Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
La respuesta más larga a una pregunta de esta entrevista, aquella en la que Jorge Temponi (48) se esmera más en contestar —y le dedica más minutos, de hecho— es la que involucra a Sabrina, su hija de 5 años. Se le empañan visiblemente los ojos y hace una pausa para poder dominar la emoción, y entonces, como si estuviera en un diván y no comiendo fainá con muzzarella a las cuatro de la tarde en un bar, cuenta que él es de los que prefiere dormirse en el confort de lo seguro, de los que piensa mucho cada paso, de los que prefieren no arriesgar si no es algo obligatorio.
Por eso, ni pensaba en ser padre. Pero un día le dijo a su pareja, Carina: “Pienso que ahora sí…”, y se animaron. Que, desde entonces, con su magisterio Sabri le enseñó que, “desde el amor, uno tiene una capacidad de trabajo mucho mayor de la que pensaba” y que la vida tiene deparaba otro tipo de felicidad para los que tienen hijos.
Antes de ese momento importante en esta charla, Temponi peroró sobre la radio como vocación, el relato de fútbol como berretín, la actuación y el trampolín que significó en su carrera la emblemática (y tan montevideana) 25 Watts —que permitió que, sin haber terminado la EMAD, hoy sume 18 películas en su curriculum— y su presente como conductor de TV en La letra chica, el periodístico de TV Ciudad. A los detractores les aconseja que vean el canal para superar prejuicios: “Miren el informativo, verán que lo que se ve en pantalla dista tanto de un ‘brazo político’ de cualquier cosa que… Me río, honestamente. Es absurdo”.
“Me cruzó por la cabeza: ‘¿Y si me meto a estudiar actuación después que termine Comunicación?’. Pero quedó ahí. Hasta que viene el casting de “25 Watts”, porque Epstein me vio en cortos de la Católica. Quedé para un protagónico y ahí empezó todo.”
¿Qué querías ser de grande cuando eras niño?
Lo primero fue ser relator, y lo segundo que supe a continuación era que quería trabajar en radio, porque era un niño que disfrutaba mucho de la radio y de las transmisiones deportivas. Incluso teniendo 7 u 8 años escuchar Bella Vista-Miramar Misiones porque sí, por el placer del formato transmisión deportiva y, a partir de ahí, todo el formato radio. Me dormía escuchando El tren de la noche; a mediodía escuchábamos en casa El show de las mil voces, de Eduardo D’Angelo. Te puedo hablar de mil programas referentes que me acompañaron y que me empezaron a generar un vínculo muy hondo con la radio.
Estudiaste Comunicación Social en la Universidad Católica. ¿Querías ser periodista? ¿Qué tipo de periodista querías ser?
Yo entré a la Católica pensando en hacer radio. Y, de hecho, había debutado en radio un año antes, cuando estuve viviendo un año en Fray Bentos por temas laborales de mi familia. Trabajé en radio Litoral de Fray Bentos, en el 1600 de AM. Ahí tenía dos anunciantes y con eso me pagaba el espacio; eran un par de horitas los sábados de noche, y hacía, más o menos, a mi humilde saber y entender, lo que quería y podía. Me encantaría no encontrarme nunca con esas grabaciones, porque me daría vergüenza.
Dentro de la carrera de Comunicación empecé a ver que nada de lo comunicacional me era ajeno, pero sabía siempre que la radio era mi mayor pasión. Ya había hecho eso en radio Litoral, y siendo estudiante había un llamado en la cartelera de la facultad para El Espectador. Primero habíamos hecho un micro en La rueda de Zácara, en las madrugadas de la vieja Radio Sport. La rueda de Zácara era conducida por Isidro Zácara, un histórico relator de ciclismo, pero eso era un programa de acompañamiento en las madrugadas. Para un trabajo de facultad fuimos en grupo y nos hizo pasar al aire, y dijo: “¿Así que les gusta la radio? Bueno, empiecen acá un micro cuando quieran”. Y a la semana siguiente estábamos. Después entré en El Espectador por el llamado de la Católica a hacer un programa nocturno, en el que estaba Carlitos Dopico también.
