Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Todavía faltan 10 minutos para terminar la entrevista, una larguísima entrevista que pensé que sería de 45 minutos y finalmente duró dos horas y 20 minutos. Es difícil parar la verborragia de Volonté; cada vez que atino a hacerle una nueva pregunta recibo un rezongo, que acepto entre risas. Entonces, cuando todavía faltan 10 minutos para terminar esta larguísima charla, él hace una pausa para agradecer. Dice que la oportunidad le sirvió como “catarsis”, y que él la necesitaba.
Ahí, Alberto Volonté Berro (83) hace una confesión. Dice que, a veces, cuando queda solo en su enorme apartamento del edificio Panamericano del Buceo, llora. Llora un buen rato, pensando en sus padres y hermanos, en los seres queridos que ha perdido, en especial en su padre, que falleció en sus brazos, o en una hermana que murió a los 34 años, con toda una vida por delante. Pero después piensa en “las locuras” que ha hecho, en lo que ha bailado en el Palacio Peñarol, en las tardes de juerga en los studs del hipódromo, en la cantidad de amigos que ha cosechado de todas las tiendas políticas. Y ahí Alberto —el viejo caudillo blanco que lideró el movimiento Manos a la Obra—se recompone, recupera el buen ánimo.
Volonté, que a fines de 1994 estuvo a un 1% de ser presidente de la República, reivindica aquella coalición de gobierno que formó con Julio María Sanguinetti, aunque dice que esta que gobierna hoy “es mejor”. Defiende la gestión de Lacalle Pou, aunque reconoce que se equivocó “en la selección” de Alejandro Astesiano como jefe de custodia. “Creo que Lacalle pensó en él por su experiencia, por cómo lleva las armas; que por ser medio ‘pillo’ lo iba a cuidar bien, a él y a su familia. Porque una cosa es afanarle una gallina al vecino, y otra cosa es ser un delincuente”. Y vaticina que el Caso Astesiano no le restará votos al gobierno en las urnas en 2024.
Hoy, y desde hace tiempo, alejado de la política partidaria, dice que no la extraña, que es feliz con poca cosa: compartir tiempo con su esposa, sus cuatro hijos, sus 11 nietos, su Nacional querido, sus copas y sus caballos corriendo.
“Entré al movimiento 8 de Abril, y en ese grupo comprendí que el partido blanco no era solo un partido político, sino una manera de interpretar la Banda Oriental como país independiente”
De joven se recibió de abogado y trabajó en el BPS. ¿Se acuerda qué lo impulsó a meterse en política?
Nací para la política. En 1946 una nueva música me cautivó: (canta) “Una nueva era, una nueva era, ¡una nueva era vendrá con Herrera!”. Soy del 39, así que yo tenía 7 años. Por el lado de padre vengo de inmigrantes tanos, y a mucho orgullo. Y mamá era bisnieta del presidente [Bernardo Prudencio] Berro, y mi abuelo, Carlos Berro Antuña, se fue con su padre, Bernardo G. Berro, uno de los hijos del presidente, y se asiló en Argentina. Por eso mi abuelo es argentino. Se ganaron militarmente las dos guerras civiles de 1897 y 1904, se hizo el acuerdo y se dividió el país en jefaturas políticas. Era un poco “la paz de abril”, cuando terminó la revolución tricolor. A mi bisabuelo lo nombraron jefe político de la zona que tenía como capital Melo. Lleva a mi abuelo, se recibe de escribano en Treinta y Tres, se enamora de mi abuela, y mamá nace en 1908.
¿A qué voy? Mamá era heredera de una familia impresionantemente blanca. Pero, además, había vivido los resabios de las revoluciones, por cuentos directos de los padres y los abuelos. Y eso me influyó. Nadie me adoctrinó, pero me lo transmitieron. Todos eran blancos independientes, menos mamá que era herrerista, pero no se lo decía a su padre, para no ofenderlo, porque él era blanco independiente.
