Por The New York Times | Reid J. Epstein
FALLS CHURCH, Virginia — Tres semanas antes de morir, Sam Anthony, de 52 años, envió por correo sus últimos deseos a un hombre que nunca había conocido.
Estaba agonizando, escribió en una carta con un matasellos del 2 de agosto, debido a un cáncer muy agresivo en boca y garganta contra el que había luchado desde 2005. Adjuntó una copia de un artículo de una revista de exalumnos universitarios sobre su empleo de alto rango en los Archivos Nacionales y Administración de Documentos (NARA, por su sigla en inglés). Explicó que su misiva se debía a que los dos hombres compartían ancestros, un hecho del que se enteró por coincidencias de ADN y registros públicos.
Hacía poco, se había enterado de que el nombre de su padre biológico era Craig Nelson.
“Me pregunto si tú eres ese Craig”, escribió Anthony.
El 9 de agosto, en Green Valley, Arizona, la carta de Anthony llegó a su destino: las manos de un trabajador jubilado de una aerolínea, de 78 años.
El primer pensamiento de Nelson, al sostener el sobre y ver el remitente, fue que no conocía a nadie que viviera en Falls Church, Virginia. Después, leyó el contenido.
Y comenzó a temblar.
Habían pasado décadas desde que Nelson había renunciado a la esperanza de encontrar al hijo biológico que tuvo cerca del final de su servicio militar como médico del Ejército en Fort Bragg, en Carolina del Norte.
“Cincuenta y dos años es un largo tiempo para intentar guardar contigo un recuerdo”, dijo Nelson. “Especialmente cuando, para empezar, no tuviste ningún recuerdo”.
Todo lo que alguna vez supo del bebé fue lo que la madre le dijo a Nelson durante una llamada telefónica breve de larga distancia en 1969: nació sano y ya lo había dado en adopción.
Ahora, en párrafos a espacio sencillo cuidadosamente mecanografiados en letra Times New Roman, ese hijo (ese vacío) le hablaba con la voz de un hombre… con la voz de un hombre moribundo.
Anthony escribió: “Esta carta podría ser impactante para ti, pero no deseo perturbar la vida de nadie”.
“Me gustaría ver fotografías y conocer el historial médico de mi familia”, solicitó con amabilidad. “Estoy abierto a ponerme en contacto con familiares biológicos, pero no quiero importunar”.
Nelson tomó el teléfono. Llamó al número que Anthony le había proporcionado.
Anthony estaba siendo sometido a una intervención quirúrgica para eliminar un coágulo. La llamada se fue al buzón de voz.
En el mensaje grabado que dejó, Nelson, que por lo general tiene un habla pausada, habló con rapidez, apurado por los nervios y la emoción.
“Este... Hola, Sam, soy Craig de Arizona, el que cumple con todos los requisitos de tu maravillosa carta”, dijo. “Me encantaría hablar contigo, así que lo intentaré de nuevo en otra ocasión. Estoy bien”.
Así comenzó una relación en la que dos hombres intentaron compensar 52 años de tiempo perdido.
Tuvieron 11 días para hacerlo.
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La carta transportó a Nelson muchos muchísimos años atrás. Antes de su jubilación, antes de sus mudanzas a Honolulú y después a Arizona, antes de sus dos matrimonios que terminaron en divorcio, antes del nacimiento de su hija en 1972, antes de su regreso a la vida civil como cargador de equipo y equipaje para United Airlines en el aeropuerto de Portland, Oregon, su ciudad natal.
Lo transportó hasta finales de la década de los sesenta y al año, aproximadamente, durante el que recorrió por placer Carolina del Norte en su Morgan de 1952, un auto deportivo inglés de dos plazas, con una joven que había conocido en una fiesta cerca de Fort Bragg.
Se enlistó en el Ejército a la edad de 23 años en marzo de 1966, con la esperanza de que recibiría un mejor entrenamiento que los reclutados. Llegó al grado de sargento y pasó sus tres años en el Ejército entrenando a médicos.
Entonces, con su servicio militar a punto de concluir, su novia le informó que estaba embarazada.
Sus recuerdos de lo que pasó después no coinciden, lo que tal vez no resulta sorprendente dado el paso del tiempo y las formas en que las personas intentan seguir adelante.
