Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Hay dos grandes sueños de cualquier púber uruguayo: ser futbolista profesional exitoso (romperla en el club de sus amores, jugar en Europa, la selección y todo lo que viene con eso) y ser el líder de una banda de rock con amigos, llenar estadios, que todos canten tus canciones y estas perduren en el tiempo hasta convertirse en clásicos. Sebastián soñó con lo segundo, pero no se quedó con el anhelo romántico: fue detrás de él como un perro de caza. Hijo y nieto de músicos de conservatorio, él fue por otro lado. Solo quería tener una banda de rock con amigos. Hasta que lo tocó la varita mágica del argentino Gustavo Santaolalla y la cosa se puso seria.
Con el Deskarado emperifollado y prolijo para sonar en otros países, a comienzos de este siglo La Vela Puerca, la banda que él bautizó y lideró, sacó De bichos y flores, y ya nada fue igual; dejó de jugar a hacer música con los hermanos elegidos. Hubo que madurar, profesionalizarse, cumplir horarios, seguir ciertas reglas. Y con eso vino la fama: los fans tuvieron celulares con cámara, redes sociales, clic clic todo el tiempo, sus propios pelos al viento tatuados en otras pieles. Y Sebastián se sintió abrumado. Fue a terapia para procesarlo, y para alejarse de esa dinámica voyeur, se fue a vivir “arriba de un cerro”, en Playa Hermosa, bien lejos de la urbe. Entendió que ahí podía ser el vecino Sebastián, y que al regresar a la capital en la que nació y caminar por la calle, sería ElEnanoDeLaVela, y que eso estaba bien.
Hoy, con 51 años, Sebastián Teysera sabe convivir con ElEnanoDeLaVela. “Me llevo muy bien con las arrugas de mi voz”, dice. Sebastián alquila una casita para ponerse a escribir canciones, en ese desafío aterrador que le resulta la hoja en blanco. Pero ya no tira nada en la papelera, acude a esas “sobras” hasta encontrar la palabra justa, para la melodía que tararea y será tarareada por otros. ElEnanoDeLaVela cantará unas 30 canciones cada noche los días 5, 6 y 7 de agosto en el Auditorio Nacional del Sodre, cuando la banda debute con su show eléctrico en la sala Adela Reta.
“‘Yo quiero hacer música’, le dije a mi padre. ‘Ah, bueno, perfecto’. Él, copado, me consiguió una entrevista con un alumno de Abel Carlevaro. Y yo le dije: ‘No, ¿música clásica? ¿Estudiar de verdad? No, yo quiero hacer música con mis amigos’”
¿Cómo podrías decir que fue tu infancia, en Montevideo?
Muy divertida. Mis viejos vivían en el Prado, pero no me acuerdo porque era muy chiquito, y después de ahí hasta los 12 años viví en el Cordón, en Rivera y Brandzen. Era venir de la escuela y tenía un amigo, Mario, que vivía en el tercer piso y yo en el segundo. En el edificio tenía un jardín abajo, con un pino enorme. Andábamos en bicicleta, jugábamos al fútbol, nos íbamos a unos estacionamientos de autos que había muy cerca, a jugar al fútbol también, andábamos por las azoteas todo el tiempo.
No había pantallas.
No había pantallas, había televisión blanco y negro y empezaba a las 5 de la tarde, con Pilán, que nos invitaba a tomar la leche. Era maquiavélico, porque te decía: “Portate bien, eh” y te miraba fijo desde la tele. Era siniestro. No había televisión y después a las 6 de la tarde aparecieron los dibujitos ahí, pero era dos minutos, y después venía el aburrimiento del noticiero. Las películas las calificaban con una, dos y tres rayas; la parte más divertida era lograr que te dejaran ver la de tres rayas, era lo más...
¿Y qué música escuchabas de gurí?