Entonces fue blanco por tradición familiar, más que por convicción…
No, no… En el año 50 yo vivía en bulevar España y Lázaro Gadea, y a la vuelta, sobre la calle Pimienta, había un club político de Fernández Crespo, y yo iba “de mosca”. Era un niño curioso. Un día de noviembre me dice el viejo: “Hoy vamos al Parque Rodó”, lo que para mí era la gloria: ir a los autitos chocadores, comer una pizzas en el Rodelú. Pero le dije: “Hoy es la entrada de Herrera, papá”. Él era colorado y batllista. “¿La entrada de Herrera?”, dice asombrado. Y mamá le señala: “Viejo, hoy es el cierre de la campaña de Herrera, tiene razón, y Herrera viene por Garzón”. Y me llevaron. Yo tenía 11 años, y vi entrar a Herrera.
Después vino la convicción profunda, cuando con 16 o 17 años en el hipódromo conocí al Toba [Héctor] Gutiérrez Ruiz, nos hicimos amigos, y él me acercó a un grupo de amigos de él, pese a la diferencia de edad. Entré al movimiento nacionalista 8 de Abril, y en ese grupo extraordinario comprendí que el partido blanco no era —tal como lo había pensado Bernardo Prudencio Berro— solo un partido político, sino una manera de interpretar la Banda Oriental como país independiente.
En 1987 integró el directorio de UTE y con la victoria de Lacalle Herrera pasó a presidir el ente. Si yo le pregunto a cualquier lector de esta entrevista quién preside UTE hoy, quizás no sepa responder. Sin embargo, en los 90 usted tuvo gran protagonismo como titular de UTE. ¿Fue resultado de su gestión? ¿El político le ganó al gestor?
Ninguna de esas cosas. Primero, por mi manera de ser, que es fruto de una educación, de haber sido pupilo en el colegio Pío de Villa Colón, con la impronta salesiana. Un buen día, [el dirigente nacionalista Walter] Santoro me dijo: “Me enteré que habrá un vacante en UTE, ¿a usted le gustaría ir a UTE?”. “Donde usted diga está bien”, le dije. Habló con Wilson [Ferreira Aldunate], él habló con Julio [Sanguinetti] y entré en UTE. Si tú me preguntás ahora qué soy, yo te digo: “Yo soy un funcionario público”. A los 20 años había entrado a la Caja de Industria y Comercio, sabía lo que eran las necesidades sociales profundas, lo que era reclamar una jubilación, lo que era coser un expediente. Entré a la UTE y ahí tuve un maestro excepcional: el ingeniero José Serrato, que era el presidente. Era un empresario público que tenía cabeza abierta y que sabía manejar una empresa con 13.000 empleados. A su lado, fui aprendiendo, primero como vocal, durante dos años.
Entré y adentro vi dos cosas. La más importante fue el proyecto de transformación de UTE que se llamó PMG, Proyecto de Mejora de Gestión. Fue algo que estaba en el pensamiento de Serrato y de un gerente general, Álvaro Cuttinella. Cuando yo quedé como presidente, me di cuenta que el PMG tenía que ser mi gran buque insignia, tenía que potenciarlo. Y no me iba a dar votos ni popularidad. Serrato también me había enseñado que era muy difícil lograr una transformación como la de UTE sin una buena sintonía con el sindicato. Entonces la acordamos con el sindicato, entre ellos un chico joven, Álvaro Padrón, hoy gran amigo.
Otro de sus logros fue la electrificación rural…
Esa buena sintonía con el sindicato para llevar adelante la transformación en UTE es la base para que hoy sea una empresa eléctrica líder en toda América. De pasada, se empezaba la electrificación rural. Pero lo importante no fue eso, fue la transformación de UTE. Siempre fui asfaltero [sic] y de Pocitos, pero tuve claro la importancia del campo, por ser el nacional. Con técnicos de UTE excepcionales e ingenieros de primera llevamos adelante una tecnología nueva, que se estaba aplicando en Brasil: en vez de trifácico, el sistema monofilar. Entonces, lo llevamos adelante. Y salía yo al interior, con los gerentes. Cuando quise acordar: todo el 91, el 92, el 93, yo parecía un topo, estaba en todos lados. Tendimos líneas buscando un servicio energético importante para la producción y para la calidad de vida de la gente. Hubo que donar televisores y heladeras con freezers a las escuelas, para que al llevar la luz se dieran cuenta cuál era el gran beneficio en su calidad de vida.
