Por The New York Times | Sarika Bansal
Podemos relatar la historia de las últimas dos décadas de la lucha contra el VIH a través de la vida de Juliet Awuor Otieno, quien, en el año 2001, tenía 18 años y vivía en Nairobi, Kenia, cuando se enteró de que estaba embarazada. En una de las visitas al médico, le realizaron una prueba de VIH.
“Me dieron los resultados en un papel parecido a un recibo en el que había un sello con la palabra ‘POSITIVO’”, recordó. “Lloré durante 30 minutos. A la gente no le gustaba que se le asociara con el VIH, yo tampoco quería que eso sucediera”.
Ese año, las proyecciones de la ONU decían que, para el año 2021, hasta 150 millones de personas de todo el mundo iban a estar contagiadas con VIH. Pero esa predicción tan catastrófica no llegó a convertirse en realidad. El Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (UNAIDS, por su sigla en inglés) calcula que alrededor de 79 millones de personas han sido contagiadas con VIH desde que comenzó la epidemia, la cual sigue siendo una cifra desastrosa, pero de un poco más de la mitad que la otra temida cifra.
¿Cómo comenzó el cambio de rumbo?
En 2001, en Kenia, al igual que en muchas partes del mundo, un diagnóstico de VIH conllevaba el terror de una sentencia de muerte. Ya se había demostrado la eficacia general de la terapia con antirretrovirales, o TAR (una terapia diaria que evita que el virus se reproduzca en el cuerpo), pero el tratamiento era muy caro. De acuerdo con Médicos sin Fronteras, en el año 2000, el tratamiento por un año para un solo paciente costaba de 10.000 a 15.000 dólares.
A Otieno, una defensora de la salud reproductiva, le dieron un antibiótico, Septrin, para evitar las infecciones oportunistas que acompañan al VIH. “Ni siquiera me dijeron sobre la TAR, no sabía nada al respecto”, comentó. Le avergonzaba ser positiva por VIH y temía que su familia lo supiera, así que tiró a la basura la mayor parte del Septrin. Lo más probable es que su bebé, nacido en 2002, contrajera VIH de su madre por lo que falleció de neumonía cuando tenía 5 meses. Al año siguiente, Otieno desarrolló toxoplasmosis, una infección parasitaria; aún tiene paralizada una parte del lado derecho.
Durante esa época tan angustiosa para Otieno, el VIH/sida estaba captando rápidamente la atención como un asunto de derechos humanos a nivel global y había echado a andar los cambios que empezarían a darle un giro a la pandemia de VIH para el mundo… y para la misma Otieno. Los activistas presionaron a las empresas farmacéuticas para que retiraran la protección de patente de los medicamentos antirretrovirales a fin de reducir los precios de estos fármacos y pidieron a los fabricantes de medicamentos genéricos que produjeran versiones asequibles. En 2003, el tratamiento para un paciente de un país con ingresos de bajos a medios durante un año costaba 1200 dólares. Para 2018, costaba menos de 100 dólares.
Los gobiernos y las organizaciones internacionales comenzaron a comprometerse con mayor seriedad con la lucha contra el VIH/sida. En enero de 2002, se estableció el Fondo Mundial para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria con 19.000 millones de dólares que prometieron los países del Grupo de los Ocho. Al siguiente año, el entonces presidente George W. Bush anunció la creación del Plan de Emergencia del Presidente de Estados Unidos para el Alivio del Sida (PEPFAR, por su sigla en inglés), el cual comenzó con un presupuesto de 15.000 millones de dólares durante cinco años y tenía la finalidad de reforzar el tratamiento y la prevención en los países más afectados, sobre todo en el África subsahariana. En 2003, la Organización Mundial de la Salud anunció la iniciativa “3 por 5”, cuya meta era proporcionarles tratamiento antirretroviral a tres millones de personas para 2005. (La meta no se cumplió, pero ayudó a que los organismos internacionales empezaran a actuar).
