El 24 de febrero de 2022, en horas de la madrugada, Rusia comenzaba su “operación militar especial” en Ucrania. Así denominó el Kremlin desde un inicio —y hasta ahora— la invasión emprendida por sus fuerzas militares en los territorios del este de ese país, que desde hace un año es el epicentro de la renovada tensión entre Occidente y Moscú.
La justificación del Gobierno de Vladimir Putin fue una “amenaza ucraniana” ante la que “Rusia no puede sentirse segura”, tal como dijo el propio presidente ruso en el discurso en el que anunciaba su decisión de lanzar esa “operación especial”, tras la cual comenzaron a sentirse las primeras explosiones en el este del territorio ucraniano, en la región del Donbás. Precisamente, Putin esgrimió como razón para el avance de las fuerzas rusas la “protección” de los habitantes rusófonos de la República Popular de Lugansk (RPL) y la República Popular de Donetsk (RPD), dos gobiernos prorrusos autoproclamados ubicados en el Donbás.
El respaldo a estos dos territorios fue desde el principio el pretexto del Gobierno ruso para continuar su operación, que luego se extendió por otras regiones del este de Ucrania. Otra de las razones era la de “desmilitarizar y desnazificar” el país gobernado por el excomediante devenido en político, Volodímir Zelenski.
Aquella semana de febrero, la ofensiva emprendida por las fuerzas rusas que empezó en el este de Ucrania parecía que iba a alcanzar y tomar la capital, Kiev, en cuestión de días, tal como auguraban analistas y expertos en conflictos bélicos. Sin embargo, la guerra continuó, se recrudeció y permaneció como una realidad cada vez más cierta para los millones de habitantes de Ucrania que resistían, así como una amenaza inminente para el resto de los países de Europa y del mundo.
A un año de que la realidad de la guerra volviera a territorio europeo, tras dos décadas del fin de los conflictos en la ex Yugoslavia, el panorama no parece ser el de un fin inminente. Mientras Rusia se prepara para reforzar su ofensiva, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y los países que la integran parecen jugar un rol cada vez más activo en un enfrentamiento que muchos temen se pueda propagar más allá de las fronteras ucranianas. Mientras, un escenario de negociaciones sigue siendo lejano; ninguna de las partes quiere ceder los territorios en juego.
Los antecedentes
El conflicto que actualmente ensombrece Ucrania precede los 365 días de guerra que se cumplen este viernes. Ucrania se convirtió en un país independiente en 1991, al mismo tiempo que se concretaba la disolución de la Unión Soviética. En los años siguientes a la caída del gigante comunista, la OTAN se expandió hacia el este e incorporó a países que formaban parte del extinto Pacto de Varsovia (Hungría, Polonia y República Checa). En 2005 se sumarían al club Bulgaria, Lituania, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia y Letonia.
Sin embargo, a pesar de las intenciones de Occidente —en 2008, George W. Bush manifestó su deseo de integrarla a la OTAN—, Ucrania nunca se sumó. Desde Kiev, cinco de seis presidentes que gobernaron el país desde 1991 (Leonid Kravchuk, Leonid Kuchma, Víktor Yúshchenko, Petró Poroshenko y el actual, Zelenski) manifestaron su voluntad de adherirse. El único que pareció acatar la voluntad de Putin de que Kiev se alejara de Bruselas —ciudad sede tanto de la OTAN como de la Unión Europea (UE)— fue el presidente prorruso Víktor Yanukóvich (2010-2014), que retiró el pedido formal hecho por Yúshchenko en 2008 para entrar al bloque. Esta medida luego la revocaría Zelenski a poco de ocupar el cargo.
Luego de la caída de Yanukóvich, en 2014, mientras Ucrania volvía a intentar acercarse a Occidente, grupos rusófilos del este del país comenzaron a manifestar su oposición y creció la tensión en la zona de mayor habla rusa, el Donbás y Crimea.
Ocho años antes de que usara el argumento de “proteger” a los ciudadanos rusos y rusófonos en el territorio ucraniano para comenzar su “operación especial”, Putin lo utilizó en 2014 para pedir al Senado de su país que autorizara el envío de tropas al este ucraniano. Al mismo tiempo, en Crimea, habitada por una mayoría rusófona y rusa étnica, se gestaba el referéndum con el que luego buscó (y logró) independizar la península del resto de Ucrania.
