"Yo no hice nada especial. No inventé nada. Simplemente supe compartir recursos ya existentes, con quienes tanto lo necesitaban", nos dice Sivan Yaari (39) con auténtica modestia, convencida de que su singularidad fue simplemente haber logrado organizar una infraestructura que permite ayudar a la gente.

Pero la fundadora de la asociación "Innovation Africa" ya ha cambiado la vida de más de un millón de personas en el continente africano, al haber instalado en más de 160 aldeas en 8 países (Uganda, Malawi, Tanzania, Etiopía, República Democrática del Congo, Camerún, Sudáfrica y Senegal) paneles solares que permiten producir electricidad por la energía solar y extraer agua del subsuelo. Y su sueño para el 2025 es llegar a ayudar a otros 6 millones de personas en Africa, llevando electricidad y agua a más de mil aldeas.

En estos días "Innovation Africa" ha cumplido ya diez años. La asociación está registrada en Estados Unidos porque la creó cuando cursaba allíestudios universitarios. Pero Sivan sostiene que debe verse plenamente como una iniciativa israelí. Y no sólo porque ella misma nació en Israel (Rishon Letzion) sino porque todos los ingenieros y otros funcionarios que trabajan para la asociación son israelíes, por la tecnología de control a la distancia que permite el manejo del sistema en Africa desde lejos y el emprendimiento en sí.

Cuando Sivan tenía 12 años la familia se mudó a Francia, donde había nacido su padre, a buscar alternativa laboral tras haber sido despedido él de la oficina en la que trabajaba . Sus padres abrieron una pizzería en el mercado de Niza y Sivan recuerda que ella, su hermano mayor y su hermana menor vivían comiendo pizza, por lo cual bromea al contar que a los 18 años decidió viajar a Israel a enrolarse al servicio militar "para comer mejor". Se presentó como voluntaria, hizo el ejército y a los 20 años comenzó a buscar trabajo.
Por recomendación de terceros llegó a un empresario que fabricaba jeans pero él consideró que su inglés no era suficientemente bueno y que no le serviría para su contacto con Estados Unidos, que era su fuerte en ese momento. El francés que sabía de su hogar fue la salvación y lo que de hecho, la introdujo en África. El empresario le contó de una fábrica que manejaba en Madagascar, donde hablan francés, y Sivan, que en ese momento ni siquiera sabía dónde estaba ubicado ese lugar, aceptó.

Ese fue el comienzo de una gran aventura. Y la semilla de esta entrevista que de la que se puede aprender.



P: Sivan, tu entrada a África fue de muy joven, por una cuestión laboral, y ese fue el comienzo de una gran iniciativa que hoy tiene gran influencia.

R: Así es. Ya en aquel momento entendí que uno de los grandes problemas de África es que no hay electricidad. Estuve en diferentes aldeas y eso era evidente. Eso influye en muchas cosas como la salud y la educación, entre otras cosas. La gente no puede recibir vacunas porque no hay heladeras donde guardarlas, tampoco otros remedios. Los niños estudian a la luz de velas.


Cuando de la empresa de los jeans en la que trabaja me mandaron a Nueva York, me anoté a estudios universitarios en Columbia, primero estudié Finanzas, porque soy buena en números y luego hice el segundo título en Energía. En el marco del trabajo, como me habían enviado a distintas fábricas que tenían, llegué a diferentes lados, también a Marruecos y a Kenya. Pasé en total casi 8 años en África. Y siempre veía el mismo problema.

P: Y ahí llegó el comienzo de tu gran emprendimiento.

R: Exacto. En el 2007, hablando con uno de mis profesores le pregunté cómo puedo ayudar a mejorar la vida en aldeas de África, que la gente tenga heladera, que puedan recibir vacunas, que las escuelas puedan funcionar mejor...y me dijo que es sencillo. "Necesitas solamente algunos paneles que capten la energía del sol", me respondió. "Eso permitirá producir electricidad, será suficiente para una heladera. Dos paneles por aldea".

P: Te pareció demasiado sencillo.