Por qué te hacés popular, eso nadie lo sabe. Después está cómo te comunicás, hay temas de piel, cómo manejarse, la forma de ser… Y cuando sos normalmente así, y no salís a hacer política, las cosas salen. Yo era un presidente de UTE presente, y yo ni sabía de qué partido eran los gerentes generales. Yo estaba convencido, realmente, que estaba haciendo un bien social. Y no se me pasaba por la cabeza ser candidato a nada. Que me crean, es otra cosa.
“Yo tenía previsto tener como una consultora a la Universidad. Quería tener la inteligencia en la Udelar, la concentración de inteligencia más grande de este país. Y en la OPP íbamos a poner el motor a escala, que había permitido la transformación de UTE”
En las elecciones de 1994 su sector Manos a la Obra fue un boom. Si bien Sanguinetti ganó las elecciones, lo hizo por un magro 1%, el país se dividió en tres tercios y usted estuvo muy cerca. ¿Le costó, en los días siguientes, asumir que había estado tan cerca de ser presidente de la República, y continuar?
Yo vivía en la calle Palmar, en una casita con un fondo muy lindo, y al lado vivía un médico que tenía una pajarera con más de 200 pájaros. A las 5 de la mañana me despertaron los pájaros. Mi esposa se despierta y me dice: “¡Qué elección que perdimos!”. Yo le dije: “Dios sabe lo que hace”. “Ahora después vestite, vamos a darle un abrazo a Julio [Sanguinetti], a darle un beso a Martha [Canessa], y después vamos a ver cómo siguen las cosas”. ¿Te digo una cosa? Internamente sentí un alivio, un alivio espiritual. Pero te digo otra cosa: yo estaba convencido de hacer una presidencia transformadora.
¿En qué ideas madre hubiera consistido un mandato suyo?
Uno de los pilares iba a ser la Universidad de la República. Yo trabajé en la UTE pegado con a la Universidad, trabajé con grandes maestros, trabajé con Octavio Rodríguez, Mario Buchelli, Rafael Guarga y María Simón. Yo tenía previsto tener como una consultora nacional a la Universidad. Quería tener la inteligencia en la Universidad pública, la concentración de inteligencia más grande de este país. Y en la Oficina de Planeamiento y Presupuesto íbamos a poner el motor a escala, que había permitido la transformación de UTE. Quería hacer de la OPP lo que pensé el constituyente en 1966 cuando la creó, que era una oficina de pla-nea-mien-to y pre-su-pues-to (¿verdad que se olvidaron?), ahora es todo el Ministerio de Economía. Tenía previsto hacer la reforma de la seguridad social, ¡la gran reforma! No esta… Reforma fue cuando se crearon las Afap, eso fue un trabajo que llevé yo, porque me formé jubilando, no tendiendo redes eléctricas.
Me sentía con unas ganas [de ser presidente], me sentía capacitado, y tenía ganas porque lo tenía todo muy claro. Una cosa que tenía claro que iba a hacer —y me iba a costar mucho— era prohibir los cargos de confianza.
Ja, le iba a costar, sí…
Yo presenté mi plan de gobierno, donde yo presentaba la reforma del Estado. Yo quería un capitalismo del Estado. Primero, no quería más cargos de confianza, porque había que devolverle a la carrera administrativa la capacidad de que lleguen los que tenían carrera. Con 93 años de gobierno colorado eso se perdió. Cuando se hizo la reforma del 52, Herrera dijo: “Para comer gallinas hay que entrar en el gallinero”. Ahí se da cuenta que tiene que meterse en el Estado, llegan a un acuerdo 3+2 y los famosos cargos de confianza. Y es un pecado.
