Por Martín Otheguy
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UNA HISTORIA DE FICCIÓN
¿Qué cosas fueron representadas fielmente en la película?
La toma de los helicópteros es probablemente la única cosa que hicieron bien en la película, porque aparecen de abajo después de dar toda una vuelta para poder llegar.
El accidente también, aunque no es perfecto, porque el avión tiene el ala por arriba del fuselaje pero entera, y en la película de Disney se rompen las dos alas, quedan dos toquitos y el avión se desliza como un tubo.
Cuando se despega el ala de un lado, el avión se tuerce, y la otra ala y la hélice son las que cortan el fuselaje y matan a la madre de Nando, la hermana y lastiman a todos los que iban en las ventanillas de ese lado. Ahí se parte a la mitad el avión, y todos nos abrazamos esperando el golpe final.
¿Y en tu caso?
Yo miré por la ventana, observé la pared blanca y cuando vi que nos dábamos me abracé al asiento y esperé el sacudón. Empezamos a sentir todo el ruido de la descompresión y a ver volar todo tipo de objetos,. Abrazados al respaldo de adelante esperábamos el golpe final, pero avión llega y se amortigua en la nieve. A la velocidad que se deslizaba, que eran como 400 o 500 kilómetros, esperábamos lo peor, pero en algún lugar había una montaña de nieve de un alud que quedó trancado. Es ahí que se clava el avión, se desprenden todos los asientos, mueren los que iban adelante y el fuselaje finalmente se detiene
¿Quedaste lesionado?
No, lo único que tenía mal era en las piernas, donde quedó la marca den el lugar que hizo presión el asiento. La mayoría tenía las piernas lastimadas o quebradas a esa altura, donde estaba el cañito del asiento. Pero nunca me di cuenta. Es más, se me había volado el taco del zapato y me acuerdo que esa noche alguien preguntó quién era el hijo de puta que tenía clavos, pero no sentí ningún dolor. Mirá, al principio quedamos 30, y luego 29 porque el piloto muere enseguida. Te diría que de esos 29 (al final quedaron sólo 16) 20 estaban perfectos.
¿Te irritó mucho ver la película “Viven”?
De la película sabía algo desde antes, porque estuve con Frank Marshall (el director) y la mujer, Kathleen Kennedy, que era la productora, cuando vinieron acá dos o tres meses antes de filmarse la película. Y en ese momento no era para ver si nosotros estábamos o no de acuerdo con algunas cosas. Era “vamos a hacer esto y lo otro”. Yo en esa época iba a Miami cada tres meses por cuestiones de negocios, y al tomarme el avión en uno de esos vuelos descubrí que viajaba con Marshall, la mujer y los demás. Ellos iban en primera clase y yo en turista, pero al enterarse que yo estaba me llaman para que vaya con ellos. Me consultaban sobre Nando, y yo les decía que él trabajaba en televisión, le gustaba el tema, tenía tiempo libre, por lo que era la persona indicada para las consultas. Claro, el tema es que Nando no se acuerda de muchas de las cosas que pasaron en el avión. Primero porque estuvo prácticamente en coma varios días, y después porque él estaba en todo el tema de las expediciones y pasaba más tiempo afuera que adentro. O sea, conocía muy poco la cocina de lo que sucedía adentro.
Cartel del Fairchild F571 que conserva Daniel Fernández
Volviendo a la película en sí, lo único que teníamos derecho era a leer el guión y hacer las correcciones que consideráramos. Cuando nos mandaron el guión, nos juntamos todos en la casa de Zerbino y estuvimos dos días ahí concentrados, discutiendo el guión y haciendo cambios, mandándolo luego en tiempo y fecha.