Ese proceso concluyó en 2015, cuando se hizo oficial la adhesión de la República de Crimea a la Federación Rusa, considerada ilegal por Kiev, Estados Unidos y la UE. Simultáneamente, en el Donbás, las fuerzas prorrusas buscaron alcanzar la independencia, proclamaron la RPD y la RPL, y entraron en combate con el ejército ucraniano. Ese año se dio un alto al fuego firmado en Minsk que, sin embargo, no logró que terminaran los enfrentamientos focalizados, que luego derivaron en la guerra actual.
Un año en guerra
Tres días antes de que empezara la invasión, mientras firmaba los decretos para reconocer la independencia de la RPD y la RPL, Putin dijo que “la Ucrania moderna fue creada enteramente por Rusia” en el período inmediatamente posterior a la Revolución rusa, y apuntó al “error” de Lenin de darle entidad propia a lo que era “tierra históricamente rusa”. Ese mismo día, el mandatario dijo que era “una conclusión inevitable” que Ucrania fuera admitida en la OTAN y que estaba latente la amenaza de que Kiev dispusiera de armas nucleares.
Ya el 24 de febrero de 2022, con la invasión iniciada, Putin anunció a su país y al mundo su movimiento, dijo que no planeaba ocupar todo el territorio de Ucrania, ratificó su postura de defender las recientemente reconocidas “repúblicas populares del Donbás” y dio una advertencia a Occidente, que a un año de pronunciada sigue vigente.
“Ahora algunas palabras importantes, muy importantes para aquellos que puedan verse tentados a intervenir en los acontecimientos en curso. Quien intente ponernos obstáculo, y más aún crear amenazas para nuestro país, para nuestro pueblo, debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata y acarreará consecuencias que nunca han experimentado en su historia. Estamos listos para cualquier desarrollo de los acontecimientos. Se han adoptado todas las decisiones necesarias al respecto. Espero que me escuchen”, dijo el líder ruso en aquel discurso que marca el mojón de inicio de la guerra.
Ucrania decretó la ley marcial ese mismo día y ordenó a la noche una movilización general de todos los hombres ucranianos de entre 18 y 60 años. Mientras, las fuerzas rusas avanzaban por su país vecino por cuatro flancos: por el sur desde Crimea, por el este desde la zona ocupada del Donbás, al noreste desde la frontera rusa, y, desde el norte, por Bielorrusia —país aliado del Kremlin—, los que avanzaban rumbo a Kiev.
Mientras tanto, Zelenski, que hasta 2019 era un actor cómico que hacia el papel de presidente de Ucrania en la televisión y que con el correr de los días se convertiría en el nuevo rostro preferido del foco geopolítico mundial, daba también un mensaje a Occidente.
“La pelea es aquí; necesito municiones, no un aventón”, dijo Zelenski a la Embajada estadounidense en su país, luego de que Washington le ofreciera evacuarlo a él y a su familia de Kiev. Ese mismo día, el sábado 26 de febrero, Zelenski subió a las redes un video en las calles de la capital para ratificar que estaba en Ucrania.
“Estoy aquí. No voy a bajar los brazos. Vamos a defender nuestro país, porque nuestra arma es la verdad y la verdad es que esta es nuestra tierra, nuestro país, nuestros niños, y vamos a defender todo esto”, dijo, con su hoy tradicional buzo verde militar que lo acompañaría en las pantallas de los Parlamentos del mundo y en sus posteriores viajes de Estado, al tiempo que su imagen se convertía en la de la resistencia. Al menos en el mundo de las redes.
Allí, en Twitter, Facebook, WhatsApp y en sus contrapartes rusas, otro símbolo de la guerra tomaría fuerza, la letra Z. A pesar de no existir en el alfabeto cirílico —se escribe así: “3”—, su uso viene de la frase “za pobedu”, que en ruso significa “por la victoria”. El caracter pasaría primero a distinguir a los vehículos militares rusos que avanzaban por la región sudeste de Ucrania; luego lo tomarían los seguidores de Putin; y, por último, el propio Kremlin, como ícono del apoyo a la guerra.
