Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti
@javier.noceti
Nahuel Tuya (20) cree en el destino, en que todo está escrito. Hoy dice convencido que hay que lucharla, y que todo depende de uno mismo. Él tiene propiedad para hablar: luchó contra sus demonios y, de momento, les ganó, o al menos, tiene el partido controlado.
Es, además, hijo de luchadores en un hogar pobre de San José de Mayo: su padre, Julio, hace 15 años que arrastra un cáncer, se está quedando ciego, pero todavía aprieta la mano fuerte al saludar. A su madre, Nancy, le dijeron que tenía escasas chances de sobrevivir al parto de su hijo del medio. Le dieron a elegir entre la vida de Nahuel o la suya. Ella dijo: “Salven al bebé, o nos salvamos los dos”, y le prometió a la criatura que cuando creciera lo llevaría hasta la iglesia del Cerrito de la Victoria, esa que ella veía desde una ventana del piso 16 del Clínicas. No fue hasta que Nahuel tuvo 19 años que su propio hijo la llevó a conocer la emblemática catedral.
El chico no fue una luz en los estudios, pero se las ingenió para tener el ciclo básico liceal terminado. De niño no tenía una vocación clara, pero las cosas se fueron dando solas. Jugó al baby-fútbol como todo niño en River Plate de San José y luego en Central. De nuevo, el destino. Tenía 16 cuando jugaba en Central y un viernes le avisaron: “Flaco, mirá que el finde viajás a Paysandú a jugar con el primero”. Y allá fue él a debutar con la primera división del grande maragato por la Copa del Interior de OFI (Organización del Fútbol del Interior).
Después coqueteó con clubes de Montevideo en sus inferiores (Defensor Sporting, Nacional), hasta que un conocido sugirió su nombre –“es alto, fuerte, buen zaguero, mirá que no lo pasan fácil”- para un llamado de aspirantes en Boston River, pero quien le echó el ojo, el contratista Ari García, se lo terminó llevando a Torque. Era fines de 2018, Nahuel tenía 17.
Entrenó con la Cuarta división de Torque. Eran 45, se lesionaron siete, y tres quedaron en el plantel definitivo (Nahuel fue uno de ellos, claro). Lo ficharon y quedó en Cuarta. Cada tanto, el DT argentino Pablo Marini lo convocaba a entrenar con el primer equipo, el que juega en la Primera División del glorioso fútbol uruguayo.
El sueño de llegar a Primera, de ganar bien y poder ayudar a sus padres, estaba ahí nomás. Pensó que sólo dependía de él. Después, quizás, pegar una transferencia al exterior y salvar económicamente a su familia, que tiene una casita humilde en el barrio siempre complicado de Picada de las Tunas en San José. Pensó que dependía enteramente de él. Pero no.
En Torque todo era profesional y serio, incluso antes de ser Montevideo City Torque. Sobraban las pelotas, el césped estaba siempre impecable y hasta el trato humano era ejemplar. Había hijos de jugadores famosos en las juveniles sí (un hijo de Montero, un hijo de Abreu), pero jugaban los mejores y no los “hijos de”.
Era marzo de 2020 y se aprestaba a volver a las canchas tras una dura suspensión de tres partidos. Se sentía bien, fuerte, con ganas de demostrar su talento en la defensa, sus ganas de llegar lejos. Pero el viernes 13 de marzo de 2020 llegó la pandemia del coronavirus a Uruguay, la vida de los uruguayos cambió, se empezó a hablar de “nueva normalidad”, había que quedarse en casa, salir lo mínimo indispensable y con un barbijo puesto (¡ya no se podía compartir el mate!), se suspendieron los espectáculos públicos, y claro, también el fútbol.
Nahuel no lo pensó: hizo un bolsito y se tomó el primer bondi a San José, para estar con su novia y su familia.
Apenas seis días después, su propia vida cambió para siempre.
-¿Qué pasó el 19 de marzo de 2020?
