Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Cuando estaba en la Escuela Nacional de Danza, entre los 15 y los 16 años, una profesora la bautizó “la bailarina pensante”. Esto se debía a que Rosina Gil cuestionaba todo: ¿por qué tenemos que hacer esto? ¿Por qué esto otro? ¿Por qué tal vuelta o pirueta?
Pues bien, la bailarina pensante siguió lo que le dictaba el corazón y con 17 se fue a bailar como primera bailarina junior al Ballet Uninorte de Asunción del Paraguay. Luego, a miles de kilómetros de su familia, cruzó océanos para ir a vivir y trabajar en España: formó parte del Ballet David Campos de Barcelona, del Ballet Carmen Roche en Madrid y luego volvió a su continente, para enrolarse en la Companhia de Dança de Deborah Colker en Rio de Janeiro, Brasil. Pero, inquieta por naturaleza, la bailarina uruguaya se sumó al show Volta del famoso Cirque du Soleil, marca que la ascendió al cargo de artistic coach.
Con tres pasajes por el Ballet Nacional del Sodre (entre ellos, uno con Julio Bocca), volvió al país tras 14 años de vivir en el exterior para ser la primera bailarina de la administración Riccetto. A sus 40 años, Rosina Gil decidió colgar las zapatillas de mediapuntas y el tutú, pero no para quedarse en su casa. Gil se siente vital y lo que le sobran son inquietudes artísticas. Por eso, ahora piensa abrir una compañía más contemporánea e interpretar papeles más ajustados a lo que pasa hoy en el mundo.
“Me falta la parte de la evolución, de las cosas que están pasando en la sociedad. El feminismo, por ejemplo. ¿Dónde queda eso en el ballet?”, se pregunta. Y ante su propia interrogante, contesta: “Atrás… Es muy delicado, es un tema del que no se habla mucho. A mí me pasa eso, me siento como apretada, ¿viste? Me gustaría poder hablar de otras cosas, poder hacer otro tipo de mujeres, no siempre la que la salva el príncipe”, acota, para ser más clara. La “bailarina pensante” bailará para el Ballet Nacional del Sodre por última vez el 31 de agosto en una doble gala que junta el espectáculo moderno Minus 16 con el clásico Swan Lake. Pero quedarse quieta tras su despedida no es una opción.
A los 4 años empezaste a asistir a clases de expresión corporal, y a los 6 a clases de ballet en una academia de La Comercial, con Silvia Fernández, que era bailarina del Sodre. ¿Hubo un interés ahí materno o paterno en cultivar desde chica ese gusto en vos? ¿O hubo un interés genuino tuyo, muy temprano, de interés en la danza?
Yo supongo que deberían haber sido ambos. Porque a mí siempre me gustó bailar, y mi padre [Javier Gil] es artista plástico, y es como muy excéntrico y no tiene vergüenza. Me acuerdo que desde niña íbamos corriendo por la calle, y me decía: “Hacé esta pose” o “a ver, hacé esto, tirá una patada”; era una cosa de extrovertidos, sin ninguna vergüenza. También me decía: “Abrite de piernas, hace un split”. Yo sé que empecé expresión corporal y después fue ballet, pero no recuerdo si fui yo que pedí para empezar. Yo tenía 6 cuando empecé en La Comercial, y con 7 ya entré en la escuela. Me encantaba, quería ir siempre, era lo único que quería hacer.
¿Y cómo nace tu vocación por la danza? ¿Cuándo te diste cuenta de que querías dedicarte profesionalmente a eso, porque era más que un pasatiempo?
Recuerdo un día de estar por ir a un examen de quinto científico en el IAVA, tendría 14 o 15, y de estar en la esquina y pensar en algo que me habían dicho mis padres. Ellos me habían dicho: “Si querés ser bailarina, tenés que terminar el bachillerato”. Era fundamental para ellos, y yo pensé: “Ta, entonces tengo que terminar esto porque yo lo que más quiero es ser bailarina; esto lo tengo que hacer bien, tengo que salvar todos los exámenes y ta”. Es la conexión que tengo del día que dije: yo me quiero dedicar a esto.
