Gastón era un perfecto simulador. Durante tres años engañó a sus padres con tal de hacer lo que le gustaba, y también timó a sus patrones en un restorán. Así, simuló una lesión para obtener licencia médica cuando en realidad tenía un tobillo a la miseria por culpa de una pelea, o le impregnaba olor a comida y condimentos a su ropa de trabajo, cuando en realidad él ya estaba en el seguro de paro, y pasaba más horas en el gimnasio que en cualquier otro lugar. Aún hoy sigue siendo un simulador, porque se las ingenia para dar 66 kilos en la balanza un día antes de una pelea, para volver a tener algo más de 70 el día del combate.
Tiene una historia digna de una película de Hollywood: el chico de barrio que de niño era debilucho y con un precario estado de salud, que de adolescente estaba destinado a ser camionero, que no tenía "buena presencia" para ser mozo, y que encuentra en una disciplina deportiva su destino, su leit motiv. Y las artes marciales son ideales para ese eventual guionista, porque implican sacrificio, esfuerzo personal, espíritu de lucha (Stallone lo ilustró muy bien con Rocky y sus secuelas).
Y parte de ese sacrificio implicaba desarrollarse desde amateur a espaldas de sus padres, porque éstos se lo tenían prohibido. Después, la película de Gastón o "Tonga" va enfilando hacia el final feliz hollywoodense: empieza a ganar, vuelve a ganar, no para de ganar, primero en el Club Colón, después en gimnasios de Argentina, después se va a Estados Unidos, a Tailandia, a China, vuelve a Estados Unidos para pelear en la categoría Bellator, se codea con los peleadores que siempre admiró y veía en el cable. Ahora quiere más: quiere pelear en UFC, la meca de la MMA.
Y hay un ingrediente más para el director del film: el protagonista es uruguayo, este año perdió por primera vez en su carrera, promociona una yerba en la que habla de la superación y es más patriota que Sergio Gorzy. "No ambiciono otra fortuna, otra fortuna, ni reclamo más honor, más honor, que morir por mi bandera", recuerda el Tonga. Por eso -me dice en el gimnasio donde empezó todo, en Pueblo Victoria- él no tendría inconvenientes en dejar la vida en la jaula. Y le creo.
Por César Bianchi
@Chechobianchi
-De niño no podías tomar refrescos o comer torta en los cumpleaños, y pasaste por varias operaciones hasta los 8 años de edad, ¿por qué?
-Fueron operaciones intestinales. Esta (la muestra, la cicatriz le cruza el abdomen) fue por una obstrucción intestinal y por reflujo gastroesofágico. Me trajo muchas complicaciones. Era un niño bastante débil, estomacal y físicamente. Tenías escápulas aladas, hombros para adentro, caminaba para adentro y gastaba los pies... Después de mi primera operación se me reabrió la herida, tuve una hernia umbilical y después me la reabrieron porque tuve secuelas. No me molestaba no poder tomar refrescos o no comer torta, pero sí estuve traumado por las cicatrices. Crecí yendo a la playa y me tapaba con la toalla. Tanto me traumó que, cuando gané el mundial de taekwondo en 2010, guardé dinero para hacerme una cirugía estética. Desde chico quería ganar plata para hacerme una cirugía estética, después vi que era un tema de confianza personal. Ahora no me importa... ando todo el día sin remera por mi laburo y todo bien.
-¿Fue por esa falta de confianza y seguridad personal que tu vieja te anotó en taekwondo?
-No, ella me inscribió porque a mí me encantaban Las Tortugas Ninja, los Power Rangers y Jean Claude Van Damme. De chico era fanático de Van Damme, tenía el cuarto empapelado con fotos de él. En su momento, Bruce Lee no me gustaba tanto, ahora sí. Pero era fanático de Van Damme, me calmaban con películas de él. En la última sala de operaciones, a los 8 años, Van Damme estuvo conmigo, llevé una foto de él como si fuera una estampita.