De todo. Mi viejo escuchaban mucha música, muchos vinilos. Había muchos instrumentos en mi casa, que fueron parte de mis juguetes. Mi viejo era músico de conservatorio, mi abuelo también, y mi hermano más chico también fue, unos años. El único que no fue de conservatorio fui yo, y mi hermana, que es maestra de inglés. Se escuchaban todos los vinilos a morir. Mi vieja cantaba, Berugo Carámbula le enseñó a tocar la guitarra. Y bueno, siempre hubo mucha música de parte de mis viejos: folclore y mucha música española. Mi madre era profesora de sevillana, mi abuela era gallega, de La Coruña. Mucha música española. Había jarcha, mucho Miguel Hernández, mucha poesía y muchos vinilos. También se escuchaban los Rolling, los Beatles, Queen…
Tu viejo, abogado de profesión, fue quien te enseñó a tocar la guitarra, ¿no es así?
Fue el que me dio los primeros tres acordes, digamos. Era la canción de los Rolling, que en verdad creo era de Anita Pallenberg: “As tears go by”. Me enseñó tres acordes, que eran la mayor, mi mayor y re mayor. Y ahí arranqué. Después fui sacando mucho de oído, porque tocaba todo el tiempo la guitarra. Andaba con la guitarra para todos lados. Y también el que me enseñó un poco más allá fue Santi Butler; él me pasó un montón de piques.
Estuviste dos meses en la Facultad de Derecho, pero claramente no te enganchó. ¿Fue un intento de calmar la presión de “mi hijo, el doctor” y tener un título? ¿O pensabas que podía interesarte la abogacía?
No, para nada. Mi abuelo, Faustino Teysera, que también era crítico de teatro, era abogado. Mi padre, abogado. Yo perdía casilleros si no hacía nada. Prefería ir a la facultad sin ninguna esperanza de que me gustara. No podía no hacer nada. Y bueno, lo de dos meses es mentira, fue menos. Yo iba con la guitarra, la guardaba en el garaje de abajo, salía por el garaje, la agarraba y me iba a tocar la guitarra, a componer, a tomar un capuchino y volvía a casa. “¿Cómo te fue?” “Bárbaro”, decía yo. Pero salvé Derecho Privado I, que fue el primer examen, lo salvé copiando todo.
Y un día lo encaré a mi viejo y le dije: “Yo necesito estudiar algo que pueda ejercerlo ya”, porque Derecho es libros y libros y no ejercés, no hay práctica. “¿Y qué querés hacer?”, me dijo. “Yo quiero hacer música”, le dije. “Ah, bueno, perfecto”. Él copado, ¿no? Y me consiguió una entrevista con un alumno de Abel Carlevaro, que se llamaba Fernández. Y yo le dije: “No, ¿música clásica? ¿Estudiar de verdad? No… yo quiero hacer música con mis amigos”. Se empezó a reír y me dijo: “Mirá, estudiá lo que quieras, corto, largo, como backup, y después hacé lo que quieras”. Y ahí fue que hice hotelería, que no fue tan corta, fueron cuatro años.
Querías tener una banda de rock con amigos, que es como el sueño del pibe. ¿Qué varón en Uruguay no quiere ser futbolista y romperla, o tener una banda de rock con amigos? En tu caso, ese sueño tan romántico se te hizo y perduró en el tiempo. Hay quienes dicen que “hay que perseguir los sueños, desearlo fervientemente y se alcanzarán”, pero no es así, no todos lo alcanzan. ¿Cuál es el secreto?
No hay secreto. La parte más divertida es estar persiguiendo el sueño. Después, cuando se hace realidad, es cuando ya requiere una responsabilidad y una conciencia mucho más profunda. Yo conozco mucha gente que persigue sueños, y cuando más o menos está por conseguirlos, le da miedo... Aquello de: “Ojo con lo que soñás, porque se te puede cumplir”. Se boicotean, se boicotean a sí mismos, porque se dan cuenta de que conseguirlo requiere una responsabilidad y una conciencia, tipo: “¿Y ahora qué hago?”. Tenés que estar a la altura, y, si no lo estás, es una frustración gigantesca. Entonces, mucho más divertido es perseguirlo. Y si no lo conseguís, perseguís otro, y listo. La verdadera valentía es traspasar ese umbral de que algo se te hizo realidad, valorar todo el esfuerzo sincero y honesto que hiciste persiguiéndolo, y después, ahí, sí, agarrate... Es como un gran regalo que un sueño se te haga realidad.
