Rodillas vendadas. Pelos canosos por todas partes, excepto por algunas pocas cabezas que no tienen pelo. Pelotas que pican y pican. El chillido de las zapatillas deportivas contra el piso de madera. Pelotas que entran al aro. Pelotas que erran. Un equipo olvidado que no pierde las esperanzas ni las ganas de competir, sin importar cuál sea el resultado. Así es cada doma -como se le llaman a algunas de sus prácticas- del equipo de Maxibasket de Uruguay.
El Maxibasket surgió en Argentina en el an~o 1969 y fue expandiéndose progresivamente hasta tener organizaciones en varios países de todos los continentes. La edad mínima para asociarse como “veterano” es 35 años, momento en el que Carlos Chaibún, presidente de la Unión de Veteranos de Básquetbol de Uruguay (UVBU) volvió a las canchas, luego de dejar el básquetbol profesional.
La mayoría de los integrantes del plantel uruguayo jugaron en formativas de jóvenes y han estado en la primera de equipos profesionales durante su juventud. Pero para ellos, la edad no fue, ni es hoy, una limitante a la hora de ponerse el conjunto celeste y salir a representar al país.
“No me considero viejo, sino un joven adulto mayor”, dice Chaibún, o como le dicen en la cancha, “El Chaiba”. Él, que fue elegido como el Presidente de la UVBU el 25 de mayo de este año -pocos meses después de haberse jubilado-, asegura que la edad detrás de su cédula de identidad no representa absolutamente nada, ya que todo se trata de cómo uno elige vivir la etapa de la vida en la que se encuentre. Además, lejos de verlo como algo negativo, entiende que la edad es amiga de la experiencia, que los años traen cada vez más anécdotas y que “aquel que no tiene nada para contar, no vivió”.
Este equipo, la “generación plateada”, atribuyéndose a su color de pelo, partió el pasado jueves 23 de junio a competir una vez más por Uruguay. Lo hacen todos, cada dos años, como invitados de torneos europeos o como participantes del mundial de Maxibasket. Se enfrentan a las grandes potencias, a jugadores que han sido profesionales en Estados Unidos y Europa y que “ni los más petisos bajan de los dos metros”.
La única forma de llegar preparados para competir contra la diferencia física, cree el presidente de la UVBU, es “darse maña”. Intentar molestar, desconcentrar, apelar a la técnica y la táctica por encima del físico. Pero el gran diferencial para esta generación plateada está en la famosa “garra charrúa”. Aquella que hace que, sin importar cuánta preparación o posibilidades físicas tengan, lo dejen todo en la cancha. “Si tengo que tirarme al piso para alcanzar una pelota, lo voy a hacer igual, no me importa que tenga 68 años. Nosotros la peleamos como sea. Eso, otros países no lo hacen”, afirma.
Ya han viajado por diversos lugares del mundo llevando la celeste, pero este año toca jugar en España. Se organizan entre ellos, buscan sponsors, se autofinancian y aprovechan para viajar con sus familias antes o después del torneo. Entrenan más de una vez por semana y se dividen en categorías de a 5 años porque, según Chaibún, en el maxideporte, cada año hace la diferencia.
En medio de un intenso entrenamiento, Widmark Paladino, uno de los jugadores más conocido como “El Pala”, siente un tirón. La preocupación se asoma en el equipo y el juego se detiene. Se agarra el posterior y camina, rengueando, hacia el lateral de la cancha. Mientras, el entrenador técnico -un jugador de un plantel más jóven de la Unión que se ofreció a entrenarlos para el torneo- grita al pedido de hielo. Uno de sus compañeros corre a buscarlo. “¿Llegás al torneo, Pala?” Mientras sostiene el hielo ya sentado, contesta entre risas. “Sí, claro, se llega o se llega”.
“El físico pesa, y el que diga que no pesa está mintiendo. Al otro día de jugar, depende de cuánto jugaste, pero te duele todo”, sujeta Humberto Di Doménico, otro de los integrantes del equipo +60 que partió rumbo a Málaga el jueves. Las lesiones son un peligro constante en este deporte de contacto, pero poco parece importarle a estos veteranos cuando se encuentran a más de 100 pulsaciones, con la sangre caliente y un solo objetivo en mente: volver con algún título para su país.
Aunque este título de veteranos no representa en absoluto su forma de ser. Risas, bromas, abrazos, chistes, alguna que otra discusión que se resuelve rápidamente, charlas interminables desde el costado de la cancha cuando turnan titularidades. De escuchar a este plantel, podría pasar por cualquier otro profesional o juvenil, porque su espíritu no envejeció. “Yo me siento joven a pesar de que tengo 68 años. Ser pasivo después de jubilarse es una decisión. Estoy más activo ahora que cuando ejercía como escribano”, dice Chaibún mientras se sienta desde la recientemente reformada barbacoa de la Unión.
Termina el entrenamiento y todo el equipo se junta a cenar en la barbacoa. Piden unas pizzas de un bar cercano que ya conocen de memoria y alegan que son las mejores del barrio. Abren un par de bebidas, algunos unas cervezas. Prenden la televisión y ponen el deporte que esté en el momento: básquetbol, fútbol, lo que haya. Lo comentan, a gritos, a la vez que van preparando la mesa redonda en la espera de la llegada de la pizza para jugar al póquer. Sacan las fichas, unos porotos, y comienza el juego.
“Como equipo, somos muy meritorios. Eso es lo que se dice de un equipo cuando juega… normal”, contesta el escribano recientemente jubilado, tras preguntarle por el rendimiento del equipo. En torneos de índole mundial suelen quedar en posiciones intermedias: ni los mejores, ni los peores. Pero es que el verdadero sentido detrás de la Unión no se encuentra en cuántos partidos ganan, sino en el grupo humano.
Son años y años de domas, prácticas, entrenamientos, viajes, horas de vestuario compartidas. Anécdotas que recuerdan sin siquiera contarlas, familias que son amigas por tanto compartido, historias de habitaciones de concentración en mundiales, risas que se contagian solo con miradas cómplices.
Para el presidente la UVBU, es un espacio en donde vuelve a verse con viejos compañeros de equipo o contrincantes, un lugar donde puede divertirse y perseguir sus pasiones. Es mucho más que básquetbol. Es su segunda casa y está seguro que no piensa dejar el básquetbol mientras que el cuerpo se lo permita. Por eso le parece tan relevante que se cuente la historia de esta generación plateada, que los conozcan. “Que nadie se olvide que existimos”.
“Reencuentro, alegría y amistad. En esas tres palabras se resume la Unión”, sostiene Carlos Chaibún.