R: Claro. No podía creer que eso fuera suficiente. Junté dinero de los estudiantes. Yo era la presidenta de la organización de estudiantes israelíes en Columbia, parte de la organización Hillel. Con el dinero que logré juntar y parte del dinero de nuestras becas compré dos paneles solares . Mi profesor me dijo que lo mejor sería comenzar por Tanzania ya que allí el sistema funcionaba en forma más ordenada, había leyes claras, y se podía introducir al país productos para producir energía, sin pagar impuestos.

P: Así que emprendiste camino a Tanzania.

R: Así es. Fui a la aldea Kidegozero e instalé, como cosa mía, los primeros paneles, con el dinero que habíamos juntado en la universidad.





P: ¿Así nomás? ¿Iniciativa privada?

R: Exacto. Muy sencillo. Volví, conté a todos, y estaban felices. Pero lo central es lo que pasó en el terreno cuando eso se concretó. La gente estaba enloquecida. Compré una heladera chica, de 50 litros. Empecé pues con la electricidad en una clínica. Y fue una gran cosa que ese mismo día, el gobierno local llevó a la aldea remedios y vacunas. Yo ya había hablado antes con el "chief" de la aldea, la preparación del terreno de antemano era imprescindible. De allí pasamos a la escuela y fue increíble cuando los niños vieron la luz. Pero unos meses después comprendí que había cometido un error al no pensar quién cambiaría las lamparitas si se quemaban.

P: Entendiste que también en eso tan común había que pensar.

R: Por supuesto. Pensé que la enfermera no tenía dinero para comprar nuevas, que el gobierno no iría a cambiarlas. Y que en la escuela con electricidad los alumnos tampoco tendrían dinero para eso. Pensé que todo se arruinaría, que también las baterías se terminarían.

P: ¿Cómo lo solucionaste?

R: Me di cuenta que en la aldea, aunque faltan tantas cosas, la gente tiene teléfonos celulares. Pregunté dónde los cargan y me contaron que los cargaban de la batería de un coche en la aldea vecina, pagando una suma mínima al dueño del coche. Entonces se me ocurrió que la electricidad generada por los paneles en la clínica y la escuela serviría también para eso. Le dije a la gente que pague esa misma suma al maestro en la escuela y a la enfermera en la clínica, y con ese dinero tendrían suficiente dinero para comprar lamparitas y cambiar las baterías. ¡Estaba hecho el negocio! Y así fue, realmente se concretó ese funcionamiento. Y hasta hoy es un gran negocio, la gente sigue yendo a cargar sus teléfonos y pagan, lo cual permite mantener el sistema funcionando.


Abriendo fronteras


P: Sivan, ese fue el comienzo en la primera aldea en Tanzania, pero a esta altura ya has hecho las instalaciones en más de 160 aldeas, en ocho países. ¿Cómo se fue ampliando la actividad?

R: Te diré ante todo que en ese momento yo todavía era estudiante. Alguien me recomendó abrir una asociación sin fines de lucro a la que se podía donar. Y así lo hice. La fundé, la registré en Estados Unidos porque en ese momento estaba estudiando allí.



P: ¿No te sentías un poco como Don Quijote lidiando con los problemas del mundo?

R: La verdad que no, fue sencillo. Realmente no es difícil instalar la conexión eléctrica. Y es increíble que en un continente entero, África, haya tantos millones de personas sin electricidad. Hay solamente en las grandes ciudades, y no siempre. Y el problema es que esto incide también en otras cosas. Entendí también que no tienen acceso a agua porque les falta la electricidad. En Uganda, donde hay un serio problema de hambruna, vi niños cavando con las manos para tratar de llegar al agua. El maestro en la escuela, cuando le pregunté por qué los niños no van a estudiar, me dijo "están demasiado débiles para caminar". Y realmente los vi cavando con las manos. Hay en Africa 350 millones de personas buscando agua.

P: El tema, claro, no es sólo llegar al agua sino que no esté contaminada.

R: Exacto. Te cuento que me dije que tengo que ayudar también en eso, aunque me llevó un poco de tiempo entender cómo hacerlo. El tema es que hay que perforar a 30, 50 ó 150 metros de profundidad. En el Congo hicimos una perforación de 150 metros y llegamos a un gran depósito de agua limpia. Entonces vi que puedo usar la energía solar para activar una máquina que extraiga el agua, que la pompee hacia arriba.

P: O sea que ese es un esfuerzo extra.

