La primera vez que Edward Chu escuchó un bombardeo fue en 2023, cuando viajó a la Franja de Gaza para intentar salvar vidas en medio de una guerra incesante en la que niños, niñas, hombres y mujeres mueren a diario.
Ese primer sonido lo “marcó mucho”. Dice que los bombardeos son ese tipo de cosas con las que una persona nunca se siente “completamente tranquila”. Menos, quizá, cuando es un médico que tiene (y elige) desplazarse en medio de conflictos en los que se lanzan misiles de manera indiscriminada. Menos cuando la muerte es una posibilidad tangible, algo que ve a diario.
“No sabés necesariamente si te va a tocar, si vas a estar en el lugar equivocado en un mal momento”, dice a Montevideo Portal el médico, que se encuentra en misión en el Líbano con Médicos Sin Fronteras. Tampoco, dice, es como se ve en las películas.
Pero en Beirut, por ahora, la situación es diferente. El pasado 26 de noviembre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, anunció que el gabinete de seguridad aceptó la propuesta de un alto el fuego en Líbano por 60 días, aunque Israel mantendrá “libertad de acción” si Hezbolá viola el compromiso.
El hijo de la inmigración
Su madre es uruguaya y su padre chino: los dos crecieron en Uruguay, pero con culturas distintas. Por un lado, la inmigración era parte de su historia. Por el otro, la adquirieron. La pareja se mudó a Estados Unidos para que el padre siguiera los estudios, y allí nació Edward.
Un estadounidense con sangre uruguaya y china, un estadounidense que habla español como un nativo, un estadounidense que ahora vive en Alemania, que conoce el mundo a través de su profesión. Un estadounidense que pasó muchos veranos en el hemisferio sur, en Montevideo.
Entonces, ese origen marcado por varios continentes lo llevó a un interés concreto: conocer diferentes culturas y puntos de vista sobre los mismos temas. Así llegó a su primera profesión: la antropología.
El caso de Chu es distinto al de la mayoría. Primero pensó cómo quería vivir y qué tipo de trabajo quería tener. Después, vio el cómo y por dónde ir.
La primera carrera fue antropología, después vino un posgrado en Salud Pública y por último la definitiva: Medicina.
“El cuerpo humano es una constante, pero cambian mucho las culturas, los conocimientos, las prácticas tradicionales, y eso es algo que siempre me fascinó de hacer medicina internacional”, cuenta.
Su trabajo —intentar salvar vidas en medio de conflictos bélicos, aun con la posibilidad de morir en un bombardeo— combina todos sus intereses. Es que cuando hizo su pasantía para recibirse como médico conoció la urgencia, que permite “estar en la frontera entre la comunidad y el hospital”.
Eso implica ser el primer profesional al que una persona con alguna deficiencia de salud recurre, así como también ir a trabajar a diario sin tener nada previsto ni saber qué va a pasar.
La urgencia y la medicina internacional tienen un “elemento” en común, dice Chu: la adrenalina. Es tener que tomar decisiones con una cantidad limitada de información. Según Chu, siempre hay situaciones que los médicos no saben cómo van a evaluarlas, cómo van a cambiar, cómo van a atender a sus pacientes. Y, cuando llegan a la sala de reanimación, por ejemplo, tienen que integrar la información de la persona herida: cómo luce, cómo huele, qué siente.
La vuelta al Líbano
Chu viajó al Líbano por primera vez hace 10 años. En aquel entonces, la libra libanesa estaba en 1.500 por cada dólar; ahora está a casi 90 mil. No había un conflicto permanente. En el país asiático no había refugiados sirios escapando de una (de otra) guerra, no había pandemia ni bombardeos.
Este año le tocó regresar. A Chu volver le generaba sensaciones encontradas: la felicidad de estar de vuelta en un país que le había encantado y la “ironía” de las condiciones distintas —el paso del tiempo, la guerra, los heridos, la muerte—.
“Estoy emocionado y contento de venir y tratar de aportar algo cuando hay esta necesidad”, dice. Para Chu, el conflicto que atraviesa el Líbano, en el que murieron más de 3.000 personas y que desde el pasado 26 de noviembre vive el “alto el fuego” por parte de Israel y Hezbolá, es la resaca de una crisis que se agrega a otras.
“Lo que realmente es inusual o particular de este conflicto en Líbano es que esta es la última crisis que se está agregando a otras varias crisis que ha sufrido el país en los últimos años”, comienza Chu.
El médico internacional dice que el país asiático tiene “características parecidas a Uruguay”.
Chu lo describe como pequeño, bastante desarrollado, con una población acostumbrada a un buen nivel de vida. Si bien en la zona en la que el médico atiende no hubo bombardeos, sí tiene que cuidar de personas que ya no tienen los recursos de siempre y controlar enfermedades crónicas: diabetes, presión alta, problemas cardíacos.
Entonces, el médico dice que el Líbano “no ha tenido la oportunidad de adaptarse al cambio enorme [sufrido por] la población que ahora no tiene los medios que tenía antes para comprar seguros médicos [la mayoría son privados], y toda la sobrepoblación que después de la última crisis por la guerra vecina dejó entre 879 mil y un millón de desplazados”.
