“En Uruguay somos pocos, el mercado es chico”: esa sentencia, con variantes adaptadas a contextos diversos, ha sido utilizada durante años como intento de explicación de carencias o justificación de fracasos. Que el último modelo de cierto aparato llegara tarde y caro, que los Rolling Stones no vinieran a tocar, que la FIFA supuestamente conspirara para radiarnos de los mundiales porque la camiseta celeste no cotizaba, que los espectáculos uruguayos se hicieran con dos mangos y sujetando los decorados -y los presupuestos- con alfileres.
Pero los tiempos cambiaron: hoy los chiches tecnológicos llegan rápido, los Rolling Stones tocaron en Uruguay, la selección lleva cuatro clasificaciones mundialistas al hilo, y los realizadores nacionales -al menos algunos- se animan a meterse en proyectos de gran calado.
Ya en los años 80, en tiempos de producciones artesanales y con notorias limitaciones, Canal 12 supo sacudir la modorra con las aplaudidas Telecachadas, programas unitarios que descollaban por la calidad de su puesta en escena, maquillajes nunca antes vistos en el medio local, y una desusada prodigalidad en tomas en exteriores. Estas incluyeron una excursión al Cabo Polonio, sitio que a la sazón era mucho menos popular y accesible que hoy.
Hoy, con ¿Quién es la Máscara? el mismo canal logra -salvando la distancia que marcan las épocas- hacer la misma magia: generar un producto rompedor y del que todo el país habla.
Esta semana, Montevideo Portal tuvo la ocasión de asistir a una de las supersecretas grabaciones rodadas en el supersecreto y modificado estudio de la calle Enriqueta Compte y Riqué, y ver desde dentro cómo opera tan elevada taumaturgia. Y con excepción de la identidad de las celebridades enmascaradas, lo averiguó todo.
Algo para celebrar
“Eso tuvo que ver con los 60 años del canal, quisimos hacer una apuesta fuerte,
diferente”, dijo a Montevideo Portal Diego García Scheck, director de TV de
Canal 12, acerca de la decisión de “salir a lo grande” este año, a pesar de las
incertidumbres de la economía post pandemia.
“Ya el año pasado hicimos una apuesta diferente con Fuego
Sagrado, y ahora con el aniversario
quisimos hacer algo más fuerte y que además fuera una sorpresa. Pudimos
recurrir a otros formatos más conocidos, pero fuimos hacia uno que hoy está
teniendo mucho éxito en el mundo, que es novedoso y que acá (en la región) la
gente no lo conoce”. En ese sentido, recordó que en Argentina -país que suele
ganarnos de mano en estos asuntos- el programa todavía no se estrenó, aunque se
espera que lo haga este mismo año.
Gustavo Landivar, productor general, recordó al respecto las conversaciones que, hace más de un año y en un asado, mantuviera con Eugenio Restano, gerente de programación, quien trajo la idea desde el extranjero. A modo de anécdota, contó que la descripción con palabras que intentó el directivo en un primer momento no terminaba de entusiasmar a los presentes. “Eran famosos cantando disfrazados . . . nada más. Entonces le pedimos que nos mostrara el video, y ahí sí: era un megaespectáculo”, relató.
Somos pocos y nos conocemos
Una vez encendida la mecha, hubo que remangarse y
comenzar a resolver problemas.
“Nos encantaba la idea, pero empezamos a pensar en que Uruguay es chico” en
comparación con otros países donde triunfó el formato, señaló Landivar.
“¿Qué figuras podemos tener o traer? y lo más difícil ¿cómo esconderlas?”, eran las preguntas que desvelaban al entonces pequeño equipo de producción. Sin embargo, se logró un “protocolo local” basado en parte en la experiencia española, con el que se alcanzó el objetivo de mantener en secreto la identidad de los enmascarados dentro de este paisito donde los chismes viajan a velocidad desmesurada.
El propio funcionamiento del canal desde que comenzó el proceso es buena prueba de ello. Alejandra Borques, productora ejecutiva, recordó que la “célula primigenia” del programa comenzó a trabajar en octubre pasado, y estaba compuesta por sólo tres personas “iniciadas” en el misterio. Hoy el equipo del programa supera el centenar de trabajadores en las funciones más diversas. Pese a ello, los conocedores de la identidad de los enmascarados son apenas seis.
“Se construyeron camerinos, todo un circuito interno para que los participantes se muevan por lugares donde no circula nadie más. Eso implicó cerrar el estudio principal desde el día cero”, detalló Borques, quien añadió que esa compartimentación se ve en cada rubro. “En la parte de la escenografía solo entran los que trabajan en ello”, y en cuanto a los enmascarados “tienen su propio equipo de producción y de seguridad que controla que permanezcan en sus camerinos y que sólo salgan en los momentos estipulados”.
Desde abril, mes en que comenzaron las grabaciones, el personal
no afectado al programa no puede siquiera asomar la nariz por los rodajes. “El
80% del canal no conoce este estudio”, aseguró. Y no podrá verlo hasta el final
de las filmaciones.