-Lo que pasó ese día me cambió la vida. Fue mi primera crisis de pánico. Salí de la casa de mi novia que vive a seis cuadras de casa. Yo venía caminando y le dije a mi madre: “Mamá, ¿te animás a salirme a alcanzar?”, porque yo estaba cansado. Me dijo que sí. Yo me sentía cansado, como raro, nervioso, con un peso en los hombros. Será el mate, pensé. Caminé una cuadra, y cada vez el peso era más, empecé a perder la visión, me faltaba el aire, me dolía mucho el pecho y la cabeza. Pensé: “Hasta acá llegué”. Era tipo película: cada vez veía menos, y los hombros me pesaban más. Pensé: “Bueno, cuando se me apaguen las luces, me muero”.
Pensé que me iba a morir. “Bueno, que sea lo que Dios quiera, y si caigo al piso, mala suerte”. Y cuando me doy cuenta, reaccioné, pude ver, pero hiperventilaba, tenía un fuerte dolor en el pecho y en la cabeza… Me entré a desesperar. En la esquina había unos conocidos, y pensé en decirles que llamen una emergencia, y si será algo psicológico, que días después me dijeron que me vieron lo más bien y yo los saludé como si nada. ¡Y yo estaba sufriendo, y pensando que me moría! Cuando estoy llegando a la esquina veo que viene mamá, y le dije: “Mamá, llévame a emergencia porque me muero”. Me pregunta qué me pasa, y le digo: “No siento la cabeza, no siento los brazos, me duele el pecho y se me tranca el aire en la garganta. Llevame a emergencias, me estoy muriendo”.
Lo primero que hicieron fue darme un tapabocas y me dijeron que podía ser Covid. Le dije que no podía ser, que me estaba dando algo en la cabeza o en el corazón. Una doctora me atendió y me dijo que era una crisis de pánico. Me dijeron que era algo normal, que no me preocupara. Yo venía de un par de duelos que no había aceptado: el de mi abuela y el de un amigo que habían fallecido hacía poco. Mi amigo tenía mi edad y se murió, ahogado. Ahí pensé: “Al final yo también me puedo morir”. Eso y lo de mi abuela, que no me pude despedir, fue lo que -creo- me desataron las crisis.
Eso, y la presión que yo me generaba para llegar a Primera, para darle lo mejor a mis padres. Uno va del interior a Montevideo primero para cumplir un sueño, y después generar una diferencia económica para ayudar a sus padres. La familia desde el interior hace su esfuerzo, estás lejos, te perdés cumpleaños… El día antes que falleciera mi abuela, yo no vine a San José. Me vine pensando que se estaba recuperando de un infarto, y en determinado momento me informan que hacía tres horas que había fallecido. Hasta hoy no acepto no haberla venido a ver antes…
-Te diagnosticaron crisis de pánico, quizás pensaste que había sido un caso aislado. Pero a los pocos días se volvió a repetir...
-A los tres días se volvió a repetir. Estábamos tomando unos mates y comiendo bizcochos con mi novia y empecé a contarle lo que había sentido hacía tres días, Y en una le dije: “Me está pasando de vuelta… Llamá a una emergencia”. Me entré a desesperar. No sentía el lado derecho del cuerpo, sentía que se me caía. Había tomado medicación de más, me habían dado alprazolam, por si me sentía mal, y me había tomado dos o tres en el día. Entré a desesperarme en el centro de San José. “Me muero”, le dije a mi novia. “Vamos caminando al hospital”, me dice. “No llego, no llego, estas no son crisis de pánico”, le dije yo. Yo sentía que me estaba muriendo. Llamamos a un taxi, fuimos a una emergencia, me atendió una psiquiatra y una doctora. Lloré y todo… Me dijeron que iba a tener que tomar cierta medicación, porque cuando ya se hacen repetitivas, es un trastorno. Empieza a venir la ansiedad, y tengo que cuidarme con la medicación.
Ahí empezaron las crisis de ansiedad también. En cualquier momento me entraba a desesperar. No me sentía mal, pero estaba perseguido que algo malo me iba a pasar… Y a veces la generaba yo mismo, sin darme cuenta.
-¿Qué medicación empezaste a tomar?
