Por The New York Times | Jason Horowitz and Rachel Chaundler
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A Laura Marqués nunca le ha interesado mucho el fútbol. No ve los partidos de la liga española ni sabe los nombres de los jugadores. Ni siquiera vio a la selección femenina española ganar la final del Mundial de Fútbol este mes. Pero después de que el presidente de la federación española de fútbol besó a la fuerza a una de las jugadoras durante la ceremonia de entrega de medallas tras el partido, lo que desencadenó un trascendental debate nacional sobre feminismo, igualdad y abusos, solo piensa en el fútbol.
“Esta semana hemos comentado mucho el fútbol”, dijo Marqués, abogada de 26 años, mientras paseaba por el centro de Zaragoza con una amiga. Marqués considera que el beso no deseado es un acto demasiado común de agresión casual, un abuso de poder por parte de una figura de autoridad y un vergonzoso eclipse del momento de gloria de las mujeres por la tenaz, aunque cada vez más difusa, cultura machista del país, el a menudo arraigado sentimiento de orgullo y privilegio masculino.
Añadió que lo sucedido es algo de lo que las jugadoras se vienen quejando hace “mucho tiempo, y nadie lo creyó tan grave”, dijo. “Es la gota que ha colmado el vaso”.
El beso en los labios, festivo y no consentido, que Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, propinó a Jennifer Hermoso, una de las jugadoras estrella del equipo, ha pasado a encarnar la grieta generacional y cultural entre las profundas tradiciones machistas y el progresismo más reciente que ha situado a España en la vanguardia europea en cuestiones de feminismo e igualdad. Algunos analistas lo han llamado el momento #MeToo de España.
El lunes, la fiscalía española informó que había abierto una investigación preliminar para determinar si Rubiales, de 46 años, podría ser acusado de cometer un delito que podría constituir agresión sexual. La asociación que dirige, conocida formalmente como la Real Federación Española de Fútbol, le pidió que dimitiera. En un comunicado que publicó tras sesionar durante horas el lunes para tratar el asunto, citó “el inaceptable comportamiento que ha dañado gravemente la imagen del futbol español”.
Con el telón de fondo político de las recientes elecciones españolas, que han rechazado en gran medida las políticas nostálgicas y antiidentidad de género de la extrema derecha chovinista, la clase dirigente española está eligiendo claramente un bando. Destacados políticos de izquierda y derecha, las principales figuras culturales del país e incluso un número creciente de voces desde dentro de la cultura tradicionalmente machista del fútbol español se han unido para apoyar a Hermoso —que dijo sentirse “víctima de una agresión” tras un acto no consentido y sexista— y para condenar a Rubiales, que ha denunciado el “falso feminismo”, se ha descrito a sí mismo como víctima porque quieren “asesinarme públicamente” y ha insistido en que Hermoso inició el intercambio.
“Lo que ha pasado esta semana es un acontecimiento de época y creo que va a tener una repercusión importante”, dijo Máriam Martínez-Bascuñán, catedrática de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid. En su opinión, la condena inmediata de Rubiales —incluso por parte de miembros del principal partido conservador español— refleja lo lejos que ha llegado el movimiento feminista del país. Señaló que, en los últimos 20 años, España ha sido pionera en legislación sobre género e igualdad.
En 2004, reconoció la violencia doméstica como violencia explícitamente de género, y en 2022, tras un horrible caso de una violación en grupo, el gobierno aprobó una ley que clasifica como violación cualquier relación sexual no consentida.
La reacción ante el beso de Rubiales, según Martínez-Bascuñán, demostró que el país no tiene intención de retroceder.
Martínez-Bascuñán dijo que el incidente presentaba “una oportunidad magnífica” para que las feministas y progresistas españolas revelaran y cambiaran el sexismo, incluso en las instituciones más dominadas por los hombres. Dijo que había una grieta “generacional y también de género”, pero que la mayoría de los españoles entendían por qué el beso era inapropiado, y los que no lo entendían “no son para nada mayoritarios”.
De hecho, la denuncia del beso, cuyos videos y fotografías proliferaron en las redes sociales españolas y a través de los periódicos y las pantallas de televisión del país, procedió de todo el espectro político.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno del país y líder del partido socialista que apostó fuerte, y con éxito, por su propio historial de cambios fuertes progresistas y feministas en las elecciones del mes pasado, dijo que el beso era “inaceptable” y que las disculpas posteriores de Rubiales “no son suficientes”.
Irene Montero, ministra de Igualdad, calificó el beso de “violencia sexual”, una declaración que llevó a Rubiales a amenazar con demandarla a ella y a otros políticos de izquierda por difamación.
