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Colonialismo, guerra y comercio impulsaron propagación de la malaria en últimos 5.500 años

Un grupo de científicos de 21 países reconstruyó genomas antiguos de los dos parásitos más mortíferos de la infecciosa enfermedad.

12.06.2024 12:16

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2024-06-12T12:16:00-03:00
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Un equipo internacional de investigadores identificó el colonialismo, la guerra y el comercio como los principales factores de propagación de la malaria durante los últimos 5.500 años, según un nuevo estudio publicado este miércoles en la revista científica Nature.

Para establecer los orígenes y las causas de propagación de la malaria o paludismo, un grupo de científicos de 80 instituciones y 21 países liderado por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, reconstruyó genomas antiguos de los dos parásitos más mortíferos de la infecciosa enfermedad, Plasmodium vivax y Plasmodium falciparum, de 36 individuos infectados en los últimos 5.500 años.

“Observamos cómo la movilidad y el desplazamiento poblacional propagaron la malaria en el pasado, al igual que la globalización moderna hace que los países y regiones libres de malaria sean vulnerables a su reintroducción hoy en día”, dijo Johannes Krause, director de Arqueogenética en el Instituto Max Planck.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que la malaria causa casi 250 millones de infecciones y más de 600.000 muertes cada año.

El análisis genético humano le permitió al equipo de investigadores descubrir el caso más antiguo de malaria por Plasmodium falciparum en el sitio de gran altitud Chokhopani (800 a.C), ubicado a lo largo del Valle del Río Kali Gandaki en el Distrito de Mustang de Nepal, a 2.800 metros sobre el nivel del mar.

“Ni el parásito ni los mosquitos capaces de transmitir la malaria pueden sobrevivir a esta altitud. Para nosotros, esto planteó una pregunta clave: ¿cómo adquirió el individuo de Chokhopani la infección de malaria que finalmente pudo haberle causado la muerte?”, planteó la coautora Christina Warinner, profesora asociada de Aantropología en la Universidad de Harvard.

El individuo infectado era un hombre local que probablemente viajó a una región endémica de paludismo de menor altitud, posiblemente para el comercio u otros fines, antes de regresar o ser llevado de regreso a Chokhopani, donde más tarde fue enterrado.

Al otro lado del mundo los científicos descubrieron actividades militares que determinaron la propagación regional de la malaria.

El cementerio de la Catedral gótica de San Rombout en Malina, Bélgica, donde había un hospital miliar (entre 1567 y 1715) detectaron casos de Plasmodium vivax y Plasmodium falciparum en individuos masculinos no locales de diversos orígenes mediterráneos, que probablemente eran soldados reclutados de Italia, España y otras zonas para luchar contra el Ejército de los Habsburgo.

“Encontramos que los movimientos de tropas a gran escala jugaron un papel importante en la propagación de la malaria durante este período, similar a los casos de la llamada malaria aeroportuaria en la Europa templada actual”, explica Alexander Herbig, líder del grupo de Patogenómica Computacional del Instituto Max Planck.

A su vez, para rastrear el viaje de los parásitos a las Américas, los científicos analizaron ADN antiguo de una persona infectada de malaria en la Laguna de los Cóndores en los Andes peruanos, y reveló una notable similitud entre la cepa Plasmodium vivax de la laguna de los Cóndores y la antigua Plasmodium vivax europea.

Esto sugiere que los colonizadores europeos extendieron la especie a las Américas en el primer siglo más o menos.

Asimismo, el estudio halló vínculos genéticos entre la cepa de Laguna de los Cóndores y las poblaciones modernas peruana 400 y 500 años después.

“Además de mostrar que la malaria se extendió rápidamente a lo que hoy es una región relativamente remota, nuestros datos sugieren que el patógeno prosperó allí, estableciendo un foco endémico y dando lugar a parásitos que todavía infectan a las personas en Perú hoy en día”, afirmó la coautora Eirini Skourtanioti, investigadora postdoctoral en el Instituto Max Planck.

EFE


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