"Mis padres no querían que yo hiciera esto. Yo estaba seguro qué quería ser, quería ser peleador. No pensaba -en ese momento- en Bellator o en UFC. Yo solo quería salir en un afiche"
-Tenías prohibido recibir un golpe. ¿Qué tan peligroso era que te pegaran una piña en la panza, en una pelea en la escuela? ¿Qué podía pasar?
-Sí, igual jamás me peleaba... no era de pelearme, pero igual todos mis compañeros sabían de lo mío. Durante segundo de escuela me tenía que ir seguido antes de la escuela para ir al hospital. Igual tuve una infancia feliz. De repente tuve percances como hacerme pis encima o tener muchos gases, o no comer lo que otros niños comían. Ahora mismo, si tomo un licuado de proteínas y enseguida me voy a entrenar, capaz que me hago encima. Pero no le doy trascendencia... Otros tienen otros problemas.
-Tu madre te anotó en taekwondo, como otros padres llevan a sus hijos al baby fútbol. ¿Nunca te tiró el fútbol?
-Me encanta el fútbol, soy re futbolero, y nunca lo dije: soy hincha de Peñarol. Pero se dio que era mucho mejor en esto. Probé baby fútbol, pero no me fue bien (jugaba de lateral derecho). De chico jugaba porque mi papá era camionero y era el que nos llevaba, entonces me ponían. Jugaba en el Dryco, después jugué en Vélez Sarsfield, de la Liga Punta Carretas, y llegué a la selección de la liga también porque mi padre nos transportaba. ¡El camión de mi padre fue vital en mi carrera futbolística! También probé básquetbol, porque soy fanático de Goes; hice alguna escuelita de verano de básquet, pero no le embocaba ni al arcoiris...
-Pero tu viejo no tuvo suerte en llevarte a hacer fletes con el camión...
-No, no tuvo, pero quiso... llegué a hacer algún flete.
-¿Qué te recuerdan las cicatrices que tenés rodeando tu cintura y esa otra que atraviesa el abdomen?
-Dolor no pasé. Lo más doloroso era cuando me ponían las sondas gastroesofágicas, que me las metían por la nariz e iban hasta el estómago, o cuando me sacaban los puntos de las operaciones. Sí me hacen acordar al sacrificio de mis padres... me acuerdo de mi madre siempre al lado mío en el hospital, o de mi padre gastando en lo que no tenía para que yo estuviera bien.
-Recordás el sacrificio de tus padres, pero ibas a entrenar y competir a escondidas de tus padres. ¿Por qué?
-Porque ellos no querían que yo hiciera esto, estaban negados. Yo estaba seguro que esto era lo que quería ser, quería ser peleador. No pensaba -en ese momento- en Bellator o en UFC, no pensaba en que me vieran miles de personas por televisión y en directo desde Uruguay. Yo solo quería vivir de las artes marciales. Mi primera gran meta era salir en un afiche. Yo iba a ver peleas en el Club Colón y veía los afiches anunciando los peleadores... y yo quería salir en el afiche, como otros peleadores. Hasta que salí en un afiche, y después me tocó ser pelea de fondo, y después me tocó ir a pelear a Argentina, y cada vez me gustaba más... y no quería que mis padres me lo cortaran.
-Ellos no transaban: no te dejaban pelear y por eso se los ocultaste...
-No me tenían fe, pero no los culpo. Porque ellos no veían otros ejemplos de alguien que triunfara en lo mío: no les dije que quería ser futbolista, basquetbolista o incluso corredor de autos, que tenés a Trelles, Gonchi Rodríguez o ahora Santi Urrutia. Les dije: "Quiero ser peleador". No les entraba en la cabeza. "¿Y de qué querés laburar?". "No, no: quiero vivir de esto". Ellos querían lo mejor para mí, y para mi padre lo mejor era el camión: mi padre camionero, mi abuelo camionero, tenía el camión en casa, la libreta para manejarlo, ¿qué más querés? "Te doy la papa en la boca", me decía mi viejo. Y yo no quería eso, me negaba a aceptarlo por comodidad. Entonces tuve que mentirles durante dos o tres años.