¿Cómo es eso de que un día rompiste una guitarra sin querer y, en otra oportunidad, casi prendés fuego un piano, según dijiste en Abran cancha de FM Del Sol?
Varias guitarras le rompí a mi viejo. De tocarlas nomás, y de muy bruto también. De hecho, las guitarras más caras de acá, los técnicos no me las dan. Tengo que pedir permiso para llevármelas, y está bien, porque ando con las guitarras por ahí, y las doy contra todo. Y el piano fue así: estaba tocando el piano, tenía el cenicero en las teclas graves, en el espacio que había ahí, con el pucho ahí en el medio, estaba con los ojos cerrados tocando y de pronto se siente un olor… y se había caído el pucho en las teclas graves, y estaba chispeando todo. Y mi viejo me quiso matar. Después vino mi hermana, quiso poner una especie de pesebre horrible arriba del piano, con velas sobre la tapa, y le prendió fuego toda la tapa del piano, y ahí yo ya quedé absuelto, ya no tenía nada que ver.
Como todo niño y adolescente uruguayo, jugaste al fútbol. En tu caso, en la liga de Adic y en las inferiores de Miramar Misiones. ¿Te faltó talento o suerte para triunfar en el fútbol?
El día que me dijeron “quedaste”, tenía que levantarme a las 5 de la mañana para ir con un frío bárbaro a entrenar a las 8 enfrente al Cilindro Municipal. Ahí yo dije: “Esto no es para mí”. Era la sexta división de Miramar, y yo jugaba de puntero derecho, de lo que juega Facu [N. de R.: se refiere a su sobrino y ahijado Facundo Pellistri], solo que ahora dicen “extremo”. Pero no fue ni un tema de talento, ni que faltó un cazatalentos. Me gustaba jugar al fútbol, pero... bueno. Lo que hablábamos recién: cuando vi que se podía poner algo serio, dejé.
De jovencito hiciste un curso de hostelería y, de hecho, trabajaste en la recepción de un hotel en Chile. Hablame de ese trabajo en el hotel Galerías de Santiago.
Fuimos varios de la Escuela Superior de Hotelería a una pasantía larga. Yo estudiaba en el instituto de (Sergio) Puglia... Primero fui al Inet, la de la UTU, pero era un caos, los profesores no iban, no había infraestructura, nada. Hice un año en la Inet y tres en la Escuela Superior de Hotelería. En ese hotel de Chile estuve un mes, pero fue suficiente para darme cuenta que no era del lado del mostrador que tenía que estar. Y me mudé al otro lado, al de huésped. Pero el curso fue divertido: las clases prácticas de hotelería eran en el boliche Chantclaire, porque el profesor era el barman de ahí. Me acuerdo de las prácticas en el restaurante de Puglia, en la Galería Notarial. No sé cuántos platos le rompí… “¡Otra vez!”, me decía. No sé si él me recuerda…
Hablemos de música. Tu primera banda fue Tranvía 35. ¿Qué música hacían? ¿Era rock o qué era?
Era rock medio setentero. Yo encontré un cartel en la Facultad de Arquitectura que decía: “Se necesita un segundo guitarrista”, que eran guitarras rítmicas, base, que era lo que yo hacía. Y bueno, hacíamos covers de Deep Purple, de Rush, Zeppelin, AC/DC, Cult. Y, bueno, era eso. Hasta que un día me puse a componer yo, que tocaba la guitarra. Estaba Hugo Udaquiola, el vocalista, a mí me prueban, quedé y empezamos a tocar. Y me puse a componer una canción. Yo hacía la música y Hugo le ponía la letra. La grabamos en el estudio de Las Canastitas, frente al Montevideo Shopping. Es una de las grabaciones perdidas. Fue mi primera experiencia en vivo.
Hiciste la gran Phil Collins o Dave Grohl: arrancaste en la batería y luego pasaste a ser frontman. ¿Faltó el cantante o vos pediste la volada?
