Por The New York Times | Alisha Haridasani Gupta

Para Arline Geronimus, evitar el protagonismo se convirtió en un estilo de vida.

Hace tres décadas, Geronimus tuvo una idea poco convencional para aquella época: que el constante estrés que implica vivir dentro de una sociedad racista podía generar problemas de salud en los grupos marginados.

Geronimus, que en ese entonces era una investigadora de salud pública de 32 años en la Universidad de Míchigan, había pasado tres años recabando información relacionada con más de 300.000 mujeres embarazadas para tratar de explicar las enormes diferencias en la tasa de mortalidad infantil de acuerdo con la raza. En ese momento, los bebés negros morían más del doble de veces que los blancos en su primer año de vida. De manera generalizada, se dio por sentado que la razón se debía a las elevadas tasas de embarazos entre las adolescentes negras.

Las investigaciones de Geronimus demostraron lo contrario: los bebés de las adolescentes negras estaban más sanos que los de las mujeres blancas de veintitantos años y más. Según ella, estas mujeres más jóvenes habían sufrido menos años el estrés ocasionado por el racismo y, por lo tanto, dieron a luz a niños más resistentes.

A esta forma concreta de estrés crónico le llamó “erosión”, en alusión a una piedra que se erosiona por la exposición constante a los elementos. En 1990, durante el congreso anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, reveló sus hallazgos y la idea general de su hipótesis.

Hubo un rechazo inmediato y surgieron posturas ideológicas. Children’s Defense Fund, una organización progresista que supo con anticipación sobre su conferencia, instaló afuera una mesa para manifestar su indignación porque pensaban que la conclusión de Geronimus era que el embarazo en adolescentes no estaba del todo mal. “Las implicaciones políticas de sus razonamientos son perversas”, le dijo un representante de esa organización a The New York Times unas cuantas semanas después de su exposición. Un columnista del diario conservador The Washington Times escribió: “Como lo habría dicho María Antonieta: que tengan hijos”. Los egresados de la Universidad de Míchigan presionaron al rector para que la despidiera. En su casa, Geronimus recibió amenazas de muerte anónimas.

“Para mí fue algo muy traumático”, nos comentó en marzo Geronimus, quien ahora tiene 66 años, mientras tomaba café en la Biblioteca Pública de Nueva York. “Así que preferí refugiarme en el trabajo”.

En los años posteriores, Geronimus prácticamente dejó de ir a congresos y rara vez hablaba con los reporteros (reconoció que esta entrevista era muy angustiante para ella). Pero gracias al apoyo permanente de la Universidad de Míchigan, publicó más de 130 artículos, en los que amplió y sustentó la evidencia de la erosión más allá de las madres negras. Estudió, entre otros grupos, a las madres latinoamericanas, a los inmigrantes mexicanos y a los blancos de la región de los Apalaches de Kentucky, y una y otra vez demostró que las personas que viven niveles elevados de estrés crónico por su identidad y circunstancias tienen una salud deficiente. De modo simultáneo, investigadores de diversas disciplinas han asociado el estrés incesante derivado de la discriminación con el envejecimiento prematuro y un mal funcionamiento de los sistemas inmunitario, endocrino, metabólico y cardiovascular.

El conjunto de pruebas que describe Geronimus en su nuevo libro, “Weathering: The Extraordinary Stress of Ordinary Life in an Unjust Society”, la ha convertido en un ícono y ha brindado un marco para entender las diferencias en materia de salud que va más allá de atribuirles los problemas de salud al estilo de vida o a una genética defectuosa, señaló Marcella Nunez-Smith, profesora de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale que dirigió el grupo de trabajo de la Casa Blanca para el COVID-19 sobre equidad en materia de salud.

“Existe una línea continua desde su trabajo sobre erosión hasta lo que ahora llamamos determinantes sociales de la salud”, señaló Nunez-Smith. La erosión fue la base de muchas decisiones del grupo de trabajo durante el peor momento de la pandemia, las cuales se enfocaron en reducir el exceso del estrés que la pandemia le produjo a la gente de color y a los grupos de bajos ingresos, como financiar a los trabajadores que no hablan inglés para llegar a poblaciones vulnerables con el fin de realizar un seguimiento de contactos y en vez de poner puestos para la realización de pruebas a los que se llegara en automóvil (los cuales excluían a las personas que no tenían auto), proponer opciones a las que se pudiera entrar caminando. La trampa del estrés crónico Cuando el cuerpo se expone a factores de estrés, se activa el modo de lucha o huida, señaló Elizabeth Brondolo, profesora de Psicología en la Universidad de San Juan que estudia la psicofisiología de la discriminación. La respiración, la frecuencia cardiaca y la presión arterial se disparan y el torrente sanguíneo se llena de glucosa y de ácidos grasos para alimentar a los músculos largos.

Según Brondolo, si el sistema nervioso simpático sigue activado, con el tiempo, puede desgastar los sistemas internos. Una presión arterial elevada de manera crónica puede dañar las arterias y las venas lo que, por ejemplo, puede ocasionar hipertensión. Un flujo constante de cortisol —que se conoce como la hormona del estrés— puede generar resistencia a la insulina, la cual es una causante de la diabetes. Las investigaciones han planteado que el estrés crónico puede afectar el ADN e incluso modificar la estructura del cerebro.

