Por The New York Times | Noah Weiland and Rachel Bujalski
CHOWCHILLA, California — En una tarde reciente, bajo unos sofocantes 38 grados Celsius en la prisión estatal de Valley, los internos se arremolinaban en torno a unas ventanitas del patio de la prisión para recoger sus dosis diarias de buprenorfina, un fármaco para tratar la adicción a los opioides.
En una ventana, la enfermera Quennie Uy escaneaba las tarjetas de identificación de los internos y luego extraía tiras del medicamento, las deslizaba a través de un panel corredizo debajo de la ventana. Uno por uno, los internos depositaban las tiras en su boca y luego mostraban las palmas de las manos para demostrar que no se habían guardado en el bolsillo el fármaco que les estaba ayudando a contener sus ansias de consumir.
Este ritual diario es parte de un amplio experimento de salud en California que tiene el propósito de suprimir el daño, a menudo permanente, de los opioides antes, durante y después del encarcelamiento. Esta iniciativa del estado también refleja el inicio de una posible transformación del método que se ha empleado en el país para tratar las adicciones en un sector, a menudo olvidado, de la sociedad estadounidense.
“Por primera vez, hay una tendencia a ampliar el acceso a tratamientos en las cárceles y prisiones”, señaló Justin Berk, un médico especialista en medicina de las adicciones en la Universidad Brown y exdirector del Departamento de Correcciones de Rhode Island. “Contamos con este mejor entendimiento de que si vamos a tratar la crisis de las sobredosis de opioides, una de las poblaciones primordiales que debe recibir tratamiento es la que está en las cárceles y prisiones”.
El gobierno federal calcula que una mayoría de los estadounidenses encarcelados tienen una patología en el uso de drogas, muchos de ellos adictos a los opioides, que puede ser difícil de manejar en la era de potentes opioides sintéticos como el fentanilo. Según el Departamento de Justicia, los fallecimientos en las prisiones estatales debidos a la intoxicación por drogas o alcohol aumentaron más de un 600 por ciento de 2001 a 2019.
Pero el tratamiento contra las adicciones aún está disponible en las cárceles y prisiones del país solo de manera intermitente. De acuerdo con el Proyecto Relacionado con los Opioides en Cárceles y Prisiones, un grupo que en parte encabeza Berk para el estudio del tratamiento en las personas encarceladas, hasta 2021, solo cerca de 630 de los aproximadamente 5000 centros correccionales de Estados Unidos proporcionaban medicamentos para quienes usaban opioides.
El gobierno de Biden busca cambiar eso al intentar aumentar la cantidad de cárceles y prisiones que ofrezcan el tratamiento contra la adicción a los opioides y trabajando para instaurar programas de tratamiento en todas las prisiones federales para este verano. Los legisladores de ambos partidos están intentando ampliar la cobertura del tratamiento en las semanas anteriores a la puesta en libertad del interno. La ampliación del tratamiento
En 2019, las prisiones de California registraron su máximo porcentaje de muertes por sobredosis y la mayor tasa de mortalidad en un sistema estatal de prisiones a nivel nacional. Ese mismo año, los legisladores estatales aprobaron un plan de largo alcance del gobernador demócrata Gavin Newson para el tratamiento contra el consumo de drogas en las prisiones.
En la actualidad, este estado es solamente uno de un pequeño número de estados del país con un programa de tratamiento integral en todo el sistema de prisiones, un trabajo que ha hecho que haya una importante reducción de los fallecimientos por sobredosis. El programa es costoso y tiene un presupuesto de 283 millones de dólares para el año fiscal actual. Pero en enero, California se convirtió en el primer estado en obtener el permiso del gobierno de Biden para usar Medicaid para la atención médica en los centros correccionales, lo cual permitirá que las autoridades usen los fondos federales para cubrir el tratamiento contra los opioides.
Las personas encarceladas tienen el derecho constitucional a la atención médica, pero la calidad de la atención puede variar de un estado a otro, comentó Regina LaBelle, quien fungió como directora en funciones de la Oficina de la Política Nacional para el Control de Drogas en el mandato del presidente Joe Biden. Algunos internos pueden obtener tratamiento solo si lo recibieron también antes de su encarcelamiento, mientras otros pasan de un sitio de reclusión a otro sin un tratamiento constante. Es frecuente que las estancias más breves en la cárcel puedan originar síntomas de abstinencia.
En la prisión estatal de Valley, en Chowchilla, California, que está cerca de enormes campos de almendros al noroeste de Fresno, a los internos se les realizan pruebas de detección de consumo de drogas cuando ingresan a ese centro, lo que permite a los miembros del personal prescribir la buprenorfina cuando empieza su sentencia en la cárcel.
Según los internos, este fármaco les ha permitido comprometerse más como estudiantes o empleados en la prisión. Pero sigue habiendo renuencia a usar este tratamiento por parte de algunos que lo necesitan, comentó Alberto Barreto, un interno que asesora a otros sobre su consumo de narcóticos.
Los miembros del personal de la prisión y los internos tienen que “ayudarles a llegar donde se sientan lo suficientemente a gusto como para, al menos, escuchar a alguien hablar acerca de su adicción”, comentó Barreto, recargado en el baño de una celda que comparte con varios internos.
Los internos actuales y anteriores de California mencionaron en entrevistas que, a veces, los visitantes todavía podían pasar drogas de contrabando en las prisiones estatales. Algunos internos mencionaron que ciertos olores, como el del vinagre o los que salían de las maquinarias, podían traerles recuerdos de las drogas o el deseo de consumirlas.
