El martes 23 de enero de 2024, Daniel Gómez, militar él, se preparaba para ver el clásico por la Serie Río de la Plata. A las 20.30, a falta de una hora para el partido, le sonó el celular. Era su hermana. Le dijo escuetamente: “Daniel, Leonel falleció”. Dice que él quedó “en el aire, shockeado” y, como no supo cómo reaccionar, cortó.
Entonces, llamó a Leonel, su hijo, y este no lo atendió. Acto seguido, con las manos temblando y el corazón a mil pulsaciones, llamó a su exesposa y madre del joven. Verónica le dijo: “Estoy yendo para el Hospital de Las Piedras. No sé si le pegaron un tiro o él se pegó un tiro”.
Llorando, Daniel se subió a su auto, le pidió la ubicación del hospital a Verónica y salió rápido y aturdido desde San José. Una vez allí, un enfermero les dijo a los padres que el cuerpo de su hijo ya había sido llevado a la morgue.
“No me pude despedir de él”, me dice.
Exactamente una semana después, el martes 30 de enero, Marcelo Ferrez recibió una llamada cuando estaba en la casa de un amigo en Punta Negra. Esa tarde le había hecho un favor a ese amigo, quien le pidió si podía ir hasta Playa Hermosa, ya que él vivía en Piriápolis, y allá levantar y traer a su perro, que lloraba mucho por la noche y estaba molestando a los vecinos. Marcelo salió de su casa en Piriápolis, levantó el can en Playa Hermosa y lo llevó hasta Punta Negra. Los amigos estaban hablando naderías en el jardín cuando le sonó el teléfono a Marcelo. Era un compañero, de los que gustan de hacer bromas pesadas. Le dijo: “Marce, venite que pasó algo grave”. Él le restó importancia, por tratarse de un amigo que se creía gracioso. Pero 10 minutos después lo llamó una amiga de las que siempre hablan en serio y le dijo casi lo mismo: “Marcelo, vení cuanto antes, por favor. Pasó algo grave”.
No sabía qué había sucedido realmente, pero advirtió que al llegar lo esperaba una noticia infausta. Llegó a su casa de Piriápolis y, al bajar, salió a su cruce Alejandra, la madre de su hijo Bastian. Él se adelantó: “¿Qué le pasó a Bastian?”. “No fue Bastian. Fue Luca”, le dijo ella.
“Y ahí se me cayó el mundo abajo”, confiesa él.
Leonel Gómez, de 21 años, y Jean Luca Ferrez, de 24, no se conocían, no eran amigos. Pero ambos eran policías de la Guardia Republicana y se quitaron la vida con diferencia de una semana.
Ambos integran el universo de jóvenes policías que han decidido autoeliminarse en los últimos años, y comparten la altísima tasa de suicidios en la Policía, que triplica la de la población general, en todo el país. Si la incidencia de suicidios en Uruguay (21 cada 100.000 habitantes) es preocupante, la de policías (63 cada 100.000) es alarmante. Solo en los últimos tres años, 55 policías se quitaron la vida. Y el Ministerio del Interior todavía parece estar lejos de poder detener esta “pandemia silenciosa”, como la llaman los sindicatos de policías.
El uniformado de 21 años
“Sigue la racha: un agente de la Guardia Republicana se quitó la vida”, tituló Montevideo Portal el 24 de enero. La nota consignaba una primicia de La Diaria. “Se quitó la vida en su domicilio, disparándose con su arma de reglamento. Si bien fue trasladado con vida a un centro de salud, a la postre dejó de existir”, completaba.
El uniformado se llamaba Leonel Gómez y, según su papá, era un gurí “centrado, estudioso”, al que “le encantaba leer”. Tanto le gustaba leer, que si se iban de vacaciones a la playa, por ejemplo, cuando Daniel se ponía a jugar al fútbol con su otro hijo, Matías, Leonel prefería quedarse en su silla playera a leer un libro sobre planetas o armas. Le tiraban los de astronomía (“que hablaban de estrellas o sobre el espacio”, dice su padre) o los que podían darle conocimiento sobre armas, como las que él usaba como agente de la Republicana, como la que usó el día que se suicidó.
“Yo pongo en tela de juicio que se haya suicidado, por lo que él era. Por lo centrado, como te dije, por los proyectos que él tenía por delante, de avanzar en su carrera y seguir ascendiendo en la Republicana. Él se había iniciado hacía poco [en 2023], tenía planes, quería hacer cursos. No había algo que diera algún indicio de que él estuviera mal o en algún momento lo hubiera pensado”, dice Daniel Gómez, 38 años, un padre joven de tres hijos, Leonel incluido.
