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Salud

Por The New York Times

El ejercicio puede fortalecer el cerebro pero la contaminación anula el beneficio

Si haces ejercicio donde el aire está contaminado, puedes perderte de algunos de los beneficios que el ejercicio aporta al cerebro

01.03.2022 11:24

Lectura: 7'

2022-03-01T11:24:00-03:00
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Por The New York Times | Gretchen Reynolds

Si haces ejercicio donde el aire está contaminado, puedes perderte de algunos de los beneficios que el ejercicio aporta al cerebro, según dos nuevos estudios a gran escala sobre el ejercicio, la calidad del aire y la salud cerebral. Los estudios, en los que participaron decenas de miles de hombres y mujeres británicos, descubrieron que, en la mayoría de los casos, las personas que salían a correr y montaban en bicicleta de forma vigorosa tenían mayores volúmenes cerebrales y menor riesgo de padecer demencia que las personas menos activas. Pero si las personas hacían ejercicio en zonas con niveles incluso moderados de contaminación atmosférica, las mejoras cerebrales esperadas del ejercicio casi desaparecían.

Los nuevos estudios plantean la cuestión de cómo equilibrar los innegables beneficios para la salud del ejercicio con los inconvenientes de respirar aire contaminado, y subrayan que nuestro entorno puede cambiar lo que el ejercicio hace, o deja de hacer, por nuestro cuerpo.

Un gran número de pruebas demuestran que, en general, el ejercicio fortalece nuestro cerebro. Ciertos estudios revelaron que las personas activas suelen tener más materia gris en muchas partes del cerebro que las personas sedentarias. La materia gris está formada por las neuronas esenciales del cerebro que funcionan. Quienes hacen ejercicio también suelen tener una materia blanca (es decir, las células que sostienen y conectan las neuronas) más sana. La materia blanca suele deteriorarse con la edad, ya que se reduce y se producen lesiones similares a un queso suizo incluso en adultos sanos. Pero la materia blanca de las personas con buena condición física muestra menos lesiones y más pequeñas.

En parte como consecuencia de estos cambios cerebrales, el ejercicio se relaciona con un menor riesgo de demencia y otros problemas de memoria que aparecen al envejecer.

Sin embargo, la contaminación atmosférica produce los efectos contrarios en el cerebro. Por ejemplo, en un estudio de 2013, los estadounidenses de la tercera edad que vivían en zonas con altos niveles de contaminación atmosférica manifestaban una materia blanca deteriorada en los escáneres cerebrales y tendían a desarrollar mayores tasas de declive cognitivo que los que vivían en otros lugares. Además, en un estudio de 2021, realizado con ratas en jaulas situadas cerca de un túnel muy transitado y congestionado por los gases de escape en el norte de California, la mayoría de los animales que crecieron con una predisposición a desarrollar la enfermedad de Alzheimer en ratas pronto desarrollaron demencia. Pero también lo hizo otro grupo de ratas sin disposición genética a la enfermedad.

Cabe señalar que pocos estudios habían explorado cómo el ejercicio y la contaminación atmosférica podrían interactuar dentro de nuestros cráneos y si hacer ejercicio en aire contaminado protegería nuestros cerebros de los gases nocivos o socavaría los beneficios que, de otro modo, obtendríamos de su práctica.

Así que, para el primero de los nuevos estudios, publicado en enero en Neurology, la revista médica arbitrada de la Academia Estadounidense de Neurología, investigadores de la Universidad de Arizona y la Universidad del Sur de California extrajeron los registros de 8600 adultos de mediana edad inscritos en el Biobanco del Reino Unido. El Biobanco, que es un enorme archivo de expedientes médicos y estilo de vida, contiene información sobre más de 500.000 adultos británicos, como su edad, lugar de residencia, situación socioeconómica, genoma y numerosos datos sobre su salud. Algunos de los participantes también se sometieron a tomografías cerebrales y portaron monitores de actividad durante una semana para dar seguimiento a sus hábitos de ejercicio.

