Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Tres días después de que los generales Gregorio Álvarez y Esteban Cristi ingresaran orondos en el Palacio Legislativo, vestidos de uniforme verde oliva y con armas en la cintura, para clausurar el Parlamento, Mauricio Rosencof cumplió 40 años. Se enteró del golpe estando preso, y como uno de los nueve rehenes tupamaros que padecieron un trato denigrante en distintos cuarteles del interior del país.
Antes de eso, aprendió dactilografía, fue periodista de El Popular, acompañó a Raúl Bebe Sendic en su seguimiento de la huelga de trabajadores arroceros y luego en el liderazgo de los “peludos” de la UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas) en la rebelión de los cañeros. Tomó las armas en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, y en 1972 terminó preso. Fue detenido, y con los tupamaros ya desmantelados, que el “Goyo” ingresó al Parlamento a dar el golpe de Estado, con la complicidad del presidente colorado Juan María Bordaberry.
En el medio sufrió torturas, tuvo hambre, debió beber su propio orín y fue recluido en un cubículo de 180 por 60 centímetros.
Fue liberado en marzo de 1985 con el advenimiento de la restauración democrática, y meses después, junto al Ñato Eleuterio Fernández Huidobro comenzó a escribir Memorias del calabozo, en un chalet de Las Toscas, y lo hicieron tan solo en dos semanas. El libro, un relato descarnado y a cuatro manos de los padecimientos en la cárcel durante la dictadura (1973-85), se tradujo a varios idiomas y muchos años después inspiró una película (el Chino Darín hace de Rosencof joven, y la peli de ese horror se puede ver en Netflix).
Lejos de la ficción, Rosencof, hoy viernes 30, está cumpliendo 90 años. La oportunidad es propicia para hablar de su libro recién publicado (Con la raíz al hombro, Penguin Random House), en el que se lo ve joven y en sepia, junto a otro joven Pepe Mujica. En esta charla, en la pieza donde escribe, Rosencof dirá que “Uruguay venía viviendo en estado de sitio, bajo medidas prontas de seguridad. La democracia medio que estaba perdida ya, eran como miguitas de Pulgarcito: se la iban comiendo. Acordate lo que pasaba en el movimiento sindical, en el movimiento estudiantil, la creación de la JUP, la creación del Escuadrón de la Muerte. Pará un poquito…”.
También dirá que si en 1971 el Frente Amplio (FA) hubiese ganado las elecciones, era un hecho la invasión del Ejército brasileño, a pedido de Jorge Pacheco Areco. Rosencof no cree que haya sido un error haber tomado las armas en los 60: “Las condiciones históricas del momento llevaban a eso”.
¿Cuál es “la raíz al hombro”?
La memoria. La historia de una nación es su memoria. Yo estaba trabajando en otra cosa, pero se estaban irradiando acontecimientos, y vos veías que venían con cangrejos bajo la piedra.
Dice Ricardo Ehrlich en el prólogo de su último libro que hay una caja de zapatos que lo ha acompañado siempre, donde guarda recortes y fotos. ¿Qué ha ido acumulando en esa caja?
(Me muestra el libro La caja de zapatos, de Alfagura, 2021). Mirá, tengo la sensación de que en unos anaqueles hay celulitas que van acumulando memoria, y que actúan con independencia muchas veces. Inclusive, he llegado a pensar que la memoria actúa fuera de nuestro sistema craneano, porque a veces, un sonido, un canto, un ambiente distinto, despierta esas celulitas que están en esos anaqueles, y ahí salen. Sin algo que las provoque, siguen durmiendo. Y a veces se acumulan de tal manera que las terminás transmitiendo sin orden.
“Lo que reclamaban, en la Suiza de América, los peones arroceros era que les pagaran con plata, no con una tarjeta de cartón. Doce horas trabajando los tipos: ¿sanidad?, ¿seguro de salud?, ¿seguro de accidente? No me hagas reír”
En estos últimos años —dos, tres o cuatro años— hay sonsonetes que aparecen en los medios que son reiterativos. Yo creo que es algo programado, porque es bastante regular. Y que apunta a la modificación de lo que llamamos “historia reciente”. Es como si alguien hubiera craneado en un escritorio: “Bueno, mirá, ahora hay otra generación, estos no vivieron el proceso, vamos a explicarle las cosas como son”. Y “las cosas como son” es la sustitución de dos historiadores en Secundaria por dos periodistas, uno blanco y uno colorado.
