Por The New York Times | Emily Gould

Tener dos hijos siempre fue la idea de Anna Carey y, a principios de 2020, se estaba preparando para tratar de embarazarse. Su hija acababa de cumplir 2 años y ella y su esposo vivían felices, aunque lejos de sus familiares, en Toronto, donde Carey tenía un trabajo de medio tiempo en una empresa de mercadotecnia.

Por supuesto, todos sabemos lo que ocurrió después.

Puesto que no había opciones seguras para el cuidado de los niños durante una pandemia, Carey se vio obligada a dejar su trabajo de mercadotecnia en agosto de 2020 para cuidar a su hija. Lo que había parecido casi seguro unos meses antes ahora parecía impensable.

“No nos imaginábamos pasar por otro embarazo, parto y tener un recién nacido con tan pocas opciones de apoyo”, afirmó.

Durante un tiempo, mantuvo la esperanza de que la situación mejorara antes de cumplir 35 años, el próximo mes de julio, que, por razones de salud genética, ella y su esposo, Graham, siempre habían considerado el límite.

No obstante, la gota que derramó el vaso fue ver cómo la pandemia ponía de manifiesto una flagrante falta de apoyo estructural para las familias. Ahora, dice Carey, se siente triste pero confiada de su decisión. “Darnos cuenta de lo poco que la sociedad valora a los niños y a los padres (en especial a las madres), más allá de la palabrería, fue un gran factor de disuasión”.

Un excelente método de control de la natalidad

En efecto, muchas personas han tenido bebés pandémicos. Alec e Hilaria Baldwin, cuyas preocupaciones sobre el cuidado de los niños son muy diferentes a las de la mayoría de la gente, pronto tendrán tres hijos. No obstante, para algunos milenials de más edad que ya tenían uno o más antes de la pandemia, lo que está en juego en cuanto a la crianza de los hijos en uno de los peores momentos para ser padre en la historia reciente ha demostrado ser un excelente método de control de la natalidad.

Enfrentarse a la vida de la pandemia, con todos sus imprevisibles contratiempos y catástrofes (por no mencionar los roces con el terror existencial) se ha parecido un poco a la vida posparto, pero sin el lado bueno de tener un adorable recién nacido. ¿Añadir un recién nacido a la mezcla? Olvídalo, dicen algunos, al menos por ahora, y tal vez para siempre. (También vale la pena señalar que desde hace tiempo existe una brecha entre el número de hijos que los estadounidenses dicen querer y el número que acaban teniendo).

Hay otro aspecto más directo del control de la natalidad pandémico: la disminución de la fertilidad. Aunque muchos aspectos de la vida se han sentido como si hubieran estado en pausa durante dos años, el tiempo siguió pasando, una consideración significativa para las personas cuyos últimos años de los 30 se les fueron por el caño mientras adquirían nuevas y dudosas habilidades en Zoom y la panadería con masa madre. Lo que puede parecer una posibilidad emocionante para algunos a los 38 años, a los 40 parece más bien un conjunto desalentador de obstáculos fiscales y, para las mujeres, fisiológicos que hay que superar. Además, están los divorcios pandémicos. Los índices aumentaron en todo el país después del primer año de la pandemia (aunque es difícil decir si estaban relacionados con la pandemia; el aumento podría ser el resultado del cierre de los tribunales). En el caso de los padres de niños pequeños que no lograron mantener sus relaciones sentimentales intactas durante la pandemia, la idea de tener más hijos parece aún menos probable que antes.

Este fue el caso de Tully Mills, de 40 años, un exchef e ilustrador que vive en Longmont, Colorado, con su hija de 2 años y medio.

“La idea de no tener otro hijo se hizo presente de manera gradual después del primer año del COVID-19”, aseveró. “Todo era muy incierto y estábamos entrando en el modo de supervivencia”. Ahora, él y su expareja crían felizmente en conjunto, pero ya no se imagina tener más hijos, ni siquiera con una pareja futura.

Un resquicio de la epidemia

Sigue habiendo un resquicio de la epidemia en el agotamiento entre los padres que vivieron los años 2020 y 2021 con niños que eran demasiado pequeños incluso para estar frente a una pantalla. La idea de duplicar la cantidad de bebés puede parecer especialmente poco atractiva para los padres que aún no se recuperan de haber asumido tareas inesperadas sin reconocimiento ni apoyo social.

Durante los meses de la primavera y principios del verano de 2020, antes de contar con datos sobre la seguridad relativa de las actividades al aire libre, la mayoría de los parques infantiles de Estados Unidos estuvieron cerrados, junto con las escuelas y las guarderías para todos los trabajadores, a excepción de los trabajadores esenciales. En las zonas urbanas, los niños podían jugar en los parques públicos y en las banquetas, pero la mayor parte del tiempo estuvieron atrapados durante meses en espacios pequeños con sus padres y hermanos. El impacto de esos meses en los padres de niños pequeños todavía está en desarrollo.

Desde hace años, los demógrafos saben que el índice de natalidad en Estados Unidos solo va a la baja, cuyas causas van desde las extremadamente obvias (deuda estudiantil, pobreza, cambio climático) hasta las puramente especulativas.

No obstante, es incuestionable que la pandemia ha provocado un descenso inmediato de los nacimientos: en diciembre de 2020, a los nueve meses de la pandemia, los nacimientos disminuyeron cerca de un 8 por ciento (el mayor descenso de cualquier mes de ese año tan difícil) en comparación con el mismo mes del año anterior.

No será sino hasta dentro de varios años cuando se pueda cuantificar si la inestabilidad y la catastrófica falta de instituciones de cuidado infantil que han sufrido muchas familias desde entonces han reducido la fertilidad en general. La escritora Sarah Bascomb y su hija, Sally, de 9 años, en su casa de Lexington, Virginia, el 7 de abril de 2022. (Matt Eich/The New York Times) La escritora Sarah Bascomb y su hija, Sally, de 9 años, en su casa de Lexington, Virginia, el 7 de abril de 2022. (Matt Eich/The New York Times)