El ministro del Interior de Argentina, Eduardo Wado de Pedro, perdió a sus dos padres en la dictadura argentina. Su padre, Enrique, estudiante de derecho y militante de la Juventud Peronista y de la agrupación Montoneros, fue asesinado en abril de 1977; a su madre, Lucila Révora, la secuestraron en 1978, desde esa fecha está desaparecida.
En entrevista con Alejandro Fantino, en su programa Multiverso Fantino (Neura 89.7 FM), el político kirchnerista narró el asesinato de su padre y el posterior secuestro de su madre.
“Yo nací en el 76, mi padre era de Buenos Aires, estudiaba abogacía, lo asesinan en el 77, yo tenía cinco meses; mi padre era empleado en Tribunales, era de la Juventud Peronista. Mi madre se queda en Buenos Aires, yo tenía un año y 11 meses cuando entran a nuestra casa en Floresta [Buenos Aires] varios militares. La asesinan a ella, al otro compañero que estaba ahí”, contó.
“A mi vieja la asesinan en el baño; yo estaba con ella, que usó la bañera para protegerme de las balas y a ella se la llevan al centro clandestino Olimpo, a mí me dejan con una vecina y al otro día me secuestran”, agregó De Pedro.
Explicó que, “por gestión de familiares de Mercedes”, su ciudad natal, “por los curas y esos vínculos de pueblo, donde se conocen todos”, pudo volver a su casa, con su familia materna.
“Tuvimos la suerte que un comerciante amigo de [Carlos Guillermo] Suárez Mason —militar argentino conocido como ‘el carnicero del Olimpo’—, hizo gestiones, como lo han hecho muchísimos familiares y muy pocos tuvieron suerte, y yo tuve la suerte de que un día llaman a la veterinaria de mi tío y le dicen que tenían un paquete para la familia Révora y me van a buscar a la intersección de la ruta 5 y la ruta 41; ese paquete era yo. Ahí paso toda la infancia y la adolescencia en Mercedes”, dijo el ministro.
Luego, el político contó cómo fue el proceso de su duelo, su crecimiento en el “silencio” que caracterizó a la Argentina postdictadura y la búsqueda de la historia de sus padres a mediados de los noventa.
“Cuando me vine en el 97 [a Buenos Aires], empecé a estudiar psicología y ahí vi también que era muy necesario fortalecer la identidad y atravesar el duelo. Tenía la misión de hacerlo solo por más doloroso que sea. Y ahí fue cuando fui a tocar timbre, solo”, dijo, antes de narrar su retorno a la casa de donde lo secuestraron los militares.
Contó que nadie le contestó cuando tocó el timbre: “Tenía la dirección. Lo que hice fue tocar el timbre de al lado. Era 333, no me respondía nadie y toqué en el 335 y sale una señora, rubia, con rulos. Y le digo: ‘Una pregunta, ¿usted está acá hace mucho?’. ‘Sí’, me dice, ‘¿por qué?’”.
“Porque estoy buscando a alguien que haya visto un operativo que pasó acá en el año 78 y se da vuelta y dice: ‘Vino Pichu, vino Pichu’. Empezó a gritar y yo dije: ‘No, no, perdón, se confundió’. Llama a la hija y al esposo. Vienen, me abrazaron fuerte. Y yo digo: ‘No, no soy Pichu, yo soy Wado, soy hijo…’”.
“‘Ya sé —me decía— sos el hijo de Mirta’”. Dije: ‘No, no, no soy el hijo de Mirta, soy el hijo de Lucila Révora’, y ahí caigo que la conocían como Mirta. Entonces me hicieron pasar, a mi me decían Pichu, a mi vieja le decían Mirta y eran los vecinos con los cuales yo había estado esa noche, después del operativo y que son los que en un Falcon fue a buscarme, diciéndole que eran mis tíos y fue el secuestro. Y me encontré con unas cosas maravillosas. Ropa mía, unas cartitas, la pipa de mi viejo, ropa de mi vieja, cosas, y las guardaron más de 20 años”, explicó.
Consultado sobre si eso lo “ayudó a duelar”, respondió: “Muchísimo. Después me metí por el techo a la casa vecina que estaba abandonada en esa época. Entré al baño, había todavía azulejos rotos, la puerta de un altillo con tiros. Muy fuerte”.