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Policiales

Por The New York Times

Tiroteo falso en una escuela, ¿puede preparar a la policía para enfrentar uno de verdad?

El Centro Estatal de Capacitación para Emergencias en Oriskany, Nueva York, es donde los terrores del futuro se simulan y se estudian.

26.09.2022 10:45

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2022-09-26T10:45:00-03:00
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Por The New York Times | Grace Ashford

Los policías entraron con cuidado por el pasillo de la escuela, notablemente realista, atentos a los disparos falsos. Esquivando un maniquí de tamaño infantil, avanzaron hacia el salón donde gritaba un actor.

“Disparos”, dijo el instructor, animando a los agentes a acercarse a lo que en la vida real serían disparos. “¿Qué tenemos que hacer?”.

Los agentes —muchos nunca le han disparado a alguien ni han recibido disparos— deben dar la respuesta correcta. Sean diez o uno, el entrenamiento dicta que deben enfrentarse al atacante, aunque se arriesguen a morir. El tiroteo de mayo en la escuela de Uvalde, Texas, donde murieron diecinueve niños y dos adultos por la indecisión de los policías, muestra el precio del fracaso.

El Centro Estatal de Capacitación para Emergencias en Oriskany, Nueva York, es donde los terrores del futuro se simulan, se estudian y, tal vez, se previenen como parte de una vasta infraestructura para enfrentar tragedias. Desde 2017, el gobierno federal ha gastado decenas de millones en entrenamiento para enfrentar atacantes durante tiroteos masivos, y los estados han gastado aún más.

Y si bien algunos esfuerzos apuntan a la prevención —una nueva unidad contra el terrorismo nacional dentro de la División de Seguridad Nacional y Servicios de Emergencia del Estado de Nueva York coteja la información de los servicios sociales, las escuelas y los departamentos de policía para identificar las amenazas—, la mayoría ocurre solo cuando inicia un ataque.

Por eso, en todo el país las escuelas enseñan a los niños a huir, a esconderse y a luchar, y los hospitales se preparan para admitir grupos enteros. Pero este mes que los niños vuelven a la escuela, los recuerdos del sangriento año anterior dejan claro que esas iniciativas no pueden frenar por sí mismas la ola de violencia.

Las instalaciones de 445 hectáreas, con un costo de más de 50 millones de dólares, simulan una serie de escenarios aterradores, desde ataques terroristas hasta inundaciones repentinas. Su punto culminante es el Cityscape, un hangar de aviones convertido en una pequeña ciudad, con un bar, una escuela y un centro comercial, todo construido para ser bombardeado y baleado. Hay fotos enmarcadas en las paredes, tazas de café en las mesas y, en el escritorio de un profesor, una copia en VHS de la película de Shaquille O’Neal, “Kazaam”.

“Ponemos mucha atención en que sea lo más realista posible”, aseguró Jackie Bray, comisionada de la División de Seguridad Nacional y Servicios de Emergencia, quien supervisa la formación de los agentes de policía y trabajadores de emergencia del estado.

“Una de las razones por las que entrenamos, y una de las razones por las que entrenamos constantemente, es que les estamos pidiendo que reaccionen de una manera que se opone al instinto”, añadió Bray.

Es difícil saber si esos esfuerzos serán suficientes.

No existen normas nacionales para la capacitación policial, lo que da lugar a variaciones entre ciudades y estados. La mayoría de las unidades de policía son pequeñas y rurales, y carecen de recursos o apoyo organizativo de los departamentos municipales. Y aunque el estado cubre la formación e incluso proporciona alojamiento a algunos agentes de Nueva York, algunos departamentos con pocos recursos pueden seguir teniendo dificultades para poder aprovechar la capacitación.

Ni siquiera la mejor preparación es garantía de éxito: un análisis de The New York Times de 433 tiroteos masivos o intentos entre 2001 y 2021 reveló que casi el 60 por ciento terminó antes de que llegara la policía. En total, los datos mostraron que la policía sometió a los atacantes en menos de un tercio de todos los ataques.

“Ves esos casos, y son terribles, y esperas que nunca sea algo con lo que tengas que lidiar”, comentó el sargento Chris Callahan del Departamento de Policía de Saratoga Springs, quien tomó un curso para enfrentar tiradores en junio. “Esperas que, si alguna vez ocurre, si alguna vez me llaman, sea capaz de aplicar todo ese entrenamiento”.

El dilema no es nuevo. En un informe de 1947, el historiador militar S.L.A. Marshall señaló que menos del 25 por ciento de los soldados de combate tuvieron el valor de disparar sus armas durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque desde entonces se ha demostrado que su metodología no fue muy científica, su conclusión ha persistido como símbolo de la propensión humana a dudar ante el peligro.

Los tiroteos masivos crean un enigma similar. Cuando un tirador se atrincheró en el club nocturno Pulse de Orlando, Florida, en 2016, la policía esperó casi tres horas para intervenir mientras las víctimas se desangraban. Dos años más tarde, cuando un adolescente armado atacó a los estudiantes de la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, y asesinó a diecisiete personas, un oficial armado se retiró a un lugar seguro. En mayo, la nación observó cómo cientos de policías en Uvalde se mantuvieron a la espera durante casi una hora en la Escuela Primaria Robb.

Cuando una persona se encuentra ante una amenaza, los ojos se dilatan y el ritmo cardiaco aumenta; así se prepara al cuerpo para entrar en acción. La respuesta del cerebro a los estímulos se intensifica, pero el córtex prefrontal se restringe, lo que compromete la toma de decisiones y la coordinación óculo-manual.

