Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Cada vez que Wellington Silva (34) está triste, camina unos metros hasta un callejón que hay, bajando por Cuareim y Carlos Gardel, y se queda charlando con su viejo, Waldemar Cachila Silva, a los pies de un retrato que pintó José Gallino. Se hinca sobre el rostro de su padre en la pared y le habla, hace catarsis. Tras el desahogo, ya tranquilo o aliviado, vuelve a su casa.
Y cada vez que Wellington está contento, también va hasta ahí. Como si el rostro que pintó Gallino fuera una iglesia, ahí se repite el ritual, solo que para comentarle alguna buena nueva o alguna noticia que a él lo pondría feliz.
Wellington, junto a sus hermanos Mathías y Guillermo, dirige Cuareim 1080. Heredaron la comparsa de su padre —que falleció en enero de 2021 por covid, a los 73 años—, quien a su vez la heredó de su padre, Juan Ángel Silva. El legado sigue en buenas manos. Wellington es locuaz y comunica muy bien. Dice que el tambor es libertad, y evoca con esa palabra el lenguaje de los negros que llegaban a Uruguay tras haber dejado atrás la esclavitud, y se comunicaban tocando el tamboril.
Dice, además, en una tardecita en el barrio Sur y tras permitirnos presenciar un ensayo, que una ley permitió que el candombe sea enseñado en las escuelas e ingrese en la currícula de la nueva reforma educativa que pretende implementar el gobierno. “Así como tenemos que saber quién fue Rivera o Artigas, quiénes eran los charrúas, o cuándo se celebra la Batalla de Las Piedras, también tenemos que saber por qué el 3 de diciembre es el Día del Candombe, por qué el 6 de enero salimos a tocar a las calles, por qué festejamos los 25 de agosto, la independencia, tocando el tambor, porque los negros también estuvimos en el frente de batalla, cuando buscamos la independencia de este país. […] Somos parte de la historia, y los niños deben y merecen saber la historia desde el principio”.
Del tambor y el candombe como parte sustantiva del ADN uruguayo, de haber tocado en China o Nueva York, de los sueños de tocar en Japón o en el continente africano, de su banda F5 o la vez que su padre, Cachila, vio en CNN que su Cuareim 1080 iba por un Latin Grammy y se le infló el pecho, hablamos con Wellington Silva, el heredero que va con su “alcancía de sueños” a todas partes.
“A mi viejo le decían Embajador, además de Cachila. Yo siento que nos representó a todos los uruguayos, por el mundo. Y de grande se transformó en un revolucionario al tomar el candombe y darle un montón de libertades”
¿Cuál es el recuerdo más primitivo del carnaval que tenés?
El recuerdo más primitivo es mi casa. Yo me despertaba y mi casa estaba llena de personas, de plumas, de lentejuelas. Me bajaba de la cama en verano a las 9 de la mañana, y había 10 o 15 personas cosiendo, pegando, armando o desarmando. Te hablo que yo tenía 4 o 5 años…
Es que es toda una vida dedicada al candombe, desde Morenada. ¿Había alguna chance de que dijeras “esto no me gusta, esto no es lo mío”?
En realidad, nunca me lo planteé, porque es algo que amo. Yo no aprendí a tocar el tambor, yo aprendí de grande a tocar otras cosas. Pero desde chiquito yo ya tocaba el tambor. No sé cómo [aprendí], no te sabría decir cómo empecé a tocar el tambor porque no tenía memoria. Desde que tengo memoria racional, toco los tambores. Algún otro integrante de mi familia no agarró para este lado, eh. Algunos de mis primos no se dedican a esto. Y yo, siendo hijo de Cachila, me dedico al 100%. Algunos salen [en Cuareim 1080], pero no se dedican al 100%. Está en nuestra sangre, eso sí, eh. No hay ninguno que pueda decir: “Yo soy Silva y no estoy ni ahí con el candombe”. No, mentira, porque lo traemos en la sangre.
Hace dos años falleció tu viejo por Covid-19, Waldemar Cachila Silva. Explicale a algún trasnochado quién fue.