El discurso de Gómez es inconsistente y cae en contradicciones entendibles en un padre atribulado por un enigma que difícilmente pueda resolver. Por momentos dice que su hijo tomó esa decisión al verse abrumado por un enfrentamiento con su novia; luego dice que, en realidad, duda que lo haya hecho. Dice que atribuye la eventual drástica decisión a un problema de pareja y no a problemas en el trabajo, pero luego dirá que quizás la presión que recibió en la Policía pudo haber tenido algo que ver.
Pero hace hincapié en que se sintió “presionado” en una discusión doméstica de la que no supo cómo salir, cuando llegó a su casa y su pareja le enrostró que había descubierto mensajes suyos con otra mujer. Eso, al menos, es lo que le contó su suegra. “Y presionado por esa situación, tomó esa decisión que tomó. Fue algo así… algo del momento”, dice.
De todos modos, los asuntos de la Policía “algo tuvieron que ver”, opina. “El trabajo de ellos, que todos lo vemos en el informativo, es un trabajo donde ellos ven mucha cosa, y Leonel no estaba preparado. Por cómo yo lo conocía, no estaba preparado ni cerca para eso. Me llamó mucho la atención que él entrara en la Guardia Republicana”, cuenta, y ahí coincide con la impresión de Marcelo Ferrez cuando Jean Luca (Luca, para el padre) se enroló en la misma repartición.
Es curioso: “Sigue la racha” había titulado el 24 de enero este portal, y faltaba una muerte por autoeliminación más. Siete días después, Montevideo Portal tituló: “Se suicidó otro agente de la Guardia Republicana, es el segundo caso en una semana”. “Sobre las 10:30 horas del martes, la Armada Nacional reportaba la aparición de una persona fallecida en playa Malvín. El reporte primario aclaraba que no se trataba de un caso de ahogamiento, sino de una presunta autoeliminación con arma de fuego. Horas más tarde, el Sindicato de Policías Agremiados Canarios informaba de un nuevo caso de suicidio en filas policiales”, decía el artículo.
Si para el padre de Leonel, su trabajo en la Republicana pudo haber tenido “algo que ver”, para el papá de Jean Luca tuvo todo que ver. “¿Lo del suicidio? Con todas las personas con las que hablé, cercanas a él, ninguna me dijo: ‘Mirá, Luca tenía problemas’ o ‘sí, es posible que haya tomado esa decisión’. Él no tenía problemas económicos, vivía con la hermana y la abuela, y las dos lo adoraban. Yo hablaba todos los días con Luca. ¿Depresión o tristeza? No, no, nada de eso…”.
Marcelo Ferrez no tiene un empleo fijo. Desde diciembre a febrero se dedicó a la venta de helados en la playa de Piriápolis. En marzo tiene pensado irse a la Fiesta de la Patria Gaucha en Tacuarembó y vender allá comida, dependiendo de con qué concesionario del festival termine arreglando. Y cuando no hay fiestas, tiene un carrito gastronómico con el que trabaja, de pueblo en pueblo.
Dice que Luca se metió en la Guardia Republicana en 2022. “Ahí hizo el curso maldito, terrible, ese… que es el entrenamiento para entrar en la Republicana, que es la policía militarizada. ¿Vos viste la película Tropa de élite? Bueno, el entrenamiento es similar. Estuvo seis meses entrenando en el predio de [calle] Varela, y después por allá por el campo de entrenamiento de Libertad. Venía deshecho, hecho pedazos”.
Ambos papás tuvieron la misma reacción cuando sus hijos les comunicaron que se meterían en la Guardia Republicana.
“Yo le dije: ‘Luca, ¿la Republicana? ¿Estás seguro?’ ‘Sí’, me dijo él. Le dije: ‘Luca, es radical eso’”. A Marcelo Ferrez le preocupaba que su hijo anduviera por barrios malhadados como Marconi, Casavalle, Cerro Norte o Peñarol (“la Republicana no anda por 18 y Andes, anda en barrios jodidos”, observa). Cuando vio que no había marcha atrás, le dio un consejo a su hijo: “Vos andás en la calle y estás expuesto. Primero, pegale un tiro en el pecho, después vemos en el juzgado si el tiro fue legal o no. Primero está tu vida. Si sacaste el arma, que no sea para mostrarla: dispará. Tenés que tener ese poder de decisión, porque sos un blanco móvil. Tenés una Glock que vale 80.000 en todos lados, el chaleco que llevás también vale plata y la boina que usás es un trofeo para los delincuentes hijos de puta”.