"Mi viejo me dice: 'Si vas a pelear mañana, andate de casa'. Me fui a lo de mi novia y al otro día estaba en el vestuario y apareció mi padre. Me preguntó cómo estaba. Le dije: 'Tengo diarrea'".
-Por esos años trabajabas como ayudante de mozo en Don Peperone, y además entrenabas y peleabas...
-Claro. Y si bien no tenía que cortar peso como tengo ahora ni tenía que seguir una dieta estricta, yo me creía un profesional y entrenaba como tal, en doble horario. Y la plata que tenía la invertía en lo mío. Yo bajaba peleas de Japón, las K1, y decía: "Quiero llegar a eso. Quiero ser el primer uruguayo en pelear en K1", que eran peleas de kickboxing. Nunca me imaginé que algún día iba a estar peleando y me iban a estar mirando 100 millones de personas, no tenía ni idea de eso.
-¿Cómo es eso de que siendo ayudante de mozo en Don Peperone fingiste un accidente en la cocina para tener licencia médica?
-Venía jodido porque ya me habían echado. Había ido a pelear a Argentina y desde allá llamé para decir que estaba enfermo, y al toque me echaron porque vieron en el captor que llamaba desde Buenos Aires. Estuve en el seguro de paro y me tomaron de vuelta. Pero en mi casa decía que seguía yendo a trabajar a Don Peperone: salía con la ropa, la ponía en el extractor, en la mochila tenía aceto balsámico, aceite, y le echaba a la indumentaria para que pareciera que tenía olor a comida por el restorán. Después de que me tomaron de nuevo, una vez me fui a pelear a Argentina y tenía el tobillo roto, y tenía que subir escaleras, tres pisos, con el tobillo negro. Pensé: agarro un montón de platos, los tiro al piso y me tiro al piso. Y dije que se me habían caído encima y me había lastimado. Llamaron al médico y vio que yo tenía el tobillo negro... pero no te queda enseguida el tobillo negro, si recién te lastimaste, te queda rojo, inflamado. El médico, canchero, se dio cuenta y me dice: "¿Cuántos días querés?". Le dije que una semana, porque solo quería zafar, pero ganaba con las propinas. Y no era mozo, era ayudante de mozo, porque me decían que no tenía buena presencia para ser mozo. Y era verdad: yo hablaba mal, tenía un pelo espantoso, no me cuidaba.
-¿Y tus padres cuándo descubrieron tu doble vida?
-Un día estábamos por pelear, era un Uruguay contra Argentina en el Club Colón, y un vecino vio un afiche donde estaba yo -ya estaba en los afiches- y se lo llevó a mi padre. Le dijo: "No sabía que tu hijo peleaba". Mi padre vio eso, anotó la dirección y allá fue... Yo no estaba, estaban armado el ring y los que estaban ahí se dieron cuenta de que era mi viejo. Cuando llegó a mi casa, terrible lío... Les tuve que confesar que hacía tres años que les ocultaba que peleaba, que tenía un montón de trofeos y medallas juntadas en la casa de un amigo. Mi madre lloraba. No lo podían entender. Eso fue un viernes y yo peleaba el sábado. Mi viejo me dice: "Si vas a pelear mañana, andate de casa". Le dije: "Bueno, me voy, pero yo voy a pelear". Me fui a lo de mi novia y al otro día estaba en el vestuario y apareció mi padre: me había ido a ver pelear. Mi viejo me preguntó cómo estaba. Y yo, asustado antes de las peleas, le dije: "Tengo diarrea". Era verdad, me ponía muy nervioso... Y ellos se preocupaban por todo lo que me había pasado de chico con la panza. Primera patada del rival: a la panza. Pero gané en el cuarto round, contra un argentino, en la pelea de fondo y todo el Colón lleno, gritando por mí. Mis padres, ahí, entendieron.
-Ahí te los ganaste. Parece una historia de película...
