Por The New York Times | Gretchen Reynolds
Según una nueva investigación sobre el ejercicio y la inmunización, dar un largo paseo enérgico, trotar o andar en bicicleta después de la siguiente vez que te vacunes contra la COVID-19 o la gripe podría amplificar los beneficios de la inyección. En el estudio, en el que participaron 70 personas y unos 80 ratones, se analizó la respuesta de los anticuerpos después de una inyección de la vacuna contra la gripe o de las dos dosis de la vacuna contra la COVID-19 de Pfizer-BioNTech. Se comprobó que las personas que hacían ejercicio durante 90 minutos justo después de la inyección producían más anticuerpos que las que no se ejercitaban. El refuerzo inmunitario adicional, que debería ayudar a reducir el riesgo de padecer una enfermedad grave en caso de contagiarse de estos virus, no parecía desencadenar un aumento de los efectos secundarios.
Los resultados del estudio son preliminares y aún deben probarse en un mayor número de personas. Pero los resultados se suman a la creciente evidencia de que estar en forma y realizar actividades físicas podría preparar a nuestro cuerpo para responder con mayor fuerza a las vacunas contra la gripe y la COVID-19.
El ejercicio modifica ‘casi todas’ nuestras células inmunitarias
En general, la relación entre el ejercicio y la inmunidad es clara para todos. La mayoría de los estudios demuestran que hacer ejercicio ayuda a protegernos contra los resfriados y otras infecciones leves del tracto respiratorio superior. Estar en buena condición física también puede aliviar la gravedad de una infección en caso de enfermarnos. Por ejemplo, en un estudio realizado el año pasado con casi 50.000 californianos que desarrollaron COVID-19, los que habían hecho ejercicio con regularidad antes de su diagnóstico tenían la mitad de probabilidades de ser hospitalizados que las personas que rara vez hacían ejercicio.
Por otro lado, el ejercicio extremo podría socavar nuestra inmunidad. Los corredores de maratón suelen decir que se enferman después de las carreras, y los ratones de laboratorio que corren hasta el agotamiento tienden a ser más susceptibles a la gripe que los animales sedentarios.
Pero, en general, el ejercicio es un estímulo potente para nuestros sistemas inmunitarios. “El comportamiento de casi todas las poblaciones de células inmunitarias en el torrente sanguíneo se ve alterado de alguna manera durante y después del ejercicio”, concluye una revisión reciente de investigaciones que se han hecho sobre el tema. ¿Hay una ‘dosis’ correcta de ejercicio?
Sin embargo, pocos de estos estudios anteriores pretendían averiguar el mejor momento y la mejor cantidad de ejercicio necesario para amplificar los efectos de la vacuna, y ninguno de ellos analizó las vacunas contra la COVID-19, ya que solo han estado disponibles desde finales de 2020. Así que, para la nueva investigación, publicada hace poco en Brain, Behavior, and Immunity, una revista científica arbitrada, un grupo de inmunobiólogos y científicos del ejercicio de la Universidad Estatal de Iowa, campus Ames, les pidió a las personas que se iban a vacunar contra la gripe o la COVID-19 que también hicieran ejercicio.
Primero invitaron al laboratorio a vacunarse contra la gripe a docenas de adultos sanos de entre 18 y 87 años que decían hacer ejercicio ocasionalmente. Los científicos también se coordinaron con los centros locales de vacunación contra la COVID-19 para reclutar a 28 hombres y mujeres que iban a recibir su primera vacuna contra esta enfermedad. Antes de las vacunas, extrajeron sangre de todos los voluntarios para revisar sus niveles de anticuerpos.
Luego, de manera aleatoria, les pidieron a estas personas que se quedaran sentadas o hicieran ejercicio durante 90 minutos después de recibir la vacuna. Investigaciones anteriores habían sugerido que hacer ejercicio posterior a una vacuna aumentaba la respuesta inmunitaria más que el mismo nivel de actividad realizado antes de la inyección. Eligieron el plazo de 90 minutos de ejercicio como objetivo general porque una investigación inédita de su laboratorio sugería que esa cantidad de ejercicio aumentaba en gran medida la producción de una sustancia en la sangre llamada interferón alfa, la cual puede desencadenar la creación de células inmunitarias.
Los voluntarios que debían hacer ejercicio montaron una bicicleta estática o caminaron a prisa durante 90 minutos después de sus vacunas, ya sea en el laboratorio o en el exterior, en las aceras cercanas a los centros de vacunación contra la COVID-19. Se ejercitaron a un ritmo poco intenso, a fin de mantener su ritmo cardíaco entre 120 y 140 latidos por minuto. Pero los investigadores también les pidieron a algunos de los voluntarios vacunados contra la gripe que montaran la bicicleta durante solo 45 minutos, para ver si el entrenamiento más corto podía ser igual de eficaz para incrementar la inmunidad.
Dado que los niveles de anticuerpos tienden a aumentar en las semanas posteriores a la vacunación, los investigadores les volvieron a extraer sangre a todos los voluntarios dos y cuatro semanas después de recibir sus vacunas. (Las personas que recibieron la vacuna contra la COVID-19 recibieron su segunda inyección en el ínterin, ya que una segunda dosis de Pfizer debe administrarse tres semanas después de la primera).
45 minutos no es suficiente
Al cabo de un mes, los niveles de anticuerpos de todos los vacunados contra la gripe o la COVID-19 crecieron bastante, como era de esperarse después de recibir una vacuna, pero más en los hombres y mujeres que habían hecho ejercicio durante 90 minutos después de la inyección. Este aumento de anticuerpos no fue enorme. “Pero fue significativo en términos estadísticos”, dijo Marian Kohut, profesora de Kinesiología y miembro del Instituto de Nanovacunas de la Universidad Estatal de Iowa, quien supervisó el nuevo estudio.
Las personas que hicieron ejercicio tampoco dijeron haber sentido efectos secundarios adicionales después de sus vacunas. (Tampoco experimentaron menos efectos secundarios).
Curiosamente, 45 minutos de ejercicio en este estudio no fueron suficientes para aumentar los anticuerpos. El entrenamiento más corto quizá no aumentó los niveles de las sustancias necesarias para amplificar la inmunidad, entre ellas el interferón alfa, señaló Kohut.
Los investigadores también repitieron el experimento de la vacuna antigripal en ratones que corrieron o se quedaron quietos después de la inyección. Se revisaron los niveles de interferón alfa en la sangre y se descubrió que eran más altos si se realizaban ejercicios. Pero si los científicos bloqueaban por medios químicos la producción de esta sustancia, los animales obtenían un pequeño beneficio adicional en los anticuerpos gracias al ejercicio, lo cual sugiere que el ejercicio mejora la respuesta a la vacuna en parte al aumentar primero los niveles de interferón alfa.
El balance de los resultados, por tanto, es que “si se dispone de tiempo y un lugar seguro para hacer ejercicio después de la vacunación”, una sesión de ejercicio moderado de 90 minutos quizá haga que la respuesta a la vacuna sea mejor, sostuvo Kohut, sin sufrir efectos secundarios. Un corredor a lo largo del río Este en Nueva York, el 4 de diciembre de 2021. (Keith E. Morrison/The New York Times).
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