Mi viejo es el hijo del creador del ritmo del barrio Sur, del ritmo de Cuareim, [el hijo] de Juan Ángel Silva. Me voy a mi abuelo porque él es el que trae el candombe al barrio Sur otra vez. Él es el generador primero de Lonjas de Cuareim, y después de Morenada. Desde ese lugar, Cachila, siendo el hijo, se cría en el conventillo Medio Mundo y aprende todo: la música, la forma de vivir, la idiosincrasia, las clases sociales, todo. Todo hacía. Mi viejo, a medida que fue creciendo, se fue enamorando del candombe y el candombe le abrió una puerta gigante.
Lo dejó viajar, lo dejó conocer muchos lugares del mundo, por eso mucha gente lo llamaba “Embajador”, aparte de Cachila, porque mi viejo tuvo la posibilidad se representarnos. Yo siento que nos representó a todos los uruguayos. O a todos los uruguayos que tienen un tambor en su casa, mi viejo lo representó, en Ecuador, Chile, Brasil, Argentina, China, Francia, España, Estados Unidos y Canadá. Mi viejo se transformó en un embajador.
Después de grande, se transformó en un revolucionario. Agarró la categoría de Lubolos en carnaval, cuando creó 1080 después de Morenada, y se dio un montón de libertades que el candombe no tenía con mi abuelo Juan Ángel, que era tradicionalista. Cuando se permitió esas libertades, transformó a los lubolos en lo que son hoy: un show mucho más completo. Y después, más grande todavía, se hizo más defensor de la cultura aún, cuando se sumó al GAC [Grupo Asesor del Candombe] en el Ministerio de Educación y Cultura [MEC], con el cual ya nos empezamos a meter con la educación, empezamos a ir a la escuela, hicimos un libro que se repartió en las escuelas donde se les enseñó candombe, y otra cantidad de cosas vinculadas al candombe, porque el candombe no es solo tocar, sino que es tocar, es la danza, es la forma de vivir, es el respeto. Es todo eso.
¿Y a vos qué te sedujo del candombe, de los tambores?
La libertad. El candombe es libertad. Las personas esclavizadas —los mal llamados esclavos—, cuando llegaron acá, no tenían nada. No tenían idioma, no tenían ropa, no tenían nada. Y lo único que los devolvía a su hogar y les daba libertad para expresarse era el tambor. El tambor es un instrumento de libertad; yo cuando toco el tambor soy libre. Cuando nace un hijo de cualquiera de nosotros, tocamos el tambor de felicidad. Y cuando alguien se muere, vas y tocás el tambor, por tristeza. Pero es el idioma que tenemos. Es nuestra libertad de expresión.
“El Centro Cultural Cuareim 1080 es un centro social, donde tenemos un merendero, tenemos clases de candombe (de danza y de toque), clases de zumba, de yoga, de danza afro. Es un espacio para que gente del barrio y de fuera venga a compartir cultura”
¿Sos estudioso de la cultura del candombe, de su historia, las raíces?
Sí, totalmente. “El que desconoce su historia está condenado a repetirla”, dicen. Uno tiene que saber quién fue, es muy importante para saber a dónde vas. No podemos olvidarnos que fuimos esclavos, y por eso, la libertad que nos da el candombe. Porque, si no, el candombe sería simplemente una moda. ¡Y el candombe no es una moda! Es un medio de resiliencia, es un medio de resistencia, es un medio de persistencia. Es música, es danza, es una forma de vivir, es respeto, es todo eso.
Me contó un pajarito que sos un maestro en el repique. Hablame de ese instrumento musical y de su importancia en nuestra cultura.
Es, de los tres tambores, el que elegí y me hicieron elegir mis hermanos mayores cuando éramos chicos, y es al que más tiempo le dediqué, y en el que me perfeccioné. En un instrumento musical, claro: el candombe, aparte de ser cultura, es música. Los instrumentos hay que respetarlos como tales.
Explicame cómo funciona el repique.
