Por The New York Times | Rory Smith
LEEDS, Inglaterra — Por un segundo, Aleksandar Mitrovic pareció entrar en pánico. Se dejó caer de espaldas en el césped del estadio Elland Road. Su rostro mostraba una mueca y sus manos cubrían sus ojos. No quedó claro de inmediato qué había sucedido: tal vez se había torcido el tobillo, o dislocado la rodilla, o desgarrado los músculos isquiotibiales.
El equipo médico del Fulham corrió al campo. Marco Silva, el entrenador del club, ha estado “administrando” el estado físico de su delantero durante semanas, desde que Mitrovic se lesionó mientras cumplía sus responsabilidades internacionales con la selección nacional de Serbia. Fue cambiado temprano en una derrota contra el Newcastle. Se perdió un partido contra el Bournemouth. Ha admitido estar jugando con “mucho dolor”.
Ahora, Mitrovic estuvo tendido en el césped durante no más de un minuto, asintiendo mientras los médicos rotaban su pie y estiraban cuidadosamente su rodilla. Con cautela, Mitrovic se puso de pie, haciendo todo lo que pudo para poner el menor peso posible sobre su pierna izquierda. Cuando uno ve la suficiente cantidad de fútbol, es fácil detectar cuando un jugador está exagerando para causar un efecto. Los ojos de Mitrovic, inquietos y muy abiertos, dejaron claro que su miedo era genuino.
No solo habría estado preocupado por perderse el resto de la victoria del Fulham sobre el Leeds, o por la frustración de la posibilidad de pasar un par de semanas sentado en la banca.
Sus pensamientos seguramente se precipitaron —de forma espontánea y sin poder evitarlo— al peor de los casos. Solo faltan tres semanas para el partido inaugural de la Copa del Mundo. Los directores técnicos comenzarán a finiquitar las plantillas en las próximas dos semanas. Cualquier revés hoy, cualquier tirón, tensión, desgarro o fisura, podría costarle a un jugador su lugar en el Mundial.
Mitrovic, como algunos cientos más, debe haberse preguntado de inmediato si ese había sido el momento en que se perdió su Copa del Mundo.
Al final, no hubo razón para preocuparse. Mitrovic, de 28 años —quien, si todo va bien, será la punta de lanza de la ofensiva de Serbia en Catar— tardó un poco en convencerse de que no corría ningún riesgo y se lanzó de nuevo al campo. Más tarde en el juego, consciente del valor del delantero, Silva lo sacó del partido, por si acaso.
Otros no han sido tan afortunados. La lista de ausentes en Catar 2022 ya es notable. Francia no podrá contar con N’Golo Kanté. Lucas Hernández, Paul Pogba y Raphaël Varane también podrían quedarse fuera. Argentina irá sin Paulo Dybala. Portugal no tendrá a Diogo Jota en su plantilla. Uruguay tendrá que arreglárselas sin Ronald Araújo.
Hay dudas sobre muchos más, como Marcelo Brozovic y Ángel Di María, así como tantos laterales derechos ingleses que hasta Trent Alexander-Arnold, el novato del Liverpool tan inexperto que al parecer todavía tiene que aprender habilidades cruciales como “hacer una barrida”, podría llegar a jugar.
Por supuesto, nada de esto es inusual. Es cierto que la Copa del Mundo nunca antes había sido organizada en medio de la temporada europea; FIFA, en un raro ejemplo de lo que en otra organización podría llamarse sabiduría, nunca había pensado en pedirles a los jugadores que pasaran directamente de la férrea batalla de los calendarios nacionales a un torneo internacional que define eras, con solo seis días para aclimatarse.
Pero jugar el Mundial en su mes tradicional de julio no habría hecho que los jugadores fueran inmunes a las lesiones. El cortafuegos de tres semanas entre el final de la temporada europea y el comienzo del torneo no tenía ningún poder curativo. En los años de la Copa del Mundo, los jugadores que aspiran a representar a sus países siempre han tenido que sopesar los riesgos y las recompensas mientras la campaña de sus clubes llega a su clímax. Pocas copas mundiales previas, por no decir ninguna, ha tenido un contingente completo de estrellas.
Sin embargo, hay un par de diferencias este año. La más obvia es la gran cantidad de partidos. Normalmente, para abril y mayo, la mayoría de los equipos solo juegan una vez por semana; solo un grupo selecto, que compite no solo en sus ligas nacionales, sino también en las últimas etapas de las competencias europeas, se enfrenta a la perspectiva de jugar partidos cada tres días.
En esta oportunidad, debido a la compresión en el calendario creada por la inminente mole de Catar, todos parecen estar jugando constantemente. Eso significa que los jugadores no solo tienen más probabilidades de lesionarse, sino que también son más susceptibles de ello. No hay tiempo para descansar, para recuperarse, para rehabilitarse. Los tendones están permanentemente tensos, los cuerpos siempre están al límite de sus capacidades.
La segunda diferencia es un poco menos fácil de cuantificar. Pocos jugadores admitirían que a medida que la temporada llega a su fin, disminuyen un poco la intensidad con el fin de conservar energías para un torneo que jugarán hasta dentro de algunas semanas. Después de todo, eso sonaría preocupantemente similar a confesar que están jugando por inercia.
Y, sin embargo, parece imposible que la mayoría —es decir, quienes no están compitiendo por trofeos o las primeras posiciones europeas o evitando el descenso— no haga precisamente eso. Es muy fácil sobreestimar los márgenes en el fútbol de élite, y asumir que todo se puede medir en bloques porcentuales sustanciales y nutridos.
En realidad, las diferencias son tan pequeñas que apenas son perceptibles. Un jugador que tiene la Copa del Mundo en su mente no corre a media velocidad ni se niega a hacer una barrida; simplemente no deja el pie en el acelerador cuando su cuerpo ya está en el límite. No evaden una entrada fuerte, pero es posible que no arremetan con tanta fuerza o con el mismo alcance. Se valen de pequeños detalles.
Eso no es tan fácil de hacer cuando la temporada todavía está tomando forma y la ambición sigue siendo más poderosa que la realidad. Después de todo, el Fulham ocupa el séptimo lugar de la Premier League y está luchando por un lugar en la Liga Europa de la UEFA. Las consecuencias de no correr con todo en esa jugada, o de no hacer esa barrida, podrían ser considerables. Este es un momento en el que tomar riesgos todavía genera recompensas.