"El Hospital John Hopkins declara ‘la Quimioterapia es la gran equivocación médica'", se titula un artículo que en los últimos diez años ha circulado de forma constante, tanto por email como en redes sociales. Sin necesidad de saber nada acerca del cáncer y su tratamiento, quienes contribuyen a la viralización del texto deberían prestar atención (si lo leen, algo que a menudo omiten) al menos a ciertos detalles que rompen los ojos. No sólo el nombre del hospital está mal escrito, sino que el contenido no incluye ninguna alusión a la institución.
Si uno se atiene a la información del titular, esperará encontrar en el artículo las declaraciones de un portavoz del centro de salud o al menos de alguno de sus médicos o investigadores, y la exposición de la evidencia que sustenta semejante afirmación. Sin embargo, sólo se topa con la historia de siempre: que el cáncer se nutre de ciertos alimentos, que es una enfermedad del espíritu, que el oxígeno mata a las células cancerosas y toda una cháchara insostenible.
La difusión del artículo fue tan grande que obligó al hospital en cuestión a publicar un extenso desmentido, donde no sólo niega estar detrás de semejantes afirmaciones, sino que desmonta punto por punto el embuste.
Cáncer, sida, ébola
El caso es sólo un botón de muestra de los bulos o falsas informaciones que circulan en las redes, especulando con la desesperación de los enfermos y de sus seres queridos, y haciendo el caldo gordo a los conspiranoicos que esperan este tipo de contenidos para frotarse las manos y exclamar "¡Es lo que yo decía!".
Quienes acostumbran a navegar por las redes sociales sabrán que el antes descrito es un ejemplo entre infinidad de casos, donde el cáncer suele ser la patología favorita, dolencia que se "cura" con limón, aceite de coco, diente de león y otras mil sustancias.
Más allá del contenido disparatado de estos artículos, lo preocupante es la gran aceptación que obtienen. Su público objetivo son los "compartidores compulsivos" y -lo que es más triste- las personas tocadas de cerca por enfermedades.
Recientemente, un texto conspiranoico viralizado aseguraba tener pruebas de que el VIH había sido desarrollado en laboratorios militares estadounidenses. Como era de esperar, el artículo abundaba y redundaba en especulaciones, pero lo más llamativo era el tono de los comentarios: la mayoría aseguraba que eso era "historia sabida", que era algo "evidente" y que aplicaba para la mayoría de los virus que enferman a los humanos.
En cuanto al ébola, los bulos acerca de que es una creación de laboratorio compiten cabeza a cabeza con los que afirman que lisa y llanamente no existe tal germen.
"Reénvialo a todos tus amigos", "compártelo antes de que lo borren", son las fórmulas que suelen acompañar a tales publicaciones. La segunda es la mejor de todas, ya que aúna el embuste con la paranoia.
No seas cómplice
Muchas de las personas que contribuyen a viralizar estos contenidos lo hacen convencidas de su veracidad, y otras con la idea de que "en todo caso, mal no hará", argumento esgrimido también ante las campañas que piden "like y amén" para niños lisiados o agonizantes.
Sin embargo, la difusión de estas patrañas sí que puede resultar dañina.
"Quieto, no lo difundas: puedes hacer un flaco favor a alguien", recomienda el español Carlos Mateos, vicepresidente de la Asociación de Investigadores de eSalud (AIES) y coordinador de Salud sin Bulos, una web que se dedica a desmentir los disparates acerca de asuntos médicos que circulan en la web.
Para Mateos, el cáncer es el blanco favorito de los falsificadores de noticias porque "todo aquello que propone solucionar un problema grave y que apele a los miedos de la población funciona y se reproduce. Hay estudios que han demostrado que las noticias negativas funcionan mejor que las positivas y se propagan con más rapidez".
"En el caso del cáncer, existen noticias falsas relacionadas tanto con una manera milagrosa de prevenirlo, desde superalimentos a tratamientos alternativos sin ninguna validez científica; como con sustancias cotidianas que, al parecer, lo producen", explica en declaraciones a la agencia de divulgación científica SINC.
"En general, la población desconoce los factores de riesgo relacionados con esta enfermedad, por lo que confía en cualquier explicación pseudocientífica que sea mínimamente creíble", detalla.
En cuanto al origen de estos bulos, explica que a veces aparecen de manera anónima, y a menudo crecen "porque personajes conocidos ayudan a expandirlos. Es el caso de Javier Cárdenas y el bulo de que las vacunas producen autismo. Son testimonios basados en información que, o bien es falsa, o bien está basada en estudios que han sido desmentidos".
El profesional recuerda que también hay que tener en cuenta "las revistas depredadoras" en las que, "mientras se pague, se puede publicar. Conclusión: todo vale. Hay mucha gente que manda sus estudios a estas revistas para engordar su currículum. Es muy sencillo citar este tipo de fuentes aunque no tengan ningún contraste científico".
Así, en la creación y difusión de falsas noticias sobre salud confluyen numerosos factores, "desde intereses económicos, adhesión a una autoridad o incluso el deseo de ayudar, como en el caso de la gente que lo propaga porque piensa que es verdad y lo reenvía por si acaso".
Alonso destaca que los bulos más peligrosos son "los que incitan a dejar los tratamientos sustituyéndolos por soluciones naturales milagrosas. También hay supuestos gurús del tema que dicen que tiene un origen psicosomático. Esto causa trastornos psíquicos y emocionales a muchas personas que llegan a abandonar lo recomendado por el médico".
Desconocimiento e inmediatez, un cóctel letal
Los embustes acerca del cáncer y otras dolencias se difunden con tanta rapidez porque hay mucha gente dispuesta a creerla, o porque no tiene las herramientas ni la formación para separar el grano de la paja.
"La población carece de la cultura científica necesaria. Tampoco se enseña a los profesionales sanitarios cómo orientar a los pacientes, informarles y comunicarse con ellos", lamenta.
"El problema es que en las redes sociales y WhatsApp prima la inmediatez, el espectáculo y la alarma. La gente no contrasta la información. Incluso muchos profesionales sanitarios no saben de qué páginas pueden fiarse sus pacientes. Esto, junto la jungla de internet, es la combinación perfecta para el desastre. La gente se queda con la información de la primera página que muestran los buscadores, aunque sea falsa".
¿Cómo ayudar?
"Primero, no difundir algo que no estemos seguros que sea cierto. El principal error es difundir algo por si acaso. ‘No sé si es verdad, pero mejor prevenir que curar'. Pues no, no lo reenvíes. Haciéndolo se crea una alarma que puede tener consecuencias en la salud de otra persona", advierte Alonso.
Para ver si una información es certera "podemos tratar de localizar si la ha proporcionado una fuente oficial. Lo más sencillo es usar internet para buscar en páginas web oficiales como la del Ministerio de Sanidad, distintas consejerías, hospitales, universidades, sociedades científicas, que nos ayudarán a contrastar lo que dice ese bulo", aconseja.