El chico hace de metrónomo, es la base, el chico es el tiempo de la llamada, el que marca la velocidad. El piano es los graves, es el que le da dinámica a la llamada. Y el repique es el que improvisa, el que va más suelto, el que tiene más libertad. Si los comparásemos con una familia, sería ese chiquilín que corre, salta, juega, y hace lo que quiere, pero siempre respetando las órdenes del piano y del chico, que serían mamá y papá, manejando los criterios, a qué velocidad se toca y cómo. Es el que tiene más libertad de creación, sí.
¿A qué se dedica el Centro Cultural Cuareim 1080?
El Centro Cultural Cuareim 1080 es un centro social, donde tenemos un merendero, con apoyo escolar para los niños de nuestro barrio, tenemos clases de candombe (de danza y de toque), como también tenemos clases de zumba, de yoga, de danza afro, hay flamenco. Es un espacio para que gente del barrio y que no es del barrio venga a compartir cultura. En época de pandemia y hasta el día de hoy, mantenemos una olla popular, donde le brindamos a la gente que necesita un plato de comida. Por suerte, ahora es mucho menos, pero igual la gente sigue viniendo. En la pandemia servíamos mil viandas por semana. Es una asociación cultural sin fines de lucro. Nuestro único fin es compartir nuestra cultura, porque si no se alimenta, se retrocede. “Ya invertí en cultura, ya está”. No, no, en la cultura hay que invertir a cada rato. Nos pasa, eh… Tenemos un taller y doy clases de toque para 20 personas, y al año siguiente tengo otras 20 nuevas personas, y cuanta más gente conozca el candombe, más vida tendrá el candombe para siempre.
¿Sos de los que cree que la historia del candombe debería estar más presente en la educación uruguaya? Viene a cuento, porque ahora se está aplicando la transformación educativa...
Totalmente. Nosotros, la Asociación Cultural Cuareim 1080 (Natalia Riefel, Mathías Silva, que es mi hermano, y yo) fue la impulsora de la ley 20.053, que dice que ANEP le tiene que dar un lugar al candombe en la formación educativa. Recién estamos en los primeros pasos de eso. [N. de R.: La ley dice: “Declárase de interés cultural a las comparsas, grupos y cuerdas de candombe, por ser expresión genuina de la cultura del candombe. Se garantizará su presencia artística en la vía pública, de conformidad con la normativa nacional y departamental sobre convivencia”]. Es un logro decir que la ley ampara que el candombe tiene que entrar en la currícula escolar, porque es parte de nuestra historia. La historia del Uruguay se forjó con los afrodescendientes, y los afrodescendientes defendemos y vivimos de nuestra música, también.
Entonces, así como tenemos que saber quién fue [Fructuoso] Rivera, [José] Artigas, quiénes eran los charrúas o cuándo se celebra La Batalla de Las Piedras, también tenemos que saber por qué el 3 de diciembre es el Día del Candombe, por qué el 6 de enero salimos a tocar a las calles, por qué festejamos los 25 de agosto, la independencia, tocando el tambor, porque los negros también estuvimos en el frente de batalla, cuando buscamos la independencia de este país. O qué era el conventillo Mediomundo. Todas esas cosas se tienen que saber. Somos parte de la historia, y los niños deben y merecen saber la historia desde el principio.
“Uno de los sueños que tenemos es posicionar el candombe fuera de fronteras. Hoy por hoy, funciona muchísimo los feat. No es música electrónica a la que le sumamos tambores. Las creaciones de cada una de las canciones tienen la mezcla perfecta de los dos”
Cuareim 1080 ha llevado el candombe y los tambores a gran parte del mundo. ¿Qué fue lo más loco que te tocó vivir como embajador del candombe?