Según algunos internos, la cultura penal de la reclusión también puede levantar sospechas en torno al consumo de drogas que desincentivan el tratamiento. Una mañana reciente, Carlos Meza, un interno de la prisión estatal de Valley que hacía lagartijas en el patio de la prisión, nos contó que él sufrió de una sobredosis de fentanilo en dos ocasiones en otra prisión, y esto hizo que los miembros del personal de aquel centro sospecharan que intentó suicidarse. Pero él les dijo que solo quería drogarse. Al final, lo metieron a un programa de tratamiento contra las adicciones, comentó Meza.
En la prisión estatal de Valley, el tratamiento contra las adicciones se combina con una terapia conductual de grupo. La misma mañana en que Meza estaba haciendo lagartijas, un grupo de internos se hallaba a lo largo de los muros de una pequeña aula para practicar el acto de disculparse, incluso en un escenario en el que un interno le robó a alguien una parte de la asignación diaria de tiempo para usar el teléfono.
Al otro lado del corredor, con libros de texto esparcidos por los escritorios, otro grupo hablaba sobre la ciencia del consumo de narcóticos en un intento de entender el origen de las adicciones.
Algunos internos mencionaron que quedarse sin tratamiento puede hacer que sean propensos a reincidir después de ser liberados. “Esto va de la mano, está interrelacionado”, comentó Trevillion Ward, un interno que trabaja en la cafetería de la prisión cuando se refirió a la manera en que el consumo de drogas puede aumentar el riesgo de ser encarcelados. Ward nos relató que tuvo una recaída en las drogas y que regresó a la cárcel más o menos tres años después de cumplir su primera sentencia en prisión.
“No contaba con las habilidades para afrontar y lidiar con los factores estresantes de la vida”, comentó. “Y como resultado, tan pronto como se complicaron y se enredaron las cosas, regresé a las drogas”.
Los riegos después de salir en libertad
Las personas que se encuentran en cárceles y prisiones son especialmente vulnerables a sobredosis fatales poco tiempo después de haber sido puestos en libertad, cuando la tolerancia a opioides potentes como el fentanilo puede ser menor.
Cuando los internos salen de la prisión estatal de Valley, en California, se les proporciona naloxona, y los que están recibiendo tratamiento contra la adicción a los opioides también reciben un suministro de buprenorfina por 30 días. Para que el tratamiento sea eficaz, se requiere esa continuidad, aseveró Shira Shavit, una doctora en la Universidad de California, campus San Francisco, y directora ejecutiva de la Red de Clínicas de Transición, un conjunto de clínicas que ofrecen atención médica a las personas que han salido de prisión.
El cambio al mundo exterior puede ser angustioso puesto que hay actividades previstas en la orden de libertad condicional que se entrelazan con las tareas de trabajar, mudarse a una casa, obtener prestaciones y asistir a las citas médicas. En una tarde reciente, Delilah Sunseri, una mesera de bodas que pasó algún tiempo en la cárcel y ahora vive en su automóvil, se reportó a una clínica de salud móvil en San José, donde algunos trabajadores sanitarios estaban administrando buprenorfina inyectable a pacientes excarcelados. Sunseri fue ahí para recibir su dosis mensual del fármaco.
Sunseri nos comentó que decidió vivir en su auto porque le preocupaba vivir cerca de otros consumidores de drogas, ya fuera en la casa de algún amigo o en viviendas transitorias.
“Por ahí hay personas que dicen: ‘Esto te lo provocaste tú misma. Tú te metiste en este lío y tú misma tienes que salir de él’”, añadió. “Pero es una enfermedad”.
Justo antes de llegar a la clínica, su hija Blaise Sunseri, decidida a no recaer en el fentanilo, recibió la misma inyección. Blaise Sunseri nos comentó que cuando era más joven había pasado algún tiempo en una serie de cárceles de California. Ambas mujeres necesitaron tratamiento después de haber sido puestas en libertad para remediar su consumo de drogas. Delilah Sunseri mencionó que el fármaco contra las adicciones no estaba disponible durante el tiempo que pasó en la cárcel, donde, nos dijo, las internas morían por sobredosis en el patio. Karen Souder, expropietaria de un camión de comida, ha estado rehaciendo su vida después de una sentencia en prisión gracias a la ayuda de la buprenorfina, que siguió usando, a instancias de Shavit, después de que la liberaron. Este fármaco “en verdad me da la capacidad de pasar bien el día”, comentó Souder, quien ahora trabaja limpiando carreteras en el Departamento de Transporte de California.
Souder mencionó que gracias a la estabilidad que le brinda la buprenorfina, encontró felicidad en la libertad de tomar un baño o ponerse maquillaje.
El día que la liberaron este año, fue a comer con una mujer que ayudaba a dirigir una clase de jardinería que tomó en la cárcel. En el Red Lobster, donde cenaron, Souder identificó las flores y las plantas que había afuera del restaurante y se maravilló por su belleza. El cielo estaba azul. Tomaron una fotografía frente a las siembras. No había vallas a su alrededor, comentó Souder. “Nos sentamos ahí un rato y solo nos dedicamos a respirar profundamente”, añadió. Sharon Fennix, quien pasó cerca de 40 años en la cárcel y ahora trabaja en una línea de asistencia telefónica en la Red de Clínicas de Transición, en San Francisco, California, el 13 de julio de 2023. (Rachel Bujalski/The New York Times) El interno Trevillion Ward, quien nos relató que tuvo una recaída en las drogas y ahora está de regreso en la cárcel más o menos tres años después de cumplir su primera sentencia en la cárcel, en la prisión estatal de Valley, en Chowchilla, California el 12 de julio de 2023. (Rachel Bujalski/The New York Times)
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