-No me los terminé de ganar, porque de común acuerdo llegamos a la conclusión de que no lo iba a hacer más. Iba a abrir una academia de taekwondo con un amigo. Ellos estaban más de acuerdo con el taekwondo porque no es a contacto como el kickboxing, es por puntos. Me empezó a ir bien con el taekwondo, gané un par de torneos, clasifiqué al Panamericano y lo gané. Clasifiqué al Mundial, salí primero en mi categoría, y me ofrecieron para ir a trabajar a Estados Unidos, a Carolina del Norte (octubre de 2010). Pero ahí ya no me iban a poder parar, ya tenía viento en la camiseta. Estoy en Estados Unidos y me sale la oportunidad de ir a pelear a Tailandia, pero en muay thai, que es más bravo que el kickboxing. Había sido el Panamericano de Curitiba, a fines de 2011, los invité a mis viejos, me fue bárbaro y a la noche les dije: "En un mes me voy a Tailandia, pero a pelear muay thai", que es mucho peor: con codos y rodillas, en la cuna del muay thai. Y mis padres volvieron a decirme: "Olvidate de nosotros". Mi viejo me dijo: "Yo no quiero recibir a mi hijo en un cajón". Me fui igual, pero ya era totalmente independiente. Los primeros días fueron de rebeldía total; le mandaba videos a mi madre: "Mirá mamá, manejando por la izquierda sin casco", y con el tiempo no les quedó otra que acostumbrarse.
"Cada vez que me subo, pongo toda mi carrera y mi vida en juego. Es como que siento que se quiere llevar lo que es mío, siento que me quiere mandar de vuelta a trabajar como ayudante de mozo"
-Pero, ¿en qué momento los convenciste y decidieron dejar de confrontarte y apoyarte?
-Hubo algún clic que pasó de la bronca por no querer hacer una vida normal a "mirá, está haciendo su camino". Yo gané esa pelea en Tailandia, contra un inglés, en la cuna del muay thai, después fui a pelear a Italia, a China.
-¿Cómo se da el salto a Estados Unidos: primero a Carolina del Norte, después a Kansas, donde estás radicado ahora?
-Antes del viaje a Tailandia, en Estados Unidos yo había peleado los Nacionales de Otoño en los estudios de ESPN, en Disney. Tuve la suerte de ganar todas las peleas y liderar el top 10 mundial, entonces ahí apliqué para la visa. Yo sabía que iba a usar el taekwondo como un trampolín... Yo quería pelear. Yo quería ir a más, a lo que ningún uruguayo había hecho. Yo sabía que podía ser embajador, ser el ejemplo de otros. Lo cierto es que volví de Tailandia a Estados Unidos, y me ofrecen radicarme en Kansas City. Un manager me vio en un entrenamiento y me dijo que yo era tough, rudo, para nosotros era como decir que tengo huevos. Gané mi primera pelea a los 45 segundos. Me dijo: "¿Te querés quedar?" Y ni lo dudé. Me fui hasta Carolina del Norte a buscar mis cosas (8 horas de viaje), llegué, agarré mis cosas y enfilé para Kansas, otras 8 horas. Cuando volví, James Krause, mi compañero, había sacado los perros del sótano (donde yo dormía), había comprado una bandera de Uruguay por internet y la colgó, copió e imprimió fotos familiares de mi Facebook, y me puso una cama con sábanas celestes y almohadas amarillas. Me esperó así y me dice: "Este es tu lugar. A mí me sirve que estés acá porque yo quiero mejorar en las patadas y los puños, y a vos te sirve estar conmigo porque tenés que mejorar el agarre y las llaves. ¿Hacemos una sociedad?". Hoy es mi socio, tenemos gimnasios juntos. Él pelea en UFC, yo en Bellator. Él marcó esa sociedad, pero mucho antes de ser socios en el negocio, fuimos socios en la vida.
-Tu entrenador de kickboxing, Uriel Noria, le dijo a Mariángel Solomita de El País que le costó sacarte de la ternura para hacerte peleador: que saludabas con un beso a tus enemigos y les deseabas suerte antes del combate.
