Por The New York Times | Anna Marks
Harry Styles, el príncipe del pop de este verano, se ha ganado su corona plasmando las fantasías de millones de personas y dándole un enfoque aparentemente innovador a la proyección de la identidad sexual diversa. Mientras hace crecer su reino y conquista la cultura pop, Styles también ha sido acusado —en sus dos últimos lanzamientos discográficos— de utilizar la identidad queer para pulir su fama sin declararse explícitamente queer.
Hablar de la identidad de cualquier persona, aunque sea famosa, es intrínsecamente delicado. Sin embargo, en una cultura obsesionada con la política identitaria y aún lastrada por la homofobia, es inevitable que miremos a nuestros iconos y nos preguntemos quiénes son en realidad, sobre todo cuando su estilo y su mística parecen invitarnos a hacer preguntas.
Las actuaciones de Styles (y el desorbitado precio de las entradas) hacen que su identidad sea un tema de nuestra incumbencia. Sube al escenario con lo que se ha convertido en un símbolo de resistencia apto para grandes empresas: la bandera arcoíris. También integra símbolos menos evidentes de su posible identidad queer: flores de tamaño considerable en la solapa (como las que lucía Oscar Wilde); un retal azul que cuelga provocativamente de un bolsillo trasero (como los que buscan ligue en el Village de Nueva York); las palabras “Never Gonna Dance Again” tatuadas en los pies (lo que cantaba George Michael, gay no declarado, primero, y después orgullosamente declarado).
Sin embargo, cuando habla, Styles nos dice cosas muy distintas. Se ha negado sistemáticamente a declararse queer o a atribuirse cualquier otra etiqueta cuando la prensa le ha preguntado. Este año, en un perfil publicado en la revista Better Homes & Gardens, dijo sobre la orientación sexual: “He sido muy transparente con mis amigos, pero esa es mi experiencia personal; es mía”.
Su deseo de vivir alejado de las miradas indiscretas no tiene nada de raro. Los tabloides y los fans han contado historias con diversos grados de credibilidad sobre la vida sentimental de Styles desde que era adolescente, vinculándolo con múltiples mujeres (y algún hombre esporádicamente). En un perfil reciente, Styles calificó de suposiciones las conjeturas sobre sus escarceos amorosos —y, por tanto, cualquier pista que den sobre su orientación sexual—, y dijo: “Creo que no he estado con nadie en público”.
Es difícil, pues, conciliar las dos identidades públicas de Styles, aparentemente incompatibles y que les rompen el corazón a muchas fans queer como yo. En una, Styles, como supuesto heterosexual, se apropia de la imaginería de una comunidad marginada. En la otra, Styles, sin salir del armario, adopta una actitud queer, presumiblemente con la esperanza de que su comunidad pueda “tenderle la palma de la mano” y darle la bienvenida.
En privado, Styles podría, por supuesto, afirmar cualquiera —o muchas— de las identidades de género y orientaciones sexuales del espectro. Pero la cuestión aquí es que Styles nos pide que disfrutemos de sus actuaciones sin darnos la llave con la que abrir el verdadero significado de sus actuaciones. Merece la pena preguntarse por qué su puerta está cerrada con llave.
Si Styles está luchando con un armario, fue una cultura homófoba la que lo construyó, y no ninguno de sus actos. Acusarlo de explotar la identidad queer de sus fans crea una especie de trampa: solo puede negar en serio las acusaciones saliendo del armario e identificándose de un modo que el público no aceptaría sin reservas.
Así que pensémoslo un momento: ¿De verdad es tan inconcebible que una de las personas más famosas del mundo pueda estar atrapada en el mismo armario que tú o yo?
Como una persona queer, me resulta imposible mirar el modo en el que Styles utiliza nuestros símbolos con tal destreza, constancia y precisión y no ver esos símbolos por lo que seguramente sean: una prueba de que es uno de nosotros. Quizá no soy lo bastante cínica para creer que cualquiera podría atreverse a ganar tantísimos millones apropiándose flagrantemente de la cultura queer. O tal vez me falta imaginación para adivinar algún otro significado —la solidaridad como aliado, posiblemente— a partir de sus actuaciones. Sin embargo, aunque el carácter queer de Styles resultara ser nada más que un espejismo, no puedo evitar pensar que es mejor equivocarse siendo crédula y receptiva que tener razón siendo una cruel guardiana de las esencias.
