Montevideo Portal / Inés Nogueiras
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En un rincón de Pocitos, detrás de una puerta de garage, hay una pequeña pero nutrida huerta, dos grandes salones con mesas largas y bancos bajitos, una cocina bien surtida y un perchero con decenas de delantales estampados, tamaño niño. Diego Ruete, dueño de casa y del emprendimiento Petit Gourmet, recibe cada semana junto a su equipo a un centenar de niños, desde edades tan tempranas como los tres años, para cocinar y aprender varias lecciones en una.
“¿Qué busco? Busco que los niños adquieran el respeto por la tierra, que es de donde obtenemos el alimento. Que conozcan de dónde surge lo que comen, que lo cuiden, que lo procesen y que lo coman”, comentó en diálogo con Montevideo Portal.
“Pero además, en el proceso busco que desarrollen habilidades motrices, habilidades sociales, actitudes, valores, y también conocimientos científicos, porque estamos haciendo química, matemáticas, biología. Acá ven el ciclo de la vida, plantan la semilla, crece, se reproduce, muere. Son cosas tangibles, no son conocimientos abstractos como los que se aprenden en la escuela, que te hablan de ¼ y no sabés lo que es. Acá es ¼ taza, es la cuarta parte de una taza: lo veo, lo toco, lo uso. Y después me lo como”, agregó. El combo de la “educocina” se completa con un aspecto no menor: la salud.
Nuestra charla comenzó media hora antes de que llegara el grupo que hace sus prácticas de “educocina” los jueves, después del colegio. Diego repasó a grandes rasgos su currículum, que incluye una trayectoria de veinte años como educador preescolar, combinada con estudios de cocina y trabajos de temporada en restaurantes del Este uruguayo, Irlanda y España. Con Petit Gourmet brinda talleres de “después de clases”, recibe a grupos de colegios en horario escolar, organiza cumpleaños en los que el plan es preparar el catering de la fiesta y múltiples actividades para iniciar a los más chicos en el universo de la cocina.
“En los colegios trabajé mucho en el comedor, en la hora en la que los niños tenían que comer. Y vi muchas viandas. Y vi lo que muchos padres consideran un almuerzo para sus hijos. También empecé a ver que ellos no tienen ni idea de dónde sale la comida. Que ahora gana el empaquetado, el packaging. La otra vez estábamos haciendo un licuado de mango, frutilla, durazno... estaba divino, y uno de los chicos me dijo ‘no, yo solo tomo multifrutal’. Yo me quedé mirando a otro del grupo, que escuchó todo, lo miraba como diciéndole ‘contestale vos, por favor’. Entonces me mira, lo mira y le dice: “¡¡¡Pero ESTO es multifrutal!!!”, relató.
“Yo siembro esta semilla en los niños, para que se la lleven a su casa. No pierdo oportunidad de hablar con los padres para decirles que usen la cocina como tiempo de calidad. Como el momento que tienen para compartir. Los padres lo primero que hacen es decir: ‘Salí de la cocina que voy a hacer la comida, andá a mirar la tele’”, agregó.
“Algunos padres consideran que usar un cuchillo es peligroso... ¿qué mejor que lo sepan manipular? Se van a lastimar menos si lo aprenden a manejar. Acá llegan niños que me dicen ‘mi mamá no me deja usar cuchillos’. Bueno, ‘tu mamá te mandó acá y acá usamos cuchillos’. Y se quedan copados, tener esa responsabilidad los hace sentirse mejor, su autoestima se mejora”, comentó.
Tras las clases de cocina, que incluyen la degustación de lo preparado en cada taller, se abre también un nuevo espectro de posibilidades para la nutrición. “El hecho de todos cocinar lo mismo y de todos comer lo mismo a muchos les hace pensar ‘ah, mirá, ¡lo come y no se muere!’. Entonces van adquiriendo un paladar más amplio, aceptan nuevos productos”, dijo.
