir mi vida como si hubiera un Dios ahí arriba, como si me estuviera observando todo el tiempo. Y tuve que comportarme como si me estuviera observando".