Por The New York Times | Carl Zimmer
Desde el momento en que Edward Holmes vio los ojos con manchas oscuras a su alrededor de los perros mapache mirándolo desde el otro lado de los barrotes de su jaula de acero, supo que tenía que captar ese momento.
Era el mes de octubre de 2014 y Holmes, un biólogo de la Universidad de Sídney, había ido a China a obtener muestras de cientos de especies de animales en busca de nuevas clases de virus.
En una visita a Wuhan, un centro de comercio con once millones de habitantes, los científicos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) de la ciudad lo llevaron al Mercado Mayorista de Mariscos de Huanan. Holmes vio que, en todos y cada uno de los puestos de ese lugar tan mal ventilado, vendían animales silvestres vivos —víboras, tejones, ratas almizcleras, aves— para que fueran preparados como alimento. Pero fueron los perros mapache los que hicieron que sacara su iPhone.
Por ser uno de los científicos del mundo que se especializan en la evolución de los virus, Holmes sabía a la perfección cómo pasan los virus de una especie a otra (en ocasiones con consecuencias letales). La epidemia del SRAG (síndrome respiratorio agudo grave) en el año 2002 fue provocada por el coronavirus de un murciélago de China que infectó a algún mamífero silvestre antes de infectar a los seres humanos. Uno de los principales sospechosos de ser ese animal intermedio es el peludito perro mapache.
“No se podría tener un mejor ejemplo del desarrollo de una enfermedad que está a la espera de brotar”, comentó Holmes, de 57 años.
Este hombre alto y calvo de nacionalidad inglesa hizo todo lo que pudo para que no se fijaran en él mientras tomaba una fotografía de los perros mapache, los cuales se asemejan a unos mapaches de patas largas, pero que están más emparentados con los zorros. Luego tomó unas cuantas fotografías más de otros animales que estaban en sus jaulas. Cuando uno de los comerciantes empezó a aporrear a uno de los animales, Holmes guardó el teléfono y se escabulló.
Holmes no se volvió a acordar de esas fotografías hasta el último día de 2019. Cuando revisaba Twitter en su casa de Sídney, se enteró de una preocupante epidemia en Wuhan —una neumonía similar a la del SRAG cuyos primeros casos estaban relacionados con el mercado de Huanan—. Los perros mapache, pensó.
“Era una pandemia a punto de ocurrir… y sí que se desarrolló después”, comentó.
Desde aquel día, Holmes se vio inmerso en un remolino de hallazgos y controversias relacionadas con el origen del virus que lo hicieron sentir como “el Forrest Gump del COVID”, nos dijo en son de broma. Él y un colega chino fueron los primeros en mostrarle al mundo el genoma del nuevo coronavirus. Después, Holmes encontró pistas esenciales acerca de la manera en que, con mayor probabilidad, este patógeno habría evolucionado de los coronavirus procedentes de los murciélagos.
También en el controvertido debate geopolítico en torno a si era posible que el virus hubiera salido de un laboratorio de Wuhan, Holmes se ha convertido en uno de los partidarios más firmes de una teoría que dice lo contrario: que el virus provino de un animal silvestre. En fechas recientes, Holmes, junto con algunos colegas en Estados Unidos, dio a conocer algunas pistas prometedoras de que era probable que los perros mapache que fotografió en 2014 encerrados en sus jaulas de acero hubieran iniciado la pandemia.
Las investigaciones sobre el COVID que ha realizado Holmes le han valido reconocimientos a nivel mundial, entre ellos, el premio más importante a la ciencia otorgado en Australia. Pero también ha habido denuncias de que sus investigaciones habían estado supervisadas por el Ejército chino, además de oleadas de ataques en redes sociales e, incluso, amenazas de muerte.
A pesar de todo eso, Holmes ha seguido publicando muchos estudios sobre el COVID. Sus compañeros de toda la vida atribuyen su productividad tan constante en una época de tanta inestabilidad a su excepcional capacidad de formar grandes equipos de científicos y a su disposición de ir al fondo en los debates controvertidos si cree que estos son importantes.
