En la urbe de 11 millones de personas, así como en otras ciudades de la provincia central de Hubei, se impuso una cuarentena a finales de enero. Una decisión drástica para frenar la propagación de la enfermedad.
Es en Wuhan donde se registraron la mayoría de los 3.322 muertos y 81.620 casos de contagio del letal virus que se han dado en China.
Las autoridades empezaron a levantar las restricciones de movimiento cuando el número de nuevas personas infectadas es casi nulo. Las personas de fuera de la ciudad también están autorizadas a entrar.
Antes, las calles estaban totalmente vacías y silenciosas y los comercios cerrados. Los vecinos, aterrorizados, se apresuraban a comprar comida y medicamentos. El miedo estaba omnipresente.
Ahora, la circulación vuelve poco a poco, las tiendas abren sus puertas y los habitantes vuelven de nuevo a rehacer su día a día.
"¡Tenemos que resistir! Si no, para qué seguir viviendo, ¿no?", dijo a la AFP Waiwai, dueño de un café en Wuhan. Su pequeño establecimiento abrió el domingo pero solo para preparar comida de encargo, ya que todavía se tiene que mantener la distancia social.
Pese a esta mejoría, China teme un segundo brote de la epidemia, esta vez provocado por las personas procedentes de los países donde la COVID-19 está haciendo actualmente estragos, como Estados Unidos o Europa.
Las autoridades de Wuhan advirtieron el viernes que la vuelta total a la normalidad llevará tiempo, e instaron a que la gente siga vigilante. Por ello mantuvieron ciertas restricciones, como el uso de la mascarilla, y los límites a las agrupaciones.
"Seguro que todavía hay un riesgo. Entre las personas que vendrán del exterior de la ciudad, habrá todavía casos importados", estima Bian, un joven de 26 años que trabaja en la alimentación.
Junto a unos amigos suyos, se pasea por una tienda. Dice sentirse feliz de ver la luz al final del túnel.
"Sienta bien. Estuve encerrado en mi casa durante demasiado tiempo".
AFP