Los tanques con la Z pintada avanzaron por la planicie ucraniana y los soldados que los acompañaban tomaron cada vez más ciudades, llegando a hacerse con el control de la vieja planta de Chérnobil y de la operativa central nuclear de Zaporiyia, lo que despertó las alarmas de la Agencia Internacional de Energía Atómica y del mundo; ambas, por razones distintas, debían manejarse de forma correcta para evitar mayores catástrofes.
Mientras ambos bandos jugaban al tuya y mía con esta segunda planta, el nombre de su región, Zaporiyia, pasó junto con el de otras tres regiones —Donetsk, Lugansk y Jersón—, a ocupar los titulares del mundo. En setiembre de 2022, el Gobierno ruso respaldó cuatro referéndums, no reconocidos por la comunidad internacional, para que los ciudadanos de esas regiones controladas por Moscú votaran si querían pasar a formar parte de la Federación Rusa. Con el mismo método aplicado en Crimea en 2014 y un resultado superior al 85% de votos favorables en los cuestionados comicios, Putin aceleró el trámite y en cuestión de días firmó la anexión de los cuatro territorios.
Así como en los primeros meses de la guerra el avance ruso aparentaba ser imparable, con el correr del tiempo las noticias eran sobre la contraofensiva ucraniana que parecía poner freno a la vanguardia de sus adversarios. En abril, las fuerzas rusas se retiraron de su ofensiva en Ucrania central, donde su principal objetivo había sido la fallida batalla relámpago para tomar la capital y, desde ahí, el Gobierno de Zelenski comenzó la segunda fase, a la que comenzó a llamar la “batalla por el Donbás”. Como consecuencia, miles de soldados al mando del Kremlin se replegaron, abandonaron el frente norte y las operaciones se centraron en el este, donde hasta ahora radica el epicentro del combate.
Desde un principio, los medios del mundo señalaron el conflicto como un combate a lo David y Goliat, por la notable diferencia numérica, de tamaño y de recursos entre el Ejército ruso y las fuerzas ucranianas. La imagen más clara de esa realidad fueron los cientos de fotos, videos y reportajes que mostraban a civiles defendiendo sus localidades natales con sus armas o de la forma que encontraban.
Sin embargo, con el correr del tiempo y de la pelea, Goliat no ha demostrado aún todo su poder bélico —a pesar de incorporar a sus cientos de miles de reservistas a las filas en setiembre de 2022— y David parece no solo haber dado una pelea pareja, sino haber aumentado de tamaño con ayuda externa.
Así como la OTAN es uno de los factores claves que explican por qué Rusia decidió invadir Ucrania antes de que esta formara parte del bloque, a la OTAN fue precisamente a la que Zelenski, con su “necesito municiones”, apuntó en busca de ayuda.
No obstante, el bloque occidental no fue raudo en la ayuda, no al menos de la forma que pretendía el presidente ucraniano, con armas y recursos. La primera medida de Occidente fueron las sanciones; el objetivo, dar un golpe de gracia a la economía rusa que la desestabilizara y obligara así al Kremlin a dar marcha atrás. Moscú, ciudad donde en 1990 miles de personas hicieron fila para comer en el primer McDonald’s de la Unión Soviética, ahora se quedaba sin el restaurante de los arcos dorados, y con él, sin miles de empresas que retiraban sus operaciones del gigante euroasiático. La contramedida de Rusia fue igual de fuerte: recordarle a Europa que su energía dependía del gas ruso y obligarla a buscar alternativas.
A medida que la guerra avanzaba y que Putin no daba el brazo a torcer, los países occidentales pasaron a tomar una posición más activa y a cumplir el deseo de Zelenski: municiones y armas. Tal como recuerda DW, dos de los primeros países en brindar asistencia de este tipo fueron República Checa —que llegó a dar municiones para fusiles y tanques incluso antes del comienzo de la guerra, en enero— y Polonia. Este último, además, se enfrentó a sus socios de la OTAN en marzo, cuando quiso entregar a Kiev aviones de combate MiG-29, lo que fue frustrado por el bloque. La participación directa prometía riesgos.
Con el correr de los meses, Eslovenia, Turquía, Alemania, Italia, Francia, Bélgica, Noruega, Canadá, Estados Unidos, España y otros actores han vendido, entregado o prometido armas —desde balas a misiles Javelin o tanques— al bando ucraniano.