-Es verdad. Y me sigue pasando que no le tengo bronca al rival. Para este deporte no soy el típico peleador, no tengo pinta de aguerrido, no tengo tatuajes... Pero entro a la jaula y me transformo.
-Bueno, has dicho: "Entro y lo quiero eliminar". Eliminar es un verbo fuerte.
-Es que cada vez que me subo, pongo toda mi carrera y mi vida en juego. Es como que siento que se quiere llevar lo que es mío, siento que me quiere mandar de vuelta a trabajar al restorán como ayudante de mozo. Ahora, incluso, es mi fuente de ingreso: yo gano bonos, tanto por pelear, tanto más por ganar y tanto más por noquear. Pero más allá de lo económico, para mí es un tema de honor. "Está mirando mi madre con orgullo y quiere que pelee. Con lo que me costó conseguir el apoyo de mis padres, ¿y vos me querés ganar?".
-En el Club Colón entrabas a pelear con una canción de Sonido Caracol y cotillón, ahora entrás con una canción del Gucci... ¿Buscaste armar un show para divertir a los que iban a alentarte, o toda esa previa te da fuerzas?
-Me parecía divertido pensar cómo entrar. Entraba con "Qué tiene la noche" de Sonido Caracol, entraba con una botella con serpentinas, hacía de cuenta que era champán, hacía que tomaba y explotaban las serpentinas. Una vez mandé un payaso vestido como si fuera yo, con una capucha, y cuando llegaba al ring, se sacaba la capucha y veían que era un payaso... y ahí bajaba yo con la canción de Caracol. Eso no me desconcentró nunca, me parecía divertido.
"Soy entrenador de otros y puedo decir que me convertí en un empresario, sí. Sé lo que es un plan de negocios, tenemos meetings semanales y diarios con los empleados"
-¿Cómo nace la amistad con el Gucci, quien incluso te compuso una plena con tu nombre?
-Si fuera una mujer, sería amor a primera vista. Una vez vine acá, hace cuatro años, escuché una canción y pregunté quién era. Mi hermana me dijo: "El Gucci, es lo que está sonando ahora". Un día, él me escribe por Facebook: "Asesino, felicitaciones", y yo al toque le contesté: "¡Hadouken! Yo te escucho a vos, sos un monstruo". Le pasé mi número y empezamos a escribirnos... Tiempo después nos vimos en Montevideo, nos encontramos y nos hicimos como hermanos. Después me fue a ver pelear en Estados Unidos, y yo acá me subí al Teatro de Verano para cantar con él.
-Podés estar meses entrenando para una pelea y después puede durar hasta menos de un minuto...
-En realidad, yo me preparo para poder finalizarla. Si es en quince segundos, mejor. Lo que quiero es pasarlo por arriba. Lo que me di cuenta al perder la última vez -mi primera derrota en mi carrera- es que los huevos me trajeron hasta acá, pero a este nivel tengo que plantearme una estrategia. Lo tuve ahí, casi lo hago tapear (NdeR: renunciar a la pelea), escupió el bucal, pero me terminó ganando porque fue más inteligente. Ahora descubrí que tengo que aprender otras cosas, sumar más herramientas... y estoy deseando que llegue el 22 de julio, mi próxima pelea, para demostrar que he mejorado.
-Pero te costó asumir tu primera derrota. Vos no querías hablar de eso con tu psicólogo...
-Yo cambié de psicólogo deportivo, antes de la pelea. Él me explicaba que en este deporte hay muchas chances de perder, porque todos los peleadores de MMA tenían peleas perdidas. Y eso no pasaba por mi cabeza: "¿cómo me va a ganar? De ninguna manera. Yo tengo más huevos que él, entreno más que él, quiero ganar más que él". El otro tema jodido que tenía con el psicólogo es que él quería que yo me divirtiera ahí arriba, y yo le decía que no, que ahí arriba no es para divertirse: un león no se divierte, caza para comer; un soldado no se divierte en una guerra.
-¿Qué aprendiste de la derrota, el 26 de febrero en Wichita?