“Es la clase de persona adecuada con la clase de mentalidad adecuada porque puede tener una mente abierta, comprometerse, ser sensato y no ponerse a la defensiva”, comentó Pardis Sabeti, una genetista en el Instituto Broad del Instituto Tecnológico de Massachussets y de la Universidad de Harvard que hizo investigaciones sobre el ébola con Holmes.
A la caza de virus
Cuando Edward Holmes era un joven en el oeste de Inglaterra, tuvo un maestro de Biología que puso en la pared un cartel de un orangután que decía: “No soy tu primo”.
El maestro le dijo a su grupo que no leyeran las tonterías que decían los libros de texto sobre la evolución. Eso hizo que este chico de 14 años quisiera incursionar en ello.
Empezó por estudiar la evolución de los monos y los seres humanos y luego pasó a los virus. Durante tres décadas (trabajando en las universidades de Edimburgo, Oxford, Pensilvania y, finalmente, Sídney), Holmes ha publicado más de 600 artículos sobre la evolución de virus como el VIH, el de la influenza y el ébola.
Cuando, en 2012, lo invitaron a ir a la Universidad de Sídney, aprovechó esta oportunidad para estar más cerca de Asia, donde temía que el comercio con animales silvestres pudiera desencadenar una nueva pandemia.
“Él va donde está la acción”, nos comentó Andrew Read, un biólogo evolutivo de la Universidad Estatal de Pensilvania que trabajó con Holmes en esa época.
Cuando estaba haciendo los preparativos para mudarse, Holmes recibió inesperadamente un correo electrónico de un virólogo chino llamado Yong-Zhen Zhang en el que le preguntaba si le gustaría estudiar con él los virus en China. Su trabajo juntos se convirtió con rapidez en una búsqueda incansable de nuevos virus en cientos de especies del reino animal. Estudiaron las arañas que arrancaban de las paredes de las chozas y los peces procedentes del mar de la China Meridional.
Al final, encontraron más de 2000 especies de virus nuevas para la ciencia y entre ellas hubo muchas sorpresas. Por ejemplo, los científicos solían pensar que los virus de la influenza infectaban principalmente a las aves, quienes luego podían transmitirlos a los mamíferos como nosotros, pero Holmes y Zhang descubrieron que también a los peces y a las ranas les da gripe.
“Eso ha sido muy esclarecedor”, señaló Andrew Rambaut, un biólogo evolutivo de la Universidad de Edimburgo que no participó en la obtención de muestras. “Es en verdad enorme la diversidad de virus existente”.
En 2014, en uno de sus viajes para la obtención de muestras, Holmes y Zhang formaron una sociedad con los científicos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Wuhan a fin de obtener muestras de los animales en la provincia de Hubei, donde se encontraban. Los científicos del CDC los llevaron al mercado de Huanan para que atestiguaran un caso de comercio de animales silvestres que era muy inquietante.
Después de esta visita, Holmes esperaba que él y sus colegas pudieran usar las técnicas de secuenciación genética que habían desarrollado en su investigación con animales para buscar virus en los animales del mercado. Pero a sus colegas les interesaba más rastrear virus en las personas enfermas.
Zhang y Holmes comenzaron a trabajar con los médicos del Hospital Central de Wuhan para buscar ARN viral en muestras del líquido pulmonar de personas que tenían neumonía. Gracias a esta colaboración, fue nombrado profesor invitado en el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de China de 2014 a 2020.
El mes pasado, Holmes y sus colegas publicaron su primer informe del proyecto, el cual tomaba como base las muestras de 408 pacientes obtenidas en 2016 y 2017. Resultó que muchas de ellas estaban infectadas con más de un virus y otras estaban infectadas también con bacterias y hongos. Los investigadores vieron incluso pruebas de una epidemia velada: seis pacientes estaban infectados con enterovirus genéticamente idénticos.
Holmes y Zhang también siguieron tomando muestras en la virosfera, analizando el suelo, los sedimentos y las heces de animales procedentes de toda China. Pero a fines de diciembre de 2019, ese trabajo tuvo que detenerse por completo.
La llegada del COVID
Cuando Zhang se enteró de la existencia de una nueva neumonía en Wuhan, les pidió a sus colegas del Hospital Central de Wuhan que le enviaran una muestra del líquido pulmonar de algún paciente. Esta llegó el 3 de enero y Zhang usó las técnicas que él y Holmes habían perfeccionado para buscar virus. Dos días después, el equipo de Zhang había armado el genoma del nuevo coronavirus, el SARS-CoV-2.