-En ese momento me recetaron antidepresivos, cuando todavía no me habían diagnosticado depresión, y alprazolam como ansiolítico. Alprazolam me tomaba uno, y ya quedaba para dormir todo el día. Era como una droga, iba a entrenar hecho un zombie. No recuerdo el nombre del antidepresivo, pero era muy fuerte.
-También te costó dormir…
-Sí, yo me tomaba el ansiolítico
durante el día, ese día me dormía todo, igual me despertaba al otro día. El
problema era si yo lo tomaba de noche. Hasta que yo no veía la luz del sol, no
me podía dormir, por más que durmiera con todas las luces prendidas, si yo
sabía que era de noche, no me podía dormir. Recién cuando amanecía, ahí me
dormía. Tenía miedo de que me diera una crisis mientras dormía.
"Entré a desesperarme en el centro de San José. 'Me muero', le dije a mi novia. 'Vamos caminando al hospital', me dice. 'No llego, no llego, estas no son crisis de pánico', le dije yo. Yo sentía que me estaba muriendo. La doctora me dijo que era una crisis de pánico"
Yo sentía que no eran crisis de pánico. Para mí era un cáncer, un tumor en la cabeza, porque yo sentía mucho dolor del lado derecho de la cabeza. Yo pedí una tomografía, un análisis de sangre, porque para mí no era una crisis de pánico… Pero era una crisis de pánico. Yo no podía entender cómo algo psicológico me podía hacer tanto mal físicamente. Ni siquiera podía entrenar. Estaba acá en San José, y estuve desde marzo hasta junio sin entrenar. Recién en junio me sumé a algún zoom. Pero entrenaba al aire libre solo o con un profe, y me volvía a marear, me sentía sin fuerzas, y pensaba: “Nahuel, tenés un tumor, tenés algo”.
-A mediados de año volvió el fútbol y tuviste que volver a entrenar con tus compañeros, y a jugar los partidos oficiales por el campeonato. ¿En la cancha cómo te sentías? ¿Jugabas con normalidad o el miedo te acompañó en la cancha?
-Jugaba deseando que terminara de una vez. Sufría en la cancha, tenía miedo de sentirme mal, marearme y cometer un error. Jugaba más por mis compañeros o por mis padres, para darles una alegría porque yo sabía que estaba cerca de cumplir el sueño de llegar a Primera… Y si llegaba a eso, pensaba que yo que todo ese mal se iba a ir. Pero al contrario: me tiraba más para atrás. En la cancha no quería que me llegara la pelota, no quería estar adentro de la cancha. Quería estar en San José, tranquilo, pescando igual. Pero en la cancha la pasaba mal.
-¿Afectó tu rendimiento?
-Depende. A veces, aunque no quería estar ahí en la cancha, igual rendía, porque yo no jugaba para mí. Yo trataba de dedicarle un partido siempre a alguien. Y si no, jugaba por el equipo, por mis compañeros. Entonces, aunque no quería estar ahí, trataba de dar lo mejor de mi igual. Capaz que no era lo que más podía dar, pero capaz que me estaba lastimando yo mismo, por ayudar a otros.
-¿Cuándo los ataques de pánico dieron paso a la depresión?
-Cuando dejé los antidepresivos, por las mías. Por ahí por setiembre del año pasado. Cuando los dejé, estaba mucho más bajoneado, tenía muchas más crisis de pánico, ya me habían hecho tomografía, análisis de sangre, había salido todo bien, pero yo seguía mal. Me dio una nueva crisis de pánico, me atendió una psiquiatra que estaba de guardia, y me dijo: “¿Qué pensás vos?” “Sinceramente no pienso en nada, me quiero matar”, le dije. “O que esto me mate o me mato yo”. Estaba triste, apagado, no tenía ganas de nada, todos los momentos valían lo mismo, estaba entregado… Yo no era consciente que sufría depresión. Ahí me diagnosticaron depresión.
-¿Por qué no quisiste someterte a un tratamiento psicológico?
