Por The New York Times | Roger Cohen
RE’IM, Israel — Al amanecer, Hila Fakliro levantó la mirada de los cocteles de vodka y Red Bull que estaba mezclando hacia el cielo y exclamó: “¡Ay! ¡Miren! ¡Hay fuegos artificiales!”.
Esta instructora deportiva de 26 años disfruta los festivales de música trance, según dice, porque le permiten “desconectar la mente de toda la tensión vivida en Israel”. El festival Tribe of Nova, organizado para celebrar la fiesta judía de Sukkot entre árboles de eucalipto a solo 5 kilómetros de la Franja de Gaza, parecía estar especialmente bien organizado, así que no pensó que los fuegos artificiales fueran más que una demostración extravagante.
El otro cantinero, a quien había conocido solo unas horas antes, se volteó y le dijo: “No creo que sean fuegos artificiales”.
De hecho, eran los destellos blancos de los cohetes de Hamás provenientes de Gaza. Esos estallidos en la madrugada marcaron el inicio de un ataque que transformó campos llenos de jóvenes israelíes bailando al ritmo de música psicodélica en un matadero. En esta masacre, la misión de 75 años de Israel de conseguir cierta normalidad sin preocupaciones se dio un encontronazo con la furia asesina de los extremistas que niegan que ese Estado tenga derecho a existir.
Si algún coreógrafo siniestro hubiera pretendido encontrar una puesta en escena que expresara el fracaso de los israelíes y los palestinos en su empeño de superar el odio y la guerra, este violento choque de dos mundos adyacentes pero distantes en una idílica campiña, con un saldo de 260 asistentes muertos hasta el momento, bien podría haber concluido su búsqueda.
Solo unas horas después de haberse dejado ir y dejar ir las presiones de la vida en Israel con el ruido sordo de las pistas en una atmósfera mística de paz y amor, los arrearon y mataron como animales. “Aparecieron esos maniáticos dementes con pistolas y los cuerpos empezaron a caer uno tras otro”, relató Fakliro. “Era como un campo de tiro”.
En un principio, quedó congelada. La música se detuvo; se escuchó el anuncio de que estaba cancelado el festival. Se tiró entre los refrigeradores del bar. Los jóvenes que bailaban despreocupados en mallas galácticas, incluso un parrandero que daba vueltas rítmicamente en un Segway, se transformaron en un instante en una masa humana aturdida y aterrada. Las drogas psicodélicas y de otro tipo empleadas en las fiestas de música trance redoblaron los ataques de pánico, así como los gritos asociados.
“Corre ya”, le dijo su colega. “¡CORRE YA!”.
¿Pero hacia dónde? ¿Hacia los árboles, donde algunas personas jalaron sus tiendas y hamacas en su carrera, o hacia campo abierto? ¿Hacia su auto, donde ya se había acumulado el tráfico, o lejos de ese caos?
Un policía israelí, con una pistola que resultaba patética en contra de las armas automáticas de los terroristas de Hamás, le gritó que fuera hacia el este, lejos de Gaza.
Esta fue, durante muchas horas desde que arrancó el ataque de Hamás con múltiples incursiones a través de la supuestamente impenetrable valla israelí construida por miles de millones de dólares alrededor de Gaza, la única presencia del Estado en el área: unos 30 policías reclutados por los organizadores del festival para garantizar la seguridad del evento. Hamás logró matar a más de 1300 personas antes de que despertaran las Fuerzas de Defensa de Israel.
Israel, arrullado y distraído por la creciente aceptación en Medio Oriente, por divisiones internas lacerantes, por proyectos de asentamiento en la ocupada Cisjordania y por la creciente marginalización del tema de Palestina en el escenario global, se había olvidado de la amenaza central en su contra.
Sin embargo, apenas después de la valla de Gaza, unos 2 millones de palestinos vivían en un enclave sitiado por Israel, un lugar desesperado al que por lo regular se identifica como “una prisión a cielo abierto”.
Hamás estaba ahí, gobernando e inculcando odio a través del sistema educativo. Nunca renegó de su pacto que insta a masacrar a los judíos “embelesados con la ignominia dondequiera que se encuentran” y la erradicación del Estado de Israel.
“Hamás lucha por izar el estandarte de Alá sobre cada pulgada de Palestina”, reza el pacto, que arroja insultos conocidos contra los judíos, a quienes considera los manipuladores adinerados del mundo. Si, como creía el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, la organización pudiera usarse para debilitar a la Autoridad Palestina más moderada en Cisjordania y así eliminar cualquier posibilidad de un Estado Palestino, esa táctica se cobró un gran precio.
“El gobierno se durmió parado”, opinó Elad Malka, quien prestó servicio en el Ejército israelí en Gaza a principio de la década de 2000 y sufrió heridas a causa de un terrorista suicida palestino. “Su gran valla fue un espejismo”.