Los investigadores se centraron en los que habían usado un monitor, se habían sometido a una tomografía y, según sus rastreadores, solían hacer ejercicio vigoroso, como correr, lo que significaba que respiraban con fuerza durante los entrenamientos. Cuanto más aumenta la respiración, más contaminantes atmosféricos se aspiran. Para fines comparativos, los investigadores también incluyeron a algunas personas que nunca hacían ejercicio vigoroso.

Mediante modelos establecidos de calidad del aire, calcularon los niveles de contaminación atmosférica en los lugares donde vivían estas personas y, por último, compararon las tomografías cerebrales de todos.

Los beneficios desaparecen

Como se esperaba, el ejercicio de alta intensidad se vinculaba, en términos generales, con una muy buena salud cerebral. Los hombres y mujeres que vivían y se ejercitaban en áreas con poca contaminación atmosférica parecían tener cantidades relativamente grandes de materia gris y una baja incidencia de lesiones en la materia blanca, en comparación con las personas que nunca hacían ese tipo de ejercicio. Y cuanto más se ejercitaban, mejor tendían a verse sus cerebros.

Sin embargo, algunas de las asociaciones beneficiosas casi desaparecían cuando los deportistas vivían en áreas incluso con una moderada contaminación del aire (los niveles en este estudio se encontraban en su mayoría dentro de los límites aceptables para la salud según las normas europeas y estadounidenses de calidad del aire). Su volumen de materia gris era menor y había más lesiones en la materia blanca que entre la gente que vivía y se ejercitaba lejos de la contaminación, incluso si sus entrenamientos eran similares.

En un segundo estudio de seguimiento, publicado en febrero en la revista científica arbitrada, Medicine & Science in Sports & Exercise, los mismos científicos ampliaron los hallazgos del estudio anterior al repetir algunos aspectos de este experimento con otros 35.562 participantes de la tercera edad del Biobanco del Reino Unido; compararon sus hábitos de ejercicio, los niveles locales de contaminación y los diagnósticos de demencia, en caso de haberlos. Los datos mostraron que cuanto más se ejercitaban las personas, menos probabilidades tenían de desarrollar demencia con el paso del tiempo, siempre y cuando el aire de su localidad estuviera limpio. Sin embargo, cuando el aire estaba moderadamente contaminado, aumentaba el riesgo de padecer demencia a largo plazo, hicieran o no ejercicio.

Un hallazgo ‘alarmante’

Según Pamela Lein, profesora de Neurotoxicidad de la Universidad de California, campus Davis, quien dirigió el estudio anterior sobre las ratas y la contaminación, pero no participó en los nuevos estudios, “estos datos tienen una importancia significativa en cuanto a nuestra comprensión de los factores de riesgo modificables para el envejecimiento del cerebro”. La profesora agregó que: “La observación de que la contaminación del aire anula los efectos benéficos reconocidos del ejercicio para la salud cerebral es alarmante y aumenta la urgencia de desarrollar políticas reguladoras más eficaces” relacionadas con la calidad del aire.

Los estudios tienen limitaciones. Son observacionales y muestran vínculos entre el ejercicio, la contaminación y la salud cerebral, pero no pueden demostrar que el aire contaminado sea directamente responsable de contrarrestar los beneficios del ejercicio para el cerebro ni cómo es que eso ocurre. Tampoco se analizó el lugar en el que se ejercitaban las personas, solo se tomó en cuenta que algunas vivían en lugares donde la calidad del aire no era buena.

No obstante, los resultados sí indican que la calidad del aire influye en los resultados del ejercicio y que, por el bien de nuestro cerebro, deberíamos intentar no hacer ejercicio donde el aire está contaminado, afirmó David Raichlen, profesor de Ciencias Biológicas de la Universidad del Sur de California y coautor de los nuevos estudios. Jugadores de balonmano en canchas cercanas a la pista del parque McCarren en Brooklyn, el 17 de febrero de 2022. (Keith E. Morrison/The New York Times). Un ciclista y un peatón en una rampa del puente George Washington en Manhattan, el 12 de febrero de 2022. (Keith E. Morrison/The New York Times).