Y bueno, después de ahí casi nunca paré de hacer radio hasta que entré en TV Ciudad, en 2016. Así que hace ocho años que no hago radio. Sí empiezo ya a tener ganas de hacer radio. Y estoy despuntando el vicio “semirradial” los viernes, que tenemos por TV Ciudad un streaming de teatro con Noelia [Campo], y es muy pariente de la radio. Estamos descubriendo todavía qué es, porque yo soy muy siglo XX y todo esto va muy rápido.
Estudiabas la licenciatura en Comunicación cuando empezaste a actuar en cortos, sin haber estudiado actuación. ¿Advertías una vocación ahí, o fue simplemente curiosidad y buscar experimentar?
No, no, yo había advertido una vocación bastante antes. Ya de joven sabía que me iba a gustar actuar. Pero todo no se puede… Y la radio estaba más claro en mí. Pero en la Universidad Católica pintó actuar en cortos, hasta que vino el casting de 25 Watts. Yo disfrutaba mucho actuando en esos cortos. Me daba cuenta que era algo que también me tiraba. No pensaba todavía en un desarrollo profesional. En un momento me cruzó por la cabeza: “¿Y si me meto a estudiar actuación después que termine Comunicación?”, pero quedó ahí, quedó en un cajón del alma. Hasta que viene el casting de 25 Watts, porque [Fernando] Epstein, que estaba de instructor de edición, me vio en los cortos. Me llaman al casting, y quedé para un protagónico y ahí empezó todo. Fue increíble e inesperado para mí. Y mientras filmo 25 Watts, en el verano del 2000, estudio para la prueba de ingreso de la EMAD [Escuela Municipal de Arte Dramático], y en ese mismo 2000 entro a la EMAD y hago dos de los cuatro años.
¿Y después la terminaste o no?
No, nunca. En aquella época la EMAD tenía un régimen de todo o nada. Vos hacías todas las materias, todos los exámenes, o no. Y bueno, después de los dos primeros años yo ya estaba necesitando tener más tiempo para trabajar. No estaba dando abasto, porque además de las cuatro horas diarias y cinco horas los sábados (una carga muy grande), había que estudiar para las teóricas, estudiar letra para las obras, preparar los trabajos de expresión corporal, etcétera. Y era muy difícil. No tenía tiempo para nada.
En esos dos años que cursaste, ¿llegaste a adquirir herramientas para el resto de tu carrera?
Absolutamente. Para el teatro, aprendí todo en esos dos años de EMAD. Es muy genérico lo que voy a decir, y muy grueso, por lo tanto, equivocado en ese sentido —tiene matices—, pero es mucho más difícil teatro que cámaras para actuar. Por lo menos para actuar en una o dos cosas. Pero quiero decir, yo hice 25 Watts sin haber estudiado nada de actuación, bien dirigido y bien apoyado por mis compañeros, sobre todo muy bien dirigido por [Juan Pablo] Rebella y [Pablo] Stoll. Y hoy lo miro y me parece un trabajo que está bien. Me parece que está muy bien. Lo que precisaba ese personaje, básicamente, está ahí.
Después, bueno, hay gustos o cosas. Pero quiero decir, no me parece que no esté sólido para nada. Ahora, de repente, para hacer algo en teatro, en ese mismo momento y con esa misma herramienta, no sé si lo hubiera podido hacer, porque el teatro requiere técnicas muy específicas para que parezca natural o artificial para, por ejemplo, que el que está en la última fila de una sala grande, te escuche. Sin embargo, vos podés estar teniendo un diálogo intimista y, a la vez, que sea verosímil. O que estés construyendo un personaje fantástico, un duende del bosque, con una corporalidad totalmente ajena a la tuya. Y que eso sea agradable, que valga pagar una entrada, que sea fiel al cuento que estás contando. Y eso requiere escuela, para mi gusto. Para mí, para el teatro me dio todo.
Curiosamente, también te definís como humorista. En una entrevista con La República, te definiste como actor, humorista y comunicador. ¿Dónde quedó el humorista?