Los equipos militares especializados y los SWAT suelen tratar de reclutar a personas que por naturaleza mantienen la calma bajo presión. Sin embargo, los oficiales de base no pueden hacer mucho frente a la biología, dijo Arne Nieuwenhuys, quien estudia el rendimiento humano en la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda. “Su capacidad para controlar de manera deliberada su respuesta en situaciones de gran estrés es sencillamente muy limitada”, explicó.

Para los que acuden al Centro Estatal de Capacitación para Emergencias, aprender cómo responde su cuerpo al estrés es solo una de las muchas lecciones que les dan en los cursos que duran de dos a cinco días.

Ideado por el gobernador George Pataki tras los atentados del 11 de septiembre, el centro se inauguró en 2006 para que policías, bomberos y médicos de emergencias se entrenaran juntos. El número de inscritos nunca ha llegado a los 25.000 al año que esperaba el gobernador; su máximo, en 2019, fue la mitad. El centro se construyó con una combinación de dinero estatal y federal y ofrece formación gratuita a todos los agentes de la ley de Nueva York.

En los entrenamientos para enfrentar atacantes, grupos de 24 personas recorren pasillos y despejan habitaciones, entre otros simulacros. Practican la respuesta a incidentes domésticos y a reportes de disparos en centros comerciales y escuelas. Después de recibir retroalimentación de los instructores, vuelven a realizar los ejercicios.

En un escenario, los agentes deben responder a disparos en un centro comercial. Llegan a un lugar donde hay un silencio inquietante. Alertados en busca de pistas, recorren todas las tiendas —la cafetería, la tienda Army-Navy— antes de encontrar y enfrentarse al atacante escondido en el escaparate de una agencia de viajes.

El imperativo de ese tipo de intervención fue evidente tras la masacre en 1999 en la escuela Columbine High School, en Colorado. Los agentes de policía hicieron lo que les habían enseñado en el entrenamiento: asegurar el perímetro. Luego esperaron al equipo SWAT. Mientras tanto, murieron más de una decena de estudiantes.

Stallman, director adjunto del centro, ha estado instruyendo a los agentes desde aquellos primeros días, y recuerda “mucha resistencia”.

“Era extremadamente difícil convencer a los patrulleros de que tenían que entrar en esos casos”, afirmó, porque los agentes durante años habían dejado esas tareas a los equipos especializados.

“‘No tengo el chaleco’”, dijo que era la queja de los agentes. “‘No tengo el entrenamiento que ellos tienen. No tengo las armas largas que ellos tienen. ¿Ahora me dices que tengo que hacer su trabajo?’”.

Sus preocupaciones no eran infundadas: una revisión de 84 ataques con tiradores activos que realizó el Centro de Formación de Respuesta Rápida de las Fuerzas de Seguridad de la Universidad Estatal de Texas en San Marcos mostró que un tercio de los agentes que respondieron solos fueron baleados.

“Algunos departamentos no cambiaron necesariamente su forma de pensar; algunos departamentos eran un poco ambiguos en cuanto a si el agente debía esperar” a otros agentes, señaló Chuck Wexler, director ejecutivo de Police Executive Research Forum, un grupo de política policial. “A raíz de Uvalde, si antes había alguna ambigüedad sobre la responsabilidad del primer agente que responde, ya no la hay”. En el pasado, los programas de capacitación tenían como objetivo vacunar a los agentes contra su propio estrés, con la idea de que un individuo puede crear inmunidad a la respuesta de lucha o huida con la exposición. Pero se ha prestado relativamente poca atención a la evaluación del impacto de la formación en el trabajo policial de la vida real.

“Ni siquiera recogemos datos sobre los tiroteos de la policía, y mucho menos analizamos si la formación que recibió el agente fue decisiva para el éxito o el fracaso”, explicó Stephen James, investigador de la Universidad Estatal de Washington que estudia el estrés y las políticas policiales.

James es partidario más bien de un entrenamiento que incorpore niveles manejables de estrés para fomentar la confianza. Cree que los programas realistas como los de Oriskany pueden ser útiles si siguen planes de estudio basados en evidencia.

“Lo que debemos hacer, en lugar de intentar que la gente se acostumbre al estrés, es darles los recursos”, explicó.

Nieuwenhuys, el investigador de Nueva Zelanda, ha empezado a ver algo parecido. En un simulacro realizado en 2010 para medir la puntería de los policías que se enfrentaban a un atacante que en ocasiones devolvía los disparos, descubrió que los agentes eran capaces de mejorar su rendimiento en circunstancias de gran ansiedad. Los resultados preliminares sugieren que el efecto podría reproducirse en circunstancias más graves, añadió, pero solo si los agentes reciben la formación adecuada.

Además, está la cuestión crucial de si los resultados clínicos serán reproducibles cuando sea necesario.

Katherine Schweit, exdirectora del programa de tiradores activos del FBI, cree que toda formación es valiosa. Pero, aun así, no hay garantías.

“Todos queremos una respuesta sencilla”, opinó Schweit. “Ese es un objetivo imposible. Y la razón por la que es un objetivo imposible es que no somos máquinas. Somos humanos”. Agentes de policía en un escenario de tirador activo en un centro comercial en el Centro Estatal de Capacitación para Emergencias, con un costo de 50 millones de dólares, donde los terrores del futuro se simulan, se estudian y, tal vez, se previenen, en Oriskany, Nueva York, el 29 de junio de 2022. (Juan Arredondo/The New York Times) Un entrenador, un policía y actores en un escenario de ataque con cuchillo en el Centro de Capacitación para Emergencias del Estado en Oriskany, Nueva York, el 29 de junio de 2022. (Juan Arredondo/The New York Times)