Presumo que Sanguinetti es el colorado, ¿y el blanco?
[Álvaro] Alfonso. Las triquiñuelas que hacen están dentro de las leyes del juego. Mirá que todos venimos de la mesa de truco. Ahí se aprende a mentir diciendo la verdad o diciendo la verdad mintiendo. Pero estábamos en la caja de zapatos, que es la memoria. Mi vieja tenía un ropero y ahí guardaba una caja de zapatos, digo yo en ese libro. Ahí guardaba las fotos que trajo de Europa, toda la historia, mi hermano cuando vivía. Te detenés en ella y empezás a revivir toda la historia o lo que te acordás vos de la historia. Esa caja no la tengo materialmente, pero son esos anaqueles que tenemos por ahí y se despiertan cuando se les da la gana.
Cuénteme de sus inicios en el MLN. ¿Qué lo convenció de involucrarse y sumarse a ese movimiento guerrillero?
Yo soy militante desde los 14 años. Mi viejo era bolche, sastre, él decía que era del “Sindicato Único de la Aguja, filial UGT”, aclaraba. Fue lector del primer diario comunista que se publicó en este país, que salía en yiddish?. Caía Enrique Rodríguez con su mujer, charlaba con mi viejo. Pero a los 14 años caí en Sierra 1720 y como estoy diplomado como dactilógrafo de la academia Pitman hacía la secretaría de Propaganda donde estaba Héctor Rodríguez, que era diputado. Y desde entonces estoy, en un congreso, en la juventud que fundó el equipo que largó El Popular… Tuve una actitud de militancia. Y yo estaba trabajando en El Popular, estaba muy vinculado al movimiento obrero, con el Gallego González, que fue fotógrafo. Estando en El Popular estalló una huelga de trabajadores arroceros; te hablo del año 55, 56. Enrique me dice: “Te vas para La Charqueada, allá en Treinta y Tres va a barajar el maestro Gómez, y después hay un carricoche que te lleva a La Charqueada”. Y allá fui, me barajó Leguisamo, un obrero metalúrgico socialista que estaba en la organización.
Y descubrí un mundo mucho más crudo… Toda esa gente que venía de los pueblos de ratas son los que terminaron creando el cinturón cantegrilero de Montevideo. Fui al sindicato, el Sindicato Único de Arroceros, el SUDA. Me quedo ahí y empiezo a ver cómo llegaban los “peludos” con su equipaje… Y un día me cae la competencia, un tipo con un Kodak colgada del cuello (para disfrazarse): era Raúl Sendic. Y empezamos a trillar juntos los fogones, los campamentos, las reuniones, cómo cruzar el Cebollatí, y se dio un momento en que quedó prendida una mechita…
Lo que reclamaban, en la Suiza de América, los peones arroceros era que les pagaran con plata, no con una tarjeta de cartón. Firmaban vales, “vale por tanto” y firmaban el capataz, el gerente, el dueño. Doce horas trabajando los tipos: ¿sanidad?, ¿seguro de salud?, ¿seguro de accidente? No me hagas reír…
Habla de las peripecias del SUDA, de la huelga de las arroceras recorridas con Sendic, y en un momento usted le dice al Bebe: “La puta, che, parece un ejército”, y él le corrige: “Es un ejército”. Se refiere a los cañeros de Artigas en 1962: la rebelión de los cañeros…
¡Esa es la mechita que se me prendió! Estábamos acampando en el Marmarajá, camiones repletos de a dos en el pasillo, hicimos monte ahí, dormimos debajo de unos talas, y en un momento me despierto y había un alba lechosa, magnífica, y recortado en el horizonte veo a un peón con un sombrero aludo avivando el trasfoguero para ver qué desayunaban. Y yo dije: “La gran puta, che, parece un Ejército”, y el Bebe me dice: “Es un Ejército”. Esa huelga tenía un talón de Aquiles: tenía un tema olvidado en nuestra historia, y en la clase política…
Ya sé: el reparto de tierras.
