Por The New York Times | Ruth Graham and Charles Homans
CORALVILLE, Iowa — Karen Johnson asistía con tanta regularidad a su iglesia luterana de niña que se ganó un premio por su asistencia perfecta. En su edad adulta, dio clases de catequesis. Pero en la actualidad, a sus 67 años, Johnson, quien es empleada de un negocio de máquinas tragamonedas, ya no va a la iglesia.
Todavía dice que es una cristiana evangélica, pero no cree que sea necesario ir a la iglesia para vivir en comunión con Dios. “Me llevo a mi modo con el Señor”, afirma.
El modo de Johnson incluye momentos frecuentes de oración, según explicó, además de algunos pódcast y canales de YouTube que abordan temas políticos y hablan de lo “que ocurre en el mundo” desde una perspectiva de derecha y, en ocasiones, cristiana. Nadie desempeña un papel más central en sus opiniones que Donald Trump, el hombre que, en su opinión, puede vencer a los demócratas. Está convencida de que los demócratas están destruyendo el país y terminarán en el infierno.
“Trump es nuestro David y nuestro Goliat”, dijo hace poco Johnson mientras esperaba frente a un hotel en el este de Iowa para escuchar un discurso del expresidente.
Desde hace décadas, los electores blancos que son cristianos evangélicos han respaldado a los candidatos republicanos y colocado al centro de la política del partido temas culturales conservadores; gracias a ellos, Ronald Reagan y George W. Bush se convirtieron en nominados y presidentes.
Sin embargo, ningún republicano ha tenido una relación más estrecha ni más ilógica con los evangélicos que Trump.
Este magnate de los casinos divorciado en dos ocasiones no se esforzó en aparentar ser especialmente religioso antes de su presidencia. El fervoroso apoyo que recibió de los votantes evangélicos en 2016 y 2020 por lo regular se describe como una acción de lo más transaccional: una inversión en sus designaciones de magistrados de la Corte Suprema que promoverían la abolición del derecho federal al aborto y otras de las principales prioridades del grupo. Los mismos partidarios evangélicos en general comparan a Trump con el antiguo rey persa Ciro el Grande, que liberó a la población judía a pesar de no ser uno de ellos.
Pero los estudiosos de la religión, gracias a un conjunto cada vez mayor de datos, proponen otra explicación: los evangélicos no son exactamente como eran antes.
En alguna época, ser evangélico significaba asistir con regularidad a la iglesia, tener como principal interés la salvación y la conversión y tener opiniones muy firmes sobre temas específicos, como el aborto. En la actualidad, se usa con la misma frecuencia para describir una identidad cultural y política: una en que los cristianos se consideran una minoría perseguida, se ve con desconfianza a las instituciones tradicionales y un futuro con Trump es inminente.
“La política se ha convertido en la principal identidad”, señaló Ryan Burge, profesor asociado de ciencias políticas en la Universidad del Este de Illinois y pastor bautista. “Lo demás viene determinado por la afiliación partidista”.
Este análisis es especialmente atinado entre los estadounidenses blancos, que durante la presidencia de Trump empezaron a identificarse más como “evangélicos”, aunque la tasa general de asistencia a las iglesias iba en declive. Esta tendencia fue de lo más marcada entre los partidarios de Trump: un análisis realizado en 2021 por el Centro de Investigación Pew reveló que más estadounidenses blancos que expresaban “opiniones favorables” de él habían comenzado a identificarse como evangélicos durante su presidencia que aquellos que no lo hacían.
Las reuniones electorales republicanas que se celebrarán en Iowa la próxima semana pondrán a prueba la medida en que Trump todavía posee esa identidad. Entre sus rivales, el gobernador Ron DeSantis es el que más se ha esforzado en atraer a los evangélicos de Iowa, con las acciones tradicionales. Obtuvo el apoyo de figuras evangélicas prominentes y ha avalado su auténtica postura radical con respecto al aborto, un tema en el que ha criticado la falta de congruencia de Trump, y en las batallas de guerra cultural en Florida, su estado natal.