Entonces, al ganar Sanguinetti, yo sentí alivio, porque la verdadera responsabilidad pública te crea un peso… Y si no lo sentís, sos un irresponsable. Pero enseguida, con Julio y con Tabaré me entendí.
“La reforma de la seguridad social ya era clave en los 90. Era ver si le dábamos ahorro al sector, algo que no tenía. Eso era lo novedoso, era inexistente. Incorporar un sistema de ahorro era nuevo. Yo, siendo blanco, me había enamorado del Estado”
A eso iba. En 1995 usted fue el presidente del directorio del Partido Nacional, tuvo un perfil alto y fue el principal socio de Sanguinetti en el gobierno. Se había reinaugurado el término “coalición”. También fue muy criticado a la interna por ser casi un vocero del gobierno colorado. ¿Qué lectura hace hoy de esos años y aquella coalición?
Primero, fue una verdadera coalición. Yo tuve grandes maestros, como Tucho Methol [Aberto Methol Ferré] o Carlos Maggi, y Maggi me llamó un día y me dijo: “Alberto, ¿leíste La tierra purpúrea [N. de R.: de Guillermo Enrique Hudson]?”, “Sí, la leí, Carlos”. Estaba todo cubierto de sangre, guerras, un espanto, pero de todo eso surge este maravilloso país. Se forja en el siglo XIX con las corrientes migratorias poderosas entre 1870 y 1920, de ahí viene mi abuelo, un italiano liberal. En el siglo XX había habido encuentros nacionales, coincidencias nacionales, hasta un golpe de Estado [el de Gabriel Terra], que se hizo en acuerdo con el Dr. Herrera. Y en el 52 el batllismo se parte en dos, y la 14 para jorobar a la 15, arregla con Herrera. Entonces, yo pensaba, al haber perdido la elección: “Un día habrá que hacer una coalición en serio”.
¿Qué es una coalición? Primero, los partidos deben opinar absolutamente diferente. ¡Que no se confundan! Yo veo que hoy la oposición hace su juego y señala que Cabildo Abierto dijo tal cosa [discordante]. ¡Y sí! ¡Eso es una coalición! Lo que importaba, antes como ahora, es que el acuerdo sobre las propuestas básicas de la campaña electoral quedara estampado en un papel, y se cumpliera. De cara al quinquenio 1995-2000, yo le dije a Sanguinetti: “Julio, tenemos que armar un programa”. Era 10 de diciembre del 94. Él me dijo: “Vamos a hacer un documento con prioridades”. Él puso como prioridad la reforma de la Constitución. Yo se la llevé, pero le dije: “Lo único que te pido es que antes de esa reforma constitucional, la prioridad sea la reforma de la seguridad social”. Ahora, en lugar de redactar un documento más detallado, reunimos una mesa calificada de expertos, que empezaron a funcionar el 10 de enero de 1995 en el viejo hotel Victoria Plaza. Y también fue el Frente Amplio. En muchas mesas el Frente se retiró, pero se lograron acuerdos en siete u ocho temas claves. Quiere decir que realmente los partidos —en ese momento eran tres— se habían sentado a negociar en mesas donde todos opinaban.
La reforma de la seguridad social ya era clave, porque era un parteaguas. Era ver si le dábamos ahorro al sector, algo que no tenía. Eso era lo novedoso, era inexistente. En esta reforma se desarrollan conceptos que están desde que la previsión social apareció en el mundo: te dan el cálculo actuarial, vivimos tanto y doy tanto. Te gusta o no te gusta, pero es así. En cambio, incorporar un sistema de ahorro era nuevo. Yo, curiosamente, siendo blanco, me había enamorado del Estado, porque a los 20 años entré a la Caja de Industria y Comercio. ¡Una forja de tigres! Yo cosía expedientes con una aguja enorme. Yo tenía claro que había que hacer un capitalismo de Estado, para lo cual iba a tener gigantes: UTE, Ancap, Antel y el Brou. El eje de los acuerdos con Sanguinetti fue la reforma (de la seguridad social) y ahí propuse crear cuatro Afap (una del BSE, una del Brou, otra del BHU y otra del BPS). Pero tuve que ceder, y de las públicas solo se creó la Afap del Banco República. Quedó aprobada entre fines del 95 e inicios del 96. Ahí se vio el espíritu coalicionista.