Fueron dos etapas diferentes. Un día íbamos a tocar, no sé si te acordás, en la casona de Pereira, que quedaba hasta al lado de la Seccional 10ª. Fuimos a tocar ahí y éramos una banda nueva, porque Tranvía 35 se terminó. Nos quedamos juntos con el vocalista [Hugo Udaquiola] y yo empecé a armar una banda. Entonces llamé a Manolo [Ferreiro], que es el jefe de escenario nuestro, y cantante de Manolo y Los Vespass. Llamé al Mandril [Nicolás Lieutier], en el bajo. Llamé a Santi Butler, que era el guitarrista. Yo tocaba la guitarra y Hugo cantaba. Pero después, el Hugo no fue, entonces dije: “Bueno, canto yo”. Yo nunca quise cantar, canté por accidente. Ahí canté por primera vez y después nunca más.
Hugo nunca más vino. Ahí se terminó esa banda y yo empecé a armar lo que sería la semilla de La Vela con Manolo, con Santi, con Mandril. Ahí ya teníamos programado el primer toque del bar El Tigre, y tuve que cantar yo.
“Trabajando en ese hotel de Chile estuve un mes, pero fue suficiente para darme cuenta de que no era del lado del mostrador que tenía que estar. Y me mudé al otro lado, al de huésped. El curso de hotelería fue divertido”
Tu perfil de Wikipedia dice que La Vela se funda el 24 de diciembre de 1995. Me llamó la atención la precisión. ¿Fue ese toque en El Tigre?
Claro, fue el toque de El Tigre, que, milagrosamente, un amigo, Mauri Tedeschi, lo grabó entero. Es muy loco tener filmado entero el primer toque. Era la tarde del 24 (previo a Navidad), de tarde, y fue en el bar El Tigre, porque el Mandril vivía a media cuadra. Y éramos clientes de ahí. A la vuelta, por Sarmiento quedaba [el negocio de alquiler de instrumentos] Equipos, y alquilamos cosas. Ya éramos La Vela, eran casi todos covers de Sumo, de Marley y de Divididos, menos tres canciones. Había pocas mesas, poca gente, pero hoy miles aseguran que estuvieron ahí. El que sí estuvo y doy fe, porque se cagaba de risa, fue el Cuico [Perazzo], con quien nos conocemos de la escuela. Él estaba en la banda Último Trazo, la banda del liceo.
¿Por qué la banda se llama La Vela Puerca?
Ya venían cantando algunas canciones con el Mandril, con Santi. Yo le quería poner nombre a la banda, porque si le ponés nombre a la banda, ya te da responsabilidad, porque hacés que algo exista. Estás creando algo. Era dejar de ser solo una banda de amigos que se junta para tocar, entonces les insistí para ponerle un nombre. Un día dije: “Bueno, basta. Vamos a ponerle un nombre”. Y fue La Vela porque a Santi le decían “Vela”. Tenía un jefe en un bar donde laburaba de mozo, lo mandaban a hacer mandados y demoraba seis horas. Se colgaba por el puerto, se fumaba un pucho, se jugaba un pool, y venía con los tomates y las lechugas tres horas después. Y, además, fumaba. Un día le dijo: “Vos sí que sos un vela puerca”, y nos quedó el dicho, como algo de la banda. Cada tanto decíamos: “¿Vamos a fumar una vela? ¿Nos fumamos una vela puerca?”. Y cuando vamos a ponerle un nombre, yo agarro y digo: “La Vela Puerca”. No hubo ni que pensarlo.
¿Está bien si digo que el Deskarado (1998) es un disco de culto para los fans, y De bichos y flores (2001) el que les dio masividad?
No sé… Al Deskarado le pasó algo increíble. Creo que es el segundo disco más vendido después de Otra Navidad en las trincheras (de El Cuarteto de Nos). Pero, claro, El Cuarteto ya tenía discos encima, y en nuestro caso fue el primer disco: fue de cero a cien. Después, bueno, lo escuchó [el productor musical Gustavo] Santaolalla y lo que hicimos fue tomar las mismas grabaciones que hicimos con [Claudio] Taddei, las llevamos a Los Ángeles y la misma pista la pasamos por instrumentos de verdad, lo reamplificamos. Pero son las mismas grabaciones. Son arreglos de verdad hechos por un saxo alto, llamaron a unos vientos de Los Ángeles. Cuando firmamos con Gustavo era editar el único disco que teníamos hecho, para sacarlo en Argentina y en México, pero así como estaba no sonaba como para jugar en esas ligas, ni teníamos tantas canciones.
