Por The New York Times | Amanda Taub

Después de que Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, besara por la fuerza a Jennifer Hermoso, jugadora de la selección nacional femenina, tras su victoria en la Copa del Mundo, muchos se preguntaron si este sería un momento #MeToo para España.

Aún está por verse si el beso televisado impulsará un movimiento duradero contra el acoso y la discriminación. Pero la creciente reacción adversa contra Rubiales pone de relieve un elemento a menudo crucial en esos juicios públicos: el escándalo.

Durante los períodos de cambio social, suele haber una fase de apoyo generalizado a una reforma en principio, pero una renuencia dentro de la población a hacer realidad esos ideales. Cambiar un sistema significa enfrentarse a los poderosos que se benefician de él desde adentro y soportar la peor parte de sus represalias, una apuesta poco atractiva, en especial para aquellos que no esperan que el cambio los ayude personalmente.

Un escándalo puede cambiar profundamente ese cálculo, como bien lo ilustró el furor que rodeó el beso. Hermoso lo describió como “un acto impulsivo, machista, fuera de lugar y sin ningún tipo de consentimiento de mi parte”. (Rubiales, quien se ha negado a dimitir, defiende enérgicamente su conducta e insiste en que el beso fue consensuado).

Al generar indignación pública, los escándalos hacen que la inacción cueste caro: de repente, no hacer nada podría generarte una reacción negativa aún mayor. Además, los escándalos también pueden alterar el otro lado de la ecuación: los poderosos tienen menos capacidad de tomar represalias si sus antiguos aliados los abandonan para evitar verse contaminados por el escándalo. La acción se vuelve menos costosa al mismo tiempo que la inacción lo es más.

Pero, aunque los escándalos pueden ser una herramienta poderosa, no están al alcance de todos. Así como el creciente rechazo contra Rubiales ha demostrado el poder del escándalo, los acontecimientos de los meses previos, en los que muchas miembros de la selección española femenina intentaron sin éxito cambiar un sistema que describían como controlador y obsoleto, subrayan lo difícil que puede ser detonar un escándalo, y cómo eso puede excluir a la gente común y corriente de la simpatía pública o de la capacidad de implementar cambios.

El poder unificador del escándalo

Para ver cómo se desarrolla este patrón, resulta útil observar la influencia del escándalo en un contexto muy diferente. Yanilda González, profesora de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, investiga la reforma policial en las Américas. En la década de 2010, se propuso determinar por qué, después del fin de las dictaduras latinoamericanas, las reformas democráticas a menudo eximieron a las fuerzas policiales, dejándolas como islas de autoritarismo.

En su libro resultante de 2020, “Authoritarian Police in Democracy”, González describe cómo las fuerzas policiales pueden ser extremadamente poderosas en términos políticos, a veces utilizando la amenaza de desorden público como influencia sobre los legisladores que podrían tratar de limitar su poder o amenazar sus privilegios.

Los políticos se mostraron reacios a incurrir en los costos de implementar reformas que pudieran provocar una reacción negativa por parte de la policía. Y la opinión pública a menudo estuvo dividida: mientras algunos exigieron mayores protecciones contra la violencia de Estado, otros temían que las reformas policiales empoderaran a los criminales.

Sin embargo, González descubrió que los escándalos podían cambiar eso. Los episodios de mala conducta policial particularmente atroces pueden unir a la opinión pública para exigir reformas. Los políticos de la oposición, al ver una oportunidad de ganar votos de una población indignada, se sumarían al coro y, finalmente, el gobierno decidiría que el cambio era la opción menos costosa.

El escándalo de Harvey Weinstein siguió un patrón similar. Durante muchos años, el comportamiento depredador de Weinstein fue un secreto a voces en Hollywood. Pero luego un artículo de The New York Times escrito por Jodi Kantor y Megan Twohey, en el que varias mujeres detallaron los abusos que habían sufrido a manos de él, generó un escándalo masivo. La indignación pública por el comportamiento de Weinstein se tradujo en que ya no se aplicara el viejo cálculo de Hollywood, según el cual era más seguro guardar silencio sobre los abusos del poderoso productor que tratar de detenerlos. Los antiguos aliados de Weinstein lo abandonaron.