“La decisión de irme a Paraguay con 17 no la sufrí mucho, no lo dudé. En ese momento acá estaba más complicada la situación, yo estaba en el Sodre y allá me ofrecían bailar muchas funciones y yo decía: ‘Yo lo que quiero es bailar’. No era por un tema de plata”
Egresaste de la Escuela Nacional de Danza a los 16. Y ahí emigraste a Paraguay, años después te fuiste a España. ¿Viajaste siempre sola o con familia?
Sola. Siempre sola.
Bueno, con 17 te fuiste a Asunción a bailar ballet, y veo que había una gran determinación porque decidiste dejar a tu familia, amigas, amigos, por ir detrás de un sueño…
Sí, esa decisión no la sufrí mucho, no lo dudé. En ese momento acá en Uruguay estaba más complicada la situación. Yo estaba en el Sodre y me ofrecían bailar muchas funciones y yo decía: “Yo lo que quiero es bailar”. No era por un tema de plata el factor principal. Bueno, también hay que decir que era 2002, plena crisis acá, y, claro, el Sodre no tenía contratos. En ese momento era solo de extra, o sea, te contrataban para alguna temporada. Yo pensaba: “Necesito bailar, este es mi momento, soy joven, quiero bailar todo lo que pueda”. Aparte en Paraguay me contrataron ya como primera bailarina junior, entonces era tremenda oportunidad de hacer todos los roles principales y foguearme. Mi próximo destino fue España: cuando conseguí los ahorros me fui para España, a Barcelona.
¿Qué fue lo que más te costó de desarrollar una carrera lejos de tu país?
Extrañar a mi familia. Tengo ocho hermanos, yo soy la más grande, entonces los extrañé mucho. Sobre todo a los que son de parte materna, que son con los que yo empecé a vivir, con los que me crie. Con la más chica me llevo 18 años, entonces, cuando ella nació yo estaba en Paraguay. A mi hermana Cecilia, a la que le llevo 10 años, yo le enseñé a escribir, a leer, a caminar, a nadar (ahora es guardavidas). Entonces, cuando me fui, sentí como que los abandonaba. Tenía un sentimiento de culpa, soñaba todas las noches, tenía pesadillas, que les pasaban cosas. Eso me re costó. Y, después, temas de parejas también: ¿cómo sostener parejas con el tipo de vida, de estar todo el tiempo mudándome de país, y en el mismo país muchas veces de ciudades?
Trabajaste en la compañía de la brasileña Déborah Colker, en Rio de Janeiro. ¿Por qué fue un mojón en tu carrera?
Para mí fue un portal, es como que se abrió la posibilidad de crear. Ella nos daba esa oportunidad de poder crear, no solo recibir órdenes y hacer lo que tenés que hacer, sino de poder crear. Por ejemplo, cuando hicimos Cão sem plumas, que es una obra que vino acá, hicimos la producción desde el comienzo. Primero empezamos leyendo el poema todos, y ella preguntaba qué opinan de esto, qué personajes, qué vestuario, qué caracterización, qué música… Yo, por ejemplo, sentía que tenía mucha conexión con ella a nivel intelectual y creativo, que podíamos hablar de cosas. Ella [Colker] era muy dura también, muy exigente. Yo venía del ballet, que es más de las piernas y es todo más delicado, y con ella era fuerza, brazos, escalar paredes, rueda gigante. Tuve que cambiar el cuerpo para adaptarme a eso, a una cosa más versátil, desde lo físico y desde lo mental también; estar más activa, más presente.
Sumás tres pasajes por el Ballet Nacional del Sodre [BNS]. ¿Cómo recordás el primero?
Mi primer pasaje fue a los 16, cuando salí de la Escuela Nacional de Danzas. Estuve un tiempo ahí, estaba Eduardo Ramírez en la dirección. Fue una época que estaba más complicada, donde el Sodre no tenía tanto apoyo. Fue medio corto ese período, estuve solo algunas temporadas; estábamos en la Nelly Goitiño, era la sede en ese momento. De todos modos, fue una linda etapa, aprendí, y era estar cerca. Era todo un logro para mí entrar al Sodre.