Con De bichos y flores, ya con Santaolalla desde cero, fue el que explotó acá en Uruguay, y con A contraluz (2004) en Argentina.
“Al ‘Deskarado’ le pasó algo increíble. Es el segundo disco más vendido después de ‘Otra Navidad en las trincheras’. Pero El Cuarteto ya tenía discos encima, y en nuestro caso, fue el primer disco: fue de cero a cien”
¿Esperabas, ansiabas, todo lo que vino con ese disco de 2001 que traía “Por la ciudad”, “El viejo” y “El profeta”, entre otras? “El viejo” sigue sonando hoy, recuerdo que Omar Gutiérrez se iba a la tanda con los primeros acordes… Hasta un libro tiene, escrito por Jorge Costigliolo, de la serie Discos de editorial Hum.
Yo me despertaba en mi casa con el pa, pararán, papa y pasaban los autos, con el parlante arriba anunciando una ferretería o una pollería. Esa canción, perdón, pero me pudrió hasta a mí. A todos. Pero también hizo una cosa muy importante: hizo un quiebre, un crossover histórico de pasar rock en la radio. No lo pasaban. Por eso, tuvo su importancia, tuvo su aporte. Lo que sí hicimos fue ponerla en el freezer durante años, porque una canción no se merece que no la toques nunca más y que la llegues a odiar, como ha pasado. Entonces la pusimos en el freezer. Yo sabía que el Mandril, a quien conozco desde que tenía 14, escribía bien. Estuve cuatro años tratando de convencerlo para que escribiera una canción. Y esa letra la escribió él. Después lo he tenido que perseguir para que escriba otra y me dice: “No, ya la clavé en el ángulo; dejame tocando el bajo”.
¿Te reconciliaste con esa canción?
Sí, sí, sí. Porque la pusimos en el freezer en el momento justo, a ella como a varias más: “José sabía”, “Zafar”, “Vuelan palos”, todas estuvieron en el freezer. Pero agradecidos, porque lo peor que te puede pasar es llegar a odiarlas... No es que evitamos no atomizar a los demás, sino no atomizarnos nosotros. Para no llegar a odiarlas y no tocarla nunca más. Ha pasado casos: Divididos con “¿Qué ves?”, Las Pastillas del Abuelo con “El Sensei”. Yo me doy cuenta cuando estamos tocando una canción y veo que la banda no tiene ganas de tocarla, y una canción no se merece que no la toquen con ganas.
Voy al impacto de Santaolalla en la banda: ¿Fue normal y armónico el pasaje de un pasatiempo de hacer una banda de amigos a hacer un trabajo profesional, serio y riguroso?
No, fue el momento más frágil de la banda. Esa transición que duró tiempo, de ser amigos y pasar a ser amigos y compañeros de laburo. No tanto lo de hobby a tratar de profesionalizarse, porque a todos nos gustaba lo que estábamos haciendo. El desafío era súper tentador. Estábamos con Gustavo, y las giras, y 56 conciertos en 65 días por toda Europa. Era una cosa, todo muy nuevo, y nosotros tratando de ponernos a la altura de la situación. Era un desafío hermoso.
Ahora, la relación entre la amistad y transformarnos, además, en compañeros de laburo fue el momento más frágil. Porque llegás tarde o no te ponés a altura y tenés que decirles: “Bueno, dale, pónganse las pilas”. La gente todavía no estaba convencida, ¿entendés? Entonces, venía una puteada. Te puteo como amigo y esa cosa mitad compañero de laburo y mitad amigo. Fue el momento más frágil. Igual, fue lo que nos salvó y, por eso, creo que es la banda en que se han mantenido las mismas personas en 30 años de historia.
“‘El viejo’ me pudrió hasta a mí. Pero también hizo una cosa muy importante: hizo un quiebre, un crossover histórico de pasar rock en la radio. La pusimos en el freezer, para no llegar a odiarla y no tocarla nunca más”
Para ser una banda a punto de cumplir 30 años, no tienen una discografía tan prolífica. No sacan un disco nuevo por año. Sacan un disco cada tres o cuatro años. ¿Esto por qué es? ¿Porque prefieren tomarse su tiempo para sacar nuevo material? ¿Porque les gusta darse su tiempo para descansar y hacer otras cosas?