Styles camina por una cuerda floja. Puede mandar señales a quienes las entienden y, al mismo tiempo, construir el mito de Harry Styles como famoso, un código rentable e intocable diseñado para atraer al mayor número de fans —y de billeteras— como sea posible. La celebridad es un estudio sobre las contradicciones: atractivo, pero no amenazante; cordial, pero insondable; heterosexual, pero interpretable como queer. Styles ofrece una bonita pantalla donde un par de generaciones pueden proyectar sus fantasías sexuales, románticas o ideológicas. Ese famoso nunca se atrevería a ofender a nadie saliendo del armario.
No estoy del todo convencida de que el público tenga derecho a saber la manera en la que Styles describe su identidad a sus amigos. Pero no importa cómo se identifique Styles, ni que lo haga o no; no debemos desviar la mirada de la incómoda verdad sobre su imagen pública: este famoso ha empleado símbolos queer y se ha ataviado como un icono ambiguo, sin abordar el turbio y desagradable aspecto político de atribuirse una etiqueta pública.
Al exhibir los símbolos queer como él lo hace, Styles podría estar tratando de lidiar con una cultura y su armario como mejor puede. Sin embargo, también les envía a los jóvenes, a los fans que se hacen preguntas, el mensaje de que es aceptable, quizá incluso deseable, rechazar el mantra de Harvey Milk que ha guiado a muchas personas en la comunidad LGBTQ en nuestra lucha por la libertad colectiva: “Todos los gays deben salir [del armario]”.
En el perfil de Better Homes & Gardens, Styles omite el asunto en una de sus pocas declaraciones reveladoras acerca de la identidad sexual: “Lo importante de adónde deberíamos estar dirigiéndonos, que es a aceptar a todo el mundo y a ser más abiertos, es que debería dar igual, y que no se trata de tener que ponerle etiquetas a todo, de tener que aclarar qué casillas marcas”, dijo.
Estas vagas palabras, que van en la línea de la identidad sexual variada, amortiguan el peligro de la tentadora fantasía que Styles presenta. En su fama va implícita la idea de que las luchas más importantes contra los prejuicios antiqueer han terminado, y que es bueno —o al menos lo es para el negocio— hacerse el esquivo para despertar el interés de las masas, incluso de quienes preferirían verte muerto antes que enamorado.
Esta postura no está a la altura del desafío que representa el notable aumento de la oposición antiqueer en los últimos años. En Estados Unidos, donde Styles reina en los escenarios, las leyes anti-LGBTQ han pasado a ser un elemento constante en las legislaturas de muchos estados. En Europa del Este, donde Styles estuvo de gira a principios de este verano, los derechos LGBTQ han experimentado un retroceso. Y en muchos otros mercados de todo el mundo se niega nuestra existencia, cuando no se nos ilegaliza directamente. Frente a este odio, Styles no ha optado por la rebelión abierta. Él propone un llamado, fácilmente digerible, de que “se trate bien a la gente”. Es un cliché desafinado, que no está en sintonía con el estilo de intolerancia que vemos en 2022.
Si nuestra comunidad busca la verdadera liberación, la actitud queer de Styles —“no preguntes, no digas”— no es algo a lo que debamos aspirar. Más bien debería ser algo que deberíamos lamentar.
Salir del armario debería ser un acto de resistencia política, pero también es una celebración. Exclamamos al mundo: “¡Estoy aquí! ¡Soy queer! ¡Debes aceptarme!”. Quizá no sea siempre un mensaje aceptable y vendible, pero, si ofende a quienes nos odian, entonces debemos decirlo bien alto.
Al margen de cómo se identifique, si Styles quiere bailar con nuestros símbolos, haría bien en prestar más atención a sus significados políticos, sueñe o no con nosotros por la liberación.