-Mirá, yo tenía pasaje para venirme a Uruguay dos días después. Y no me vine. Por pudor, porque si perdí, tenía que volver a entrenar para mejorar lo que había hecho mal. Sentía que no podía tomarme vacaciones. Lo primero que aprendí es que cuando dicen que los uruguayos están más en las malas que en las buenas, es verdad. Recibí más apoyo al haber perdido, que al ganar. Y lo otro que aprendí es sobre mis falencias en la jaula: yo no me imaginaba que, si me tenían contra la jaula, podía perder así. Y el tipo lo hizo durante tres rounds, casi por 15 minutos. Me dominó como nunca pensé que me podía dominar. Y también aprendí a disfrutar de lo que tenía.
-¿Cuán peligroso es este deporte? A un boxeador le pueden quedar secuelas en la cabeza de por vida al retirarse, ¿y a un luchador de la UFC o Bellator?
-Es peligroso, tenés muchísimas lesiones durante el campo de entrenamiento. Yo previo a las peleas tengo tres lesiones. Para esta última recibí una patada en los testículos (de otro uruguayo, de Tacuarembó, que patea fuerte) y como no tenía protector, terminé internado... Tenía un corte en la cabeza, que se reabrió en la pelea. Igual, no creo que sea tan peligroso como el boxeo, donde en 12 rounds tenés golpes en la cabeza. En nuestras peleas los golpes están repartidos por todo el cuerpo. Es un deporte joven, tiene 25 años, así que las secuelas se verán con el tiempo. Pero Royce Gracie tiene 48 años y sigue peleando, un boxeador a esa edad ni loco pelea. Lo peligroso en nuestro deporte es el corte de peso.
-¿Qué es el corte de peso?
-Yo peso 80 kilos, pero si el 22 de julio es la pelea, el 21 tengo que demostrar que peso 66 kilos. Hecha la ley, hecha la trampa: yo me deshidrato, para después recuperarlos... la idea es subir a la jaula lo más grande y fuerte que pueda. Yo pierdo 12 o 14 kilos y después recupero, en cinco horas gano ocho kilos. Perder kilos me cuesta mucho, recuperarlos no. Nos deshidratamos al punto que no podemos hablar... Para bajar me sobrehidrato: tomo dos galones de agua por día, unos seis litros; corto el sodio durante una semana, incluso tomo agua destilada. Y 48 horas antes empiezo el corte de peso: me meto en agua caliente con sal, con un producto que te tapa los poros, y transpiro en sesiones de 30 minutos, me envuelven en una toalla para no perder el calor, me vuelven a meter en eso, de nuevo a las toallas... es doloroso, te duelen los riñones, te tapan los oídos, no hablás bien, te afina la voz. Eso es lo más peligroso del deporte. Una vez tuve que sustituir a un peleador, Galvao, porque él que iba a pelear por el título, terminó en el hospital por bajo peso. El corte de peso es lo más jodido. El arte de cortar peso y el arte de la recuperación en pocas horas.
-El dinero que has ganado en las peleas lo invertís todo en tu carrera: ya te compraste cuatro gimnasios y hospedás a otros peleadores en tu propia casa. ¿Te estás convirtiendo en empresario?
-Los deportistas se van a vivir a mi casa, a los uruguayos los ayudo para que crezcan. Tenemos -mi socio James Krause y yo- una casa para peleadores a 10 minutos del gimnasio. Hay un palestino, una australiana, y cuando va un uruguayo recibe una beca, no nos tiene que pagar, y no le pedimos un porcentaje de las peleas. No quiero ser el Paco Casal de las artes marciales. Soy entrenador de otros y puedo decir que me convertí en un empresario, sí. Cuando me retire estaré dedicado 100% a eso. Sé lo que es un plan de negocios, tenemos meetings semanales y diarios con los empleados.
"Si tengo que dejar un brazo ahí arriba, no tengo problema. Lo siento así, soy un guerrero. Yo dejo mi vida por mi bandera"
-Has dicho que estás "condenado" a seguir luchando. ¿Esa obsesión no te está haciendo perder otras cosas?