-Me costó mucho aceptarlo. Ta, me podía desahogar, pero ¿cómo podían hacer para que esos dolores se fueran? Yo quería que se me fueran los dolores, lo que pasaba por la cabeza no me importaba. Después entendí que una cosa llevaba a la otra. Empecé con mis ataques en marzo de 2020, y recién en enero de este año arranqué a ir al psicólogo. Diez meses después. Me negaba. No entendía por qué tenía que ir al psicólogo, yo sentía que era algo físico. Por allá por diciembre, hacía dos o tres crisis por semana, y aún tomando medicación.
"Sufría en la cancha, tenía miedo de sentirme mal, marearme y cometer un error. Jugaba más por mis compañeros o por mis padres, para darles una alegría , porque yo sabía que estaba cerca de cumplir el sueño de llegar a Primera"
Por ahí por setiembre yo mismo dejé los antidepresivos, me quedé con el ansiolítico nomás. “No lo preciso más”, dije. Hubo una semana que pasé notable, hasta me sentí bien en la cancha. El tema fue a la semana siguiente: no podía levantarme de la cama, no sabía qué me pasaba. No sentía el cuerpo, estaba mareado, me dolían las piernas, los brazos. Parecía que había ido al baile, me había tomado todo y estaba detonado. Y estaba en la cama y no me podía ni levantar. Finalmente me pude venir hasta San José. Eran crisis horrible y cada vez tenía nuevos síntomas. Yo me sentía débil, pero me medían las fuerzas y estaba normal.
-Tuviste pensamientos suicidas, por lo que veo…
-Sí, estaba esperando el bondi para irme a la práctica en Agraciada y tenía más ganas de tirarme adelante del bondi que subirme al bondi para ir practicar. Me pasó más de una vez. Pensé otras formas. Pensé en tomarme toda la medicación junta, pero no quería fallar. Era consciente de que si yo fallaba, iba a tener consecuencias. Pensaba en hacer algo que fuera seguro. Lo pensé muchas veces.
-¿Y qué te dio un poco de luz? ¿Qué te frenó?
-Yo iba con mi novia caminando para llegar a la parada de Agraciada y pensaba: “Acá me tiro y chau”. Pero le agarraba la mano fuerte, y sentía que una voz me decía dentro mío: “No, vos no podés (tirarte). No podés ser tan cobarde de tomar esa decisión”, pero el pensamiento seguía, estaba siempre.
Y un día que me levanté algo lúcido me puse a pensar: “¿En qué estoy pensando? ¿Qué me está pasando?” Empecé a mirar a mamá, a papá, a mis sobrinos, que tiene mil dificultades. Pensé: “Si yo me mato, capaz que soluciono mi problema. ¿Pero cuántas vidas dejo arruinadas atrás mío?” Y otra vocecita me decía: “Pero si no servís para nada, y nadie te va a extrañar”. Pero prefiero que no me quieran, a que me estén llorando después y no poder decirles nada. Y ta… empecé a cambiar la cabecita, a enfocarme, y me decía a mí mismo: “Quiero mejorar”. Empecé a pensar: “Mi padre hace 15 años que tiene cáncer. ¿Cuántas veces habrá pensado en matarse y no se mató por nosotros?”, o mi madre, que cuando estaba por darme a luz en el Clínicas, desde el piso 16 se veía la iglesia del Cerrito de la Victoria, y pensaba: “Si yo me salvo, y los dos nos salvamos, voy a llevar a Nahuel a esa iglesia cuando nazca”. Pasaron 18 años, y la llevé yo cuando me mudé para el Cerrito de la Victoria.
Empecé a pensar en mi familia. A mí amor nunca me faltó. Aunque me sintiera solo, pero nunca me faltó un abrazo. En lo material, tuve siempre lo justo y necesario. Y si algo no se podía comprar, mamá y papá hacían el esfuerzo, iban y lo compraban. Empecé a cambiar la cabeza… solo, solo. “Nahuel, no aflojes, tenés que ser un testigo vivo de esto que te está pasando”, pensaba.
-¿En qué momento decidiste dejar el fútbol?