Cuca Gamarra, secretaria general del conservador Partido Popular, calificó el beso de “vergonzoso”. Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, a la que muchos ven como posible primera ministra conservadora, lo calificó de “impresentable”. Un editorial publicado el sábado en La Razón, un periódico conservador, describió el episodio como una “monstruosidad nacional”, y dijo que el progresismo del gobierno de Sánchez había creado un ambiente que habilitó a Rubiales y su “comportamiento vulgar e inapropiado en la final del Mundial femenino”.
El partido de extrema derecha Vox, que obtuvo terribles resultados en las elecciones tras presentar las leyes contra la violencia de género como tendenciosas contra los hombres, ha guardado silencio.
Pero la sociedad española ha estallado, aprovechando el incidente como un importante momento de despertar para su cultura futbolística, a menudo sexista y de clubes. Más de una decena de jugadoras se rebelaron el año pasado, frustradas desde hacía tiempo por la desigualdad salarial; por lo que consideraban un trato excesivamente duro y controlador por parte de su actual entrenador, Jorge Vilda, incluidas las acusaciones de que había registrado sus pertenencias personales; y por una cultura general de sexismo.
Muchas fueron expulsadas del equipo y se perdieron el Mundial, pero una de esas jugadoras, Lola Gallardo, declaró el lunes al diario El País que valió la pena el dolor de perderse la gloria. “Las ideas están por delante de una medalla”, dijo.
Toda la selección y decenas de jugadoras más firmaron un comunicado conjunto a última hora de la noche del viernes en el que afirmaban que no saltarían al campo a jugar con España “si continúan los actuales dirigentes”.
El sábado, algunos de los miembros del cuerpo técnico del equipo renunciaron, condenando la respuesta defensiva de Rubiales al incidente. Dos de las mujeres que firmaron la carta de renuncia estaban sentadas en primera fila en la rueda de prensa del viernes en la que Rubiales anunció que no dimitiría. Más tarde dijeron que les habían dicho que se sentaran allí en una muestra forzada de apoyo, pero no dijeron por quién.
Las jugadoras quieren poner fin a los días de machismo en el fútbol español, y sellarlo con el beso de Rubiales.
“Se acabó”, escribió Alexia Putellas, una de las jugadoras estrella, en una publicación en X, plataforma antes conocida como Twitter, solidarizándose con Hermoso. En un partido de la liga española disputado en Sevilla el domingo por la noche, los jugadores locales salieron al campo con camisetas en las que se leía “Se acabó”. El público aplaudió y pidió la dimisión de Rubiales y que se depurara la corrupción en la federación.
El viernes, Misa Rodríguez, jugadora de la selección, publicó en redes sociales una caricatura de una niña pidiendo a su abuela que le contara cómo la selección había ganado el Mundial. “No ganamos solo un Mundial, pequeña”, responde la abuela. “Ganamos mucho más”.
Lola Índigo, una cantante española, interrumpió un concierto en Marbella para expresar su indignación ante los hombres que ovacionaron a Rubiales tras su discurso del viernes.
Pero aunque la condena a Rubiales ha sido casi uniforme en la política, los medios de comunicación y la vida pública, sigue habiendo en toda España quienes se preguntan si el incidente fue tan grave como lo pintan, o si los labios de Rubiales son demasiado finos como para colgar de ellos un movimiento.
“Si quieren quitarle por lo de antes, deberían, pero el beso me parece una tontería”, dijo Beatriz Peña, una aficionada de 55 años que estaba comprando para su nieto en la tienda del equipo de fútbol de su barrio. “No es ni acoso sexual ni es nada”.
Oscar Duarte, de 48 años, compró una camiseta de fútbol para su hijo el lunes, el mismo día en que la madre de Rubiales se encerró en una iglesia e inició una huelga de hambre para protestar por lo que consideraba una cacería de brujas contra su hijo. Duarte dijo que él y su hijo se habían asegurado de apoyar a la selección femenina, viendo los partidos y animando la victoria de las jugadoras durante el partido final.
Como a muchos españoles, a Duarte le molestó que Rubiales se tocara la entrepierna al estar cerca de la reina y la princesa de España durante las celebraciones de la victoria, pero dijo que no veía nada tan terrible en el beso.
“Es como un beso que pudiera haber dado a una amiga”, dijo, añadiendo que “era un gesto de cariño”.
Pero el lunes, los fiscales españoles empezaron a investigar si fue mucho más que eso.
Jason Horowitz es el jefe del buró en Roma; cubre Italia, Grecia y otras partes del sur de Europa. Cubrió la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, el gobierno de Obama y al Congreso estadounidense con un énfasis en reportajes especiales y perfiles políticos. Más de Jason Horowitz