“Una cosa que he escuchado a veces es al padre o la madre decir, con el niño presente: ‘A él no le gusta nada, él no come verdura’. Yo lo miro y le digo: ‘No me lo digas acá, no me lo digas con él adelante’. Decís eso y le estás reafirmando que no le gusta y que está bien que no le guste. ‘Ah, no me gusta y mis padres me avalan, es normal, así que no voy a comer’. ¿Vale decir que no me gustan las cosas antes de conocerlas? ¿Se puede? No me digas que no te gusta, primero probalo. Después, si no te gusta, te lo voy a respetar, pero primero probalo. Lo hiciste vos, lo plantaste vos, lo cocinaste vos y lo estamos comiendo”, concluyó.
Educación, educación, acción
En los últimos años, la rutina laboral de Diego incluye también un montón de proyectos de interés social, llevados adelante con muchísima pasión y poquísimo apoyo, como la iniciativa de Huertas Comunitarias, las actividades como embajador de Food Revolution Uruguay y acciones de Petit Gourmet en centros educativos públicos. El común denominador es la huerta y la cocina como espacios de convivencia y aprendizaje.
“Busco que se use la huerta y la cocina en las escuelas, como herramientas educativas. Que la huerta y la cocina sean aulas de clase”, explicó Diego. Su original propuesta lo llevó a paisajes tan lejanos como los de Doha, en Qatar, donde fue invitado a participar en la cumbre WISE de innovadores educativos.
“Lo vi en Facebook, llené todos los papeles, miles de papeles... y me llamaron para que fuera, me pagaron todo. Estuve una semana en esa cumbre y, entre 1800 personas relacionadas con la educación de todo el mundo, yo era el único que hablaba de plantar y cocinar como herramientas educativas. Y quedaron sorprendidos. Tuve la oportunidad de dar una conferencia y cuando terminé me cayó gente de todo el mundo, mismo de Qatar, del Líbano, de Japón, de Estados Unidos. ‘Pah, qué bueno lo que hacés, queremos hacer algo contigo, vamos a trabajar en esto...’. Y ahora me están presionando para que entregue el proyecto de las Huertas Comunitarias, pero no me da el tiempo de escribir proyectos. Me lleva mucho tiempo, y yo soy de acción”, comentó.
Huertas Comunitarias surgió así, haciendo. Se juntó un grupo de personas, se consiguió un terreno en una casa de Cordón que les fue cedido mientras la vivienda estaba a la venta, y allí se acercan cientos de personas a plantar, dialogar, generar espacios de convivencia. Se abrió una página de Facebook y en un año se llegó a superar los 5.500 seguidores y reproducir la experiencia en otros lugares.
“Nuestra idea es que en cada barrio haya una huerta. Juntar voluntades que quieran hacer esto y nosotros vamos, le damos una mano en lo primero, que es lo más difícil, y después se sigue”, dijo Diego. Este proyecto no cuenta actualmente con apoyo económico de ninguna empresa ni de ninguna institución, lo que llevó a sus fundadores a solicitar colaboración de la gente a través de una cuenta en Abitab, para cubrir los gastos mínimos de agua, transporte y materiales.
Diego se define como una persona “de acción” y entiende que él y su equipo llevan adelante múltiples iniciativas impulsados únicamente por la pasión por lo que hacen. “Tenemos la pasión y esa pasión produce efectos en la gente. Tenemos llegada, movemos gente”, afirmó, pero se lamentó que la capacidad de impactar en distintos ámbitos esté limitada por el escaso respaldo económico.
“Con Food Revolution hicimos un evento el año pasado en un jardín, el N.º 216. Fue todo el equipo, cocinamos y fue genial; la directora y las maestras quedaron tan contentas que me pidieron que este año lo hiciéramos todo el año. A través de mis redes sociales pedí apoyos para hacer esto, porque lo hice de alma, yo lo hice honorario pero mi equipo no, necesito que mi equipo cobre para tener la certeza de que ese día van a estar ahí. Golpeé puertas para que me ayudaran. Soy un mariachi, soy un tipo común, no tengo una súper empresa, y aun así puedo hacer trabajo social. Me imagino las grandes empresas lo que podrían hacer. Lo que hacemos nosotros con Petit Gourmet, con Huertas Comunitarias, con Food Revolution, que no somos nada y cedemos parte de nuestro tiempo para hacerlo, si tuviéramos apoyo haríamos maravillas”, dijo.
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