Al día de hoy, según su Departamento de Defensa, el Gobierno de Estados Unidos comprometió 29.800 millones de dólares en ayuda militar desde el 24 de febrero de 2022, que incluyen tanques, helicópteros, sistemas antiaéreos y antiblindados, municiones de todo tipo, equipamiento y dinero para entrenamiento y mantenimiento de equipos.
Por otro lado, según informó Bloomberg, la Unión Europea comprometió 71.300 millones de dólares en apoyo a Ucrania, entre asistencia del organismo y de los países que lo componen; de ese total, 40.200 millones fueron a ayuda económica, 18.100 millones en apoyo a refugiados y 12.700 millones a ayuda militar.
Más allá de los avances o retrocesos territoriales de ambos bandos, el impacto en la economía global, la tensión diplomática en crecimiento y una baja del 30% del Producto Bruto Interno (PBI) ucraniano, el saldo de esta guerra es que, al día de hoy, en Ucrania murieron 8.006 civiles y otros 13.287 resultaron heridos por los enfrentamientos. De estos, 487 niños fallecieron y 954 resultaron lesionados, tal como informó Bloomberg. Según la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, el 90,3% de las bajas civiles en la guerra se deben a armas explosivas de largo alcance, misiles balísticos y ataques aéreos. Unicef, por su parte, señala que actualmente el 82% de los niños ucranianos viven en condiciones de pobreza.
Y, sumado a esos números, los que la guerra empujó fuera de sus hogares: alrededor de 14 millones de personas, según apunta el medio estadounidense; en tanto, unos 18 millones reclaman ayuda humanitaria. Según la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados, Acnur, la emergencia actual en Ucrania es de nivel 3, el más alto que dispone el organismo, que señala que más de 8 millones de personas procedentes de Ucrania han buscado refugio en otros países de Europa. También se han registrado más de 18,8 millones de movimientos transfronterizos para salir del territorio ucraniano.
El presente y la pregunta del millón: ¿Tercera Guerra Mundial?
El 24 de febrero pasado, cuando el mundo se enteraba de lo que estaba pasando, la pregunta pronunciada en infinidad de idiomas fue: ¿se viene la Tercera Guerra Mundial?
A lo largo del año transcurrido, la interrogante pareció ir y venir, a medida que el conflicto pasaba del campo de batalla al terreno diplomático y más actores se veían involucrados. La tensión entre la OTAN y Moscú volvía a los tiempos del Pacto de Varsovia y al mundo dividido en dos.
A pesar de la respuesta que Putin prometió, ese mismo día, a “aquellos que puedan verse tentados a intervenir”, el presidente ruso aún no hizo un movimiento para responder al flujo de provisiones que desde Occidente inflan las posibilidades de Ucrania de seguir resistiendo.
Sin embargo, las palabras “estamos listos para cualquier desarrollo de los acontecimientos” continúan resonando.
La amenaza de que Rusia, ante la imposibilidad de lograr la victoria, recurra al uso de un arma nuclear, no ha sido descartada por los analistas, principalmente desde que Ucrania demostró una contraofensiva eficaz. Ese miedo volvió a tomar notoriedad este martes con el anuncio de Putin de la suspensión, por parte de Rusia, del cumplimiento del Start III, el último tratado de desarme nuclear aún vigente entre Moscú y Washington. “Si Estados Unidos realiza ensayos nucleares con nuevo tipo de armamento estratégico, Rusia efectuará también pruebas. Por supuesto, no seremos los primeros en hacerlo. Nadie debe albergar la peligrosa ilusión de que la paridad global estratégica puede ser destruida”, dijo, según consignó EFE.
Un día antes, la semana del aniversario comenzaba con una visita sorpresa de Biden a Kiev, con el anuncio de 500 millones extra en asistencia adicional para Ucrania; este viernes, el Gobierno de Estados Unidos comunicó otro paquete por 2.000 millones en ayuda militar.
“Ucrania nunca será una victoria para Rusia. ¡Nunca!”, proclamó Biden en Polonia el martes, respondiendo a Putin y destacando la recuperación de la tierra, “desde Jerson hasta Kiev”, de un país que “todavía hoy es independiente y libre”.
El aniversario de esta guerra llega con anuncios de ayuda externa que hace un año parecían una utopía, con el frente de batalla aún encendido en el este ucraniano y con la promesa de que, en 2023, el conflicto continuará.