Daniel Gómez también se sorprendió cuando su hijo Leonel le dijo que quería ser efectivo de la Guardia Republicana. “Él quería ser policía porque quería ayudar a la gente. Yo le quise hacer entender que no es tan así como ves en las series. No es ‘me meto y está todo bien’. Le dije: ‘Si es lo que vos querés hacer, lo respeto’, y ese fue el peor error que cometí”, y hace un silencio profundo.
“Pandemia silenciosa”
Para Patricia Noy, presidenta del Sindicato Policial (ex-Sipolna, hoy de jurisdicción nacional), se trata de una “pandemia silenciosa”. “El índice de suicidios en la Policía es muy alto, triplica la tasa de suicidios en general en Uruguay. Y más se ha visto incrementando en los últimos años, y en los últimos tiempos hemos visto compañeros muy jovencitos que tomaron esa decisión, porque fijate que los últimos tenían 21 y 24 años, tenían toda una vida por delante”, dijo.
A Noy le cuesta atribuir una causa clara que explique por qué está pasando esto. Cuenta que recientemente se realizó un simposio y se presentó un proyecto de prevención del suicidio, “encarado más bien a cómo abordarlo con un psicólogo en puerta de emergencia las 24 horas. Eso se logró. También tener una línea telefónica (0800 0767). Pero como esto sigue creciendo, proyectamos armar algo para ver la causalidad de este flagelo”, dice la sindicalista.
Nicolás Vivas, director del Centro de Atención a Víctimas de la Violencia y el Delito (Cavid) del Ministerio del Interior, tiene alguna explicación más precisa. El Cavid asiste, acompaña y orienta a funcionarios policiales o familiares que hayan sufrido hechos violentos como rapiñas, homicidios o suicidios. “Trabajamos en una modalidad de intervención en crisis: cuanto antes podamos contactar a la víctima del atentado o el hecho violento, más afectaciones prevenimos”, cuenta Vivas, psicólogo de profesión.
Tras los dos —aparentes— suicidios recientes de policías de Guardia Republicana, el Cavid reaccionó y organizó un taller de autocuidado y prevención del suicidio en la Guardia Republicana, y brindó, además, talleres de sensibilización sobre salud mental y bienestar psicosocial, según informó la página web del Ministerio del Interior. Vivas reconoció que las dos muertes consecutivas los llevaron a adelantar un taller para atender a los compañeros de estos jóvenes. “Una cantidad de talleres tienen el objetivo de que sus integrantes estén más fuertes; trabajamos la resiliencia, la capacidad de enfrentar situaciones difíciles, y estar lo más sanos posible. Eso es prevención, no queremos solo atenderlos cuando pasa algo. Queremos ayudarlos a que psicológicamente estén lo más fuertes posibles”.
En este caso, el taller, a comienzos de febrero, tuvo otra finalidad, ya que no pudo prevenir lo sucedido con Leonel y Luca. “Cuando un compañero de trabajo se quita la vida es necesario un espacio donde pueda haber una orientación, una guía, donde ellos puedan presentar reclamos o expresar lo que sienten, un espacio donde intercambiar con los funcionarios para ver qué sienten, si se sienten cuidados o asistidos”, dice Nicolás Vivas, del Cavid.
Vivas entiende necesario repasar algunos números, por más fríos que suenen, para analizar mejor el fenómeno. En 2016, 12 policías se suicidaron, en 2017 fueron ocho, y otros ocho tomaron la misma decisión en 2018. En 2019 fueron nuevamente 12 los policías que se autoeliminaron, pero en 2020 fueron cuatro, justo el año en que irrumpió la pandemia del covid-19 en todo el mundo. “Ese año, todos los que estamos en el tema salud mental vimos alarmas prendidas por todos lados, porque el encierro y los cambios de rutina iban a influir. Se veía que esa cifra aumentaría años después, como efectivamente pasó. Y eso es peor en Uruguay, donde la tasa de suicidio es de las más altas del continente”, sostuvo.
De cuatro policías que se quitaron la vida en 2020 se pasó a la cifra de 16 en 2021, el segundo año de la pandemia. En 2022 se contabilizaron 21 policías autoeliminados y en 2023 fueron 18. “Como el número de 2020 [4 policías] era bajo, cualquier aumento hacia 2021 incrementaría la tasa considerablemente. No deja de ser verdad que la tasa se triplicó o incluso cuadriplicó [de 2020 a 2021], pero fijate que si pasaban de cuatro policías a seis, el aumento ya era del 50%”, afirmó.
