Contenido creado por Sin autor
Salud

Por The New York Times

¿Quién quiere vivir para siempre?

Pero una sociedad llena de centenarios plantea un reto grande para las economías avanzadas del mundo y muchas de sus compañías.

23.01.2023 14:07

Lectura: 7'

2023-01-23T14:07:00-03:00
Compartir en

Por The New York Times | Bernhard Warner

Hoy en día, a los niños de 5 años les va mejor que antes.

En las naciones más ricas, más de la mitad de estos pequeños vivirán mínimo hasta los 100 años, según las expectativas del Centro Stanford de la Longevidad.

Pero una sociedad llena de centenarios plantea un reto grande para las economías avanzadas del mundo y muchas de sus compañías: ¿cómo te adaptas a un mundo más anciano y pagas la inevitable explosión de pensiones que acecha cuando esta cohorte superenvejecedora se acerca a la edad de jubilación?

Como lo expresa el centro Stanford: “La vida de los 100 años ha llegado. No estamos preparados”.

El efecto real de las preocupaciones sobre la paradoja de la vida longeva se hicieron más que evidentes esta semana: en Francia, las huelgas nacionales y las protestas paralizaron el país ante el intento profundamente impopular del gobierno de reformar las normas sobre pensiones; en China, las autoridades informaron que la población estaba disminuyendo por primera vez en seis décadas; y en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, los líderes empresariales y los responsables políticos lidiaron con las consecuencias de este enigma demográfico.

Una bomba de tiempo

En Francia (expectativa de vida: 82 años), los trabajadores y estudiantes salieron a la calle para protestar contra la iniciativa del presidente Emmanuel Macron de reformar el sistema de pensiones y elevar la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años de aquí a 2030, en un intento por contener los crecientes costos de la asistencia social del país. (En Estados Unidos, donde la esperanza de vida es de 77 años, la edad típica de jubilación es de 67, pero los trabajadores de 62 ya pueden empezar a cobrar sus beneficios de seguridad social).

Francia gasta algo más del 14 por ciento de su PIB en pensiones, una de las tasas más altas del grupo de países ricos que componen la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos. “Tenemos que trabajar más”, afirmó Macron en un discurso de Año Nuevo, para “dejarles a nuestros hijos un modelo social justo y perdurable, porque será fiable y financiable a largo plazo”.

La situación es más desalentadora en China (esperanza de vida: 78 años), pues se enfrenta a una disminución de la población. Una de las razones: en algunas zonas de China cuesta más criar a un hijo que en Estados Unidos, una realidad que está haciendo que las familias y las mujeres profesionistas opten por no tener hijos (a pesar de los numerosos incentivos gubernamentales para que lo hagan). El impacto no muy distante: la escasez de trabajadores podría poner en peligro el crecimiento económico y destruir la capacidad de Pekín para recaudar fondos suficientes gravando a la población activa más joven y mantener así a la mayor población de pensionistas del planeta.

S&P Global, la agencia de calificación crediticia, ve señales de alarma similares a las de China y Francia en todo el mundo. El descenso de las tasas de fertilidad, la inestabilidad de las finanzas públicas y el aumento de los tipos de interés, combinados con una mayor esperanza de vida, están creando una “crisis mundial de la senectud”. A menos que los países inicien serias “acciones políticas para recortar el gasto relacionado con la edad”, escribieron dos analistas de Standard & Poor’s, Samuel Tilleray y Marko Mrsnik, en un artículo de esta semana, posiblemente habrá una avalancha de rankings basura provocadas por la longevidad, lo que elevará los costos para las generaciones futuras. “Algo más de la mitad de los 81 países soberanos que hemos analizado tendrían métricas crediticias que asociamos con calificaciones crediticias soberanas de grado especulativo (‘BB+’ o inferior) en 2060”.