En el 2018 tuvimos la oportunidad de ir a China por segunda vez, y fuimos a tocar a Taishán, una ciudad muy importante para el PBI del Uruguay, porque gran parte de la carne que exportamos a China entra por ese puerto. Fuimos a tocar allí, y nos tocó tener que tocar en un piso 55 sobre un piso de vidrio. Tocar el tambor para los chinos era un desafío. Mi inglés es bastante primitivo y el inglés de los chinos es difícil de entender, entonces desde el idioma no teníamos conexión. Lo único que nos podía “salvar” en ese momento era tocar el tambor, y que les gustara. Era un show para ellos, mostrarles nuestra cultura, y después ellos tenían un show para nosotros, como un intercambio cultural. Y en ese momento, cuando los vimos bailar, entendimos que lo nuestro había gustado. Ahí nos dimos cuenta que estamos en la posición de tocar en cualquier lugar del mundo.
Hace un par de años le decías a La Diaria que tu sueño era llevar los tambores a Japón, y tu hermano Mathías quería llevarlo a África o a algún Mundial de fútbol. ¿En qué quedaron esos sueños?
Esos sueños siguen vivos. La pandemia nos dio un stop. Tuvimos la posibilidad de ir a China varias veces, pero me gustaría ir a Japón porque es una cultura extraordinaria y me encantaría poder intercambiar con ellos desde la música y desde la forma. Y no hemos tenido la posibilidad de ir a África (el sueño de mi hermano), es el último continente que nos quedaría por tocar. Sería quiero ir a allá y sentirlo, quiero entrar al agua y saber qué se siente saber que no vas a volver nunca más.
Con tu familia tienen F5, una banda que fusiona candombe con electrónica, ¿no es cierto?
También es uno de los sueños que tenemos de posicionar el candombe fuera de fronteras. Hoy por hoy, funciona muchísimo los feat, cuando un artista grande se fusiona con otro, y otro con otro, y entonces, con nuestro DJ, Pablo de Vargas Lechuga Zafiro, lo que hacemos es combinar desde la creación. No es música electrónica a la que le sumamos tambores, ni es una llamada a la que él viene y toca encima. Las creaciones de cada una de las canciones tienen la mezcla de los dos, perfecta. Es una fusión perfecta, donde él hace un arreglo de música electrónica y me dice: “Ta, pero si esto no entra, no va”, y yo le digo: “Ok, pero en esta parte, tenemos que hacer esto”, y así lo fuimos fusionando. Por eso nosotros lo bautizamos como dombe, porque creemos que es un nuevo género. Lo que nosotros estamos haciendo como candombe fusión, lo tocamos con un DJ y generar un nuevo género. Hemos estado en festivales en Barcelona, en Polonia…
Ey, estuvieron nominados al Latin Grammy por una colaboración...
El Latin Grammy fue por una colaboración con Bajofondo. Fue una cosa increíble cuando [Juan] Campodónico nos lo propuso, y después estuvo Gustavo Santaolalla, una bestia de la música, y así nació “Solari Yacumenza” (Aura, 2019) y estuvo nominada a Mejor Canción del Año. Mi viejo tuvo el placer de vivirlo, y yo de ver cómo él vio el nombre de su comparsa en la CNN. Fue una de los regalos que me dio él en vida a mí: ver a mi viejo llenarse el pecho por eso, mirabas CNN internacional y venían diciendo: Bad Bunny, Daddy Yankee, Alejandro Sanz, Bajofondo feat Cuareim 1080. Y mi viejo se llenó el pecho de aire. Pensá que para él todo comenzó en un sueño en el conventillo Mediomundo, y después termina el nombre de tu agrupación en uno de los noticieros más vistos del mundo, ahí, peleando un Latin Grammy. No lo ganamos, pero trabajamos para volver a esos lugares, y que el candombe llegue hasta allá.
“El otro día un taxista me dijo que conoció a mi viejo, él estaba corriendo, y mi padre lo escondió en el conventillo. El conventillo era una casa de amor, y se compartía todo. Y el ritmo del conventillo Mediomundo era el toque del candombe”
Vos no llegaste a ver el conventillo Mediomundo (que quedaba, justamente, en Cuareim 1080), pero estoy seguro que Cachila o tu mamá, Margarita, te contaron. Explicale a un centennial qué fue el Mediomundo.