-A mediados de diciembre terminó el campeonato, y esa semana hice tres crisis de pánico seguidas. Las primeras dos no le dije a nadie, fui solo a la emergencia. El tema fue la tercera. Pensé que me iba a morir. Fui con un amigo y le pedí que le avisaran a mis padres y a mi novia. Llegaron a las 2 de la mañana a la emergencia. Pedían que me cambiaran la medicación o me hicieran nuevos análisis. Me hicieron, pero salió todo bien: nada en la cabeza, ni en el corazón, ni en ningún lado. Ese diciembre yo había probado con dos psicólogas, pero no me podía largar… Entonces le dije: “Mamá, quiero empezar con un psicólogo en serio. Me cansé, no quiero sufrir más”.
Ahí fue cuando me cayó la ficha, de que esto no lo curaba ni el alprazolam, ni ningún antidepresivo, ni sertralina ni clonazepam, nada. Es de uno mismo la lucha. Ahí el psicólogo nuevo me dijo: “Por mí, podés venir tres veces por semana. Pero está en vos. Si vos no querés salir adelante, no vas a salir. Podés tomar toda la medicación que te indiquen los doctores, eso va a hacer que te calmes y evitar una crisis, porque tu cuerpo está largando hormonas de defensa, como si estuvieras a punto de pasar algo malo. Eso te va a sedar un poco. Pero si vos querés salir adelante, está en vos”. Y ahí empezó el cambio.
Ahí llamé a Ari, mi contratista, y le dije: “Ari, no quiero jugar más al fútbol”. “Pero Nahuel, pensalo. ¿Te hicimos algo malo?”. “No, no… Me cansé, no quiero sufrir más. Porque si sigo jugando al fútbol, me termino matando. No quiero jugar más. Y no vengan a convencer, no me saquen a hablar afuera, nada. Si me vienen a buscar, me tomo el primer bondi a San José”.
-¿Por qué pensaste que el problema era el fútbol?
-Porque yo ya no era feliz en la cancha. Yo no quería estar en la cancha. Quería estar en San José, en la plaza… hasta quería alejarme de Montevideo. Cuando me vine, dije: “No vuelvo nunca más a Montevideo”. Quería llevar una vida más tranquila, quería volver a ser yo, quería ser feliz.
-¿Tenías muchas presiones, en el ambiente del fútbol?
-Me autopresionaba mucho, porque nunca nadie me dijo: “Mirá que si en un mes no llegás (a Primera División), carretera contigo”. Me presionaba yo, para salvar a mi familia económicamente, para darle lo mejor a mis padres, a mi pareja, ayudar a mis sobrinos. Poder decirles algún día: “Mamá, papá: no trabajen más”, si me salía un pase, o lo que sea.
En marzo de 2021 Nahuel Tuya hizo una publicación en Instagram y Facebook: “Después de casi un año que apareció esto en mí, me toca tomar esta decisión, casi un año sufriendo de un trastorno de pánico, ansiedad, y depresión. Solo los que lo viven saben lo que es, no son solo mareos, ni que estás nervioso, solo está ahí para hacernos sentir mal en el momento menos esperado. (…) Y comunicó que a los 19 años dejaba el fútbol: “Me duele apartarme de esto que tanto me gusta, de mi supuesto sueño, pero hoy lucho por mi bien. Se cierra una puerta en mi vida que probablemente sea imposible tener una oportunidad así otra vez, pero Dios va a abrir otras. Quiero ser feliz, luchar por mi bien y los que me rodean”. La catarsis terminaba diciendo: “Luchen, sean fuertes, que pronto vuelve a salir el sol. La lucha continúa”.
-¿Y qué pasaba si te arrepentías y querías volver a jugar profesionalmente?
-Tuve ese temor. “Si yo digo que lo dejo, y mañana quiero volver, ¿con qué cara vuelvo? Tengo que volver a aspirantes otro año”. Fijate que estaba jugando en Tercera, y ya entrenaba con el plantel principal algunos días. Pero lo tenía ahí… El posteo que hice en Instagram lo escribí a fines de enero, y lo tenía en Notas en el celular, lo publiqué en marzo. Desde enero yo ya me sentía mejor, fijate que en todo el 2021 no hice ninguna crisis más. Hablaba con la psicóloga, y me preguntaba: “¿Vos querés volver a jugar?” “No sé”, le decía yo. Me levanté un día (de febrero), y había muerto el “Morro” (Santiago) García, se había suicidado. Y ahí lo decidí. Ese mismo día llamé a la psicóloga y le pedí que me diera hora. Fui y le dije: “No quiero jugar más al fútbol porque si no, el próximo soy yo”.
