Por The New York Times | Gretchen Reynolds
Todos sabemos que levantar pesas puede fortalecer nuestros músculos. Pero, al cambiar el funcionamiento interno de las células, el entrenamiento con pesas también puede reducir la grasa, según un nuevo e ilustrativo estudio sobre los fundamentos moleculares del ejercicio de resistencia. El estudio, en el que se observó a ratones y personas, descubrió que, tras el entrenamiento con pesas, los músculos generan y liberan pequeñas burbujas de material genético que pueden fluir hacia las células adiposas (o grasas), con lo que se desencadenan procesos relacionados con la quema de grasas.
Los resultados se suman a la creciente evidencia científica que muestra que el ejercicio de resistencia tiene beneficios únicos para la pérdida de grasa. También resaltan lo amplios e interconectados que pueden ser los efectos internos del ejercicio.
Muchos de nosotros catalogamos el entrenamiento de resistencia como una actividad para desarrollar musculatura y con justa razón. Levantar pesas —o trabajar contra nuestro peso corporal mientras hacemos flexiones, sentadillas o fondos de tríceps con una silla— aumentará de manera considerable el tamaño y la fuerza de nuestros músculos. Pero cada vez hay más estudios que sugieren que el entrenamiento con pesas también modifica nuestro metabolismo y nuestra cintura.
En experimentos recientes, los entrenamientos con pesas aumentaron el gasto energético y la quema de grasa durante al menos 24 horas después en mujeres jóvenes, hombres con sobrepeso y atletas. Del mismo modo, en un estudio que cubrí a principios de este mes, las personas que levantaban pesas de vez en cuando eran mucho menos propensas a convertirse en obesas que las que nunca practican esta actividad.
Sin embargo, seguimos sin saber con claridad cómo es que el entrenamiento con pesas modifica la grasa corporal. Parte del efecto se debe a que el músculo está metabólicamente activo y quema calorías, por lo que añadir masa muscular mediante el levantamiento de peso debería aumentar el gasto energético y los índices metabólicos en reposo. Después de seis meses de levantamiento de pesas, por ejemplo, los músculos quemarán más calorías solo porque son más grandes. Pero eso no explica del todo el efecto, porque añadir masa muscular requiere tiempo y repeticiones, mientras que algunos de los efectos metabólicos del entrenamiento con pesas sobre las reservas de grasa parecen producirse justo después del ejercicio.
Entonces, es probable que algo suceda a nivel molecular inmediatamente después de los entrenamientos de resistencia orientados hacia las células grasas, una hipótesis que un grupo de científicos de la Universidad de Kentucky en Lexington, la Universidad de Nebraska-Lincoln y otras instituciones decidió investigar en fechas recientes.
Los investigadores llevaban años estudiando la salud de los músculos, pero cada vez se interesaban más en otros tejidos, sobre todo en la grasa. Tal vez, especularon, los músculos y la grasa tenían un intercambio amistoso después de un entrenamiento.
En la última década, la idea de que las células y los tejidos se comunican a lo largo y ancho de nuestro cuerpo ha sido aceptada de manera generalizada, aunque la complejidad de las interacciones sigue siendo desconcertante. Experimentos sofisticados demuestran que los músculos, por ejemplo, liberan una cascada de hormonas y otras proteínas después del ejercicio que entran en el torrente sanguíneo, se dirigen a varios órganos y desencadenan reacciones bioquímicas allí, en un proceso conocido como diafonía celular.
Nuestros tejidos también pueden bombear pequeñas burbujas, conocidas como vesículas, durante la diafonía. Ahora se sabe que las vesículas, que antes se consideraban bolsas microscópicas de basura llenas de desechos celulares, contienen material genético activo y saludable, así como otras sustancias. Cuando estas sustancias se liberan en el torrente sanguíneo, transmiten este material biológico de un tejido a otro, como minúsculos mensajes.
Curiosamente, algunos experimentos indican que el ejercicio aeróbico hace que los músculos liberen esas vesículas, que transmiten una serie de mensajes, pero pocos estudios habían analizado si el ejercicio de resistencia también podría dar lugar a la formación de vesículas y al intercambio de mensajes entre los tejidos.
Así que para el nuevo estudio, publicado en mayo en The FASEB Journal, de la Federación de Sociedades Estadounidenses de Biología Experimental, los investigadores decidieron examinar las células de ratones a los que se hace desarrollar musculatura. Primero, incapacitaron experimentalmente varios de los músculos de las piernas de ratones adultos sanos, dejando que un solo músculo soportara todas las exigencias físicas del movimiento. Ese músculo se hipertrofió con rapidez, o aumentó de volumen, con lo que se consiguió una versión acelerada del entrenamiento de resistencia.
Antes y después de ese proceso, los investigadores extrajeron sangre, hicieron biopsias de tejidos, centrifugaron fluidos y examinaron en el microscopio las vesículas y otros cambios moleculares en los tejidos.
Observaron muchas muestras. Antes de su improvisado entrenamiento con pesas, los músculos de las patas de los roedores estaban repletos de un fragmento concreto de material genético, conocido como precursor de miR-1, que modula el crecimiento muscular. En los músculos normales no entrenados, el precursor de miR-1, que forma parte de un grupo de pequeñas cadenas de material genético conocidas como microARN, frena el crecimiento muscular.
Sin embargo, tras el ejercicio de resistencia de los roedores, que consistía en caminar, los músculos de las patas de los animales parecían haberse quedado sin precursor de miR-1. Al mismo tiempo, las vesículas de su torrente sanguíneo se llenaron de esta sustancia, al igual que el tejido graso cercano. Al parecer, los científicos concluyeron que las células musculares de los animales empaquetaron de algún modo esos fragmentos de microARN que retrasan la hipertrofia en vesículas y los enviaron a las células grasas vecinas, lo que permitió que los músculos crecieran enseguida.
Pero los científicos se preguntaban qué hacía el precursor de miR-1 en la grasa. Para averiguarlo, usaron un colorante fluorescente como marcador de las vesículas de los ratones entrenados con pesas y las inyectaron en animales no entrenados y siguieron la trayectoria de las burbujas brillantes. Los científicos observaron que las vesículas se dirigían a la grasa, se disolvían y depositaban allí su carga de miR-1.
Poco después, algunos de los genes de las células adiposas se activaron. Estos genes ayudan a dirigir la descomposición de la grasa en ácidos grasos, que otras células pueden utilizar como combustible, reduciendo las reservas de grasa. En efecto, el entrenamiento con pesas estaba reduciendo la grasa en los ratones mediante la creación de vesículas en los músculos que, a través de señales genéticas, indicaban a la grasa que era el momento de descomponerse.
“El proceso fue extraordinario”, comentó John J. McCarthy, profesor de Fisiología de la Universidad de Kentucky, autor del estudio junto con su entonces estudiante de posgrado Ivan J. Vechetti Jr. y otros colegas.
Pero los ratones no son personas. Por eso, en la última faceta del estudio, los científicos recogieron sangre y tejidos de hombres y mujeres sanos que habían realizado un solo entrenamiento de pesas agotador para la parte inferior del cuerpo y confirmaron que, al igual que sucedía en los ratones, los niveles del precursor de miR-1 en los músculos de los voluntarios disminuían después del entrenamiento, mientras que la cantidad de vesículas que contenían miR-1 en su torrente sanguíneo se disparaba.
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