Otros equipos de científicos de China también habían formado la secuencia del virus, pero ninguno la dio a conocer debido a que el gobierno de China les había prohibido a los científicos que publicaran información al respecto.
Zhang y Holmes comenzaron a escribir un artículo acerca del genoma, el cual aparecería después en la revista Nature. Zhang desobedeció la prohibición y subió el genoma del virus a una base de datos de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. Pero esta base de datos tiene que hacer una extensa evaluación de los genomas nuevos, así que pasaron varios días sin que se ingresara la información.
Holmes recomendó a su colaborador que buscara otra manera de dar a conocer el genoma en todo el mundo. “Sentíamos que así tenía que ser”, comentó Holmes.
El 10 de enero, acordaron darlo a conocer en un foro de virólogos y Holmes lo subió a internet.
Según Jason McLellan, un especialista en biología estructural de la Universidad de Texas, campus Austin, que trabajó en la tecnología de ARN que se usó para la vacuna de Moderna, esa decisión fue algo determinante. Solo con esa secuencia genética, los investigadores podían comenzar a trabajar en las pruebas, los medicamentos y las vacunas. McLellan afirmó que, hasta ese momento, los investigadores como él eran como los corredores que están en su puesto de arranque esperando que den el disparo de salida.
“Este se dio en el instante en que Edward y Yong-Zhen publicaron la secuencia del genoma”, comentó. “De inmediato comenzó la agitación en Twitter, empezó el intercambio de correos electrónicos y dio inicio la carrera”. Después de tener la secuencia del genoma del coronavirus, a Holmes le llamó la atención que parecía como si algunos fragmentos del material genético hubieran sido puestos ahí por medio de ingeniería genética.
En una conferencia telefónica del 1° de febrero de 2020, Holmes compartió sus inquietudes con otros virólogos, entre ellos Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud, y con Anthony Fauci, el principal especialista en enfermedades infecciosas de Estados Unidos. En esa llamada, otros científicos explicaron que era posible que esas características del genoma se hubieran producido por la evolución natural de los virus.
Muy pronto después de eso, Holmes ayudó a los investigadores de la Universidad de Hong Kong a analizar un coronavirus encontrado en un pangolín que estaba emparentado estrechamente con el SARS-CoV-2. El virus era muy parecido sobre todo en la proteína de su superficie, llamada de la espícula, que el virus utiliza para introducirse a las células.
Descubrir una característica biológica tan definida en un virus procedente de un animal silvestre hizo que Holmes estuviera más seguro de que el SARS-CoV-2 no era un producto de la ingeniería genética. “Algo que parecía tan raro, de pronto se volvió totalmente ordinario”, explicó Holmes.
Holmes y sus colegas expusieron algunos de estos hallazgos en una carta publicada en marzo de 2020. Ese mismo mes, publicó algunas de sus fotografías de los animales enjaulados en el mercado de Huanan con un comentario que escribió con Zhang en el cual insinuaba que tal vez ese podría haber sido el lugar en que se dio el contagio animal. En los informes publicados el mes pasado, Holmes y más de 30 colaboradores analizaron los primeros casos de COVID, descubrieron que estaban concentrados alrededor de ese mercado y estudiaron las mutaciones de las primeras muestras del coronavirus.
Chris Newman, un biólogo especialista en fauna silvestre de la Universidad de Oxford y coautor de uno de los estudios, mencionó que, a fines de 2019, sus colegas chinos vieron una gran cantidad de mamíferos silvestres que estaban a la venta en el mercado de Huanan. Cualquiera de ellos pudo haber sido el responsable de la pandemia, aseveró Holmes.
“Todavía no hay pruebas de que hayan sido los perros mapache, pero sin duda ellos están entre los sospechosos”, afirmó. El biólogo Edward Holmes en Sídney, el 17 de marzo de 2022. (David Maurice Smith/The New York Times) El virólogo chino Yong-Zhen Zhang en Shanghái. (Keith Brasher/The New York Times)