Por Federico Pereira
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Sábado 7 de octubre. Ese día, Israel amaneció con alarmas. Chen Nisenbaum se despertó con esas alertas, sin saber qué significaban. “Entendimos que estaba pasando algo, no sabíamos qué. Estamos muy acostumbrados, hay días así que hay muchas alarmas y sabemos que no terminan en un día”, cuenta, en entrevista con Montevideo Portal.
Nisenbaum narra que, sin saber lo que sucedía, llamó a su padre para pedirle que fuera de Sderot al kibutz Re’im. Allí en una base militar muy cercana a la frontera con Gaza, estaba su sobrina de cuatro años con su padre, un efectivo del Ejército.
Michel no pudo transitar los 28 kilómetros que separan la localidad donde vive de donde estaba su nieta.
“Él salió de su casa y menos de 10 minutos después ya no nos contestó el teléfono. Yo seguí llamando; todavía no sabíamos lo que estaba pasando afuera. Seguimos llamando y en eso me contestaron los terroristas”.
Eran las 7:20 de la mañana, los milicianos de Hamás no le respondieron en su idioma, el hebreo.
“Hoy ya se lo que me dijeron. No hablo árabe, pero sé que me dijeron ‘hoy Hamás está en Israel; Hamás está acá’. Lo volvieron a decir varias veces, eso es todo lo que dijeron, nada más”, dice Nisenbaum, que añade que en el momento que le respondieron la llamada los captores de su padre, su esposo le mostró un video de los coches de Hamás entrando a Sderot.
“Yo le dije a mi esposo: ‘no, no es verdad, alguien está haciendo un mal chiste’. Y no termino la frase y me contestan el teléfono. Ahí entendí qué estaba pasando algo mucho más grande de lo que pensábamos”.
Hoy no saben nada del paradero de su padre, no tienen idea de si está en la Franja de Gaza. “No tienen ninguna certeza”, dice Nisenbaum. La información que tienen es que la tablet de Michel Nisenbaum se encuentra dentro del enclave. Que su auto fue encontrado, después de un mes y medio del ataque, totalmente quemado. “Su teléfono lo recibí hace dos semanas; está completo, no le pasó nada”, agrega.
“Yo sé que se acercaron a él, porque tenemos un video que muestran todos sus documentos, se llevaron su billetera. Ese día, a la noche, pusimos un post en Facebook, tenía un montón de gente que lo vio y un desconocido nos mandó ese video, por Telegram”, señala Nisenbaum.
La israelí dice que ni bien los terroristas le contestaron el teléfono llamaron a la Policía: “Ese día era un caos total, nadie nos atendió, nadie habló, no podías comunicarte con nadie. Entonces esperamos, tratamos todo el tiempo de buscar, de llamar, de entender”.
“Yo pensé mucho tiempo que no está secuestrado, que pasó algo. Había muchos heridos, muchos muertos, que nadie sabía quiénes eran; yo no pensé que eso me pueda pasar a mí, que estuviese secuestrado mi papá”.
Al explicar cómo ha sido el vínculo con el gobierno israelí en estos meses, comenta que tienen “un oficial” que está con ellos “todo el tiempo”. “Si tienen algo nuevo, una novedad, él viene y nos avisa, viene una vez cada semana, semana y media, para ver si estamos bien, si necesitamos algo. Tomó un poquito de tiempo a todos darnos cuenta que es algo mucho más grande de lo que conocemos, pero al final nos ayudan”, apunta.
“Yo desde ese día tengo dos vidas, es muy difícil”, confiesa. “Tengo hijos chiquitos, estoy casada, mi esposo está en el Ejército desde ese día [es reservista]. Tengo una casa atrás mío, mis hijos no tienen la culpa, no tienen que sentir que está pasando algo muy malo, entonces estoy todo el día con ellos, porque no hay escuelas ni jardines”. Ella y su familia viven en Ashkelón, en la costa, a 15 kilómetros de Gaza; en el sur de Israel, la educación formal no se retomó por el estado de guerra.
“Ellos me mantienen, por ellos me levanto de la cama a la mañana, hago todo lo que tengo que hacer y tengo mi otra vida, que es esta, como ahora, tratar de hablar mucho de él, de lo que pasó, para que la gente nos ayude, como pueda”.
Su sobrina, la que su padre fue a buscar a la base cercana a Gaza está bien. “La sacamos después de casi 10 horas”. Nisenbaum cuenta que en principio, a los niños no les hablaron de lo que sucedió.
“Tratamos de no contarles nada, pero sentimos que es más bueno contarles algo nosotros y no que escuchen de afuera. Entonces le contamos que hay guerra, y que el abuelo está en un lugar que no es seguro, que no puedo hablar con él y que mucha gente nos ayuda a buscarlo. Cualquier cosa nueva que tengan les voy a decir”, agrega.
“Es muy difícil, porque la cabeza no para de trabajar, de pensar. Todo el cuerpo duele, y al lado de eso pienso que necesitamos seguir nuestra vida, porque eso es lo que querría mi papá, seguramente, pero sin olvidar lo que paso. Todo junto, ir con eso mano a mano”.
Michel Nisenbaum nació en Brasil, hoy tiene 59 años. A los 13 su hermana Mery Shohat “lo agarró y lo sacó de ahí”, porque “estaba en malos caminos”.
Su hija lo describe como una persona con muchos amigos y “mucha gente que lo quiere” que hoy acompaña a la familia en este proceso.
“No es el mejor papá del mundo, pero es mi papá, y es el papá que yo quiero que esté al lado mío. Es una persona que si necesitas ayuda no importa qué día, a qué hora y a donde, él sale a ayudar. Eso es lo que pasó ese sábado”, define ella, que, tras una pausa, añade: “nos hace mucha falta”.
Previo a su secuestro, él se dedicaba, como técnico que es, a su negocio de venta de computadoras y proveeduría de servicios. “Estudió ahora para ser guía de turismo, de paseos en Israel. Ahora terminó de estudiar eso y le falta el examen final para recibirse”, menciona.
“Tiene un montón de vida por delante todavía”.
En Montevideo, como parte de un grupo de familiares que viajaron al Cono Sur, Nisenbaum habla sobre el hecho de contar lo que le pasó al padre y a los otros secuestrados: “Es importante hablarlo, sólos no podemos, necesitamos ayuda de afuera, cuanto antes, mucha ayuda, yo quiero a mi papá en casa; todos quieren a sus queridos en casa. Son gente común, no se merecen todo eso”.
“Es Janucá ahora, es Navidad, son las fiestas de los milagros, yo necesito un milagro”, concluye Nisenbaum, sosteniendo la foto de su padre.
Por Federico Pereira
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