El Mediomundo era una casa enorme, un conventillo. ¿Por qué se llamaba Mediomundo? Porque había gente de todos los lugares del mundo. En la Primera Guerra Mundial, los europeos se vinieron, los esclavos que empezaban a ser libres, no tenían dónde vivir, entonces iban a parar a los conventos. Los que podían independizarse económicamente, se iban yendo (los alemanes, los polacos, se fueron yendo), y fueron quedándose los más discriminados, los de clase más baja, y eran la mayoría negros, españoles, portugueses, algún italiano. En ese conventillo se vivía en familia, no había puertas.
Era una casa de puertas abiertas, había una capataza que te decía a qué hora había que levantarse y a qué hora acostarse. Esa era mi bisabuela, doña Gregoria, la abuela de mi papá. Era la capataza del conventillo Mediomundo. Ese conventillo tenía amor, porque plata no tenía. No tenía lujos, pero tenía amor. Todos se conocían, cualquiera te cuidaba a los nenes. Hasta el día de hoy me cruzo con gente que me dice que conoció a mi padre en el conventillo. El otro día un taxista me dijo que conoció a mi viejo, que un día él estaba corriendo, no sé de qué, y mi padre lo escondió en el conventillo. El conventillo era una casa de amor, y se compartía todo. Y el ritmo y la música del conventillo Mediomundo era el toque del candombe.
Mucha gente asocia el carnaval a febrero, y el candombe al desfile de Llamadas por Isla de Flores. Y se deben preguntar: ¿y el resto del año qué hacen?
El resto del año hago exactamente lo mismo. Pero desde otro lugar, desde un lado mucho más social, donde nosotros desde una asociación cultural que mantenemos desde el toque. Con nuestros grupos —mi hermano, yo y mucha gente que apoya—, desde un lugar no visible, invertimos en la asociación cultural. ¿Cómo ganamos dinero? Con la banda que mencionaste, F5, también tenemos un quinteto con Hugo Fattoruso, Albana Barrocas y mis hermanos, que se llama Quinteto Barrio Sur, damos talleres de candombe, y cada vez que viajamos hay una retribución monetaria. El candombe es una fuente de trabajo.
O sea que vos vivís del candombe…
Sí, puedo darme el lujo de decir que vivo del candombe. También es una fuente laboral y hay que tomarla como tal. Si un músico que toca la guitarra puede vivir de su música, si un pianista puede, un tamborilero como nosotros, también. Pero hay que dedicarle tiempo, hay que profesionalizarse, hay que mejorar constantemente, hay que aggiornarse.
Vos sos chef, además. Y tengo entendido que en la pandemia vendiste viandas.
Soy técnico gastronómico. Ahora no cocino para vender, pero como bien decís, en épocas de pandemia, cuando no había shows, volví a uno de mis amores, que es la gastronomía, que también es una forma de arte. Vendía almuerzos, tipo viandas. Tuve una unipersonal y mediante Whatsapp contactaba clientes, probaban, y con el boca a boca, pasé la pandemia desde ese lugar.
En cuanto al candombe, ¿ustedes son tradicionalistas o más bien rupturistas?
Me animaría a decirte que soy las dos cosas. Nosotros, desde la tradición, tocamos igual que hace 70 años. Yo toco el repique igual que mi abuelo, y toco el repique igual que mi papá, y ahí pasaron 75 años. Respetamos las formas de tocar el tambor igual que antes. Respetamos nuestras familias, y a nuestro barrio, nuestra comunidad, de la misma forma. Desde ese lugar somos súper tradicionalistas. Pero somos los primeros en entender que el mundo cambió, el mundo hoy es mucho más rápido.