¡Seguro! Ese es el tema. ¿Qué pasó? Fueron a Montevideo, conquistaron el Parlamento, volvieron a Artigas y ya estaban en la lista negra, y ya estaban otros peones que vinieron de la frontera trabajando ahí, qué vas a hacer… Entonces, por eso, Raúl, cuando va a la tranquera, plantea el tema de la tierra. Y tené en cuenta lo siguiente: la foto de la manifestación dice: “Por la tierra y con Sendic”. Por Sendic, porque era un maestro, se metía en medio de los cañaverales, que era ilícito, a enseñarles las leyes, a enseñarles de política, a enseñarles de agremiación. Y como no se podía fumar ahí, si le contestaban bien los planteos que él les hacía, les daba un caramelo.
Cristi y Álvarez van a hablar con Bordaberry, llevando un “papelito” que imagino eran los pedidos de ustedes para negociar. Usted ahí apunta que Sanguinetti era ministro de Educación y Cultura, y alguien dice: “No vamos a negociar, los queremos destruir”. No queda claro en el libro quién lo dijo…
Bordaberry. Esa es la versión que yo tengo. Pero de eso me entero al salir de la cana. Mirá qué precisión tiene eso, que en un libro que acaba de publicar Planeta, Sanguinetti cuenta que un día a las 2 de la mañana lo vienen a buscar para que vaya a Casa de Gobierno y habla de un papelito que era muy beneficioso para nosotros… y entre los asesores que él convocó, ahí estaba Sanguinetti.
“Nos adjudican la muerte de Burgueño en la toma de Pando, pero no es nuestra. Tenemos testigos que vieron eso. No lo matamos nosotros. Además, lo balearon y lo patearon en el suelo”
Cuéntele a los jóvenes que lean esta entrevista quiénes fueron los “peludos” de la UTAA, y cuál fue su peripecia.
Eran los cortadores de caña. Mirá, ayer [el martes 27] los noticieros dieron una noticia: dieron cuenta de la muerte de dos cortadores de caña; uno tenía 74 años, el otro 65. No tenían jubilación, murieron en el trabajo. Ese es el trabajo de los cañeros. ¿Por qué peludos? Porque no se cortaban el pelo. ¿Van a ir al coiffeur? Sendic los ayudó a organizar marchas por todo el país, y reclamaban tierras. Había una estancia cimarrona de 30.000 hectáreas —un departamento era eso— y no se laburaba, tenía dos peones y unas vacas sueltas. Y querían hacer una cooperativa. ¡Mirá qué delito! Tenían esa necesidad de volver a la tierra. Fijate que desde los tiempos de Artigas y desde su reforma, nunca más volvió a estar en el tapete. Wilson [Ferreira] desde el Ministerio de Ganadería hizo algo que tenía que ver con la distribución de tierras, pero no llegó a ser una reforma. Decía Artigas: “La tierra deberá ser distribuida con la prevención de que los más infelices sean los más privilegiados”.
Le dedica unas líneas a la toma de Pando, el 8 de octubre de 1969. ¿Qué lectura hace hoy de ese episodio?
Fue una demostración de un “movimiento político en armas”; nosotros nunca fuimos un partido. En la ciudad no hubo tiroteo, eso se dio sin medidas de violencia de nuestra parte. Hubo muertos, sí, pero fueron en la retirada y los muertos fueron nuestros, tres botijas de 20 años: [Ricardo] Zabalza, [Alfedo] Cultelli y [Jorge] Salerno.
Pero hubo un muerto inocente, un civil, Carlos Burgueño…
Nos adjudican esa muerte dentro de Pando, pero no es nuestra. Tenemos compañeros testigos que vieron eso (no los que estaban en el operativo)... A Burgueño no lo matamos nosotros, si, además, lo balearon y lo patearon en el suelo… No hay documentación que diga que fuimos nosotros, han sido muy respetuosos en ese sentido.