Por ahora, está durmiendo. Meto algún chistecito en las cosas en las que participo. No tanto en La letra chica, que no se presta, pero sí en el streaming de teatro, o cuando estoy relatando fútbol aplico un poco de humor. Aplico un poco de humor, pero no lo considero humorismo, te hablo del chistecito suelto.
El humorismo lo desarrollé sobre todo en Planta baja (Canal 12), entre 2005 y 2006. Hacía personajes de humor y durante esos dos años viví de eso. Hacía un personaje que fue el que más pegó, que se llamaba el Payador Pop. Aparecía con una guitarra, y era un personaje con unos lentecitos rojos y una camisa psicodélica como muy colgado, como que había fumado demasiado porro en su vida y quedó un poco frito. Era bueno, muy inocente, con la boca abierta, medio papamoscas. Y, de repente, cantaba la canción que había traído, que era con la vieja y querida técnica de tomar canciones existentes y cambiarles la letra y hacer humor de actualidad. Además de la interacción humorística que surgiera en el diálogo con Guille Amexeiras y Fernando Tetes. Después hice Johnny Mijito, que era un niño, sobre todo para interactuar con los invitados. La típica de un personaje que entra, pim, pam, pum y se va. Y también hacía el Fede, que era un utilero del canal que salía con la camiseta de Aguada y una peluca de pelo largo.
¿Qué fue Mateína por la 1410 AM? Ocho años estuviste ahí. ¿Qué significó en tu carrera?
A nivel radial, seguramente lo más importante que he hecho. Fuimos, golpeamos la puerta, presentamos el proyecto, lo aceptaron para empezar los sábados de noche cuatro años, y cuatro años después pasamos a estar de tarde. Fue poder conducir, dirigir un programa con un grupo de gente muy querida y recontra capacitada. Y hasta el día de hoy, no te exagero, una vez por mes alguien me dice: “¿Cuándo vuelve Mateína?”. Estamos hablando que fue del 2002 al 2010.
Hablemos de 25 Watts. Protagonizaste una película histórica para Uruguay como lo fue esa celebrada película (2001, Rebella y Stoll), junto a Daniel Hendler y Alfonso Tort. ¿Cómo recordás esa peli? ¿Qué significó para vos?
Si Mateína es lo más grande que me pasó en radio, 25 Watts es lo más grande que me pasó a nivel profesional en cualquier rubro, en cualquier ámbito. De ahí para adelante, he hecho, en 24 años, 18 películas. Dieciocho películas en Uruguay es un delirio.
Yo no lo puedo creer todavía. ¿Por qué? Porque además no es que tuve la vocación de actor y estudié la actuación a los 12, 13 o 15, sino que fue algo que apareció en mi vida por 25 Watts. Entonces, que sin tener formación, te brinde una oportunidad, ahí tenés que tener dos suertes enormes. Una, que el personaje cuaje más o menos con cómo caminás, hablás y la energía que tenés. Y, otra, que los directores confíen en vos y te lleven de la manito con los compañeros para hacer un buen trabajo.
El reconocimiento que me generó, las puertas que me abrió y la felicidad que me produjo ser parte de una película icónica y tan importante afectivamente para tanta gente, es lo más lindo que puede pasar. Marcó una generación. Decís 25 Watts y a la gente le cambia la cara, y vos ves que lo que le nace es cariño, ¿viste? Que uno haya sido parte de eso, formado parte de su vida, es lo más lindo que te puede pasar. Tengo solo palabras de amor para 25 Watts, y estoy seguro de que nunca me voy a cansar de hablar de eso.
“Si Mateína es lo más grande que me pasó en radio, 25 Watts es lo más grande que me pasó a nivel profesional en cualquier ámbito. De ahí para adelante, he hecho en 24 años 18 películas. Es un delirio.”
Como periodista, hoy se te puede ver en TV Ciudad, en la conducción de La letra chica. Este programa comenzó en julio de 2020, en plena pandemia, bajo la conducción de Ricardo Piñeyrúa, Diego González y Ana Matysczyk. En su momento fue un boom, fue polémico porque mostraba otra agenda, con una mirada crítica del gobierno actual. ¿Qué creés que significó este programa en la oferta mediática, en ese momento, el primer año de este gobierno multicolor?