Fueron dos cosas. Primero, porque cuando escribí el Deskarado, seguía escribiendo para otros discos y me di cuenta de que era medio lo mismo, usaba las mismas muletillas, las mismas palabras, era como más de lo mismo. Y nos dimos cuenta de que repetir fórmulas o hacer más de lo mismo nos iba a aburrir enseguida. Entonces, seguí escribiendo y dije “no tengo más nada. Bueno, ya está, mi sueño cumplido, un disco hecho [el Deskarado], una banda de amigos, chau”.
Pasaron los años y volví a escribir y, claro, ya volví a escribir de otra manera, con un montón de música más escuchada, un montón de libros más leídos, tenía otro punto de vista. Entonces, dije: “Buenísimo, hay que dejar pasar un tiempo entre un disco y el otro para abordarlo de otra manera y que tenga su personalidad; si no, es lo mismo”. Y, además, lo que nos pasó fue que empezamos a girar a morir: 120 conciertos por año. Entonces, sacabas un disco y, a nosotros, lo que más nos gustaba es que el disco se editaba en otros países: en Alemania, España, México, Argentina, y nos motivaba salir a defenderlo. No lo vamos a dejar solo, salimos atrás del disco a defenderlo.
Respecto a tu rol de compositor: ¿Por qué te vas de tu casa para escribir en otro lado? ¿Buscás concentración y necesitás silencio absoluto?
Porque si estoy viviendo en mi casa veo que hay que cortar el pasto, hay una mancha de humedad que sacar, hay que hacer tal cosa o tal otra… Para mí escribir es una batalla, es una batalla tremenda. Yo tengo un ritual: lo primero que hago es ponerme una canción de Antonio Vega que se llama “Lucha de gigantes” y ese es como el umbral. Me voy a dar contra la hoja en blanco y no sé lo que va a pasar. A veces es muy linda, a veces es un espejo cruel, a veces no sé… ¿Y cómo encontrar algo que realmente te represente, te emocione, como para llegar al nivel de representarlo e interpretarlo después durante años de una manera sincera y honesta? Es difícil. Yo preciso mis horarios, que nadie me rompa los huevos. Soy totalmente consciente de que escribir es un ejercicio y yo no escribo… Soy hijo del rigor, me tengo que poner entre la espada y la pared, me doy 25 días y me voy con la canción hecha, con la melodía.
Soy enfermo de la melodía, porque, para mí, la melodía es la canción, es lo que vos te vas tarareando, sepas la letra o no, toques algún instrumento o no. Puedo estar una o dos semanas buscando una palabra que entre en una métrica melódica determinada, y que diga lo que quiero decir. Entonces… yo sé que los primeros dos días no va a pasar nada, simplemente es como empezar. Antes tiraba las cosas en una papelera; ahora hago la mímica: hago que las arrugo, las tiro la basura, pero no tiro nada a la basura… Y ya cuando empiezo a avanzar y empiezo a encontrar la manera. Digo: “Pah, esto…” y agarro la basura y busco el papel y encuentro el verso que precisaba. Es algo que me da un miedo sano. Me tengo que preparar para eso como si fuera a subir el Everest. Pero me encanta.
De todas las cosas que hago: cantar, componer música, dar entrevistas, lo que más me motiva es escribir.
“Yo preciso mis horarios, que nadie me rompa los huevos. Soy hijo del rigor, me tengo que poner entre la espada y la pared, me doy 25 días y me voy con la canción hecha, con la melodía”
¿Te abrumó la fama en algún momento? Porque tengo entendido que no te gusta dar muchas notas, que no te gusta que te saquen fotos, que ves que alguien se tatuó tu rostro y te da cosita. ¿A qué punto te abrumó la fama?