Bienvenidos a la ‘economía de la longevidad’

En el Foro Económico Mundial, los organizadores hicieron todo lo posible por cambiar la sombría narrativa maltusiana sobre el envejecimiento. Se dejó de hablar de bombas de tiempo o de un “tsunami de canas”, prefiriendo debates de alto nivel sobre lo que el foro denomina la “economía de la longevidad”. Un tema central: si se tiene esperado que vivamos más, también tendremos que ajustar algunos objetivos de nuestra vida y trabajar durante más años.

Darryl White, consejero delegado del banco canadiense BMO, afirmó que la sociedad debe plantearse otro tipo de truco para vivir. Para empezar, hay que abandonar el esquema “primero estudiar, luego trabajar y después jubilarse”. La vida es “no lineal”, afirmó en una mesa redonda sobre el superenvejecimiento. “A lo mejor decido que quiero empezar a trabajar antes. Podría decidir que quiero jubilarme más tarde o que quiero volver a comprometerme con mi carrera mientras me reinvento”.

La actualización y la reconversión profesional son importantes para esta estrategia, una obligación de inversión que deberán compartir empleados, empresarios y gobiernos. Las ventajas: el FEM calcula que, si mejora el acceso a la reconversión profesional y al aprendizaje permanente, la productividad laboral aumentaría y añadiría 8,3 billones de dólares al producto interno bruto mundial de aquí a 2030.

Dar a los trabajadores la oportunidad y los recursos necesarios para trabajar mucho más allá de su edad de jubilación es bueno para la sociedad y las empresas, afirma Lynda Gratton, profesora de prácticas de gestión en la London Business School y coautora de “La Vida de 100 Años. Vivir y trabajar en la era de la longevidad”.

“Sabemos que cuando la gente deja de trabajar apenas cumple 60 años, su capital social se deteriora. Sus redes se deterioran. No son tan activos en términos cognitivos”, explicó a DealBook. Además, una mayor permanencia en el mercado laboral ayudaría a sus finanzas personales, lo que aliviaría la presión sobre el sistema de pensiones.

Según ella, la discriminación por edad está cada vez más extendida en el mundo empresarial, y eso podría afectar la productividad de las empresas. “Quisiera que las empresas tuvieran que rendir cuentas por la discriminación por edad, igual que lo hacen por cualquier otro tipo de discriminación”, expresó. “Quisiera que las empresas tuvieran que informar de cuántas personas están empleadas a distintas edades para que pudiéramos hacernos una idea: ‘¿Están empleando a personas de 60 y 70 años?’”. En su opinión, una medida de este tipo presionaría a los directivos para que contrataran a personas de más edad. Y las empresas verían las ventajas de crear lugares de trabajo multigeneracionales.

‘Una carga enorme para la generación joven’

Es posible que los jóvenes que luchan por abrirse camino en sus carreras profesionales también deseen que se comuniquen estos datos. Noura Berrouba, presidenta del Consejo Nacional de Organizaciones Juveniles Suecas, dijo en el panel del FEM que la discriminación basada en la edad afecta a las perspectivas laborales tanto de los mayores como de los jóvenes. “Si somos sinceros, la manera en que se inclina nuestra curva demográfica va a suponer una carga enorme para la generación joven”, afirmó.

Propuso una política fiscal más progresiva, salarios más justos y un mayor control de la gobernanza empresarial con el fin de garantizar que se destine suficiente dinero al fondo colectivo como para financiar que más personas reciban un cheque de la seguridad social. Los gobiernos han introducido cambios constantes en sus políticas nacionales de jubilación en los últimos años. El promedio de la OCDE para la edad mínima de jubilación es de 62,5 años, pero aumentará a los 64 en los próximos años a medida que varios países, entre ellos Dinamarca, los Países Bajos y Suecia, eleven la edad mínima de jubilación para que se corresponda con el aumento de la esperanza de vida.

A Hervé Boulhol, economista de la OCDE especializado en pensiones, le asusta la idea de una bomba de tiempo del envejecimiento que amenaza a las mayores economías del mundo. Pero ve un riesgo si los responsables políticos y los empresarios no abordan el problema. “Sí, el tiempo corre”, afirma.