No tengo respuesta inteligente para eso. Me parece que, más allá de lo evidente, no tengo nada para aportar, más allá de eso que decís vos: darles otra mirada a los temas, y es algo que se mantiene hasta hoy. Después cada cual, como en la televisión, en la radio, en el medio del arte, habría que preguntar qué opinan los que lo ven. Pero a mí, como televidente en ese momento, me llamó mucho la atención y lo pudimos mantener en el tiempo: la posibilidad de darle voz a personas que están todo el día dedicadas a determinados temas y casi nadie las consulta.
No descubrimos la pólvora nosotros. Se les consulta pero poco, mucho menos de lo que uno querría. Estamos en un momento en que —viva la cara de ellos, eh— hay mucha opinión general permanente, para una búsqueda explícita del debate que suba la adrenalina del espectador y genere un gancho que genere rating, para existir, para ser sustentable.
Estamos viviendo, además, en un momento en que los medios tradicionales como los conocemos todavía no sabemos para dónde van y qué va a pasar. En ese sentido, me parece que La letra chica, desde que nació, buscó profundizar por eso, de ahí el nombre también. Insisto, sigo hablando como televidente en aquella época: profundizar con miradas más expertas y más diversas o más “otras”, valga la expresión, con otras miradas sobre temas para comprenderlos un poco más en profundidad, contextualizarlos, etcétera. Después, que juzguen los espectadores.
¿Y cómo cambió con la nueva dupla de conductores, Maite Sarasola y vos, desde 2022? ¿Hubo un cambio de impronta, quizás con una mirada más académica que estrictamente política?
Maite ya era productora del programa y pasó a conducir conmigo. Se consulta mucho a la academia sí, pero se la consultó siempre. Y mirá que nos nutrimos de todo. Porque cuando voy a estudiar un tema, miro todo y respeto todo. Y en todos los medios hay periodistas que saben de la actualidad mucho más que yo.
Pero también nos metemos a ver algunos informes en el reservorio en Colibrí, de la Udelar [Universidad de la República]. Buscamos también por ahí, y también desde ahí sacamos posibles entrevistados. Más allá de que los productores del programa conocen el panorama de quién habla de qué tema (mucho más que yo también). Entonces, es un placer laburar con ellos y sé que el enfoque que le van a dar va a ser con personas adecuadas. No sé si hubo un gran cambio de impronta. Creo que cambiamos los conductores y todos traemos lo nuestro, todos somos distintos. Pero no hubo una búsqueda explícita de cambiarle la impronta. Sí de mantenerlo vivo, y ese es un desafío que todos los años nos lo refrescamos. Mantener vivo el entretenimiento, digo. Debe tener una dinámica televisiva, una televisión contemporánea… No por tener académicos, tiene que ser aburrido.
Este año, por ejemplo, entre el panel, el ida y vuelta, el móvil, quisimos usar todo el estudio televisivamente. Tenemos una dinámica un poquito más picada, más de ida y vuelta, que solamente en un bloque sentarse a hablar con un interlocutor, que empiece el bloque, termine y digas: “Después de la pausa, nuestro segundo entrevistado”.
“En los medios hay mucha opinión general permanente para una búsqueda explícita del debate que suba la adrenalina del espectador y genere un gancho que genere rating. En ‘La letra chica’ buscamos consultar a los que pocos consultan.”
En mayo de este año Noelia Campo hizo confesiones muy fuertes, en entrevista con Búsqueda. Ella dijo que en el noticiero MVD Noticias, el noticiero del canal, “hubo situaciones como ‘a este lo entrevistás, a este no lo entrevistás’, ¿por qué le hiciste tal pregunta a cuál?”, dijo. Ella dijo que esto se habló en una asamblea de 2023, trascendió y les había pasado a compañeros. Con ese telón de fondo, terminaron renunciando Eduardo Preve primero, y Lucas Silva después. ¿Vos conociste estas bajadas de línea? ¿Te pasó o te consta que le haya pasado a compañeros?