R: Así es. O sea, hay que traer los paneles y la máquina, el agua es conducida a un reservorio de 10 mil litros y de allí el agua fluye hacia canillas que colocamos en un punto central de la aldea. Y vi la felicidad de la gente, con 10 -15 canillas en el lugar. También trabajo con "Netafim", la compañía israelí especializada en riego por goteo y les instalo otro reservorio para los caños de riego por goteo de Israel, así pueden cultivar comida con poco agua. Y el cambio en la aldea es impresionante.

P: Es que teniendo agua, todo cambia.

R: Por supuesto. Los niños van a la escuela, la gente goza de mejor salud, hay movimiento de dinero, cultiva su comida y la venden en el mercado, lo cual les da más dinero...Como tienen agua pueden hacer ladrillos y construir casas mejores. Pueden cuidar a sus animales, los animales dan más leche, la venden...toda la aldea cambió por el solo hecho de haber usado algo de energía para sacar agua de la tierra. Y no hicimos nada, solamente logramos extraer un recurso ya existente, el agua, con otro recurso que existe, la energía del sol.


Imposible olvidarlo


P:¿Hay vivencias que destacarías?

R: Te cuento algo que es hasta difícil de repetir. En febrero pasado el hambre en Uganda era tal que niños tomaban sangre de las vacas muertas para poder subsistir. Niños comiendo hojas. El día en que yo llegué allí , 37 personas murieron de hambre. Llevé las perforaciones para encontrar agua pero no basta con eso. Lleva por lo menos tres meses cultivar algo de comida. Llegué tarde, mucha gente había muerto. Allí instalamos los paneles en 95 aldeas.



Es difícil elegir un cuento, una historia, para entender todo. Estuve en Camerún, vi a los refugiados que huyeron de la guerra civil en África Central. Mujeres violadas, heridos, tanta gente...es toda una situación que afectó a tantos. Cuando me pidieron de UNICEF ayuda para llevarles agua me dijeron que había tres canillas en una aldea de 3 mil personas...y dije que eso significa que sí tienen agua. Y me pidieron que me de vuelta...me doy vuelta y veo otros 2500 refugiados que van a tomar agua de las mismas canillas. Allí estalla una guerra.
No podría contar de una madre hambrienta cuyos hijos murieron, porque son muchas. Una madre de 21 años rogando que le demos comida, el bebé tratando de mamar de su pecho y no tiene leche...cuando volvimos con algo, el bebé había muerto. No alcanzamos a hacer todo a tiempo. Nos llevó dos días traer un camión con comida. Una madre contando que tenía 4 hijos y le quedó uno...lo vimos tirado sobre las hojas. Huérfanos que quedaron sin nada...


P: ¿Qué dicen tus hijos de todo esto?

R: Bueno, es un problema cuando viajo, están muchos días sin su madre, pero creo que también aprenden, y es importante. Cuando mi hija viajó conmigo a África, al volver dijo que ahora aprecia más todo lo que tiene en su vida en Israel. Vio a los niños sin zapatos, vio dónde duermen, vio sus escuelas, el piso con agujeros y gusanos, vio que los niños no tienen comida, vio cómo cargan el agua, cómo toman agua sucia. Vio todo eso...y es consciente de las diferencias. Abre su armario y tiene zapatos, abre la heladera y tiene comida. Claro que todo eso influye. Sigue siendo en esencia la misma niña pero tiene claro cómo apreciar lo que la vida le ha dado.

P: Lo que haces no es un trabajo, es una misión.

R: Es cierto, y siento que es parte de lo que tenemos que hacer. Está claro. Israel es fuerte hoy, hemos desarrollado muchas cosas y tenemos que compartirlas para poder ayudar a otros. Es parte de lo que debemos ser. Yo no inventé nada. Supe instalar, usar, cosas que ya existían. El tema es saber compartirlos. Tenemos tanto para dar, para compartir...Si sabemos hacerlo, la gente ya puede desarrollarse sola. Simplemente les di la posibilidad de que el agua salga de la tierra y enseguida vimos que los niños pueden ir a la escuela, estar más sanos, hacer negocios...simplemente hay que dar un empujoncito. Y cuando veo la alegría de la gente, eso me alienta a seguir con esto, me motiva a continuar.

Ana Jerozolimski