Cuando llegaron los papeles, sin embargo, ya estaban filmando: no le dieron la mínima pelota. Y ahí fue cuando le erraron, porque si nos hubieran hecho caso la película hubiera quedado mejor. Pero claro, eran guionistas contratados. Agarraron el libro de Viven y le cambiaron cosas hasta hacerla una película bien yanqui: Nando líder, que sale caminando, y los demás éramos unos cuantos macaquitos que caminábamos ahí en la nieve. Es lo que salió: a nosotros no nos gusta pero a la gente en general sí. Nosotros hubiéramos preferido algo más real, que fuera más a los afectos y las emociones. Se podría haber mechado también algo de Montevideo, o al menos al arriero (Sergio Catalán, a quien encuentran Parrado y Canessa en la expedición final).
RITUAL DE LO HABITUAL
Vos y tus primos eran los encargados de organizar y planificar gran parte de las cosas. ¿Te parece que eso no quedó registrado debidamente?
Bueno, eso lo dice Viven y lo retoma luego Vierci en “La sociedad de la nieve”, el concepto de que no había cosa que sucediera en el avión que no pasara por las manos de los Strauch. El liderazgo en sí, el liderazgo instituido, era el de Marcelo Pérez del Castillo, porque era el capitán del equipo. Además Marcelo había tratado de rellenar el avión, porque era contratado y teníamos que completarlo, por lo que sentía cierta responsabilidad.
Al segundo día, cuando pasa el avión de búsqueda por encima de nosotros -que supuestamente nos ve- en el avión empieza el festejo, con todos chupando y comiendo los víveres que quedaban. Yo le digo entonces a Marcelo que controlara la celebración, porque el rescate se podía demorar. A la mañana siguiente, cuando vimos que no llegaban los helicópteros me di cuenta que no nos habían visto. Con mis primos comenzamos a decirle a Marcelo que había que mantener el espíritu del grupo para que no decayera pero que teníamos que darnos cuenta de esa posibilidad, de que el rescate no llegara. Podía ser un bajón muy grande si uno daba la noticia de improviso, pero había que acostumbrarse de a poco. Ahí es cuando Marcelo empieza a decaer: y cuando escuchamos por radio la noticia de que se suspendía la búsqueda se desploma completamente. Comenzó a echarse la culpa y a responsabilizarse a sí mismo por lo que había pasado.
Hasta ese momento nosotros (los tres primos) habíamos estado muy aislados, pero teníamos una gran ventaja con respecto al grupo. Éramos tres primos muy unidos, y al ser muy unidos resistíamos mejor la dolencia mental, que era lo más grave. El problema no era físico sino mantener la mente bien. Al ser tres eso nos ayudó mucho, y en definitiva, si bien al principio habíamos sido los pesimistas o negativos, pasamos de pronto a ser los realistas. Las cosas que íbamos diciendo eran las que se iban dando.
Ustedes tenían además la responsabilidad de cortar la carne, algo particularmente delicado
Única foto tomada dentro del avión antes del accidente. Foto: Fundación Viven
Nosotros teníamos toda la responsabilidad. Lo más importante era el reparto de la comida, que tenía que ser algo muy justo. Además era lo más jodido de todo, el hecho de tomar un cuerpo y cortarlo para repartir. Era mucho más cómodo que te trajeran unas raciones sin forma alguna, que no se sabía ni de quién eran. Hasta el día de hoy hay gente que no tiene idea de cuáles cuerpos fueron usados y cuáles no. Eso era nuestro, al igual que los cigarrillos y el reparto en general. Y después las decisiones en torno a quiénes iban a ser los expedicionarios, para dónde iban a salir y todo lo demás. Eso, más o menos, salía de los primos.
Ustedes se habían acostumbrado, pero ¿no les preocupó tener los cuerpos usados tan cerca cuando llega el rescate?
Y en un momento todo era puro deshielo y eso era un hueserío, porque no lo podías tapar. Teníamos un gran problema con los cuerpos porque justamente se destapaban y les teníamos que tirar nieve arriba para que se conservaran, en una época en que se estaba descongelando muy rápido la nieve.