Yo entendí las críticas de mi partido, un partido muy pasional… Además, el Dr. Sanguinetti no era querido entre los blancos. Jorge Batlle era más aceptado. A Julio se lo veía como la cabeza visible del Pacto del Club Naval, entonces eso pesó. Y veían en mí alguien que iba a “pactar” con el gobierno, no a alguien que iba a cogobernar. El Partido Nacioanl co-go-ber-nó esos años.
A propósito de coalición, ¿cómo ve a la coalición actual, liderada por Lacalle Pou, pero integrada por cinco partidos?
Esta es mejor. El sistema electoral cambió y le permite al país hacer grandes coaliciones, porque el intervalo entre la elección nacional de octubre y la segunda vuelta de noviembre permite establecer alianzas entre partidos por temas prioritarios para gobernar. ¿Cómo evalúo esta coalición? Ha funcionado como un reloj suizo. Es más, espero que haya más discrepancias. A mí me llama la atención que el gobierno se preocupe porque la oposición lo critique. ¡Por supuesto! ¡Y la oposición debe criticar más! Que la oposición a veces miente, ¡caramba! ¡Siempre mintieron! Y que el gobierno a veces la cuenta diferente, ¡caramba! ¡Siempre la contó [diferente]! Eso es la democracia. Fernando Pereira dice lo que se le ocurre, tema de él. Y tendría que reaparecer en el escenario [la senadora Graciela] Bianchi, que está silenciosa. No le hace mal, enriquece a la democracia. No entiendo cuando hablan de “confrontaciones”, cuando es el funcionamiento normal del sistema democrático.
“Lacalle Pou no dimensionó la importancia de un custodio. Él sabía que tenía anotaciones, no antecedentes penales. Si yo tengo una persona de confianza, puede ser un ‘pillete’ con anotaciones, un tipo de barrio. Pensó que por ser medio ‘pillo’ lo iba a cuidar bien, a él y a su familia”
¿Qué opinión tiene del Caso Astesiano?
Publiqué lo que pienso en una columna en Voces. ¿Que se equivocó [Lacalle Pou]? Sí, en la selección [del custodio]. Yo cuando fui presidente de UTE, un día se me presentó alguien y me dijo: “Yo soy su custodio”. ¿Cómo? Ahí me enteré que venía de parte de Fulano, medio te los ponen, no estaba muy bien organizado… En el caso de Luis: él conocía a este señor porque había sido custodio de Sergio [Abreu] en la elección del 99. Y se creó una relación. Mirá, mi custodio terminó siendo el hombre de confianza de [Eduardo] Bonomi.
Lacalle no dimensionó la importancia de un custodio. Él sabía que tenía anotaciones, no antecedentes penales. Si yo tengo una persona de confianza, puede ser un “pillete” que tiene anotaciones, un tipo de barrio. También hay que ver el comportamiento de Astesiano en el barrio donde vivía, dicen que era querido por todos, que ayudaba. Él tenía su historia, no era la Virgen María. Tenía anotaciones, Lacalle lo sabía, él mismo lo dijo. Distinto es que le ocultaron que tenía procesamientos. Capaz que tú decís que me sale el indio blanco de adentro y por eso lo defiendo. Yo no lo defiendo, digo lo que siento: yo creo que Lacalle pensó en él por su experiencia, por cómo llevaba las armas; que por ser medio “pillo” lo iba a cuidar bien, a él y a su familia. Porque una cosa es afanarle una gallina al vecino, y otra cosa es ser un delincuente.