El coreógrafo Kevin McKenzie le negó el papel de Julieta (de Romeo y Julieta) a María Noel Riccetto y esa negativa la marcó. Le generó mucha frustración porque sentía que lo merecía. ¿Vos tuviste que aceptar muchos “no” a papeles que entendías te correspondían?
Sí, claro. Fue más en la época de Europa, que yo entré primero en una compañía en Barcelona, pero el salario que tenía no era muy bueno, y no quería pedirle dinero a mi familia acá porque sentía que era una forma de aceptar una derrota, por decirlo de alguna manera. No quería mostrarles que aquello a lo que estaba apostando no estaba saliendo tan perfecto. Si bien la compañía era increíble, porque lo que bailábamos era alucinante, a nivel económico a mí me estaba costando. Alquilaba un cuarto chiquito, trabajaba de otras cosas. Y entonces ahí dije: “Bueno, me lanzo y me voy a hacer audiciones por Europa”. Pero, claro, cuando no tenés nacionalidad europea es muy difícil (nacionalidad que después adquirí, porque estuve seis años en España trabajando y la pude tramitar).
Sin la ciudadanía europea, conseguir trabajo era un viaje. En las compañías, donde de repente hay 500 bailarinas para un puesto, eso era una cosa en contra. Ahí hice muchas audiciones, iba a varias ciudades. Y también era difícil mantenerse en forma, porque tenías que pagarte vos las clases para hacer las audiciones y que justo necesitaran a alguien como vos, porque la técnica la tenemos todas, pero después es algo subjetivo también. Entonces ahí sí fueron muchos “no” de muchas compañías.
Después llegó el Cirque du Soleil, ahí en Madrid. Estuve en una compañía buenísima, y después Julio Bocca me convocó para el BNS. Pero hubo un momento en el que pensé: “Bueno, suelto, porque esto tal vez no es para mí”. Por suerte, al final, tuve la recompensa.
“En Cirque du Soleil son muy exquisitos. Desde el diseño del vestuario y la caracterización de cada persona. Cuando llegué, me pusieron una gorra de látex y me hicieron un escáner de mi cara para después diseñar el maquillaje, el tocado”
Precisamente, fuiste la primera mujer uruguaya en el famoso Cirque du Soleil. Era 2008 y estabas en España cuando ingresaste, por tres meses, y volviste a sumarte 10 años después, en 2018, en Brasil. ¿Por qué es tan célebre a nivel mundial? ¿En qué reside su magnificencia?
Ellos son muy exquisitos en lo global del espectáculo, en todos los detalles. Desde el diseño del vestuario y la caracterización de cada persona. Cuando yo llegué, me pusieron una gorra de látex y me hicieron un escáner de mi cara para después diseñar el maquillaje, el tocado… Son muy profesionales. Después, mi vestuario hacía como si fuera una red, como si fuera mi piel, pero en realidad era una licra. Ellos te tomaban el tono perfecto de la piel e imprimían los diseños de las licras ahí.
Y también siento que cada espectáculo que ellos hacen tiene un mensaje. Cómo unís tantas disciplinas tan diferentes para hacer una obra que tenga una historia, que sea explosivo, que sea impactante, porque es circo, pero al mismo tiempo que tenga esa delicadeza que tiene el teatro. Es todo muy explosivo, pero fino al mismo tiempo, elegante.
¿Fue fácil la convivencia? Pregunto, porque me imagino un numeroso grupo de gente, de países muy diversos del mundo entero, girando por todo el orbe...