Cuando llega el rescate el avión estaba apoyado en un pedestal inclinado y creíamos que en cualquier momento iba a empezar a rodar para abajo. Pero nos preocupó, sí. En un principio pensábamos ordenar todo eso, pero luego nos dijimos que no tenía mucho sentido y que era prácticamente imposible. Lo que sí se hizo, junto con uno de los rescatistas (Sergio Díaz, que se quedó con nosotros) fue intentar juntar los cuerpos para que los siguientes helicópteros los llevaran a Santiago y poder enterrarlos. Allí es cuando la Fuerza Aérea Chilena aclaró: “Nosotros arriesgamos vidas para salvar vidas pero no para recuperar cadáveres” Mandaron un grupo combinado de las fuerzas chilenas y uruguayas cuyos integrantes fueron los que pusieron la cruz, juntaron los huesos y enterraron todos los restos.
Moncho Sabella dice en “La Sociedad de la Nieve" que la de ustedes era una sociedad fraterna, de afectos, pero que al bajar se “contaminaron” de la sociedad civilizada y retornaron los egoísmos e individualismos. Afirma que abajo desaparece lo más genuino, pero que aflora cuando suben de vuelta a Los Andes. ¿Lo ves así?
Evidentemente la sociedad de la nieve y la sociedad normal son distintas. Entre nosotros seguimos manteniendo esa relación que nunca se perdió. Nos peleamos, tenemos líos y todo lo demás pero al final todo termina siempre bien. Permanentemente hay alguno peleado con otro, eso pasa, pero llega el 22 de diciembre y van todos los sobrevivientes, y hay besos y abrazos. Mi muer -que era mi novia, por entonces-, no entiende a veces cómo nos decimos cualquier disparate. A mí me llega a decir la décima parte mi hermana o algún allegado de lo que me dice alguno de los sobrevivientes y se termina todo. Pero entre nosotros no hay rencores. Por eso es que yo digo que no sé bien lo que somos, si hermanos, amigos o más que las dos cosas juntas. Es una relación muy rara. Reconozco que sí, que cuando bajás te agarra un poco eso, pero como tenés lo otro, lo que pasó, siempre te acordás de poner una patita en el freno. Uno toma más conciencia que se trata simplemente de una estupidez. En los momentos jodidos, que los tiene todo el mundo, siempre te viene a la mente lo de “si pasé aquello esto es un juego de niños”. Son dos mundos distintos, claramente.
Descansando afuera del fuselaje. Foto: Fundación Viven
Ese es quizá uno de los motivos por los que yo jamás volví a la montaña, a diferencia de muchos otros. A pesar de haber pasado los momentos más difíciles también pasé los mejores de mi vida. En el último período ya habíamos entrado en una suerte de misticismo, de plenitud, que es muy difícil de explicar. La única manera de que yo vuelva a sentir eso en la montaña es si me pasa una experiencia similar, donde esté aislado del mundo, donde dependa de mí mismo y me encuentre solo ante la inmensidad. Por eso siempre pensé que me quería quedar con la imagen esa, cuando subí al helicóptero y veía el avioncito allá abajo. Era como si estuviera dejando mi casa. Si vuelvo lo que más va a primar es que ahí están mis amigos, está la cruz, está el lugar. Ese estado espiritual que logramos todos no se va a generar nunca más.
¿La huella de Los Andes te marcó en tu actitud posterior frente a la vida?
Claro. Vivo la vida de una manera completamente diferente. ¿De qué me voy a preocupar, de estupideces? Eso es lo que pasa con la historia nuestra. Cuando alguien que se está por suicidar te manda un correo y te dice “gracias a ustedes no me suicidé, si ustedes pudieron pasar lo que pasaron lo mío es un juego de niños”, el tipo se da cuenta: estos locos la vivieron así y salieron adelante. Si se puede salir de eso se puede salir de cualquier cosa.
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