Pasaron varias cosas. Yo me hice una persona pública cuando no existía el celular, o, mejor dicho, cuando no existía el celular con cámara. Lo que me pasó fue de salir a la calle, como toda la vida, y me empezó a parar gente con la cámara en el bolsillo a decirme: “¿Una foto?”. Hay gente que eso le encanta, porque la personalidad de equis persona..., yo me empezaba a dar cuenta de que a mí no. En un momento estuve un año y pico como ofuscado, estaba ofuscado, era algo que no entendía… Hasta que me fui un rato al diván (hice terapia) y ahí me di cuenta de dónde venía esa transición. Soy de Géminis: puse a Sebastián de un lado y al EnanoDeLaVela del otro, entendí el problema, y dije: “Ah, ta, ahora entiendo”. Un día me pinté una remera que decía: “Hoy fotos no”.
¿En serio?
Sí, claro. Pero sí, me costó, me sigue costando, pero ahora bueno, ya lo entiendo. Y cuando salgo de casa sé que va a pasar y veo si estoy en el ánimo como para acceder o no. Bueno, ahora hace 14 años que vivo en Playa Hermosa, nadie me rompe los huevos, y los pocos que hay, ya los conozco a todos y me saludan como a un vecino más.
¿Por qué irte a vivir lejos de la capital? Vivís “arriba de un cerro”, como solés decir. ¿Saliste despavorido de la urbe y buscaste alejarte de la ciudad?
Porque precisaba eso, es tan intensa la vida de las giras y esta familia de locos (la banda). Sebastián no encontraba su lugar en Montevideo. Siempre era “el Enano” y salía y era “el Enano”, era siempre “ElEnanoDeLaVela”. Y allá soy Sebastián.
¿Has intentado dejar de fumar?
Sí, un año estuve. Y es aburridísimo. Debería estar prohibido componer sin fumar.
Pero, también, me parece que el cigarrillo le dio personalidad a tu voz. Tu voz es producto también del cigarrillo, ¿o no?
Sí, es la única culpa que le echo al cigarrillo. Creo que la personalidad de la voz que tengo es que no tengo voz. Yo me llevo muy bien con las arrugas de mi voz. A mí lo que me interesa es la interpretación. Yo no canto, cuento. Entonces, para contar las cosas y que se note que es sincero, que es honesto, que lo sentís, que estás defendiendo algo real, no precisás cantar. O sea, para mí el canto, cantar bien, es contrario a la interpretación, a la letra. Vos escuchás a otros y te dicen: “Pah, ¡cómo canta!” Sí, cómo canta, pero ¿qué carajo dice? A la gente le preocupa más cantar y afinar que contar lo que está diciendo. Yo hasta que no llegue a ser Louis Armstrong en “What a wonderful world”, no paro, jaja. Nunca fue mi sueño cantar, nunca fui a clases de canto.
“Soy de Géminis: puse a Sebastián de un lado y al EnanoDeLaVela del otro, entendí el problema, y dije: “Ah, ta, ahora entiendo”. Un día me pinté una remera que decía: ‘Hoy fotos no’”.
¿Te interesa la política?
La política como política, sí; la política partidaria, no. La verdad que estamos en un nivel de clase política bastante nefasto. Y aparte me da bronca, porque yo no sé si es una utopía o no, pero me gusta pensar que la política partidaria viene después de que la casa está en orden.
¿Y la casa no está en orden?
No. Si parecen niños de escuela peleándose por la pelota. Lo que digo es: vamos a juntarnos todos, vamos a ordenar la casa, y después la política partidaria es: “Che, ¿ese cuadro va ahí o allá?” “No, pa mí va ahí”, y otro te dirá: “No, pa mí va allá”, pero la casa está en orden. La educación, la salud, la casa está en orden.
Bueno, pero en año electoral todos hablan de políticas de Estado, muchos hacen gárgaras del término “políticas de Estado”, y no se ponen de acuerdo en nada.
Nunca. Si después de cinco años están esquivando palos de los otros. Dejame, dame una mano. Yo no entiendo eso… Y pagamos nosotros. Son como niños chicos peleando. Me estás jodiendo… No les importamos. Por eso yo no voto hace años.
¿Seguís tejiendo crochet?
Claro. Después del diván, la otra terapia es el crochet.
Sos consciente de que no es un hobby muy rockero que digamos, ¿no?