En total éramos unos 127, artistas más todo el crew, la gente que trabaja. No fue difícil la convivencia, para nada. Está todo el mundo muy contento con lo que hace, es muy pasional, están todos muy entregados. Y también hay una cosa ahí de la empresa en sí, que trata muy bien a los trabajadores. Todos nos respetamos mucho. Siento que no hay tanta competencia, porque como cada uno es crack en lo que hace y son todas cosas diferentes, todo el mundo es muy solidario con los demás. Estaba cada uno ayudando al otro y de repente había alguien que venía y me decía: “Che, ¿puedo hacer hoy la clase de ballet contigo? Siempre me gustó el ballet, ¿te molesta?”. Y yo les decía que por supuesto. Y si yo quería aprender algo, también. Entonces, había un ambiente muy lindo.
Tu segundo pasaje por el BNS fue cuando llegó Julio Bocca a la dirección, en 2010. ¿Qué tan influyente fue el argentino en la profesionalización del BNS?
Para mí fue fundamental. Fue un antes y un después, no solo del BNS: yo creo que del auditorio. Facilitó el acercamiento del público. Yo me acuerdo que en ese momento vivía por el Buceo y había un cuidacoches que un día se me acerca y me dice: “Vos sos bailarina, porque yo empecé a ver, está Julio Bocca ahí, ¿no?”. De repente todo el mundo hablaba del ballet, que antes no estaba tan presente, ¿viste? En lo social, lo popularizó. Y también creo que lo que hizo fue darnos también mucha visibilidad. Él mismo me decía: “Me llamaron de tal lado para ir, pero andá vos”. Abría el juego para que se lucieran otros.
En 2011 fuiste mencionada por la revista Dance Europe como una de las mejores 100 bailarinas del mundo. ¿Significó algo especial para vos?
Para mí fue increíble. Estar entre los mejores 100 del mundo era un montón. Un tío me preguntó en qué número de las mejores 100 estaba yo y no supe decirle, ni lo averigüé, porque yo no tengo mentalidad competitiva. Pero sí sentí que fue una reafirmación de quién era yo, por el hecho de con qué ballet me lo habían dado: fue con Un tranvía llamado deseo, que era contemporáneo, una historia re fuerte, súper dramática. Una mujer con problemas, que termina en un manicomio, a la que violan… Había encarnado a esa mujer, a Blanche Dubois, y dije: “Yo creo que esto es lo mío, esto es lo que me gusta. Si me dieron el premio por ese papel, es una reafirmación”.
Leí que siempre buscaste romper con los esquemas rígidos del ballet. ¿Cómo lo tengo que interpretar? ¿Como que no te gusta lo estructurado, lo drástico, sino experimentar con más libertad como te permitía Déborah Colker?
Sí, a mí a veces me pasa con el ballet que siento que tiene muchas determinantes. Desde el cuerpo, por ejemplo, desde las condiciones, desde “lo delgado”. A lo largo de mi trayectoria vi mucho dolor, mucha frustración. Yo tengo la suerte de tener una complexión delgada, pero sí lo vi en mis compañeras; eso es algo que me genera incomodidad.
Y después eso de no poder hacer otro tipo de personajes. Eso me pasa en el ballet. Me falta la parte de la evolución, de las cosas que están pasando en la sociedad… El feminismo, por ejemplo. ¿Dónde queda eso en el ballet?
¿Dónde queda?
No sé… atrás. Es muy delicado, es un tema del que no se habla mucho. A mí me pasa eso, me siento como apretada, ¿viste? Me gustaría poder hablar de otras cosas, poder hacer otro tipo de mujeres, no siempre la que la salva el príncipe.
En 2019 le dijiste a El País: “Siempre me encantó el ballet, pero me sentía un poco presa dentro de los cánones de lo que tiene que ser una bailarina clásica”. ¿Tenías otras inquietudes artísticas? ¿O eso de escaparle a los corsés y esquemas rígidos es parte de tu personalidad?
Yo creo que las dos cosas. Un artista que se siente preso no puede expresarse del todo, con libertad. ¿Qué es lo que me mueve? ¿Qué son las cosas que me molestan? ¿Qué es lo que está pasando en este momento en el mundo? ¿Qué es lo que quiero decir? Me pasa, a veces, con el clásico, que tengo que contar historias de hace mucho tiempo, cosas que para mí ya han cambiado.