Se acaban de cumplir 50 años del golpe de Estado. ¿Recuerda cómo se enteró de la noticia de la disolución de las cámaras?
Estábamos con Pepe y el Ñato, dimos la vuelta al Uruguay. ¡Fijate vos! Insisten con “la derrota, la derrota”. Pasado un tiempito, uno fue presidente y el otro ministro de Defensa, pará… ¡Así que me derroten todos los días! ¿Cómo me enteré? Nosotros habíamos inventado el morse de nudillo, y nos lo contamos, porque solo nos vimos la cara una vez en 10 años, en Minas. El golpe se veía venir, pero para nosotros el golpe ya había sido el 9 de febrero… Ahí se vendió todo el pescado. ¿A nosotros nos van a hablar del golpe? El Pepe estaba ahí, después de siete balazos, el Ñato después de dos en el cuerpo, yo con dos internaciones en el hospital y en silla de ruedas. Estábamos ahí a media ración, sin agua, bebiendo nuestros propios orines, y ahí nos enteramos. ¿Qué nos va a hacer el golpe?
¿Por qué se llega a perder la democracia entre febrero y junio del 73?
Mirá, Uruguay venía viviendo en estado de sitio, bajo medidas prontas de seguridad.
“Cuando salimos de la cana, de las primeras cosas que hicimos fue juntarnos en Conventuales y ahí hicimos una conferencia de prensa. Uno de los primeros documentos que sacamos fue un documento de autocrítica. Está publicado, es público”
La democracia medio que estaba perdida ya, eran como miguitas de Pulgarcito: se la iban comiendo. ¿Eso era democracia? Acordate lo que pasaba en el movimiento sindical, en el movimiento estudiantil, la creación de la JUP [Juventud Unida de Pie], la creación del Escuadrón de la Muerte. Pará un poquito… ¿Y los tres estudiantes que balearon desde una azotea y estaban en la puerta del instituto al que iban? Mueren Susana Pintos y otro compañero. ¿Y no existen las bombas que les pusieron a los abogados de los presos políticos? Todo eso forma parte de la pérdida de la democracia. Nosotros no peleamos contra las instituciones, peleábamos contra los que conducían esas instituciones.
Sanguinetti dijo, hace unos días, que el MLN estuvo “en la esencia” del golpe de Estado. Que hubo otros motivos, claro, pero que el accionar de los tupamaros fue “fundamental” para el ascenso de los militares al poder. ¿Tiene razón?
¿Cómo voy a creer eso, si ese no es el motivo? Ellos venían facilitados por Pacheco en el afianzamiento de la institución militar. Él dice eso, pero cuando en 1971 se recuerda que Wilson y el Movimiento de Rocha fueron candidatos, no dicen el otro candidato que tenía el Partido Nacional: Aguerrondo-Heber era la otra fórmula. Aguerrondo, general, funda en el 64 la logia Tenientes de Artigas. ¿Para qué funda esa logia? En esa foto que se viralizó de nuevo ahora, con el Goyo [Gregorio Álvarez] con el revólver en la cintura entrando al Palacio Legislativo también está [el general Esteban] Cristi: los Tenientes de Artigas. Ellos estaban tomando posiciones, estaban limitando las libertades por todos lados.
Se lo pregunto así: si los tupamaros no hubieran hecho una guerrilla, si no hubieran actuado como lo hicieron, ¿igual hubiese habido un golpe de Estado?
Te estoy diciendo que la democracia que había en ese momento era nominal. Porque había estudiantes baleados, el Escuadrón de la Muerte donde participaban oficiales en ejercicio, que participaba [Víctor] Castiglioni, que estaba al frente de la Policía y de Inteligencia, y participaban civiles que eran de esos partidos. ¿Eso forma parte de la democracia que dice Sanguinetti? Y había, además, esa miseria de la que comencé hablándote, en la que queríamos ser la Suiza de América mientras los trabajadores, los peones, perdían salario y no tenían condiciones de vida como lo aspiraba Artigas: “que los más infelices sean los más privilegiados”. ¿Eso es una democracia?
¿Tiene alguna autocrítica para hacer, como extupamaro?