Soy el crochetero del rock. La banda misma me hizo un bullying nunca visto, hasta que empezaron a ver que tomaba forma la cosa. Enseguida era: “¿Me hacés un buzo para Fulano?”, “¿me hacés una bufanda?”, “¿me hacés unas pantuflas?”. Les dije: “Hagan cola y cómprenme la lana. Me hace muy bien, me hace muy bien. Tenemos muchísimos tiempos muertos, entonces, entre el crochet, la lectura, a veces me saturo de la música, porque, además, soy espantoso jugando al playstation. Ya no me dejan jugar, porque me pongo nervioso y aprieto todos los botones. Lo del crochet es algo útil, además.
Se vienen tres noches, 5, 6 y 7 de agosto, por primera vez, en el Auditorio Nacional del Sodre, con el show Envés, que, por cierto, no será acústico, como se dijo por ahí. ¿Qué tiene de particular este concierto?
Este año tuvo esa cosa particular, media extraña: después de casi 30 años estamos debutando en lugares de nuestra ciudad. En el Antel Arena por primera vez, en el Sodre ahora, por primera vez. Nos estamos poniendo viejos, y todos los que hacían pogo en los 90 ya están viejos, entonces ahora sí nos dejan tocar en teatros, jaja. ¿Qué se puede esperar de Envés? Generalmente, y más ahora, la banda prácticamente toca en lugares masivos, y en las cosas masivas, entonces están los “caballitos de batalla”. Pero hay un montón de canciones que están en un cajón, estoy hablando más de 37 o 38 canciones más, que están ahí, a veces sacamos dos y las hacemos jugar con las demás, que son las que generalmente están siempre. Pensé: el año que viene, cuando cumpliremos 30 años, vamos a tocar las canciones de siempre, los hits.
¿Y este año qué hacemos? Si todo el resto del año seguimos tocando las mismas, yo me pondría una fábrica de pastas, porque me aburriría... Y de repente sentí que había un montón de canciones en un cajón que no juegan nunca, y se juntaron entre ellas, y se amotinaron, y dijeron: “Bueno, acá estamos nosotras, queremos salir a jugar todas juntas”. ¿Sabés qué es el haz de una hoja? Es la parte de arriba de una hoja, la que vemos, la más verde, y la parte de abajo se llama envés. Y el envés de una hoja es donde se ve el esqueleto de la hoja, es por donde de alguna forma la hoja respira, pero no se le da mucha bola, pero es parte de la hoja. Bueno, estas canciones son el envés de la hoja, y queremos salir a tocarlas. El teatro es el lugar idóneo, no porque no hay circo de pantallas, no hay luces. Es teatro, y lo que va a tomar el protagonismo son las letras y la música.
Estás en pareja, pero no estás casado ni tenés hijos. ¿Te interesa formar una familia?
Me ha costado mucho tiempo todo… Si viene, bienvenido. Las cosas, si vienen, vienen, y si no vienen, no vienen, y cuando vienen, encantado. ¿Ser padre? Si pinta, sí, y si no, no. Capaz que es muy místico, pero yo siento que a mí la vida me puso acá para hacer esto que estoy haciendo, que son estas canciones y que generan un montón de cosas en la gente, hay canciones, como “Sanar” o “Va a escampar”, que son muy sanadoras y… no sé, mi labor es hacer que estas canciones hagan lo suyo y estoy feliz con eso.
¿Te interpeló cumplir 50? ¿Te pusiste a pasar raya sobre lo hecho y lo que te falta por hacer?
Yo soy como los japoneses: cuanto más viejo, mejor. Los japoneses los cuidan, todos los viejos son como bibliotecas. Mirá, hay una letra que estuve escribiendo, que tiene una parte que dice: “Me preguntan si es verdad que soy así, que vivo lo que vivo y que muero por morir”. Yo soy consciente de todo, amo la muerte porque me hace valorar la vida y... voy tratando de hacer lo que soy, lo mejor posible, pasarla bien, aportar, tratar de dejar algo porque tengo la mesa tendida para dejar cosas. Yo sé que me voy a ir, y las canciones van a quedar. Eso es algo muy importante para mí. Quiero seguir haciendo, afrontando las cosas que tengan que venir, las tormentas bienvenidas, las risas también, los llantos también, está todo bien.
¿Sos feliz?
Soy feliz cuando estoy triste.