Por The New York Times | Jenny Gross
Luego de graduarse en la primavera de 2020, Clare Banaszewski consiguió su trabajo de ensueño como enfermera en la sala de maternidad de un hospital de Omaha, Nebraska.
Ese invierno, Banaszewski, de 24 años, se contagió de coronavirus. Fue un caso leve y se recuperó a las dos semanas. Pero no tardó en sentir síntomas nuevos: con frecuencia tenía fatiga, se le dificultaba trabajar todo su turno de 12 horas, que antes se le pasaba volando. Sentía palpitaciones del corazón, tenía problemas cognitivos y dolores de cabeza graves; síntomas claros del padecimiento conocido como “COVID prolongado”.
Se tomó tres meses de licencia por enfermedad y luego regresó con turnos cortos de seis horas. Pero hasta eso la cansaba. Su gerente la entendía, pero a la larga tuvo que decirle a Banaszewski que el hospital tendría que contratar a alguien más. Banaszewski renunció hace seis meses y ha estado desempleada desde entonces.
“Da miedo”, expresó. “Tengo muchas deudas estudiantiles y estoy viendo cómo pagarlas. En realidad no tengo mucho ahorrado”.
Banaszewski es una de las al menos 7 millones de personas en Estados Unidos, según un cálculo, que no pueden trabajar de tiempo completo o que han tenido que reducir su carga de trabajo a causa del COVID-19 prolongado, que es cuando los síntomas del COVID-19 persisten semanas, meses o incluso años después de la manifestación de dicha infección.
Carreras interrumpidas
Algunas investigaciones han demostrado que los síntomas persistentes del COVID-19 son más frecuentes en personas de 30 a 40 años, cuando los trabajadores suelen estar en la plenitud de sus carreras. Según un estudio del gobierno británico, publicado este mes, esta dolencia además es más frecuente en las mujeres, en las personas que viven en zonas desfavorecidas y en las que trabajan en el ámbito de la asistencia social, la enseñanza o la salud o tienen otra discapacidad.
“Como nación tenemos que reconocer que la mayoría de las personas estarán en edad laboral, y hay que ayudarlos a que trabajen en un entorno que les permita recuperarse mientras trabajan”, declaró Fauzia Begum, médica de salud laboral del Servicio Nacional de Salud del Reino Unido y jefa médica de un programa de COVID-19 prolongado para todo el condado de Derbyshire, Inglaterra. “Si no haces eso, terminas en una posición en la que muchas personas no están trabajando”.
Begum y sus colegas han visto de primera mano cómo los pacientes que hacen demasiados esfuerzos en las primeras fases de la recuperación en ocasiones solo prologan sus síntomas.
Nisa Malli, una investigadora laboral que padece COVID prolongado, relató que volvió al trabajo demasiado pronto y luego tuvo que tomarse un largo periodo de descanso para recuperarse. Malli, quien dijo sentirse un 90 por ciento mejor dos años después de haber contraído el virus, añadió que tuvo suerte de que su empleador le permitiera trabajar a distancia y volver poco a poco al trabajo.
Sin embargo, otros tipos de trabajadores, como los cocineros que perdieron el sentido del olfato o los desarrolladores de software que no podían recordar los códigos que crearon antes de enfermarse, tal vez tengan que cambiar de profesión y necesiten apoyo para programas de recapacitación, comentó Malli, miembro de la Patient-Led Research Collaborative, un grupo de pacientes con COVID-19 prolongado que está investigando la enfermedad.
La diferencia clave entre el COVID-19 prolongado y otras discapacidades es que el virus se transmite por el aire, sobre todo en el lugar de trabajo y durante los desplazamientos, explicó Malli. También es diferente por el número de personas a las que ha afectado.
“Nunca hemos tenido una enfermedad posviral a esta escala”, afirmó, “en la que una empresa mediana tendrá múltiples empleados que primero se enfermarán de COVID y luego presentarán complicaciones a largo plazo”.
Un estudio publicado en enero por la Institución Brookings concluyó que es posible el COVID-19 prolongado constituya el 15 por ciento de los millones de puestos vacantes en Estados Unidos. ‘Otra carga desigual’
Algunos países de Europa occidental cuentan con políticas sólidas para proteger a las personas con discapacidad, afirmó Philippa Dunne, una de las autoras de un informe publicado por The Solve Long COVID Initiative, un grupo de investigación y defensa sin fines de lucro.
En Estados Unidos, empero, hay menos garantías. Dado que las personas no vacunadas pueden tener un mayor riesgo de padecer COVID-19 prolongado, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, podría haber más escasez de trabajadores en regiones con bajas tasas de vacunación, como el sur, que en regiones con mayores tasas de vacunación, señaló Dunne.
“Va a ser otra carga desigual”, sostuvo Dunne. “El sur de por sí tiene una tasa mucho más alta de gente que recibe ayuda por discapacidad que el noreste o el medio oeste. Eso también va a empeorar”.
Uno de los principales obstáculos logísticos para los empleados estadounidenses con COVID-19 prolongado es cumplir con los requisitos para recibir las prestaciones de desempleo. No hay una prueba única para diagnosticar el COVID prolongado y solo está definido en términos vagos, pues aún se desconoce mucho al respecto. Esto puede dificultar el diagnóstico y el acceso a las prestaciones por discapacidad. También puede complicar las respuestas de los empleadores, que todavía están buscando la forma de gestionar los problemas laborales relacionados con el coronavirus, incluida la delicada cuestión de si la vacunación contra el COVID-19 debe ser obligatoria para los trabajadores.
Katie Brennan, asesora de la Sociedad de Gestión de Recursos Humanos, indicó que los empleadores deben tener en cuenta sus obligaciones legales para con los empleados en virtud de la Ley Federal de Licencia Familiar y Médica (FMLA, por su sigla en inglés) y la Ley para Estadounidenses con Discapacidades (ADA, por su sigla en inglés). Según la FMLA, los empleados que reúnen los requisitos necesarios tienen derecho a un permiso de hasta 12 semanas, y también podría haber protecciones estatales, dijo.
Más allá de las directrices legales, las empresas pueden apoyar y retener a los empleados con COVID-19 prolongado ofreciéndoles flexibilidad y una opción de retorno gradual al trabajo. Según una guía del Real Colegio de Terapeutas Ocupacionales, es fundamental que las personas con COVID-19 prolongado eviten regresar al trabajo sin contar con las medidas necesarias para controlar la fatiga.
De acuerdo con las directrices publicadas por la agencia de seguridad laboral de la Unión Europea, “volver al trabajo demasiado pronto o con una carga de trabajo habitual puede provocar una recaída”. Algunos empleados se sienten culpables y no se atreven a tomarse un descanso cuando lo necesitan; anímalos a que descansen y se recuperen, y enfócate en preguntarles por su salud y no cuándo van a volver. Clare Banaszewski en la Universidad de Creighton en Omaha, Nebraska, en el verano de 2020. (Alex Cooper vía The New York Times).