Por The New York Times | Catherine Pearson
Débora Lindley López tenía 28 años cuando le diagnosticaron cáncer de mama fase 3. A las tres semanas empezó a recibir quimioterapia y los medicamentos le indujeron la menopausia. Lindley López desarrolló una sequedad vaginal tan grave que su piel empezó a deteriorarse y se cubrió de pequeños desgarros parecidos a cortes de papel. Orinar era incómodo; el sexo, agonizante.
Cuando Lindley López, quien ahora tiene 31 años, le contó a su oncólogo sus dolores vaginales y cómo su libido se había evaporado casi de la noche a la mañana, señaló que él respondió con desdén y le dijo que si le dieran un centavo por cada vez que oía esas quejas sería un hombre rico sentado en una playa. Luego, le sugirió que le confiara esos síntomas a la enfermera, relató Lindley López.
“Fue horrible”, narró, con lágrimas en los ojos. “Me hizo sentir que no podía pensar en otra cosa que no fuera el cáncer. El hecho de siquiera preguntarlo me parecía vergonzoso”.
El cáncer puede devastar la función sexual de una mujer de innumerables maneras, tanto durante el tratamiento como durante los años posteriores. La quimioterapia puede provocar sequedad y atrofia vaginal, similar a lo que experimentó Lindley López, pero también puede provocar problemas como llagas bucales, náuseas y fatiga. Una cirugía, como la histerectomía o la mastectomía, puede privar a la mujer de sensaciones esenciales para la excitación sexual y el orgasmo. La radioterapia pélvica puede provocar estenosis vaginal, es decir, el acortamiento y estrechamiento de la vagina, lo cual provoca que el coito sea insoportable, si no imposible. La tristeza, el estrés y los problemas de imagen corporal pueden acabar con el deseo sexual.
“Aunque las mujeres sufren daños en su cuerpo a causa del cáncer y de los tratamientos, el daño que se produce no es solo físico”, afirmó Elena Ratner, ginecóloga oncológica del Programa de sexualidad, intimidad y menopausia de Yale Medicine. “Desde el diagnóstico hasta el miedo a la recidiva, pasando por cómo perciben su cuerpo, sienten que toda su percepción de sí mismas es distinta”.
En la última década, y sobre todo en los últimos años, han aumentado notablemente los estudios sobre cómo el cáncer altera la vida sexual de las mujeres durante el tratamiento y después de este. Ratner y otros expertos que trabajan en la intersección entre la atención oncológica y la salud sexual se sienten alentados por el hecho de que el mundo de la investigación haya empezado a abordar por fin esos complejos efectos secundarios, que habían sido prácticamente ignorados en generaciones anteriores de mujeres, afirmó Ratner.
Por ejemplo, el año pasado, un estudio reveló que el 66 por ciento de las mujeres con cáncer sufrían disfunciones sexuales, como problemas con el orgasmo y dolor, mientras que casi el 45 por ciento de las jóvenes supervivientes de cáncer seguían sin interesarse por el sexo más de un año después del diagnóstico. Los investigadores también descubrieron una alta prevalencia de problemas como sequedad vaginal, fatiga y preocupaciones en torno a la imagen corporal entre las mujeres con cáncer de pulmón, hallazgos que ponen de relieve los estragos que pueden causar todos los tipos de cáncer (no solo el de mama o el ginecológico).
No obstante, algunas de esas mismas investigaciones, combinadas con historias de pacientes, defensores y médicos, sugieren que el aumento del interés científico no ha supuesto una gran diferencia práctica para las mujeres. Aunque la historia de Lindley López es un ejemplo extremo de la indiferencia de los proveedores de atención médica ante este tema, los expertos afirman que las dificultades a las que se enfrentó cuando intentó buscar ayuda para sus problemas no son únicas.
“La cantidad de mujeres afectadas por problemas de salud sexual tras un diagnóstico de cáncer es enorme y la necesidad de que estas mujeres tengan acceso a atención médica para la disfunción sexual tras el cáncer también lo es”, aseveró Laila Agrawal, oncóloga médica especializada en cáncer de mama del Norton Cancer Institute de Louisville, Kentucky.