“En Iowa, estos temas importan”, aseveró Andrew Romeo, portavoz de la campaña de DeSantis.
Pero el historial de Trump y las encuestas recientes sugieren que no hay ninguna certeza en este punto. A principios de diciembre, Trump le llevaba una delantera de 25 puntos a DeSantis con los electores evangélicos, según una encuesta organizada por Des Moines Register, NBC News y Mediacom Iowa.
Es posible que un aspecto más importante que el apoyo de figuras destacadas y los planes de política sea la forma en que Trump ha adoptado el cristianismo como identidad cultural, además de su compromiso de defenderlo.
En un mitin reciente en Waterloo, Iowa, Trump describió a los cristianos como un grupo que sufre gran persecución y enfrenta a un gobierno que se ha convertido en un arma para combatirlo. Los católicos en este momento son el blanco de “los comunistas, marxistas y fascistas”, indicó, e hizo referencia a una controversia reciente en torno a un memorando del que se retractó el FBI, además de comentar que “pronto seguirán los evangélicos”.
Bancas vacías
La rutina del domingo por la mañana para Johnson cambió mucho antes de que Trump apareciera en la escena política. Cuando era una veinteañera, se casó con un hombre que no tenía fe, así que “dejó de ir al edificio”. Ella no perdió la fe, pero la vida, los hijos y algunas mudanzas, hicieron que cambiara de dirección.
En este aspecto, su caso no era nada extraordinario. La afiliación a la Iglesia en Estados Unidos ha ido a la baja desde hace varias décadas, así como la proporción de estadounidenses que se identifican como cristianos, y en especial como protestantes, la rama que históricamente ha sido el centro gravitacional de la religión estadounidense. A mediados del siglo XX, el 68 por ciento de los estadounidenses se identificaban como protestantes. Para 2022, ese porcentaje había caído al 34 por ciento, según Gallup (otro 11 por ciento se describía solo como “cristiano”, categoría que Gallup no incluyó sino hasta finales de la década de 1990).
Al principio, las bajas afectaban sobre todo a los grupos protestantes principales más liberales. Pero en años recientes, la asistencia a la iglesia de quienes se identifican como evangélicos también ha bajado, y ahora una mayor proporción de conservadores que de liberales dice haber abandonado la iglesia. En 2021, por primera vez según los datos registrados, menos del 50 por ciento de los estadounidenses pertenecían a alguna Iglesia.
“Es el cambio religioso más pronunciado y rápido en la historia de nuestra nación”, afirmó Michael Graham, antiguo pastor ejecutivo de una iglesia multiconfesional en Orlando, Florida, y coautor del libro de reciente publicación “The Great Dechurching”.
La transformación ha sido particularmente visible en Iowa, donde quienes se identifican como evangélicos (que representan alrededor de una cuarta parte de la población del estado) tienen una gran influencia en la política republicana, pero la práctica religiosa ha mostrado cambios más marcados que prácticamente en el resto del país.
Entre 2010 y 2020, la población del estado que pertenecía a alguna Iglesia (personas con cierta participación en una congregación) cayó casi un 13 por ciento, una baja más pronunciada que en los demás estados, con excepción de Nuevo Hampshire, según el Censo de Religiones de Estados Unidos, una amplia encuesta decenal de congregaciones.
Tanto el clero como los expertos en religión señalan de inmediato que el hecho de que las personas hayan abandonado la Iglesia o nunca hayan asistido no quiere decir que se hayan olvidado de la religión. Desde hace tiempo, el evangelismo ha tenido una cepa individualista que se resiste a la idea de que la fe personal requiere asistir a alguna iglesia. Muchas personas cuya conexión con la religión organizada se ha erosionado no han dejado de identificarse firmemente como cristianas.