A mí, en absoluto. Y, después, en cuanto a las cosas de la asamblea, bueno, son de asamblea, y en cuanto a las cosas gremiales, los interlocutores son los representantes gremiales. Yo no soy la persona adecuada para hablar públicamente del tema. Sinceramente, no es por sacarle el culo a la jeringa, pero yo no tengo nada para decir del tema, y he laburado siempre con tranquilidad, y según mi honesto saber y entender.
¿A vos no te ha pasado? ¿A vos no te han dicho “este sí y este no”?
No, no. Eso te lo puedo asegurar. Pero lo que siento también, a esta altura del partido, es que cualquier cosa que uno vaya a decir sobre el tema es como reflotar un tema que está recontra solucionado y encauzado dentro mismo del canal.
Ella habló de personas vedadas y reiterados pedidos para cubrir eventos de la Intendencia. Tras todas estas polémicas, se crea un protocolo de cobertura de cara a este año electoral, y ella dice en esa entrevista: “Ojalá que se cumpla, espero que se cumpla”, buscando que haya más imparcialidad. ¿Se está cumpliendo?
Lo primero para aclarar es que el protocolo se crea en conjunto, entre el gremio, los trabajadores del canal, la dirección del canal y la dirección de Cultura de la IM [Intendencia de Montevideo]. Se labura en conjunto para llegar a un protocolo que nos dé tranquilidad a todos. Y entiendo que sí se cumple, pero yo no estoy revisando la pantalla del canal todo el día.
Dijiste en una entrevista con el portal del Pit-Cnt que TV Ciudad no es “el brazo político del FA”, como creen algunos. Te consta que hay ediles que han hecho reiterados pedidos de informes, y algunos hasta creen que no debería existir un canal de la Intendencia. Vos contestaste: “No somos brazo político de nada, hacemos periodismo de buena fe”. Ampliame esto.
Con hacer periodismo de buena fe quiero decir hacer lo mejor que creas, según tu real saber y entender, a propósito de buscar respuestas, contextos, explicaciones, buenas preguntas para los problemas que vive la sociedad y las temáticas que uno trata.
Ahora, también te digo, y lo digo con meridiana claridad: me parece tan absurdo que alguien piense que TV Ciudad es un brazo político de algo o alguien, que la única explicación que le encuentro es que no se sientan a mirar el canal. Porque te juro que si te sentás a mirar TV Ciudad, un solo día que miren, y verán que no es así. Que miren el informativo central, verán que lo que se ve en pantalla dista tanto de un brazo político de cualquier cosa que… Me río, honestamente. Es absurdo.
“El protocolo de cobertura se creó en conjunto, entre el gremio, los trabajadores del canal, la dirección del canal y la dirección de Cultura de la IM. Se laburó en conjunto para llegar a un protocolo que nos dé tranquilidad a todos.”
¿Vos te sentís más periodista o actor hoy?
Mirá, para ser preciso, me siento más conductor. Soy periodista. Pero claro, el tipo de periodismo que tenemos en la cabeza como el periodismo más importante es el que investiga, y yo no hago periodismo de investigación. Yo entrevisto gente, me informo y trato de llegar a lugares interesantes para que reflexionemos como sociedad. Eso es periodismo también. En el streaming de los viernes conversamos sobre arte y vida con protagonistas. Eso por supuesto que es periodismo. Entonces, me siento tan periodista como cualquiera, excepto por los que hacen investigación. Ese no es mi trabajo cotidiano (el de investigar). Me considero periodista, también actor, pero me considero muy conductor.
Como comunicador tenés una faceta muy distinta y particular: sos relator de fútbol en el equipo de 13 a 0, de FM DelSol. Es un berretín que tenías el de relatar fútbol y te sacaste las ganas, ¿no?
Totalmente. Fue mi primera vocación ser relator. Y relato desde niño hasta el día de hoy. Si me pongo a jugar un día al PlayStation en la casa de un amigo, al rato dejamos el sonido ambiente y relato yo. Es algo entre berretín y vicio. Fue en 2019 que se jugaba el Mundial Femenino sub-17 y lo transmitía Vera+. El Profe Piñeyrúa estaba a cargo de la coordinación periodística de las transmisiones de fútbol de Vera. Yo estaba mirando un evento y veo, de repente, promos de sub-17, del femenino, la Copa Sudamericana.