“PEPFAR cambió el panorama de los servicios relacionados con el VIH y llevó los tratamientos hasta los lugares donde eran más necesarios”, señaló Annette Reinisch, alta asesora de este Fondo Mundial.
“Parece fácil señalar que ahora más personas reciben la TAR, pero detrás de ello hay todo un sistema”, comentó Lucie Cluver, investigadora de la Universidad de Oxford y de la Universidad de Ciudad del Cabo que se especializa en VIH y la infancia. “Hay que llevar una píldora desde una empresa farmacéutica a una pequeñísima clínica situada en una colina, hallar a alguien que sepa lo suficiente y pueda comprometer a la persona que la necesita a que la tome todos los días. Hay procesos logísticos y de suministro, además de todo el estigma. Estos logros muestran un nivel de complejidad que, si lo analizamos, es apabullante”.
Una década después de la advertencia de la ONU, el VIH, que había sido una infección letal para millones de personas en todo el mundo, para mucha gente, se había convertido en una enfermedad crónica manejable.
En enero de 2005, en una clínica de Médicos sin Fronteras de un barrio marginal de Nairobi, Otieno se enteró de que el tratamiento con antirretrovirales estaba disponible en Kenia. Un integrante del equipo le advirtió que tal vez esos fármacos tuvieran efectos secundarios como urticaria y vómitos y que, si se saltaba alguna dosis, podría desarrollar infecciones más graves. Era fundamental el apoyo de los seres queridos. Al darse cuenta de que tenía una segunda oportunidad en la vida, Otieno decidió tomar el tratamiento con seriedad. Después de años de mantener en secreto su enfermedad, le reveló la verdad a su madre.
¿Estamos ganando la batalla en la actualidad?
La lucha contra el VIH/sida a nivel global continúa. En 2011, UNAIDS anunció una ambiciosa campaña llamada Lleguemos a Cero. Las autoridades de salud pública se comprometieron a que, para el año 2030, se alcanzaría la meta de cero infecciones nuevas, cero discriminaciones y cero muertes relacionadas con el sida.
No obstante, como el mundo ya lo ha visto con el COVID-19, los virus letales tienen muchas maneras de contraatacar. A diferencia de los logros para combatir el virus que causa el COVID, los trabajos de décadas para elaborar una vacuna contra el VIH no han tenido éxito. Muchos expertos dudan que se alcancen estas nuevas y ambiciosas metas para 2030. El virus sigue siendo la causa de una gran estigmatización, sobre todo en lugares donde hay leyes que prohíben la homosexualidad o políticas que promueven la abstinencia y el VIH infantil no deja de ser un gran desafío. El combate al COVID también ha usado algunos recursos de los tratamientos contra el VIH y su prevención.
En julio de 2021, Otieno dio a luz a un bebé sano. Gracias a la TAR, sigue manteniendo al virus bajo control. Otieno dice que, con vistas al futuro, su trabajo se enfoca en apoyar el financiamiento para los servicios relacionados con el VIH, de tal modo que la gente pueda seguir teniendo acceso al tratamiento: si la atención a largo plazo deja de ser asequible para los millones de personas que viven con el VIH como una enfermedad crónica, es posible que muchas personas no reciban la TAR y se vuelvan más contagiosas. Los promotores también están exigiendo que se avance en medidas de prevención como la profilaxis preexposición, o PrEP, (una píldora diaria para prevenir el contagio) e intentando terminar con el estigma asociado al VIH.
“No podemos cantar victoria”, afirmó Cluver. “Sería un error decir que vamos ganando, pero sí hemos logrado evitar lo que podría haber sido aun peor”. En 2001, los cálculos de la ONU indicaban que, para el año 2021, 150 millones de personas estarían contagiadas con VIH, pero esa predicción tan catastrófica no llegó a ser realidad. (Mike Haddad/The New York Times)