Vamos a entendernos: cuando salimos de la cana, de las primeras cosas que hicimos fue juntarnos en Conventuales (donde yo viví un tiempo) y ahí hicimos una conferencia de prensa. Nos organizamos primero, y de los primeros documentos que sacamos fue un documento de autocrítica. Está publicado, es público, y lo hicimos a los seis meses de haber salido de la cárcel.
¿Fue un error haber tomado las armas?
(Piensa unos segundos) Y… las condiciones históricas del momento llevaban a eso, porque en ese momento te encontrabas con gente que no podía esperar cuatro años para la posibilidad de contar con un diputado en la Cámara de Diputados.
Todas las organizaciones políticas tenían aparatos de autodefensa. Entonces, nosotros planteamos tenerlas, porque la historia no comienza con la revolución cubana. En el año 56, cuando nos encontramos con Raúl [Sendic] en La Charqueada, [Carlos] Castillo Armas invadía Guatemala, un gobierno institucional y democrático que había creado un Ministerio de Reforma Agraria, ataque impulsado por Estados Unidos. El mismo país, el mismo sistema, que estuvo detrás del golpe en Chile. Entonces, había que tener con qué [defenderse] ante un sistema de acción represiva.
Me voy a 1972. Cuénteme del intento de negociación en el 9º de Caballería, con el capitán Calcagno y con el coronel Legnani en el Batallón Florida. Les preguntaron “a qué estaban dispuestos” ustedes, y ustedes pusieron como condición que “paren la biaba”. ¿En qué consistieron esas charlas?
La información que tenían, el esquema, era con nombres y todo. Amodio y su señora se ganaron el pasaje a España. Iba con los tiras en la calle señalando dónde trillábamos. Eso de intentar negociar con nosotros fue una movida de los mandos medios del Ejército. El Batallón Florida, en una vuelta que me entran a interrogar, le digo a uno: “Déjeme de preguntarme esas cosas, a esta altura lo que tenemos que ver usted y yo es cómo se sale de todo esto”. “Está bien”, me dijo. Y me dio la orden de que me lleven de vuelta al calabozo. Como a la semana, me afeitan y me llevan prolijo al 9º, donde están Cristi y el Goyo, y todo su estado mayor. Tuvimos dos reuniones así, conversando esto. Y yo notaba las diferencias entre uno y otro. Cristi decía: “Les vamos a pedir la rendición incondicional” y el Goyo dijo: “Alguna cosa se puede ver”.
“No había aire, y había una cucheta que estaba tumbada, pero no podías usarla sin autorización. Entonces tenías para moverte un espacio de 1,80 por 60 centímetros. De la tortura ya veníamos…”
En ese momento, todavía no estaba desmantelado el MLN. La gran preocupación de los mandos medios era que los que salían a hacer las operaciones eran ellos y no sabían si volvían a la casa o no. Un día me levantan de ahí, me llevan al Florida y me encuentro con otros compañeros que habíamos sido dirigentes. Ahí estaba el Ñato, el Inge [Jorge] Manera, y ahí encabeza las conversaciones Calcagno, y nos dice que ellos querían encontrar un camino, que habían pensado que podíamos conversar.
Fue detenido en 1972, y a partir del 73, con el golpe, pasó a ser uno de los nueve rehenes. Daría para hablar horas... ¿Cómo recuerda esos años duros? ¿Los “volvieron locos” como pretendían?
Eso lo dijo el coronel encargado del operativo, el que nos convertiría en rehenes. No me acuerdo el nombre, pero sí la frase que usó Zelmar Michelini para denunciarlos en la ONU: “Ya que no pudimos matarlos, los vamos a volver locos”. ¿Querés que te resuma esos años? Hay dos compañeros que se trastornaron… y una vez que recuperaron la libertad, el oxígeno y la vereda con sol hicieron lo suyo y mejoraron, y hay un compañero que murió en el calabozo [Adolfo Wassen], por un cáncer que no le trataron.