Eso generó una presión para el cambio que fue mucho más allá de Weinstein. Una serie de otros escándalos #MeToo expusieron a hombres poderosos como abusadores, acosadores y plagas sexuales en general. A eso le siguió un ajuste de cuentas nacional.

‘El beso’ muestra el poder del escándalo, pero también sus limitaciones

Mucho antes del beso televisado, muchos miembros de la selección femenina española habían presentado protestas contra Rubiales y la dirección de la Real Federación Española de Fútbol. El año pasado, 15 integrantes de la selección, frustradas por la desigualdad salarial y el sexismo generalizado, enviaron cartas idénticas acusando al entrenador del equipo, Jorge Vilda, de utilizar métodos perjudiciales para “su estado emocional y su salud”, y afirmaron que no jugarían para la selección nacional a menos que fuera despedido.

Esas 15 mujeres fueron algunas de las mejores jugadoras de la selección. Estaban organizadas. Y estuvieron dispuestas a sacrificar una aparición en la Copa Mundial para lograr un cambio.

Pero todavía no eran “Reinas del Mundo”, como las proclamó la portada de una revista la semana pasada, con una victoria en la Copa del Mundo que las pondría en la portada de todos los periódicos del país.

Y todavía no tenían un escándalo. Ningún acontecimiento había generado suficiente indignación pública como para trasladar el poder de la federación de fútbol a las jugadoras. La Real Federación Española de Fútbol, incluyendo a Rubiales, reaccionó con furia ante las cartas y prometió no sólo proteger el trabajo de Vilda, sino también mantener a las escritoras de las cartas fuera de la selección nacional a menos que “acepten su error y se disculpen”.

Aunque no existe una fórmula precisa, un escándalo a menudo necesita involucrar a una víctima excepcionalmente simpática para captar la atención del público, así como acusaciones impactantes de mala conducta. Kate Manne, profesora de filosofía en la Universidad Cornell y autora de dos libros sobre misoginia estructural, ha escrito sobre cómo algunas personas se alinean instintivamente con el “statu quo”, simpatizando con hombres poderosos acusados de violencia sexual u otros delitos en lugar de con sus víctimas. Es una tendencia a la que denomina “himpathy” (juego de palabras en inglés entre “simpatía” y “él”). Para superar ese instinto, afirmó, las víctimas a menudo tienen que ser particularmente cautivadoras, como las actrices famosas que denunciaron los abusos de Weinstein.

Por supuesto, la mayoría de las víctimas de acoso y agresión no son actrices famosas ni “reinas del mundo”. Manne señaló que Tarana Burke, la activista que fundó el movimiento #MeToo, pasó años intentando llamar la atención sobre el abuso de mujeres menos privilegiadas antes de que escándalos de alto perfil galvanizaran la atención mundial. “Burke estaba tratando de llamar la atención sobre la difícil situación de las niñas negras y morenas que pueden ser victimizadas de maneras que nunca escandalizan a nadie", dijo Manne. Una vez que la maquinaria del escándalo se pone en marcha, las consecuencias pueden ser significativas. Como informan mis colegas del Times Jason Horowitz y Rachel Chaundler, muchas mujeres españolas vieron la acción de Rubiales como un ejemplo de una cultura machista y sexista que permite a los hombres someterlas a agresiones y violencia sin consecuencias.

A medida que fue creciendo la indignación pública, los políticos intervinieron en nombre de las jugadoras. El viernes por la noche, todo el equipo y decenas de otras jugadoras emitieron un comunicado conjunto diciendo que no jugarían para España “si continúan los actuales dirigentes”. Al día siguiente, miembros del cuerpo técnico de Vilda renunciaron en masa.

El lunes, los fiscales españoles anunciaron una investigación para determinar si Rubiales había cometido agresión sexual criminal. El mismo día, la Real Federación Española de Fútbol, que actualmente preside Rubiales, le pidió su dimisión.

La pregunta ahora no es sólo si Rubiales será despedido o dimitirá, sino si la indignación general conducirá a un cambio real en España. “Cuando tenemos a mujeres que están, literal y figuradamente, en la cima del mundo de los deportes profesionales —y eso es capturado en directo, en video— entonces tenemos los ingredientes de un escándalo”, afirmó Manne. Es demasiado pronto para saber adónde podría conducir esto.