Y digo: “Capaz que el Profe precisa algún relator, capaz que está corto. Es ahora”. Entonces lo llamé: “Profe, mirá, es mi vocación, lo he hecho amateur toda la vida, de niño iba a veces a la Olímpica con un cassette virgen de 90’, y grababa el relato del partido. Sé que nunca me escuchaste, si querés me pongo en la computadora un partido viejo de YouTube, y te grabo con video y audio para que vos veas lo que se ve y cómo relato lo que se está viendo”. “Bueno, mandame”, me dijo. Le dije: “Profe, sin ningún compromiso, si soy un desastre, me vuelvo a mi casa, pero me parece que no va a pasar eso”.
Y bueno, empecé en Vera, en la Copa Libertadores Femenina y después el Mundial sub-17, y algún partido de Copa Sudamericana, y un tiempo después me convocó para la radio, y ahora soy uno del equipo de relatores de 13 a 0.
¿Tienen algo en común los tres roles en los que te expresás: la actuación, el periodismo y el relato de fútbol?
Bueno, el entretenimiento, sin duda. Si alguien se aburre, está fracasando, en cualquiera de los tres ámbitos. Y también la comunicación, y tiene mucho que ver con entretener, pero también la comunicación. Cualquiera de las artes es la forma más sublime de comunicación.
Y tener cierta cultura general, ¿te da herramientas a la hora de narrar un partido de fútbol? Porque, en definitiva, estás contando una historia.
Si, y más para el perfil 13 a 0, que se dedica mucho a hablar del fútbol y de la vida. Es fundamental en el manejo del lenguaje, ¿no? Por ejemplo, para mí el mejor que he escuchado es Víctor Hugo [Morales]. Hay otros muy buenos. Me parece que Uruguay es un país con una media de nivel de relatores llamativamente alta.
Ahí tenés el ejemplo de Víctor Hugo, solamente tratando de evitar la tentación de enamorarse tanto del propio discurso, que se vuelva empalagoso, terraja, ególatra, o fuera de lugar, porque lo principal no es tu relato, sino lo que está sucediendo, que vos lo estás contando. Por supuesto que haber leído muchas novelas, que haberte expuesto a muchas obras de arte, que tener una cultura general importante, te suma para el relato, que además es muy desafiante profesionalmente.
Estás como surfeando con la palabra en tiempo real, tratando de hacer algo fiel (y tratar de embocarle a los jugadores). No tenés la responsabilidad del árbitro, pero si decís penal y después se ve en la repe que nada que ver, quedás pegado. Tenés que ser fiel a la realidad y, a la vez, bello, pertinente, es súper desafiante y se alimenta mucho con las otras disciplinas. Todas siempre se han retroalimentado.
Integraste el reparto de otra peli uruguaya emblemática como Whisky (2004), actuaste en Ruido, Persona non grata, Mal día para pescar, El ingeniero, Rincón de Darwin y, más recientemente, te vi en la argentina Iosi, el espía arrepentido. ¿Cuáles son tus metas como actor? Digo, ¿te gustaría trabajar en una megaproducción de Hollywood o trabajar con determinado director?
Voy viendo paso a paso lo que va surgiendo y, sobre todo, lo que más me importa es hacer cosas que estén buenas. Un buen guión, una buena historia, un buen director. Y con el plus que tiene esto, todas estas disciplinas o cualquier laburo grupal, ir conociendo gente linda y nutrirme humanamente en los procesos, además de lo profesional.
Esto te da regalos, te da privilegios como viajar y conocer lugares que nunca conocería. Son cosas sabidas y trilladas, pero vivirlas es muy lindo o compartir. De guacho, para mí la Antimurga BCG era una cosa que yo veía con fascinación. Y después pude trabajar con [Jorge] Esmoris tres veces. Y eso, después, cuando pasás raya, está bueno. Y después una cosa que a todos nos preocupa en determinada edad y a la velocidad que va el mundo, o más que preocuparme, me ocupa: cómo seguir siendo yo mismo sin perder vigencia.