Ella afirma que Nelson ofreció irse a vivir con ella, pero no casarse. Él asegura que le propuso matrimonio, pero que ella no aceptó y dijo que quería dar al bebé en adopción para que pudiera terminar sus estudios. Cuando la contactamos por teléfono, ella insistió en permanecer en el anonimato y dijo que no deseaba trastornar su vida al revelar a sus familiares y amistades que tuvo un bebé fuera del matrimonio. Comentó que solo su madre lo sabía. Su padre murió sin saber nada al respecto.
“Era 1969”, mencionó. “Las chicas buenas, las chicas bien, no hacían eso”.
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Nelson había regresado a vivir al hogar de sus padres como civil cuando contestó el teléfono un día. Era su exnovia.
“Ella dijo: ‘Solo quiero decirte’, y estas fueron sus palabras, ‘que ahora eres el orgulloso padre de un saludable bebé de 4,37 kilogramos’”, refirió.
No obstante, a continuación le informó a Nelson que nunca sería ningún tipo de padre para ese bebé. Ya lo había dado en adopción y él, como el padre del pequeño, no sabría más sobre su hijo.
Nelson y sus padres consultaron a abogados y funcionarios de adopciones en Portland, solo para enterarse de que los padres no tenían casi ningún derecho cuando las madres decidían dar en adopción a sus bebés.
A la larga, aceptó el hecho. “Pensé que no tenía caso insistir. Así eran las cosas en ese entonces. Creí lo que me dijeron las autoridades”, expresó. ________________________________________
Alrededor del dos por ciento de los estadounidenses son adoptados, pero no existen datos sobre el número de ellos que buscan a sus parientes biológicos, dijo Adam Pertman, presidente del Centro Nacional de Adopción y Permanencia.
“¿Cuántas personas adoptadas buscan a sus padres biológicos? Todas lo hacen”, comentó.
Sin embargo, Anthony nunca lo había hecho.
“Sintió que tuvo una gran vida con los padres que lo criaron”, señaló su esposa, Sharon Ellis.
Anthony creció en Wilmington, Carolina del Norte. Su madre era ama de casa y su padre era un neurocirujano que tocaba el corno francés. Su hermana también era adoptada.
Anthony fue futbolista a nivel competitivo en el bachillerato, después estudió historia en la Universidad de Carolina del Norte y, al terminar sus estudios, de inmediato consiguió un trabajo en los Archivos Nacionales como técnico en la sala de investigación textual y de microfilm.
Se desarrolló en lo profesional hasta convertirse en el asistente especial del archivista, lo que lo convirtió en un rostro público de la institución y le dio la responsabilidad de seleccionar los regalos que los presidentes otorgaban a los mandatarios extranjeros. Su madre falleció en 2000 debido a la esclerosis lateral amiotrófica que padecía. Fue hasta después de que su padre murió tras complicaciones por una operación de corazón en 2016 que Anthony comenzó a preguntarse sobre sus padres biológicos.
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Su colega Debra Steidel Wall, la archivista adjunta de Estados Unidos, trabajó con Anthony durante treinta años. Además de ser la segunda al mando en la agencia que da empleo a 2800 personas, también es una genealogista aficionada. Su padre fue adoptado y Wall rastreó a sus padres biológicos y estableció contacto con primos a los que no conocía.
De vez en cuando, le recordaba a Anthony que seguía en pie la oferta de ayudarle a encontrar a sus padres biológicos. En septiembre de 2020, él aceptó.
Wall hizo que se sometiera a las pruebas genéticas de los sitios web Ancestry y 23andMe. Los resultados mostraron coincidencias con una variedad de parientes maternos. En tan solo cinco días, Wall usó coincidencias de ADN, registros de censos y recortes de periódicos de hacía varias décadas para identificar y localizar a la madre biológica de Anthony.
Ese octubre, le envió una carta de dos páginas para presentarse, en la cual le informaba sobre su diagnóstico de cáncer y le compartía su deseo de conocer el historial médico de su familia.
Varios días después, recibió una llamada de un número telefónico privado.
“¿Cómo me encontraste? ¿Y quién más lo sabe?”, preguntó una voz de mujer con un marcado acento sureño.