“Hay una brecha entre la necesidad y la disponibilidad para que las mujeres reciban esta atención”, señaló Agrawal.
Por qué las investigaciones mejores no han derivado en un mejor tratamiento
Sharon Bober, psicóloga y directora del Programa de Salud Sexual del Instituto Oncológico Dana-Farber, afirmó que varios factores han contribuido a mejorar las investigaciones. Por un lado, la supervivencia está creciendo (en 2022, había 18,1 millones de supervivientes de cáncer, hombres y mujeres, en Estados Unidos; para 2032, se prevé que haya 22,5 millones). También hay una mayor comprensión dentro de la medicina y la sociedad en general de que el sexo y la sexualidad son un componente importante de la salud en general, dijo Bober. Desde 2018, agregó, la Sociedad Estadounidense de Oncología Clínica ha instado a los proveedores a iniciar una conversación con cada paciente adulto con cáncer (mujer y hombre) sobre los posibles efectos de esta enfermedad y de su tratamiento en el aspecto sexual.
Pero algunas mujeres dicen que siguen recibiendo silencio como respuesta.
Cynthia Johnson, una texana de 44 años a la que diagnosticaron un cáncer de mama fase 2 a los 39, dijo estar “agradecida por la vida y por los tratamientos que la salvan”, pero eso no niega su frustración por el hecho de que ninguno de sus médicos hablara nunca de su salud sexual.
“No te dicen que al someterte al tratamiento vas a sufrir sequedad; no te dicen que vas a experimentar falta de deseo”, afirmó Johnson. “No te dicen que si, por casualidad, te apetece hacer algo, lo vas a sentir como navajas de afeitar”.
Las encuestas respaldan su experiencia y sugieren que existen importantes discrepancias de género en cuanto a quiénes les hacen preguntas sobre el aspecto sexual. Por ejemplo, una encuesta realizada en 2020 a 391 supervivientes de cáncer reveló, que al 53 por ciento de los pacientes varones un profesional sanitario les preguntó sobre su salud sexual, mientras que solo el 22 por ciento de las mujeres dijeron lo mismo. Los resultados presentados el año pasado en la reunión anual de la Sociedad Estadounidense de Radiación Oncológica, centrados en 201 pacientes sometidos a radiación por cáncer cervicouterino o de próstata, concluyeron que al 89 por ciento de los hombres se les preguntaba por su salud sexual en la consulta inicial, frente al 13 por ciento de las mujeres. Cómo y dónde obtener ayuda
A pesar de estos importantes obstáculos, existen opciones de tratamiento e intervenciones eficaces.
Tanto Ratner como Bober trabajan en programas multidisciplinares de salud sexual que, en muchos sentidos, representan las mejores prácticas de atención. Un paciente puede acudir a un ginecólogo, a un terapeuta del suelo pélvico que puede ayudarle con opciones de tratamiento como la terapia con dilatadores y a un psicólogo que puede abordar los problemas emocionales. (Bober comentó que, hasta hace muy poco, tal vez podría contar con los dedos de una mano el número de estos centros; ahora calcula que hay “más de 10 y menos de 100” en todo el país).
Un año y medio después de que le diagnosticaran cáncer, Lindley López acudió a uno de estos centros en la Universidad Northwestern de Chicago. En su visita, tuvo consulta con una sexóloga clínica que lloró durante el examen pélvico. “Me dijo: ‘Tienes 29 años, pero tu zona vaginal parece la de una mujer de 80’”, recordó Lindley López. La sexóloga le dio información sobre el rejuvenecimiento vaginal con terapia láser y le recomendó varias cremas con estrógenos para ayudarla con la atrofia vaginal.
Fue reconfortante “sentarme en ese consultorio y que alguien me pusiera la mano en el hombro y me dijera: ‘Mira, esto es importante y, cualquiera que te diga que no lo es, está equivocado’”, concluyó Lindley López. A pesar de la ola de nuevas investigaciones en torno al tratamiento del cáncer y la salud sexual, las mujeres afirman que sus problemas siguen siendo ignorados. (Sophi Miyoko Gullbrants/The New York Times)