-Sin dudas. Lo miro con otros peleadores de mi edad, que se toman equis tiempo después de la pelea, se van de vacaciones. Yo no me puedo tomar vacaciones: si perdí quiero doblegar esfuerzos, si gané, estoy pensando en la que viene. Sí salgo, voy al cine, pero todo lo que hago es para ayudar a mis metas. En mi cuarto tengo una cartulina donde anoto todas mis metas. En 2013 escribí que en julio de 2016 quería pasar a UFC. No lo puedo gritar a los cuatro vientos pero, "entre nosotros", lo admito. Quiero decirles a mis nietos que su abuelo peleó por nada en un gimnasio de barrio de Montevideo, después peleó en kickboxing, muay thai, en Bellator, en UFC. En la película de mi vida, soy el protagonista, soy un superhéroe.
-¿Y cada cuánto te das el gusto de comer y tomar lo que se te cante?
-Antes era después de cada pelea, ahora le perdí el gusto a eso. Cuando fue el Gucci allá, no sabés lo que fue... hacíamos competencia. Se comió siete hamburguesas, Nacho, un amigo, se comió ocho, yo me comí tres. Sentí que me autodestruí. Pero ahora le tomé el gusto a estar cerca de mi peso, así el corte de peso no es tan brusco. Estoy en 80 kilos, pero de músculo, no por comer porquerías. Hoy, justo, me comí un asado en familia, pero con agua sin gas.
-¿Qué excentricidades te comprás con el dinero que ganás?
-Siempre quise tener un BMW Z3, el descapotable, y me compré el Z4, uno mejor. Para mí que acá andaba en bicicleta... Y acá en Uruguay tengo un Mini Cooper. Me gustan los relojes, los perfumes, la ropa. Me miento yo mismo cuando voy al shopping a comprar, porque pienso: "Esto me hace bien, peor sería comprar drogas o alcohol". Me encanta comprarme trajes y vestirme bien, porque antes no tenía la posibilidad.
-Siempre decís que le querés contar a tus nietos que peleaste en la UFC (tu próximo paso) pero antes de nietos hay que tener hijos. ¿Pensás en formar una familia o eso puede esperar?
-Lo pienso, sí. Por eso vengo a Uruguay, y trato de estar acá, pienso en hacer mi vida acá y viajar solamente para las peleas. Hoy es difícil porque acá hay buenos lugares, pero no es lo mismo que estar allá con los mejores lugares y entrenar con los mejores. Pero quiero conocer a alguien acá, porque no me veo enamorándome de una yanqui. No me veo diciendo "I love you" o escuchando música en inglés todo el tiempo. Me imagino casándome con una uruguaya, que me cocine flan con dulce de leche, me imagino que mi hijo sea hincha de Goes y de Peñarol, no quiero llevarlo a ver a los Chicago Bulls.
-¿"Tapear" no es una opción?
-Para mí no. Perdí por puntos, me tiró, reboté y me levanté. No hay forma de que el tipo me noquee, me tiene que pegar un martillazo en la cabeza. Si me tengo que morir, me muero ahí arriba. Desde los 5 años canto: "No ambiciono otra fortuna, ni reclamo más honor que morir por mi bandera", lo cantamos, y yo hoy lo siento de verdad. Yo me subo ahí arriba y es él o yo. Si tengo que dejar un brazo ahí arriba, no tengo problema. Lo siento así, soy un guerrero. Yo dejo mi vida por mi bandera.
-¿En qué ocasiones sentís miedo?
-Ahora estoy más experimentado y más grande, pero les tenía miedo a los cambios grandes. Cuando fui a Tailandia tenía miedo, cuando viajé a Estados Unidos tenía miedo. Dicen que el pájaro no tiene problemas si se rompe su rama, porque confía en sus propias alas. Después de todo lo que viví y la experiencia que gané, he perdido el miedo.
-¿Sos feliz?
-Sí, soy muy feliz.
Montevideo Portal | César Bianchi
Fotos: Juan Manuel López