Antes vos querías mostrar tu cultura y la mostrabas en esta esquina, para todo el Uruguay. Hoy por hoy, cualquier persona agarra un teléfono y puede ver un megashow en Australia, al instante. Entonces, si vos querés atrapar la atención de un uruguayo, mínimo tenés que pelear contra un celular. Por eso cuando creamos un espectáculo, creamos contenido para una persona y sabemos que ya no competimos contra Uruguay, competimos contra el mundo. Entonces, desde lo musical, tenés que juntarte con gente que está a otros niveles, tenés que darle a la juventud un género que conozca y enseguida pegarle el candombe, para que sepa de dónde viene. Pero somos los más tradicionalistas cuando vamos a la calle y lo usamos como manifestación cultural. El día que mi viejo se murió, ¿cómo lo despedimos? Nos pusimos a tocar los tambores, lo despedimos tocando.
“Existe racismo en lo institucional, en muchas cosas. Pero de a poquito vamos avanzando, la sociedad se está deconstruyendo, por suerte. Este es un país de gente grande, por eso la deconstrucción está costando”
La sociedad uruguaya ¿valora realmente el candombe como parte de la identidad nacional, o se acuerda de él sólo en las Llamadas?
Creo que estamos en un proceso. Porque todavía existe discriminación. No estamos 200 años atrás, no digo eso.
Pero está diciendo que hay racismo en Uruguay.
Sí, totalmente. Existe en lo institucional, en muchas cosas. Pero de a poquito vamos avanzando, la sociedad se está deconstruyendo, por suerte. Este es un país de gente grande, por eso la deconstrucción está costando. Pero hoy, en cualquier lugar de la capital, o de todo el país, escuchás tambores. Ya no es que en Carrasco o en Pocitos no tocan el tambor, el candombe ya no es algo de barrio Sur, Palermo y la Aduana. No, no, no. El candombe es parte de la cultura del Uruguay, hay personas que lo entienden más y otras que no tanto. Creo que es un proceso, por eso para nosotros es muy importante entrar en la educación. ¿Por qué? Porque el árbol se endereza desde el principio. Es parte de la historia de este país: así como el fútbol y el mate, el candombe es igual de importante.
¿Qué cosas extrañás de tu viejo?
(Piensa) La voz. Mi viejo tenía una voz muy particular. Él imponía respeto, sin levantar la voz. Y era dulce cuando te gritaba. Se paraba en la calle y no tenía que gritar para que alguien lo escuchara. Extraño la voz de mi viejo.
Y cuando lo extrañás, te vas al mural que pintó Gallino…
Voy y me siento en el mural. Pongo una canción y lo escucho cantar un rato, y es lo que me devuelve las ganas de seguir en este sueño. Este es un sueño de él y de mi abuelo. Cuando nosotros empezamos a tocar el tambor, éramos los negros del conventillo, y hoy por hoy, puedo decirte que toqué en el Madison Square Garden, en Shangai, en Beijing, en Nueva York, y pude hablar de candombe con todo el mundo. Pude contarle a un francés qué es tocar el tambor en Uruguay.
¿Te gustaría que tus hijas [Emilia, de 10 años, y Rafaella, de 4] continúen el legado familiar, y vinculadas a Cuareim 1080?
Totalmente. Me encantaría, pero no las presiono. Creo que debe ser su elección. Es un camino muy duro el candombe. Ahora, los hijos de Cachila estamos continuando su legado y el de mi abuelo, pero nos toca escribir parte de la nueva historia. Lo que se viene por delante va a contar con todo lo que mi abuelo hizo, con todo lo que mi padre hizo, y con lo que estamos haciendo ahora con mis hermanos. Y ojalá mis hijas tomen el camino y lo elijan. Y si no lo eligen, están en todo su derecho. Pero claro que me encantaría…
¿Sos feliz?
Soy feliz. Soy feliz porque aprendí a ser lo más feliz que puedo ser con lo que tengo. El candombe, al darme libertad, no me impide nada y me deja soñar. Carlos Páez Vilaró decía que “tocar el tambor es una alcancía de sueños”. Decía que en cada golpe que vos le dabas al tambor podías soñar que un día podés poner tu música en donde quieras. Desde ese lugar, yo tengo un repique que mi viejo me compró hace 25 años y es el que toco hasta el día de hoy. He viajado con él a todos lados y cuando me toque irme de este plano, me lo voy a llevar conmigo. Es mi alcancía de sueños.