¿Qué te falta para ser un artista completo?
Sé que, por ejemplo, como actor me faltan ciertas corporalidades acrobáticas. En teatro, eso es apreciado para determinados tipos de obras, hay obras que, si son todo el tiempo vueltas de carro y arneses y cosas, a mí no me van a llamar. En la EMAD, hablando de eso, logré un manejo de mi corporalidad técnica para la expresividad que requiere el teatro, que yo no sabía si lo iba a lograr. Y la EMAD me lo dio. Para ser un artista completo me faltaría un estado físico más atlético, porque de última nuestro cuerpo es nuestro instrumento, y hay una capacidad acrobática de la que carezco.
“Al relatar estás como surfeando con la palabra en tiempo real. No tenés la responsabilidad del árbitro, pero si decís penal y después se ve que nada que ver, quedás pegado. Tenés que ser fiel a la realidad y, a la vez, bello, pertinente.”
Tus compañeros de 25 Watts han tenido éxito en Argentina. Tanto Hendler como Tort han sumado decenas de proyectos en el país vecino y, de hecho, han emigrado. ¿Vos estuviste tentado de probar suerte en el exterior? ¿O sos de los que no se va de acá por nada?
He podido hacer proyectos sueltos en Argentina y en otros países. En España hice una película que se llamó Cruz del Sur (2012). He ido a filmar comerciales también. Cuando era joven fui a filmar comerciales a Costa Rica y a Puerto Rico. Fui a un festival de teatro en Galicia. Fui a otro festival en Costa Rica. He viajado por laburo. Siempre cosas puntuales. Y nunca me interesó radicarme en otro lugar, ni moverme demasiado para conseguir laburo en el exterior porque el fuerte de mi sustento es la comunicación.
Y yo vivo acá, conozco a los personajes de acá, hablo en uruguayo, me formé acá, y además amo vivir acá. Me encanta Montevideo y la amo, la valoro. Yo viví un año y medio en Fray Bentos, y viví en la adolescencia cuatro años en Buenos Aires, también por razones de laburo de mi vieja. Y Montevideo, algunos hablan de su “escala humana”, no sé qué es, pero tiene una dimensión para mí perfecta entre tener movimiento, opciones, posibilidad de desarrollo y, a la vez, no ser una ciudad abrumadora que tienda a la despersonalización de los vínculos de tanta vorágine, tanta competencia…
Sos papá de Sabrina, de 5 años. ¿Qué te enseñó tu hija sobre vos?
Lo primero que me enseñó es que ser padre es lo más importante de la vida, para mí. [Se emociona] Me enseñó que tenían razón mis viejos cuando me decían: “Cuando seas padre esto lo vas a entender”. Y me enseñó que desde el amor uno tiene una capacidad de trabajo mucho mayor de la que pensaba. De joven yo dudaba si alguna vez iba a ser padre. Soy un tipo que le gusta mucho sus tiempos, sus placeres, sus libertades, y el compromiso de la paternidad chocaba con el compromiso que tiene el nombre de horas/hombre.
También me enseñó que la vida que tenemos hoy puede cambiar completamente mañana y nosotros seguir siendo nosotros mismos y seguir siendo tan felices, aunque cambien nuestras rutinas. ¿Por qué? Porque hay un tipo de conservadurismo que tengo desde siempre, y es el conservadurismo de la vida cotidiana. Me dan un poco de miedo los cambios cuando me siento bien y va todo bien. No soy un aventurero de la vida. Profesionalmente sí, me he lanzado a mil cosas y soy un caradura. Pero moverme de lugar, me cuesta. Bueno, imaginate el movimiento de piezas que es la paternidad. Y cómo vos pasás de estar en primer plano a estar en segundo plano de tu propia vida.
Y bueno, y me enseñó que esos cambios tan estructurales son posibles, que soy capaz de ellos y de que, a partir del amor más grande del mundo, que es el que me genera la paternidad, cambiando todo eso hay una felicidad nueva.
¿Sos feliz?
Muy. ¡Salud!