El exmandatario Julio María Sanguinetti publicó esta mañana una nueva columna en el hebdomadario partidario Correo de los viernes, texto en el que se refirió a los lamentables hechos de febrero de 1973, momento en el que se produjeron los primeros actos del golpe de Estado que se plasmaría en junio de ese mismo año.
Sanguinetti, de 87 años, era ministro de Educación y Cultura en el gobierno de Juan María Bordaberry, cargo al que renunció poco después del arresto de su correligionario Jorge Batlle, en octubre de 1972. Tras dejar el ministerio, regresó a su banca en el Parlamento, obtenida en los comicios de 1971.
En la columna, el político reseñó el homenaje que el Partido Colorado brindó el lunes al fallecido legislador Amílcar Vasconcellos, uno de los más precoces y firmes opositores a la escalada militar ocurrida a comienzo de los 70, y autor del libro Febrero amargo, publicado en marzo de 1973.
En el mismo acto se reconoció a otras figuras destacables de la época, como “el vicealmirante Juan José Zorrilla, que chocó frontalmente con sus colegas de armas para defender la legalidad; y el vicepresidente Jorge Sapelli, que rechazó todas las propuestas de maniobras políticas dirigidas a desplazar al Presidente Bordaberry y procurar una nueva elección, así como no aceptó presidir el Consejo de Estado que sustituyó al Parlamento legítimo”.
El político anunció también el lanzamiento de un libro de su autoría acerca de aquellos hechos. La obra se titula ¿Qué pasó en febrero? y se presentará el 28 de febrero en el Hotel Radisson.
Sanguinetti considera necesario procurar que la historia de ese periodo se mantenga viva “para una juventud lejana a los episodios, que, del golpe de Estado, y mucho más aún de la guerrilla, solo tiene lejanas oídas”. Según el dirigente colorado, si bien “hay libros, hay debates históricos” sobre el asunto, “desgraciadamente se dan distorsiones historiográficas que demasiado se alejan de los hechos”.
“Lo que ocurrió en febrero de 1973, en Uruguay, fue lisa y llanamente el comienzo del golpe de Estado”, consideró Sanguinetti, para luego bocetar una breve cronología de los hechos de ese agitado mes, y acusó al Frente Amplio de ver como algo “positivo el involucramiento político de los militares”.
“Consideraron que la cuestión no era entre ‘la libertad y el despotismo’ o entre ‘la Constitución y el militarismo’ sino entre el ‘pueblo y la oligarquía’, asumiendo que a ésta la representaba el gobierno electo por el pueblo un año antes y que ‘el pueblo’ les incluía a ellos, al sindicalismo y a los militares insurgentes”, sostuvo.
Asimismo, recordó que “el gran argumento militar para el golpe era que ‘derrotada la sedición armada’, se hacía necesaria liquidar la ‘subversión’, consistente en los intereses políticos y económicos que presuntamente estaban detrás”.
Sin embargo, tal argumento resultaba falaz “porque la verdad es que la guerrilla estaba totalmente derrotada, los tupamaros presos y hablar de ‘subversión’ no era más que un pretexto sin fundamento. Nada justificaba el golpe, como nada justificaba la rebelión guerrillera que se inició en 1963, en plena democracia, con un gobierno colegiado de nueve miembros a cargo del Poder Ejecutivo”, aseveró.
Para Sanguinetti, en ese febrero hace ya cincuenta años “coincidieron los dos extremos: tupamaros y militares golpistas, confluyeron en el ataque a los partidos políticos, el desprecio a las instituciones de la democracia ‘burguesa’ y el combate a la presunta ‘corrupción’ que había en el país. La izquierda política también se extravió y apoyó esa locura. Renunció a que el dilema era ‘Constitución o golpe de Estado’ para servir a es vaga invocación de ‘pueblo u oligarquía’”.
“Esa historia está viva. Su lección se dicta todos los días. Quien no quiera leer en sus páginas, la podrá volver a sufrir en vida. Confiemos en que nunca más ocurra. Y en que nunca más, en nombre de la justicia social o el antiimperialismo, se caiga en el despotismo”, deseó.