Cuando pasé a lo de Débora Colker, lo primero que hice fue Belle de Jour, de [Luis] Buñuel: es una mujer aristócrata que empieza a ir a un burdel, pero por placer. Imaginate… ¡Nada que ver con lo que venía haciendo! Para mí fue abrirme la cabeza, empezar a ver más cine, a ver más otras cosas, a cuestionarme. Creo que eso es algo mío desde chica. Una profesora mía, de la Escuela [Nacional de Danza], me decía “la bailarina pensante”, porque yo cuestionaba siempre: “¿Y por qué eso?”, “¿por qué lo otro?”. Entonces, sentía que para conocerme más necesitaba un poco más de libertad.
“Me falta la parte de la evolución, de las cosas que están pasando en la sociedad… El feminismo, por ejemplo. ¿Dónde queda eso en el ballet? Es muy delicado, es un tema que no se habla mucho”
¿Qué fue Varada, la obra que escribiste y compusiste en pandemia? Y ¿por qué sentiste la necesidad de hacer algo por fuera de la compañía?
En pandemia estuve nueve meses sin trabajo. Fue la transición entre el circo y volver acá en la época de Riccetto, cuando el BNS me volvió a llamar. Estuve desde marzo del 2020 a enero del 2021 sin trabajo. Entonces ahí empezó toda esta idea de coreografiar. Hice un taller de dramaturgia con [Gabriel] Calderón, Laura Pouso, [Santiago] Sanguinetti, [Anthony] Fletcher, y empezaron a aparecer personajes. Me gusta mucho escribir. Y entonces ahí empezó esta búsqueda. Empecé a ver personajes, a llamar a bailarines independientes. Me presenté a unos Fondos Concursables [del MEC], ganamos y, bueno, tuve que presentarlo.
Varada es mi mayor orgullo, hasta ahora, de todo lo que he hecho. Es mi propia obra que, además, protagonicé, y tuve que hacer todo: desde pensar en la coreografía, en el texto, en la dirección, liderar a un grupo de bailarines, cómo llevar lo humano, cómo llevar la exigencia de elegir la música, el vestuario, la escenografía, coordinar con el teatro, presentar proyectos… Fue mucho más que bailar.
El mes pasado anunciaste tu retiro como bailarina del BNS, siendo, además, la primera bailarina. La pregunta clave es: ¿por qué?
Porque quiero tener más tiempo para hacer otras cosas que me están interesando. Para crear otra obra, por ejemplo. Es una decisión difícil, porque es dejar la estabilidad, dado que en Uruguay [el BNS] es la única compañía que hay. También tengo este proyecto de abrir una compañía con lenguajes más diversos. Ya lo he escrito, lo he presentado. De hecho, estoy estudiando Gestión Cultural y eso va a ser mi trabajo final. Me parece que es algo muy necesario en Uruguay. Así como en Argentina está el Teatro de San Martín, el Ballet da Cidade en San Pablo o el Martha Graham en Nueva York; en todos lados tener dos propuestas me parece interesante.
También a nivel personal creo que estaba precisando tener más tiempo para estar más tranquila.
En la conferencia de prensa en la que anunciaste tu retiro hiciste hincapié en que todavía te sentías “vital” y “con ganas”. Veo que querés seguir trabajando, pero en otras cosas…
Claro. Por ejemplo, ahora vienen Cenicienta y Cascanueces; son ballets que ya he hecho y siento que hay otros bailarines que tienen ese ímpetu que yo ya tuve. A determinada edad yo quería bailar esas cosas. Yo ahora quiero ver otros personajes, distintos a los del ballet clásico. Quiero ver los de ahora, qué pasa en 2024, quiero ver cuáles son las preguntas que yo tengo ahora como artista para cuestionarme.