"Yo iba con mi novia caminando para llegar a la parada de Agraciada y pensaba: 'Acá me tiro abajo del bondi y chau'. Pero sentía que una voz me decía dentro mío: 'No, vos no podés (tirarte). No podés ser tan cobarde de tomar esa decisión', pero el pensamiento seguía"
La psicóloga me preguntó qué otras cosas me gustaban. Le dije que me gustan los pájaros (tengo pájaros de criadero), me gusta el campo, ir a pescar. “Hacé eso, hace lo que te guste, estudiá, hace lo que quieras”, me dijo. Me di cuenta del amor que me daban mis padres y yo no veía, el sacrificio que hacían mis padres que yo no veía porque estaba cerrado y pensaba que el suicidio era la única salida. Yo me hacía mal.
Si vos querés salir adelante, depende de vos. Tenés que rodearte de personas que te amen, amar, ser agradecido, dejarte ayudar… Hasta el día de hoy me cuesta dejarme ayudar. Pero si no te dejás ayudar, no hay salida. (La depresión) es una enfermedad que ningún psiquiatra, ni el mejor médico del mundo te la puede curar, si no sos vos… Vos mismo. Obviamente es una enfermedad que se cura en un proceso largo.
-Entonces el suicidio del "Morro" García te afectó, y te “ayudó” a cambiar…
-Me afectó, sí. El Morro me hizo el clic. Fue una desgracia, pero él me salvó a mí. Hoy conozco a Gonzalo, su hermano, a quien le tengo un gran aprecio.
-Entre varios mensajes que te llegaron, tras tu posteo, llegó el de Edinson Cavani. ¿Te sorprendió?
-Fue inesperado. Lo escribí para mis conocidos y mis compañeros del club. Lo subí y me acosté a dormir una siesta. Me levanté y el celular sonaba, lo apagué y seguí durmiendo un rato más. Me había escrito (el periodista deportivo) Marcos Vittete, que quería entrevistarme y sacarme al aire (en la radio), y en una me llama Marquitos y me dice: “Entrá a Instagram que hay alguien que quiere comunicarse contigo”. Veo la publicación y tenía mil y pico de me gusta. “¿Y esto?”, pensé yo. Entré a los mensajes directos, y tenía cientos, y había uno de una cuenta verificada. Era Cavani. “Nahuel, ¿cómo estás? Me enteré de lo que te pasó, leí tu publicación recién. Pasame tu número, que me gustaría llamarte esta noche”. Sabés cómo me largué a llorar… Mi novia leyó el celular y me abrazó. Algo que escribí como un desahogo personal había llegado tan lejos…
-¿Y qué te dijo Cavani a la noche?
-Me dijo: “Peleala, no es fácil, la vida duele”. Me contó algunas anécdotas, hablamos de fútbol, pero era tarde a la noche, de madrugada y yo tenía ganas de cortarle para que se fuera a dormir, que al otro día tenía que ir a entrenar. Me contó algunas cosas de su vida, cosas íntimas que le habían sucedido, como para decirme: “Si yo pude, vos también podés”. “Pero vos sos Cavani, yo soy Nahuel Tuya”, le dije. “No importa. Yo no era nadie antes”. Él es lo mismo que se ve: el carisma que tiene, la humildad, y eso me llenó. Le pedí una camiseta, y hace poco me trajo la camiseta. Paró en la ruta, me dijo que me arrimara, que tenía algo para mí. Me dio la camiseta, nos sacamos una foto y nos quedamos hablando un rato.
-Últimamente se ha dado una trágica seguidilla de futbolistas o ex jugadores que se quitaron la vida: primero el Morro, recientemente Williams Martínez, luego Emiliano Cabrera -un joven de 27 años-, y el último fue el ex futbolista Maxi Castro. ¿A qué atribuís esta seguidilla de jugadores que decidieron quitarse la vida?