Pese a que muchas personas sienten estrés de manera habitual, en repetidas ocasiones las encuestas han revelado que el estrés es más frecuente y sus tasas más elevadas entre las personas de color y quienes tienen un nivel socioeconómico más bajo. Las investigaciones demuestran que estos grupos casi nunca pueden evitar sus factores de estrés porque se enfrentan a una mayor probabilidad de sufrir violencia, inestabilidad laboral y discriminación al mismo tiempo que carecen de apoyo social o material.

También hay un tipo de estrés muy fuerte y persistente a nivel físico de origen racial. En una serie de sesiones clínicas y estudios realizados entre 1999 y 2009, Brondolo y sus colegas estudiaron el impacto fisiológico del comportamiento racista y descubrieron que el cuerpo y la mente no pueden librarse con facilidad de sus efectos. En uno de los estudios, por ejemplo, los participantes que informaron ser víctimas de algún comportamiento racista tuvieron la presión arterial elevada durante mucho tiempo, incluso mientras dormían. “Eso es, de hecho, la esencia de lo que habla Geronimus; no podían recuperarse”, explicó Brondolo.

Las investigaciones de Geronimus han revelado que ni la movilidad ascendente ni la riqueza funcionan como antídoto para la erosión. En un estudio de 2006, analizó los datos de la salud —como la presión arterial, los niveles de cortisol, la función biliar y el colesterol— de más de 1500 encuestados y descubrió que las mujeres negras de altos ingresos tenían peores resultados de salud que las mujeres blancas de bajos ingresos.

En un caso relacionado, cuando los científicos de la Universidad Estatal de Ohio realizaron investigaciones sobre estudiantes negros que históricamente asistían a colegios y universidades para negros, concluyeron que durante esos años de estar “al menos un poco protegidos de la discriminación racial”, como lo expusieron, los participantes tenían un riesgo menor de tener problemas de salud posteriores, en comparación con sus compañeros que habían asistido sobre todo a instituciones para blancos.

Algo que explica estos hallazgos es el estrés que las personas experimentan cuando intentan progresar en un entorno en el que están dentro de la minoría por su identidad o sus circunstancias, lo que los psicólogos llaman “afrontamiento de alto esfuerzo”. “La verdadera energía a nivel fisiológico que se requiere para superar todo tipo de obstáculos y contratiempos estructurales es desgastante en sí misma”, comentó Geronimus. Esa es una de las razones por las que las tasas de mortalidad materna entre las mujeres negras siguen siendo persistentemente elevadas, recalcó, incluso en las familias de altos ingresos, e incluso cuando los embarazos de mujeres negras adolescentes han descendido mucho durante las décadas que han transcurrido desde su primera investigación.

Desafíos y críticas

Un inconveniente de gran parte de las investigaciones en salud pública es que se basan en la observación: pueden identificar vínculos y nexos, pero no pueden establecer causas, aseveró Robert Kaestner, un profesor de la Escuela Harris de Políticas Públicas de la Universidad de Chicago que trabajó con Geronimus en un estudio de 2009 sobre los inmigrantes mexicanos. Según él, cuando se trata de erosión, medir la discriminación no solo es “una tarea empírica difícil”, sino que también es difícil descartar otros factores de estrés en el entorno. A pesar de su escepticismo sobre la posibilidad de medir la erosión, Kaestner la calificó como algo “intuitivo”, “factible” y “congruente con los procesos biológicos”.

La intersección de salud y racismo también es un área de investigación complicada que plantea preguntas difíciles sobre el privilegio y los prejuicios. Tal vez el hecho de que Geronimus sea blanca le haya otorgado cierta credibilidad en ese contexto, señaló Camara Jones, una investigadora en salud pública en la Escuela Rollins de Salud Pública de la Universidad Emory, que fue directora médica en los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de 2000 a 2014.

“En general, a los blancos se les concede más crédito cuando hablan de racismo”, aseveró. “Cuando la gente de color lo hace, nos ven como si tuviésemos un chip metido en el hombro o fuésemos subjetivos”.

En un estudio de 1992 sobre las diferencias de la presión arterial, Jones también había demostrado que existía un vínculo entre el racismo y el envejecimiento acelerado. Pero no siguió esta línea de investigación por mucho tiempo debido, en parte, a que uno de sus asesores le dijo que no era bueno que fuera conocida “como la ‘dama del racismo’”, comentó. “Incluso cuando estaba redactando algunas propuestas de subsidios, la gente me llamaba para decirme ‘Camara, ¿podrías cambiar la palabra racismo por discriminación?’”.

Son embargo, la raza de Geronimus no invalida la importancia de sus investigaciones, puntualizó Jones.

“Yo agradezco mucho su trabajo porque ahora ya tenemos este conocimiento”. Cuando, en 1990, Arline Geronimus propuso la teoría de que el constante estrés que implica vivir dentro de una sociedad racista podía ocasionar problemas de salud en los grupos marginados, sus ideas fueron ridiculizadas y en su mayoría descartadas, pero ahora la gente está comenzando a escucharlas. (Dadu Shin/The New York Times) Arline Geronimus en su casa de Ann Arbor, Míchigan, el 24 de marzo de 2023. (Sylvia Jarrus/The New York Times)