¿Como Mujica y el Pato Celeste, dice usted?
¡Exactamente! ¿Y acaso podemos pensar que Mujica iba a estar en la joda del Pato Celeste, que te agarraba por debajo de la mesa unos mangos? No… Pero vuelvo a Lacalle, él se equivocó, lo admitió, llamó a la prensa y lo explicó. A partir de ahí, empieza a operar esta fiscal [Gabriela Fossati], que no conozco, pero me parece que es una tigra. Lacalle no dimensionó que el jefe de seguridad podía ser tan importante como el jefe de seguridad en Estados Unidos. Eligió al muchacho de barrio, y a partir de ahora, abrirán los ojos.
Pero el sistema uruguayo tuvo que catapultarte al mundo que un presidente llega en avión a su casa, lo está esperando un funcionario policial, no el jefe de Policía o el ministro del Interior, le dice: “Perdoneme, pero tenemos que llevarnos detenido al jefe de custodia”, y él contesta: “Llévenselo”. Eso no pasa en ningún país del mundo. Y acá pasó eso, y no hubo ninguna filtración. Nadie le avisó: “Luis, mirá que cuando llegues, se van a llevar en cana a tu custodia”. Eso es el Uruguay.
Cuando se decidió el referéndum por la LUC, el presidente del FA, Fernando Pereira, me mostró un video donde en la sede del No, el senador Manini Ríos le dice a usted que “cualquier error” de cara al 2024 les puede costar la elección. Usted le contestó que sí, que estaba de acuerdo. ¿Ha visto errores notorios que le puedan pasar factura al gobierno en las urnas? El propio caso Astesiano, por ejemplo...
Hay errores. Imposible que un gobierno, por bueno que sea, no cometa errores. No soy de los que cree —aunque está de moda— que todas las elecciones en Uruguay se resuelvan por cómo está la economía al momento de votar. Y eso habla bien de los uruguayos. Entonces digo: errores hay, fatal ninguno. Puede haber un error fatal, todavía no.
¿El Caso Astesiano tampoco?
Ese no va a costar nada, a mi juicio. He visto que Fernando [Pereira] últimamente pega mucho con ese tema, no tanto al principio. Este ruso que le manda una carta a Pepe [Mujica], hay que ver si acá había un trasfondo para meter espías rusos (se ríe) o le estaban haciendo “piernas” a la gente. No lo sé, pero lo que me da la impresión es que quieren encontrar algo que nos lleve al escenario internacional y que diga (levanta la voz): “¡En realidad, había una conspiración soviética!”. No, no va a pasar eso.
Vivián Trías, a quien admiré (y soy fundador de la Fundación Vivián Trías), estuvo en su momento al servicio como espía, y no voy a considerar por eso que hubo una conspiración o que Trías fue un traidor a la patria, era un uruguayo auténtico, un patriota. Por lo tanto, voy a la realidad: sí se le va a pasar factura [al gobierno)], está bien, son las reglas de juego, pero como un error. Porque, además, el propio Fernando Pereira ha dejado en claro que él nunca dijo que el presidente fuera deshonesto.
Hoy es el presidente del Cefir [Centro de Formación para la Integración Regional]. Cuénteme a qué se dedica el Cefir, cuál es su misión.
Los sistemas democráticos en Latinoamérica se restablecieron alrededor de 1985, Chile demoró unos años más, pero por ahí. Y allí, a impulso de la Unión Europea, que en la década del 90 estaba en la gloria, convoca a varios países de Latinoamérica y se firma el Tratado de Río. Son una serie de países —de México para abajo— que consideran que había que tener una suerte de vínculo cercano para defender a la democracia y los derechos humanos, una agenda de derechos importante.