-Hay muchas presiones… El
que no conoce el ambiente del fútbol piensa que el futbolista tiene todo: que
gana plata, que entrena (trabaja) solo dos horas al día, que tienen las mejores
mujeres, los mejores autos, las mejores casas, van de viaje a dónde quieren.
Dicen: “Yo trabajo ocho horas y gano 20.000 pesos, ellos laburan dos horas por
día y ganan platales”. Pegan un pase y ganan un palo verde. O erran un gol y
dicen: “¡Cómo vas a errar eso, perro! Laburás pegándole a la pelota, ¡cómo vas
a errar eso! ¡Hasta yo lo hago!” Pero hay que estar ahí con 80.000 personas, o
aunque sean 300 gritándote. Un futbolista erra un gol y vos pensás: “No puede
errar ese gol”. Pero atrás de ese jugador hay una familia, y atrás hay más
familias: hijos, padres, primos, tíos. Al jugador lo critican, hablan mucho…
"Me di cuenta del amor que me daban mis padres y yo no veía, el sacrificio que hacían mis padres que yo no veía porque estaba cerrado y pensaba que el suicidio era la única salida. Yo me hacía mal"
El otro día el “Canguro” (Richard) Porta decía que cuando él dejó el fútbol, no sabía qué hacer. Perdió su sustento, y hubo dos o tres meses en que no sabía qué hacer. Y un compañero le comentó que estaba trabajando en una barraca. Está mal visto que agarre un oficio. Se cree que un jugador deja el fútbol a los 35 o 36 años y tiene la vida arreglada… y no es así. Muy poquitos hacen la diferencia económica, y no muchos se prepararon para hacer algo después o para invertir bien la plata que ganaron. Alguno compró una casa para los padres, y ya está, no tienen más plata.
-La pandemia, el encierro, la inactividad y no estar en contacto con los compañeros, ¿crees que tuvieron algo que ver en desenlaces como el de estos futbolistas mencionados?
-Y sí. La pandemia y todo lo que trajo la pandemia tuvo mucho que ver, en lo mío y en los otros casos que mencionaste. La depresión en el fútbol es un tema tabú, como que si vos salís a decir que sufrís depresión, sos menos hombre, sos un jodido. “¿Cómo vas a llorar, si sos hombre?”. Y eso lleva a jugadores, al estudiante, al que trabaja, al adolescente que estuvo encerrado todo el día a tomar una decisión así. Y en muchos pueblos del interior no hay nada para hacer. Y no se animan a hablar… Me incluyo: no nos animamos a hablar. Si no nos animamos a hablar, no hay salida.
El pasado lunes Nahuel comenzó cuarto año de liceo en el liceo nocturno de San José. Y el martes empezó a trabajar en una empresa distribuidora de productos, empleo que le consiguió un dirigente de Central. Volvió a entrenar con su equipo maragato, y como se fue sintiendo bien en la cancha, Torque le dio el pase, y hoy Nahuel es oficialmente un refuerzo del club albinegro para el torneo de OFI.
-Sos muy joven todavía... ¿Descartás volver al fútbol profesionalmente? ¿O si hoy o mañana te pica el bichito, volverías?
-No lo descarto, pero tampoco es algo a lo que apunto. No voy a Central pensando en volver al fútbol profesional, voy porque Central es mi casa. Vuelvo a trabajar, ahora estoy de nuevo con mi familia en San José (hacía tres años que estaba en la capital). Me quedó el remordimiento de lo de la abuela, y no quiero que me vuelva a pasar con otro familiar… Entonces, si lo pienso, te digo que no vuelvo. Y estoy bien. No es mi objetivo, pero si hoy o mañana me siento bien, se me da la oportunidad y estoy en buen nivel, lo volvería a intentar.
-¿Qué aprendizaje sacaste de lo que te pasó?
-Aprendí a escuchar, aprendí a no ser omnipotente, que no sólo sufre el que tiene la enfermedad, también sufren la familia y los que te rodean. Gané en madurez para enfrentar las cosas, cuando sentía que me iba a morir y estaba solo. Y la importancia de la salud metal. No tener miedo ni vergüenza para pedir ayuda. ¡Hay que hablar! Al menos alguien te va a decir: “Yo lo viví, a mí me pasó”. Todo tiene solución, menos la muerte.