Además, todos vivíamos en un limbo, y no sabíamos dónde estaba la realidad. La realidad estuvo, durante 10 años, en nuestra imaginación, en nuestra memoria. No tenías nada para hacer, no tenías para comer. En Paso de los Toros, donde estuvimos años, era un subterráneo, sin ventilación, con una escalera, estaba la guardia, y al resto del cuartel nunca lo vimos… No había aire, y había una cucheta que estaba tumbada, pero no podías usarla sin autorización. Entonces tenías para moverte un espacio de 1,80 por 60 centímetros. De la tortura ya veníamos…. Y llegaba la comida, las instrucciones eran de media ración. Y si pasaba “alguna cosa”, la guardia tenía granadas de fragmentación por si había algún atentado o asalto dentro del cuartel.
A fines del 85 escribió Memorias del calabozo con Fernández Huidobro. ¿Cómo interpreta ese libro, a la distancia?
Ese libro se hizo en un galponcito en Las Toscas, en 15 días lo hicimos. Habíamos hablado tanto con el Ñato —mediante el lenguaje de los nudillos contra la pared— que lo que decía él lo podía estar diciendo yo, que lo leés de corrido porque cualquier cosa que cuente él o yo, era toda la peripecia de aquellos momentos…
Dice en el podcast La herida de El Observador que la cárcel fue fuente de una gran producción literaria, y vos mismo, sin lápiz ni papel, produjiste un montón de textos para libros u obras de teatro. Producciones culturales nacidas, paridas, en la cárcel…
En la cárcel en general, no hay presos, de los miles de compañeros que pasaron por los penales, por Cabildo, por Punta de Rieles, que no dejaran un texto, un poema. Y algunos que no eran escritores, salieron escritores. Por ejemplo, Marcelo [Estefanell] o [Carlos] Liscano se hicieron escritores en la cárcel. Y bueno, uno a veces ordenaba las fantasías y las hacía orgánicas, y escribía un mundo. Después me pidieron que meta textos míos en canciones, y te muestro dos, mirá… [Me muestra Desde la ventana con música de Silvia Meyer, y La Margarita, 24 sonetos que Rosencof “tenía en la cabeza” con música e interpretación de Jaime Roos].
¿Cómo es eso de la “Operación 30 horas”, el plan del dictador brasileño Garrastazú Medici, en complicidad con Nixon, para invadir Uruguay si en noviembre del 71 ganaba el FA?
Es una cosa que se venía. Un día Seregni nos convoca, yo era el encargado de relaciones políticas [del MLN]. Seregni me dice: “Se viene el golpe, estamos armando una organización de resistencia para garantizar que Montevideo no sucumba”. Era el 71. Y entramos a conversar. Había otras fuerzas también —yo hablé con coroneles blancos, que también tenían su resistencia—. Seregni me dice que el techo está seguro, que él iba a conducir todo eso. Me dijo: “Soy yo”. Él llamaba a esa resistencia una “contraofensiva”, la idea era defender a Montevideo de un ataque de afuera, de lo de Brasil. Yo traía una información, porque había estado en Chile con [Salvador] Allende, y había estado con Fidel [Castro] en La Habana, y Fidel me dijo: “Ustedes pueden ganar, pero al otro día tienen a los brasileros ahí adentro”. Y Seregni tenía información de eso. No lo exponía públicamente porque hubiese sido generar alarma.
En los documentos que se desclasificaron recientemente y aparecen en el libro, ahí está. Y bueno… hay un embajador que en la televisión brasilera dijo que fue a solicitud de Pacheco Areco: que si ganaba el Frente Amplio, que actuaran.
Y Brasil, según dice, ayudó a amañar las elecciones del 71, a que hubiese fraude.
Lo dicen ellos. No es una conclusión mía. La diferencia fueron 5.000 votos, hubo muchas denuncias de fraude, pero finalmente quedó así. Creo que fue una actitud política de Wilson, que explica el discurso formidable donde garantiza la gobernabilidad.
Habla con naturalidad de la tortura en el libro, y no es la primera vez. Hablar de ella libremente, ¿ha sido una forma de sublimar el dolor, de exorcizarlo?