Ella mencionó que habló con Anthony durante casi una hora. Conversaron sobre su infancia en Wilmington, sus padres, su carrera y su batalla contra el cáncer, el cual ya había debilitado tanto su voz que era difícil entenderle.
Él le preguntó si se podían mantener en contacto. Ella dijo que tendría que pensarlo. No le dio su número telefónico. Nunca le volvió a hablar.
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Su única conversación le dio a Anthony un dato nuevo de vital importancia: el nombre de su padre era Craig, la inicial de su segundo nombre era H y su apellido podía ser Nelson, pero no estaba segura.
Wall conectó los puntos con rapidez.
No obstante, Anthony tuvo dudas durante meses sobre contactar a su padre biológico. No podía soportar otro rechazo.
Para finales de julio, estaba confinado a una cama de hospital en su sala.
Finalmente, el 31 de julio firmó la carta. Wall la envió como correo prioritario el 2 de agosto.
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Cuando Nelson la leyó el 9 de agosto, estuvo a punto de llorar.
“Pensé: ‘Dios mío, va a ocurrir. Voy a conocer a mi hijo’”, recordó.
Su novia, Pat Boeck, comenzó de inmediato a empacar sus cosas en su Subaru Forester. Partieron a la mañana siguiente con su shih tzu en el asiento trasero.
Nelson manejó. Boeck intercambió mensajes de texto con Anthony. Le envió fotografías de Tory, la hija de Nelson, de 48 años, que trabaja en una proveedora de abarrotes en la costa oeste. Anthony le escribió sobre su hija de 26 años, Madeline, y de su boda.
Cuatro días y 3700 kilómetros después, Nelson y Boeck llegaron a la casa de Anthony en Falls Church la tarde del 14 de agosto.
La esposa y la hija de Anthony los recibieron en el patio frontal y los condujeron a la sala.
“Bueno, hola”, dijo Nelson. Le preguntó a Anthony si podía abrazarlo.
Las tres mujeres dejaron a los hombres para que conversaran.
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Era casi imposible para cualquiera entender lo que decía Anthony, excepto para su esposa y su hija. No obstante, algunas cosas requerían pocas palabras.
Anthony quería ver los pies de Nelson. Ambos hombres calzan del número 30. Anthony escuchó, asintió, sonrió y apretó la mano de Nelson. Nelson fue quien más habló (sobre sus días como militar, su trabajo en los aeropuertos y su hermano Bob, quien murió de cáncer de próstata a los 49 años).
Nelson sacó de su cartera una fotografía vieja y maltrecha de él en su uniforme militar, orgulloso junto a su convertible Morgan rojo.
Por su parte, Anthony le mostró fotografías de él con los expresidentes Barack Obama y George W. Bush.
Nelson pensó que la vida de Anthony había resultado más rica y plena de lo que habría sido con él.
“Pensé, Dios mío, este joven. Debe haber sido lo mejor”, confesó.
Nelson le dijo a Anthony que quería que supiera que no lo había abandonado.
Su hijo asintió y sonrió.
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Anthony dormía cada día más con Nelson sentado a su lado.
Cuando Anthony despertaba, Nelson intentaba no perder la compostura. El 18 de agosto, Boeck empacó el auto de nuevo y Nelson en voz baja le dijo a Anthony que lo vería en el cielo.
Nelson conducía por la interestatal 70 cerca de San Luis el 20 de agosto cuando el teléfono de Boeck sonó. Era la colega de Anthony, Wall.
Ella le dijo a Boeck y Boeck le dijo a Nelson que Anthony había fallecido. Como sabía que el sentido del oído es de lo último que deja de funcionar, su esposa le había puesto el episodio más reciente de “Ted Lasso”, la serie de televisión sobre un entrenador de futbol implacablemente optimista. Era uno de los favoritos de su esposo. Anthony murió antes de que el episodio concluyera.
Nelson siguió manejando. Mantuvo la compostura hasta esa noche. En una imagen proporcionada por NARA, Sam Anthony, asistente especial del archivista, guía a los visitantes a los Archivos Nacionales en Washington en 2018. (Jeffrey Reed/Archivos Nacionales y Administración de Documentos vía The New York Times) Sam Anthony conoció a su padre biológico, Craig Nelson, días antes de que el cáncer le arrebatara la vida. (Pat Boeck vía The New York Times)