El país asiático enfrenta una historia de tristeza, de violencia. Dice Chu que en el Líbano la gente tuvo que dejar su ropa, su casa, sus trabajos, sus ingresos. Se fueron con las medicaciones que podían agarrar escapando de los ataques.
Están hacinados en refugios, apretados, están en escuelas, en edificios y estructuras edilicias que no están pensadas para que allí viva gente que escapa de una guerra. Y también faltan recursos naturales: “Hay problemas de agua potable, de agua corriente para higiene, para cocinar, y también para el acceso a la salud”. Como consecuencia, aumentan los casos de diarreas por consumir agua contaminada.
Mientras a la gente se le acaba su medicación, Médicos Sin Fronteras prevé “clínicas móviles” para abarcar todos los refugios y tratar a quienes padecen enfermedades crónicas. Saben que un invierno que trae infecciones respiratorias se acerca.
Y, mientras, los que se quedan siguen, encuentran su manera de coexistir entre los misiles que vuelan y que algún día podrían caer sobre ellos.
En Beirut las calles están llenas de autos de personas que huyeron de las zonas de bombardeos.
Pero, según relata, el golpe no se va: hay quienes tuvieron que moverse hasta tres veces, llevaron a sus hijos, volvieron a empezar, tuvieron que huir. Hay traumas, hay necesidades en términos de salud mental.
Sin fronteras
Hace 52 años, un grupo de médicos y periodistas testigos de la guerra de Biafra, en Nigeria, decidieron brindar asistencia médico-humanitaria en las principales crisis y conflictos. Así, se creó Médicos Sin Fronteras, la organización a la que Chu entró en 2016.
Su primera misión fue en República Centroafricana. Pero también estuvo en Senegal, en Kenia, en Sudáfrica, en el Congo. Su vida implica viajar cada dos meses, ir al terreno, volver a su sede en Berlín, volver a irse, viajar por Europa.
Dice que se siente cuidado, que a diferencia de otras organizaciones (como la ONU o la Cruz Roja), Médicos Sin Fronteras denuncia lo que ve, la crudeza del relato de quien vive la violencia a diario. Los deja ser testigos y decirlo en voz alta, aunque a veces eso tenga un precio y traiga limitaciones.
Según Chu, en Médicos Sin Fronteras le exigen “misiones más largas”. “No es cosa de ir a una vacación de dos semanas ni hacer ‘volunturismo’”, dice.
Para salvar vidas en medio de un conflicto hay que tener “logística”, “materiales”, entregar medicación “auténtica”, lo cual no siempre sucede.
Salvar en medio de la tragedia
Chu dice que la forma de poder hacer su trabajo es con un equipo de confianza. Porque si no, no podría enfocarse, no podría salvar vidas si tiene que pensar en su seguridad y en la del resto.
Aunque también dice que este conflicto es distinto, porque muchos de los ataques son indiscriminados. “Eso es algo que realmente nos preocupa muchísimo, tanto en este conflicto como en Gaza. Últimamente se ven más y más, [en los] que no se respeta la protección del personal de sanitarios, de estructuras médicas, es algo que con cada conflicto vemos que hay menos y menos respeto por la seguridad sanitaria, de los pacientes, de civiles y eso es algo que realmente preocupa mucho”, denuncia.
Chu intenta aprender de todo de las personas que atiende. “Yo siempre trato de sacar, de tratar de aprender lo más que puedo de los pacientes, sea positivo o negativo: cuando se muere un paciente o no, cuando podés ayudar a un paciente o no”, cuenta. Cada interacción le deja una lección.
“A mí lo que me ayuda es tratar de aprender lo más posible, de sacar el punto positivo para el paciente siguiente”, explica.
En el Líbano, dice el médico, la mayoría de la gente habla inglés o francés. Eso implica mayor comunicación y le permite saber qué les pasa a sus pacientes y a sus colegas locales. La sensación es otra: hay cercanía.
“Hay veces y contextos en los que no somos bienvenidos; es un poco sensible, no hay necesariamente este nivel de colaboración”, dice. Eso no quita que a veces dé “mucha satisfacción” el sentir que se hace “realmente lo mejor que se puede para las necesidades de la población”, agrega.
Pero su trabajo implica convivir con la tristeza. “Lo más duro es un padre o una madre que ha perdido un hijo. Esos son los casos que realmente te afectan más. Son más difíciles de aguantar, realmente te marcan. Para mí, tanto en este trabajo internacional como trabajando en urgencias, no hay cosa más triste que una madre que ha perdido a un hijo”, dice.
Pero también tiene lo opuesto: la vida. Salvar a una persona, darle el alta del hospital, ayudar a una persona con un trauma, verla mejorar después de meses.
Lo dice así: “Uno empieza realmente a conocer a los pacientes, y cuando logra que se vayan sanos y salvos es como ver a un amigo que puede retomar la vida”.