Por The New York Times | Anahad O’Connor

Durante la mayor parte de su vida, Andrea Carbone, de 51 años, una asistente jurídica que vive en Florida, no bebió mucho. Pero cuando se desató la pandemia, empezó a preocuparse manera constante por su trabajo, su salud y la seguridad de sus hijos.

Aunque algunas personas tuvieron la oportunidad de trabajar desde casa el año pasado, Carbone tuvo que ir a su oficina. Había mañanas en las que lloraba en su auto mientras conducía por las calles y carreteras vacías para llegar a su oficina en el centro de Tampa, que según dice, se veía “como una ciudad fantasma”.

Conforme escalaban sus niveles de estrés, lo mismo ocurría con su consumo de alcohol. Antes de la pandemia, Carbone bebía una copa de vino tinto con la cena casi todas las noches pero, para mayo, su consumo se había incrementado de manera considerable.

“Noté que bebía una copa de vino en cuanto llegaba a casa, luego otra con la cena, luego me sentaba a ver la televisión y bebía otra copa o dos”, relató. “Para cuando me iba a dormir, me había bebido una botella entera”.

Carbone dista mucho de ser la única. El miedo, la frustración y el aislamiento social generalizados en torno a los eventos turbulentos del año pasado —la pandemia, el malestar social, la agitación política— hicieron que los niveles de estrés se dispararan, y mucha gente intensificó su consumo de alcohol. Las mujeres y los padres de niños pequeños parecen haber sido más afectados. Una encuesta a nivel nacional solicitada por la Asociación Estadounidense de Psicología en febrero reveló que uno de cada cuatro adultos dijo haber bebido más en este último año para lidiar con el estrés. Ese índice fue de más del doble entre las personas que tenían hijos de entre 5 y 7 años.

Otro estudio publicado en JAMA Network Open en octubre descubrió que el consumo de alcohol de los estadounidenses aumentó un 14 por ciento en comparación con el año anterior. Sin embargo, el mismo estudio encontró un incremento del 41 por ciento en el número de días en que las mujeres bebían en grandes cantidades, las cuales se definieron como cuatro copas o más en un par de horas.

“Las mujeres en general se han retirado de la fuerza laboral de manera desproporcionada en comparación con los hombres; también han asumido los quehaceres domésticos, el cuidado infantil y la educación de los hijos en niveles desmedidos”, explicó Michael S. Pollard , autor principal del estudio publicado en JAMA y sociólogo en la Corporación RAND . “Así que es razonable que las mujeres también hayan aumentado su consumo de alcohol de manera desproporcionada”.

El daño psicológico que ha infligido el año pasado ha causado deterioros graves en la salud física, como el aumento de peso y la alteración del sueño generalizados. Centros médicos de todo el país han reportado un incremento en las hospitalizaciones por hepatitis, cirrosis, insuficiencia renal y otras enfermedades relacionadas con el alcohol. Casi ningún grupo de la población se ha librado de estos efectos.

Driftwood Recovery, un centro de rehabilitación para adicciones y salud mental en Texas, ha tenido tantas solicitudes de tratamiento este último año que tiene una lista de espera de dos meses. Vanessa Kennedy, la directora de psicología de Driftwood, dijo que muchos de sus clientes son padres de familia que empezaron a beber más conforme batallaban para equilibrar sus trabajos diarios con la enseñanza en el hogar y otras responsabilidades parentales. Antes de 2020, Gordon Mueller, un hombre jubilado que vive en Rochester, Nueva York, rara vez bebía más de uno o dos tragos al día. Pero cuando comenzó la pandemia y la economía y la bolsa de valores flaquearon, Mueller se sintió asediado por la ansiedad mientras veía las noticias y se preocupaba por su cuenta de pensiones. Durante el periodo de confinamiento, que Mueller pasó en casa con su esposa, su consumo de alcohol subió a siete tragos al día: cócteles de vodka en la tarde, vino con la cena, y un whisky por la noche antes de ir a dormir.

“No sabíamos si lograríamos superar esto en términos económicos, ya ni hablar de enfermarnos y posiblemente morir”, comentó. “Solo sentíamos mucho miedo y aburrimiento. Esas eran las dos emociones principales”.

No obstante, muchas personas han hallado nuevas maneras de controlar su consumo alcohólico. En diciembre, Mueller recurrió a Moderation Management, una comunidad en línea que le ayuda a la gente que quiere reducir las cantidades de alcohol que consume, pero no necesariamente abstenerse. Empezó a conectarse a llamadas de Zoom con otros miembros y a usar el grupo privado de Facebook de la organización para obtener consejos y sugerencias para reducir su consumo de alcohol. Luego, en enero, decidió dejar de beber por un tiempo para ver cómo se sentía.

“Me complace decir que no he bebido nada este año, y me siento mucho mejor: duermo mejor y logro hacer más cosas”, dijo. “Lo bueno sobre este grupo de moderación es que no hay ultimátums de todo o nada. No hay un enfoque de: ‘No puedes volver a beber, si no eres un alcohólico fracasado’”.

En Tampa, Carbone empezó a usar una aplicación popular llamada Cutback Coach, que le ayuda a las personas a dar seguimiento a su consumo de alcohol y establecer metas y recordatorios a fin de desarrollar hábitos de consumo más saludables. Con ayuda de la aplicación, Carbone crea un plan que define cuánto beberá cada semana. La aplicación da seguimiento a su consumo diario, le envía notificaciones sobre sus metas, y le ofrece actualizaciones sobre su progreso, como todas las calorías que evitó y el dinero que ahorró por beber menos. Ahora tiene al menos dos días “secos” a la semana y ha reducido a la mitad la cantidad de alcohol que consumía.

“Ver el progreso que he logrado me hace sentir bien y me hace querer seguir haciéndolo”, afirmó. “Duermo mucho mejor. Me despierto menos durante la noche. Por la mañana, me siento menos pesada, menos cansada y he frecuentado más el gimnasio, mientras que antes no encontraba la energía para ir”. . .