¿Voy a seguir haciendo esos roles o voy a hacer algo que sienta más actual? Tiene que ser cuanto antes, cuando tenga más vitalidad. Hablé con el coreógrafo que vino ahora acá, [el brasileño Juliano] Nunes, el que va a hacer Swan Lake, y él tiene 36 años. Es tremendo coreógrafo de nivel internacional. Estuvimos hablando y le dije esto mismo, y él me dijo que él tenía tantas cosas para decir. Él me dijo: “Tu voz la podés poner porque es tu estampa, es lo que vos querés proyectar, pero la historia no la podés cambiar”.
¿Y las lesiones pasan factura a los 40 o te cuesta más recuperarte hoy?
Siempre pasan factura. Yo siento que el dolor está siempre presente en nuestra carrera. Yo me recuerdo con 19 años, en la época de Paraguay, con esguince del cruzado de la rodilla. Tuve esguinces en los dos pies. Los dolores están siempre ahí. Aprendés a convivir con el dolor; me despierto y me duele. Se lo pregunté a María [Riccetto] cuando se retiró: “¿Qué onda? ¿Ahora te despertás con menos dolor?”. Y me dijo que sí, que ya no sentía dolor.
¿Qué tienen de especial las dos obras que elegiste para despedirte como bailarina? Son dos, de muy distintas características, en la misma noche. Minus 16, del coreógrafo israelí Ohad Naharin, y Swan Lake, con coreografía del mencionado Juliano Nunes.
Minus 16 es una obra que ya hicimos hace dos años, de Naharin, y es una coreografía que es muy vibrante y muy disruptiva. Estamos bailando música tecno, de repente levantamos personas del público, es como una revolución. Y yo siento que esa es una palabra que me mueve, que me gusta. Es contemporánea, como de ahora. Desde que se estrenó es como un ícono, porque la pueden hacer bailarines muy clásicos y bailarines contemporáneos. Y siempre funciona, al público le fascina. A nosotros también, los bailarines de ahora dicen: “¡Pah, estoy reventado, pero hoy quiero ensayar, quiero hacer Minus!”.
Y después este Swan Lake, es el segundo acto de El lago de los Cisnes, del clásico, con música de Tchaikovsky. Pero bueno, Nunes trae eso, propuestas de ahora, nuevas formas de moverse, mezcla el ballet, el neoclásico, el contemporáneo y las danzas urbanas. De hecho, todavía no está muy claro, pero creo que cambió un poco la historia. Hay algo que todavía no lo sé, por eso tampoco lo puedo decir, pero me parece que no es la historia de siempre… Vamos a estar del 21 de agosto al 1° de setiembre, pero mi despedida es el 31 de agosto.
Recuerdo la película El cisne negro (2010), con Natalie Portman y Mila Kunis, en la que, curiosamente, Riccetto trabaja como doble de Kunis. Esa película ilustra la búsqueda constante por la perfección por parte de las bailarinas, al punto de poner en riesgo el físico o la salud mental de esas profesionales de la danza. ¿Es tan así o exagera?
Yo siento que está exagerado, pero toca temas que suceden. Obvio que está exagerado, es una película de Hollywood, para que le llegue a todo el mundo. Aparte, tiene ficción también la película; en un momento ella como que se transforma. Pero toca temas que hablamos en esta nota: la obsesión por el cuerpo, esa búsqueda constante de la perfección, que genera ansiedad y frustraciones, porque nunca vas a llegar a lo perfecto. Entonces es como una búsqueda constante. La película toca temas típicos del microclima del ballet internacional. En Uruguay no es tan así, la cosa es más tranquila, el ambiente es mucho mejor.
En las grandes compañías, ¿se atiende esto debidamente? ¿Hay un acompañamiento psicológico de sus bailarines?
Yo voy a terapia desde 2013, más o menos. Cuando me fui del país dejé y ahora volví otra vez. Y muchas de mis compañeras y compañeros vamos a terapia, pero lo pagamos de nuestro bolsillo, no hay terapeutas en la compañía. Tampoco es algo común en otras compañías en las que he estado. En el circo [Cirque du Soleil] tuvimos una vez acceso a psicólogo, pero fue algo puntual y grupal.