Como consecuencia de eso, la UE propuso crear esto: un Centro de Formación para la Integración Regional. En ese marco multinacional se crea este espacio de diálogo institucional entre bloques interregionales, y como una herramienta formativa para el fortalecimiento de los procesos de integración regional. Despertó el interés de países del Mercosur. Tanto es así que Brasil pidió la presidencia, Argentina pidió la secretaría general y Uruguay pidió la sede, que esté aquí. Le dieron la sede y está en esa casona del Prado, que era del Ministerio [de Defensa]. Se lo dieron a la Cancillería en comodato. El Cefir siempre tuvo un perfil muy bajo.
Yo entré en 2007 propuesto por Álvaro Padrón, cuando era canciller Reinaldo Gargano. Es una fundación de naturaleza pública, pero está en el derecho privado. ¿Qué le pasó al Cefir? Cuando en julio de 2012 Uruguay vota junto a Argentina y Brasil la suspensión de Paraguay, la cooperación de la UE, que era el sustento material, desapareció. Eso porque Alemania siempre vio en Paraguay su espacio de influencia geopolítica.
Acaban de firmar un convenio con el Congreso de Intendentes. ¿Qué implicará?
El Congreso de Intendentes no estaba cómodo en una sala en las instalaciones de uno de los miembros [la Intendencia de Montevideo], necesitaban un lugar independiente. Yo tengo la suerte de tener muchos amigos. Pensé: “Vamos a traer al Congreso [de Intendentes] para acá, y que nos paguen todo: agua, luz y teléfono”. Eso fue en 2019, después ganaron los blancos varias intendencias (Carmelo Vidalín es amigo, vino Guillermo López de Florida, y así). Entonces pensé: ¿Qué le interesa al blancaje [sic]? La casa propia. ¿Qué le interesa a la izquierda? Un centro de pensamiento, de estudio.
¿Qué se hizo? El Ministerio de Defensa desvinculó a la Cancillería y le dio el comodato 100% por 30 años al Congreso de Intendentes, para que pueda invertir y sesionar en la sede nuestra en el Prado, que es tremenda, de una hectárea. Pero el Cefir sigue ahí también, en otra sala. Hoy las intendencias y las juntas locales son la sustancia y la comunicación directa con la gente. Creo que —funcionando en la sede del Cefir— terminarán de adquirir la importancia que cada departamento tiene y todos juntos sumados tienen en el Congreso de Intendentes.
“Fuimos al velorio de Villanueva Saravia y yo dije una cosa que fue reflejo de la leyenda de cuanto matan a Aparicio Saravia en Masoller. Dije: ‘No se sabe la bala de dónde salió’. Eso de adjudicarle el muerto a Lacalle lo dijo otro dirigente, no fui yo”
En 1998 una frase suya respecto a la muerte de Villanueva Saravia [“Este muerto lo cargo sobre los hombros de Lacalle”] le jugó una mala pasada en el Partido Nacional…
Yo no dije esa frase. […] Por ahí por mayo o junio del 98, el Partido Nacional iba a adelante y yo estaba despegado, los otros blancos venían lejos. Se me adhirieron varios dirigentes: Juan Raúl Ferreira, que había dejado la Embajada Argentina, el Panza [Alberto] Zumarán, Ana Lía Piñeyrúa, y también Villita Saravia. Él estaba a muerte conmigo. Salió un artículo en revista Tres con una caricatura mía y yo con una urna en la espalda. Por ahí por agosto, se mató Villita. Fuimos al velorio y yo, que soy muy emotivo, dije una cosa que fue reflejo de la leyenda de cuanto matan a Aparicio Saravia en Masoller. Dije: “No se sabe la bala de dónde salió”. Saravia había despertado muchas resistencias en el partido blanco. Yo no pensé en nadie en particular. Eso de adjudicarle el muerto a Lacalle lo dijo otro dirigente, no fui yo. El hecho levantó tremenda polvareda.
Para las internas de 1999 su agrupación quedó en un lejano tercer lugar, detrás de Lacalle Herrera y Juan Andrés Ramírez, y usted fue perdiendo peso en el partido. ¿Por qué? ¿Qué pasó ahí?