Estas medidas de ocultamiento son tan eficientes que hacen innecesarias las
exageraciones. Quien esto escribe, por ejemplo, no debió firmar contrato alguno
de confidencialidad, ni desprenderse de su celular. De hecho, se movió por el
estudio llevando al cuello una cámara fotográfica provista de un potente
teleobjetivo. Pese a ello, no hubo forma de que registrara nada que los celosos
productores no quisieran mostrar, y el lector no verá en esta nota ninguna
imagen de las máscaras que participaron del rodaje.
Están tocando nuestra canción
El cuidado por preservar la identidad de las figuras está presente en cada
performance.
“Todos los ensayos se hacen con las voces distorsionadas, la voz real sólo aparece el día en que se graba”, detalló Landivar, quien explicó que eso se hace para evitar especulaciones a partir del timbre de voz de los enmascarados.
Y si de cantar se trata, ese es otro cantar: no todos los enmascarados tienen dotes o experiencia en el rubro, y hay que hacer con ellos un entrenamiento intenso para que -al menos por dos minutos- sean como Pavarotti. A modo de ejemplo, Borques relató lo sucedido con Cristian “Cebolla” Rodríguez, quien fuera desenmascarado el pasado jueves. “Dijo que era tímido, que no sabia cantar pero le divertía hacerlo”, e incluso reveló con qué canción “se defendía” mejor.
“Este es un programa que tiene dentro muchos mini programas, que son los temas musicales”, profundizó García Sheck. “Para llegar a una canción que dura dos minutos, son muchos días de ensayos, de coreografías” en los que todo debe funcionar como una orquesta, enfatizó.
Vísteme despacio que tengo prisa
Uno de los elementos más comentados por los televidentes es el buen aspecto de los disfraces que visten los enmascarados. Y si bien en la pantalla pueden apreciarse, vistos en vivo y bien de cerca revelan detalles que hablan de una gran factura técnica.
“Hay gente que cree que son traídos del extranjero, pero se hicieron acá”, refirió no sin orgullo Borques, quien detalló que si bien existía la posibilidad de arrendarlos en países donde el formato ya se produjo, se optó por la manufactura local.
La confección comenzó en marzo y se hizo en tiempo récord. “Fueron dieciocho personas trabajando en paralelo. Se creo un taller específico para ello dentro del canal, y en algún momento hubo que trabajar afuera, porque no cabían todos”, recordó.
En la tarea participó “gente muy capacitada”, bajo la batuta de la vestuarista Amparo Alloza, con vasta experiencia como jefa de Vestuario del Sodre.
Supera a la ficción
Dentro del “estudio supersecreto”, lo ficticio cobra real consistencia. Fabián “Fata” Delgado”, Sofía Rodríguez, Patricia Wolf y Emir Abdul, investigadores abocados a deducir las identidades ocultas, muestran un entusiasmo genuino, que permanece incluso en las pausas en las que cámaras y micrófonos se apagan. Para ellos el misterio es tan auténtico como para los televidentes, ya que no fingen desconocer lo que ocultan los disfraces: realmente no lo saben, como tampoco lo sabe Maxi de la Cruz, el conductor.
Los investigadores en su estrado y los espectadores en sus hogares exprimen las pistas elaboradas por el guionista Pablo Oyhenart, quien camina por encima de un hielo muy delgado: debe dar indicios suficientes para poner las mentes a trabajar, pero a su vez guardarse de no revelar demasiado.
“Hay una química increíble entre ellos. Se divierten, pelean, compiten y quieren ganar, igual que la gente en sus casas”, apuntó Landivar sobre el panel de investigadores.
Una rara avis en la red del pájaro
Esa “gente en sus casas” es capítulo aparte, y sus reacciones se reflejan en las redes sociales. Desde el primer programa, cada jueves a la noche #LaMascaraUy es tendencia en Twitter, y la red se transforma en una especie de penca virtual en tiempo real, salpimentada con memes y humoradas.
Curiosamente, esa plataforma tan proclive al insulto,
la agresión gratuita y la defenestración instantánea, brindó una buena acogida
al programa.
“Creo que la gente agradece una nueva idea, algo novedoso, que rompa. Game shows hay un montón, con elementos diferentes, pero siempre sobre un mismo esqueleto. Esto es nuevo, loco, sorprende”, consideró Landivar.
Para Borques, el hecho de que las redes sociales se rindieran a La Máscara es señal de un fenómeno que le tocó notar en su entorno, y que en cierta forma va a contramano del discurso sobre el “fin de la televisión”, esgrimido por -entre otros- el comunicador argentino Mario Pergolini, quien semanas atrás se refirió a la “muerte de la TV”, medio que -opinó- sirve para “hablarle a personas de 70 años”.
“Los hijos de todos los compañeros del canal están colgados con el programa, se mueren por venir. No nos pasa siempre”, refirió, con la convicción de que eso tiene un claro significado: “volvimos a ver la tele en familia”.