-El suicido entre adolescentes de 15 a 19 años aumentó 45% de 2020 a 2019. En números, 42 jóvenes menores de 20 años se quitaron la vida en 2020, contra 29 en 2019. Cada 3 días, una persona entre 15 y 19 años se autoeliminó. Le pregunto a un joven de 19 años, que sufrió depresión y debió dejar la actividad que amaba, ¿por qué los jóvenes terminan pensando en quitarse la vida?
-Hay personas que no aceptan cosas del pasado, o tratos familiares. Lo que te lleva al suicidio es el dolor, el dolor psicológico que te genera un dolor físico que no aguantás, estás cansado y pensás que no hay salida. Sentís que estás al pedo en la vida, ocupando un lugar. “¿Para qué voy a estar acá, si no sirvo para nada?” Yo pensaba: “Yo estoy mal y no lo ven”. Pero la gente no adivina que vos estás mal, hay que hablarlo… Es algo psicológico que no se ve. Entonces, mientras más lo hables, más adquirís experiencia.
"Cavani me contó algunas cosas de su vida, cosas íntimas que le habían sucedido, como para decirme: 'Si yo pude, vos también podés'. 'Pero vos sos Cavani, yo soy Nahuel Tuya', le dije. 'No importa. Yo no era nadie antes'”.
Alguien que se suicidó no vuelve a decirte: “Suicidate que se solucionan todos los problemas”, pero seguro conocés dos o tres que sufrieron depresión, los medicaron, renunciaron al trabajo que los tenía preso, o a un sueño, frenaron su carrera, porque no tenían buena salud mental, pero lucharon y capaz que hoy son exitosos con la mitad de lo que querían… o con cosas sencillas. Hay que seguir ese ejemplo. Para mí es más cobarde el que decide suicidarse que el que decide lucharla. La vida te da golpes, te da golpes y no va a parar nunca. Y te tira al pozo. Salís del pozo, ves luz (el éxito, la felicidad), y la vida te va a tirar al pozo de nuevo. Pero el que decide si hacer hondo ese pozo sos vos.
-Durante muchos años se decía que los medios no debíamos hablar del suicidio, porque esto podía ser contagioso y empujar a gente a tomar la decisión. ¿No será que tenemos que hablar más del tema, y no menos?
-Hay que hablar más. Porque mientras más hablás, más vidas salvás. Se tiene que hablar más, y no esperar que la persona hable por sí sola, sino llamarlo y decirle “yo te puedo ayudar”. Ir a la cancha, ir a pescar, Dios, lo que vos quieras… acercarte a cosas que te puedan ayudar a vos. No te digo que lo pongas en redes sociales… Bueno, cuando yo hice la publicación me llegaron comentarios tipo: “Bo flaco, borrá esa historia que estás dando lástima, es un chiste eso. Hacete hombre”. Hombre soy, si yo lo hablé. Y creo que alguna vida me animo a decir que salvé.
-¿Seguís tomando medicación?
-Tomo medicación. Tomo sertralina a la mañana y un clonazepam al mediodía. Es poco para lo que tomé antes. Hace tiempo que no voy a la psicóloga. En diciembre fue la última crisis de pánico que tuve. Desde que empecé terapia, empecé a comer mejor, a dormir bien, me alejé de cosas que me hacía mal (yo era mucho de salir) y hoy en día disfruto el fin de semana con mi familia y mi novia, al siguiente me voy al campo con mis amigos.
-¿Sentís que te curaste o que tendrás que estar alerta?
-Creo que es algo que nunca se cura al 100%, es algo que tenés que estar luchándola, luchándola, y la depresión se va, pero puede volver. Es una lucha constante de por vida, pero no sufrimiento. Yo hoy no sufro, pero estoy alerta, no me puedo descuidar. Es como cualquier enfermedad, pero esta enfermedad no tiene un cirujano que te la puede extirpar.
-¿Ahora sos feliz?
-Hoy en día sí.
Por César Bianchi
@Chechobianchi
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla [email protected], para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]