Fakliro empezó a correr con un gran grupo sin saber hacia dónde iba, temiendo que se dirigieran hacia sus posibles asesinos.
Por fin el sonido de los disparos comenzó a desvanecerse después de horas de huir; con una sed terrible, llegó a Moshav Patish, una pequeña comunidad agrícola. Pudo beber algo; pudo respirar. Pero cinco de sus amigos, dos de ellos rehenes en Gaza y tres muertos, corrieron con menos suerte.
“Hamás tiene que dejar de existir; esta organización terrorista debe ser aniquilada”, dijo. “Después del 9/11, ¿quién respaldó a Al Qaeda? Pero si Hamás mata judíos y la gente hace fiestas y celebra en Gaza que escuchamos que se lo merecían los judíos. Y lo que siembras, cosechas.”
Estábamos sentados en casa de sus padres en Oranit, un pequeño asentamiento israelí apenas dentro de Cisjordania.
Un joven, Amit Parpara, se acercó. Fakliro se levantó. Se abrazaron y comenzaron a sollozar.
En Israel estos días, casi todos los encuentros te arrancan lágrimas.
Parpara no fue a la fiesta, pues decidió que los 100 dólares que costaba eran demasiado dinero. Pero su mejor amiga, Noa Argamani, sí fue, y aparece en un video dando gritos angustiosos mientras la secuestran en una motocicleta; a su novio, Avinatan Or, lo maltratan y arrastran detrás, con las manos atadas a la espalda.
La pareja está desaparecida en Gaza. Al parecer, forman parte de los más de 150 rehenes que tienen ahí.
“Al principio, estaba tan furiosa que solo quería conseguir un arma e ir hacia el sur”, comentó Parpara. “Ahora, solo me invade la tristeza y grito por la noche cuando escucho relámpagos. La sensación de estar aquí en Israel ha cambiado”.
Este ánimo, que refleja la percepción repentina de que las amenazas están por todas partes, es generalizado, quizá no sea controlable y podría hacer la vida insoportable. Al mismo tiempo, se percibe la determinación firme de que los israelíes deben unirse, independientemente de sus divisiones, y, como dice el dicho, “acabar con él”, es decir, destruir y eliminar a Hamás de Gaza.
Los dos estados de ánimo coexisten en tensión, por lo que muchos israelíes experimentan cambios de ánimo extremos cuando perciben la conmoción de su vulnerabilidad.
Nadav Morag, desarrollador de software y terapeuta de traumatismos, decidió unos días antes del festival acompañar a su amigo Yoni Diller, cineasta, a la fiesta.
Cuando estallaron los cohetes, Morag no dudó ni un instante. “Estábamos demasiado cerca de Gaza para tener protección, así que le dije a Yoni que debíamos irnos de ahí de inmediato”.
Corrieron a su automóvil, condujeron para alejarse y por un momento creyeron que todo estaba bien, hasta que un auto comenzó a perseguirlos. Dentro iba una joven con la pierna triturada y sangrando y, además, salía sangre de su hombro. Se aproximó el sonido de los disparos.
Israel desde hacía tiempo había decidido que Hamás era un grupo terrorista diverso que podía llegar a dañarlo, pero no era capaz de montar una operación a gran escala.
Pero este era un ataque organizado con múltiples partes y muy sofisticado. Hamás bloqueó el camino principal hacia el norte y el sur. Tenía hombres armados dedicados a asesinar, a tomar rehenes, a matar gente cerca del escenario principal, a matar en el área del estacionamiento y a acorralar.
Morag y Diller corrieron hacia el este para salvar su vida.
“Siento mucho haberte traído aquí”, dijo Diller.
“Espera a que salgamos de aquí y te voy a dar las gracias”, le respondió Morag.
Cree que aprendió una lección de vida fundamental: no dar nada por hecho en esta preciada vida, la única que tienes.
Morag espera que llegue el momento en que se organice una gran fiesta espontánea dedicada a la memoria de todas las personas que perecieron.
Vio hacia el horizonte desde su terraza en Tel Aviv antes de añadir: “Pero, por ahora, solo podemos emplear la fuerza para responder”. Soldados israelíes, a solo 5 kilómetros de Gaza, en el sitio del festival de música trance Tribe of Nova, que fue blanco de un ataque de militantes de Hamás, cerca del kibutz Re'im en Israel, el 13 de octubre de 2023. (Sergey Ponomarev/The New York Times) Noam Alon, cuya novia, Inbar Haiman, fue tomada como rehén en el festival de música trance Tribe of Nova, con una fotografía de ella en su computadora portátil, en casa de sus padres en Binyamina, Israel, el 13 de octubre de 2023. (Avishag Shaar-Yashuv/The New York Times)
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