En “El decálogo del buen cuentista”, Horacio Quiroga dice que cuando vas a recoger una historia de algo que te ha impactado, no la escribas en el momento en que te impactó; la tenés que dejar pasar y recuperar con la memoria, con el tiempo, entonces podrás contarla con mayor objetividad. Y con la “biaba” pasa lo mismo. ¿Qué te voy a contar de la “biaba”, si medio Uruguay la sufrió? A veces se les iba la mano… El problema es que tenemos 200 desaparecidos.
Amodio Pérez y su esposa Alicia Rey fueron siempre considerados traidores para la historia oficial del MLN. Pero décadas después, Amodio volvió y dio su versión en entrevistas y libros. ¿Ha cambiado su opinión sobre Amodio?
No.
¿Es un traidor?
Un hombre que entregó la organización, que dijo quién era quién, y cómo estaba estructurado, señaló los locales, sabía quién sabía lo que él no sabía, recorría los cuarteles, y hay compañeros que lo señalaron y terminaron cortándose las venas, ¿qué opinión querés que tenga?
“Fidel me dijo en 1971: ‘Ustedes pueden ganar, pero al otro día tienen a los brasileros ahí adentro’. Y Seregni tenía información de eso. Esa invasión del Ejército brasileño era a pedido de Pacheco Areco”
Y más te digo: en esa primera reunión de negociación con los que habíamos sido dirigentes, estaba la Negra Mercedes [N. de R.: se refiere a Alicia Rey, pareja entonces de Amodio Pérez], también como alguien que estaba detenida y había tenido responsabilidades de dirección. Nosotros, sin haber hablado entre nosotros, coincidimos en decirles: “Nosotros acá adentro no somos dirigentes de nada, acá somos presos”. Se van los generales y Calcagno me preguntó cómo la veía, y yo le dije: “Si vos querés hacer esto en serio, no me traigas a la Negra Mercedes. ¿Qué seriedad puede tener esto?”. Y él me dijo: “Tenés razón”. Y la Negra se fue para su cuarto (no calabozo), donde estaba con el negro Amodio.
Conventuales, 14 de marzo de 1985. ¿Qué recuerdos evoca?
Ahhh, estábamos con la cabeza en la familia, con la cabeza en los planes que teníamos, con el reencuentro. Era impresionante aquello, desfilaba un rostro tras otros, un abrazo tras otro. Nunca vi tanta prensa junta cuando hicimos la conferencia de prensa. Y como yo no tenía a dónde ir, me quedé a vivir en una pieza en el convento.
Mujica fue presidente, Fernández Huidobro fue ministro, Bonomi también lo fue por 10 años. ¿Se quedó con ganas de ser ministro o nunca le interesó?
No, fui director de Cultura de la Intendencia [de Montevideo], y no pude con la batalla contra la burocracia. Esa batalla la perdí. No me interesó nunca ser ministro, no.
¿Le gustó el gobierno de Mujica? ¿Fue un buen gobierno?
Me parecen formidables las cosas que surgieron en los gobiernos del Frente, y el Pepe integrado a la concepción del Frente, para los que dicen que nosotros no estábamos con el FA cuando fue creado… ¿Si me gustó? Sí, porque en un gobierno no se resuelven todas las cosas, y además te encontrás con dificultades que nunca imaginaste ni que existían. Es la condición humana… Una de las últimas reuniones con Seregni, cuando ya estaba mal, me dio una serie de consejos mientras me acompañaba hacia la puerta. Antes de abrir, me dice: “Nunca te olvides, Ruso, que el poder tiene olor a queso”. ¡Hay de todo! Hay gente que se juega el pellejo, y hay gente que ve una oportunidad, con sus convicciones y sus aspiraciones. Eso va a estar presente en todos los gobiernos. Vas a lidiar con lo que hay, con lo que tenés…
¿Se arrepiente de algo, Rosencof?
Esa es una pregunta que no corresponde, porque te metés en mi alma, en mi espíritu, en mis sentimientos. Vos tenés que hacerla, eh. Hay muchas cosas que uno las tiene ahí, como los dolores, como la “biaba”, como los amores. Pero son cosas de uno…
¿Es feliz?
Pero, oíme una cosa: me levanto todos los días, y respiro como loco.