No obstante, esta caída ha tenido efectos más allá de la espiritualidad individual. Conforme se han debilitado las conexiones con comunidades eclesiásticas, los líderes de la Iglesia que solían congregar a los fieles para apoyar causas y candidatos han perdido influencia. Una nueva clase de líderes ideológicos ha llenado este vacío: las personalidades de las redes sociales y los podcasteros, que antes eran predicadores proféticos y políticos radicales.
‘El único salvador que puedo ver’
Casi no había ninguna señal al arranque de la temporada republicana de las primarias en 2016 de que los evangélicos apoyarían a Trump con el entusiasmo que llegaron a mostrar. Cuando la revista World, una publicación cristiana muy influyente, encuestó a alrededor de 100 líderes evangélicos en diciembre de 2015, ninguno de ellos mencionó que Trump fuera su candidato preferido.
Sin embargo, a medida que Trump fue ganando terreno en las etapas iniciales de las primarias, su creciente fuerza entre los electores evangélicos blancos se volvió evidente. Las encuestas mostraban que el futuro nominado era más popular entre un grupo en particular: los evangélicos blancos que nunca o casi nunca iban a la iglesia.
También llegó a ganarse a los blancos que asistían con regularidad a la iglesia, un grupo que se inclina por los republicanos. Por desgracia, la relación de Trump con los evangélicos siguió los pasos de su relación con el Partido Republicano. Aprovechó la deteriorada confianza y participación en las instituciones cívicas y luego, cuando se convirtió en presidente, reconfiguró las instituciones a su imagen.
Trump elevó a un grupo de figuras de los medios y pastores evangélicos desconocidos, que por lo regular no pertenecían a la corriente teológica principal, pero le tenían una devoción inquebrantable. Expresó más apoyo a los cristianos como grupo de electores que a sus valores, como habían hecho presidentes anteriores. La atmósfera de sus mítines era similar a la de un renacimiento religioso.
“Ha integrado a quienes aman a su país y creen en Dios, pero no eran las personas que por lo regular asistían a la iglesia”, explicó Jackson Lahmeyer, fundador de Pastors for Trump, grupo nacional de líderes eclesiásticos que respaldan al expresidente.
En 2008, más de la mitad de los republicanos afirmaban que asistían a la iglesia por lo menos una vez al mes, según datos recopilados por Burge del Cooperative Election Study de la Universidad de Harvard. En 2022, más de la mitad afirmaban asistir a la iglesia una vez al año cuando mucho.
El mismo Trump se ha convertido en el modelo de quien adopta el evangelismo como identidad, no una práctica religiosa. En 2020, anunció que ya no se consideraba presbiteriano, sino “cristiano multiconfesional”, una tradición estrechamente asociada con el evangelismo. Es raro verlo en la iglesia, pero una encuesta realizada este otoño por HarrisX para The Deseret News reveló que más de la mitad de los republicanos consideran a Trump una “persona de fe”. Es un porcentaje mayor que el de cualquier otro candidato presidencial republicano para 2024 y mucho mayor que el del presidente Joe Biden, quien toda la vida ha sido católico y asiste a misa con frecuencia.
Cada vez más personas en muchas de las regiones de Iowa que con más fervor apoyan a Trump se ajustan a un perfil religioso similar al del expresidente. “Iowa es conservadora culturalmente, con cristianos no practicantes en este momento”, señaló Burge. “Es exactamente la base de Trump”.
En las comunidades agrícolas del condado Calhoun, por ejemplo, el porcentaje de miembros de las Iglesias cayó un 31 por ciento entre 2010 y 2020, la caída más pronunciada en el estado, a pesar de que el 80 por ciento de la población todavía indicaba en las encuestas que eran cristianos blancos. Más del 70 por ciento de los electores del condado votaron por Trump en 2020.
“Voté dos veces por Trump y voy a votar por él de nuevo”, comentó Cydney Hatfield, agente retirada de correccionales en Lohrville, poblado con 381 habitantes en el condado Calhoun. “Es el único salvador que puedo ver”. Hatfield, a quien criaron como bautista, ya no va a la iglesia. “Sencillamente, trato de hacer el bien”, dijo. “Hablo con Dios todas las noches”.
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