Si me lo preguntás, me gustaría decir que sí, obvio, estaría bueno tener acompañamiento psicológico, me parece fundamental. Porque no solo sería bueno para los bailarines, sino para todos. Para el espectáculo global y llegar a todos con otra fortaleza.
¿Cómo es tu vínculo con tu predecesora y actual directora del BNS, María Noel Riccetto?
Somos muy amigas. Ella siempre me ha reconocido que soy muy honesta. En las coincidencias y en las diferencias, creo que pudimos siempre hablar de frente. Y yo le agradezco que ella me haya dado esta oportunidad de volver al país, porque yo hacía muchos años que no me ponía las puntas, por ejemplo, porque en el circo eran media punta, en lo de Deborah [Colker] era mediapunta (tenía cosas en puntas también), pero no el tutú y las medias rosadas. Hacía siete años que había dejado el tutú y las medias rosas. Y entonces ella tuvo un voto muy grande de confianza conmigo.
Fue poder volver a tener la oportunidad de bailar para mi gente, para mi madre, para mi abuela. Fue poder volver a vivir acá también, después de 14 años viviendo en el exterior. Entonces, poder ir en bicicleta a ver a mi abuela es un montón. Lo otro bueno de la gestión de María es que trajo grandes coreógrafos, como, por ejemplo, estos de ahora, Juliano Nunes y Ohad Naharin, que son de los mejores del momento.
¿Y creés que ha estado a la altura del cargo? Te lo pregunto porque fue público que hubo cuestionamientos a su gestión de parte de bailarines del Sodre.
Yo creo que sí. Es un lugar difícil de estar. Creo que a partir de lo que pasó también hubo buenos cambios, se escuchó a los bailarines. Hubo un coaching. Y se consiguieron cosas que se pedían, hubo una escucha, mejoró la comunicación. Yo siento que hubo una apertura para solucionar ese conflicto, y se solucionó.
“‘Varada’ es mi mayor orgullo, hasta ahora, de todo lo que he hecho. Es mi propia obra, que, además, protagonicé, y tuve que hacer todo, desde pensar en la coreografía, en el texto, en la dirección, liderar a un grupo de bailarines, cómo llevar lo humano, todo”
En la Rosina de ahora, en la que toca ser ahora. Quiero descubrirme en otras cosas. ¿Qué tanto más tengo para dar? No soy solo la bailarina, quiero ver qué pasa con escribir, con la gestión, con el teatro, con la dirección de otros espectáculos tal vez, o incluso de otra compañía. Quiero desafiarme a un nivel más intelectual, no solo en el cuerpo.
¿Alguna vez no te sentiste nerviosa antes de salir a la escena?
No. Siempre me pongo nerviosa.
Aun siendo tremendamente experimentada, te ponés nerviosa…
Sí, soy muy nerviosa. Yo creo que les debe pasar a todos. Escuché a Sylvie Guillem, una bailarina francesa que es mayor que María [Riccetto], decir eso, que los peores momentos de su vida eran antes de entrar en escena. Y yo decía, pero: “¿Y cómo? La ves y parece re tranquila”. Pero cuando la escuché decir eso, dije: “Bueno, ok, no estoy tan mal”.
Respecto a los planes tras el retiro, ya hemos hablado de que te gustaría abrir una nueva compañía y para eso estudiás gestión cultural. ¿Retomar las riendas de tu marca de ropa de ballet es otro de tus planes?
Eso puede ser también. Lo que pasa es que estoy con tanta cosa… Pero sí, eso me encanta.
Y además en el horizonte hay un libro. ¿Es un libro autobiográfico repasando tu vida y tu carrera?
Sí, es un libro de mi historia a través de relatos cortos. Repaso determinados momentos que me fueron pasando, que me fueron marcando. Mojones en mi vida. Saldrá con Penguin Random House, en octubre.
¿Sos feliz?
Hoy sí. A un hermano cuando era chico le dijeron que dijera con un número del 1 al 10 si era feliz, y dijo 11. Bueno, así.