A fines de agosto del 98, Propuesta Nacional, que estaba preocupada por las adhesiones de varios dirigentes a Manos a la Obra, temió perder espacio. Propuesta Nacional (liderada por Álvaro Ramos) se separa de mí de cara a las internas del 99 y en un documento escrito dice que se va de Manos a la Obra, entre otras cosas, “por el desgraciado discurso” que dije en oportunidad de la muerte de Saravia. Ahí también perdí a Jorge Gandini, a Sergio Chiesa, a Ramos, pero toda la guardia vieja wilsonista quedó conmigo. Ahí empezó a crecer Lacalle Herrera en las encuestas y también Ramírez. A principios del 99 me superan, y yo fui cayendo y cayendo.
Tras esa interna, yo dije: “Se acabó la política para mí, porque siempre entendí la política como un ejercicio democrático. Y para ejercer la democracia hay que tener votos, no influencias, no vínculos con dirigentes. Si no tengo votos, me voy a mi casa”. Tuve 43.000 votos. Yo pensé que había perdido las credenciales. Quizás algunos preferían alguien con más porte de estadista, que yo no tenía. Y Lacalle demostró que él dominaba el aparato, y bueno…
Antes de empezar la entrevista, me dijo: “En política uno no se retira, lo retiran”. ¿Se sintió retirado, entonces?
Claro, por la gente. No por ningún dirigente. Y Jorge Batlle, con quien tenía una relación personal de muchos años, me ofreció la Embajada [de Uruguay en Argentina].
Precisamente, de 2000 a 2005 fue embajador de Uruguay en Argentina. Me consta que usted ha sido influido en la visión que Alberto Methol Ferré tenía del Mercosur como acuerdo entre países, más allá de lo comercial. ¿Está bien Lacalle Pou al querer firmar convenios con China y Turquía, aún a espaldas del Mercosur?
Estoy de acuerdo con Lacalle Pou. Yo desde la presidencia del Cefir voy a honrar mis convicciones. Lacalle Pou hoy, continuando una tradición de la raíz del partido, sigue creyendo en la integración. Lacalle está haciendo algo genial, que tampoco lo puede decir: él va a tensar la cuerda. Ya la está tensando. Pero hay alguien que en Argentina toma nota (y me consta) y en Brasil mucho más, porque Uruguay está haciendo un banco de prueba. Está haciendo lo que no se animó Vázquez. China ve dos cosas: si no pudo poner a todo el Mercosur, verá meter a Uruguay como un caballo de Troya… pero para que después entren todos. Capaz que de acá a un año o dos (quizás en otro gobierno) el acuerdo se alcanzará, y ahí se pueden interesar Argentina y Brasil.
Creo que Lacalle —también sumándose al Acuerdo Transpacífico— está haciendo un muy buen esfuerzo para que Uruguay pueda descongestionar sus canales de venta de sus productos. Se han pegado saltos gigantescos: la revolución informática del país, o que exporta aceite de oliva, vende muy buenos vinos, exporta servicios. Yo se lo dije: “Vos me ganaste”, porque yo no daba un vintén por él. Y es un fenómeno.
¿Se siente lejos de la cocina de la política, del meollo de la cosa política?
No extraño, al contrario. Me permite sentirme más libre para hablar, para opinar. Me permite vivir sin estrés. Pero estoy muy encima de la política. Este sistema político tiene un debe: definir cuál es el interés nacional. ¿Por qué defiendo tanto la pelea entre partidos? Porque estoy convencido que los pilares de la democracia son los partidos políticos. Y donde los partidos dejen de enfrentarse, chau. Pero hay que ponerse de acuerdo en algunas cosas: la seguridad ciudadana, la lucha contra el narcotráfico y la educación.
¿Es feliz?
Sí, soy muy feliz. Tu felicidad es la de tus seres queridos, si eso anda mal, te va a costar ser feliz. Vivo en un lindo apartamento, tengo mis cosas. Y si llegás a los 83 con salud… mirá, nunca me sentí tan bien como ahora.