Algunas medidas se tomaron para atender el tema: en 2022 se creó una Comisión de Salud Mental a la interna del ministerio integrada por funcionarios de la cartera, de Dirección de Sanidad Policial, Dirección de Policía Nacional y el Sipolna, con intercambios fluidos con el Ministerio de Salud Pública. Y, como vimos, tal vez algo empezó a cambiar: la cifra bajó de 2022 a 2023.
El día a día del trabajo en la Republicana
Jean Luca se metió en la Guardia Republicana luego de haber sido víctima por tercera vez de robos en muy poco tiempo en su barrio, Malvín Alto. “La última vez, como no tenía nada de valor, tenía ropa barata y championes baratos, le pegaron y le robaron un calzado solo, y lo dejaron con el otro. Entonces, se re quemó y dijo: ‘Hay que hacer algo, estos pichis no le pueden seguir haciendo esto a la gente’”, dice Marcelo que expresó su hijo. Por eso, en 2022, se metió en la Guardia Republicana.
Cuenta Marcelo Ferrez que ese año se inscribieron 3.000 personas para ingresar a la Republicana, y solo 70 pasaron el exigente filtro. “Imaginate lo que fue ese entrenamiento: 2.930 no pasaron el entrenamiento; algo pasa ahí, que es malo”.
Daniel Gómez dice que su hijo, en principio, tenía pensado iniciar la carrera militar, como lo había hecho él. Pero un día le preguntó si él se enojaba si en vez de optar por ser militar elegía la carrera de policía, ya que una amiga podía “meterlo” en la Republicana. Daniel le dijo que siguiera su vocación y en 2023 Leonel empezó a trabajar en la Guardia Republicana.
“Estaba entusiasmado. Él me contaba que andaba en las calles; me hablaba de las injusticias que veía, que andaba siempre correteando a los que andaban robando —no quiero usar una mala palabra, pero gente que estaba haciendo las cosas mal—, veía niños mal, veía heridos… cosas que en casa no veía, más que en los informativos”, comenta Gómez.
Eso que Daniel Gómez veía solo en los informativos y alguna cosa se enteraba por su hijo Leonel, Marcelo lo advertía en el físico fundido de un chico joven de 23 años. “Desde 2021 van unos 40 que se suicidaron, ¿no? ¿A qué lo atribuyo? A que hay demasiadas presiones del sistema que usan para formarlos. Y los desestabiliza. Pero ¿qué es lo que está pasando? Eso es lo que quiero investigar. Aunque la ficha técnica diga que mi hijo se pegó un corchazo, igualmente hay responsables. Porque agarraron a un pibe bueno, noble y sano, y lo destrozan con un sistema de entrenamiento de mierda”, dice Marcelo sin medir sus palabras.
Y sigue: “Yo lo veía todo lastimado, llegaba todo moretoneado, bajó 12 kilos en los días que estuvo en ese entrenamiento de seis meses. No lo dejaban comer, no lo dejaban dormir bien, se cagaba de frío. Y la plata no era gran cosa… Ponele que cuando estaba en la calle ganaba 47.000 pesos, pero estás expuesto, sos un blanco móvil”, dice el papá de Luca.
En noviembre, su hijo había pedido salir de trabajar en la calle y pasar a trabajar como administrativo. Según cuenta, Luca le confió que no se sentía útil en la calle, porque ni bien advertían una boca de drogas, lo enviaban lejos de allí. “Yo no me alisté para esto. Nosotros reportamos una boca en un lado y nos mandan a 20 cuadras de esa boca. Al otro día reportamos otra boca, y nos mandan 10 cuadras para el otro lado. Entonces, lo único que podemos hacer es agarrar a los pastosos, sacarles la pipa y lo que tengan encima y fijarnos si tienen antecedentes, y si no tienen, que sigan. Todos los días reportamos todo a los superiores y no hacen nada. Yo no entrené como entrené para avisar dónde están los problemas y que me manden lejos”, cuenta Marcelo Ferrez que le dijo su hijo, argumentando por qué pidió pasar a trabajar como un administrativo, detrás de una computadora.
A fines de noviembre de 2023, cuando Jean Luca ya estaba instalado como administrativo y manejando papeles en la Guardia Republicana, le hizo un comentario que hoy su padre advierte revelador. “Esto está todo podrido, Marce”, le habría dicho Luca a su padre, a quien no le decía “viejo” ni “papá”, sino que lo llamaba por su nombre. Explica Marcelo Ferrez: “Él estaba organizando unos expedientes de asuntos internos de la Republicana, no estaba trabajando como investigador, pero estaba armando las carpetas para dárselas a los investigadores”.
-¿Vos creés que él vio algo comprometedor?
-¡Por supuesto que vio algo comprometedor, si hablábamos de eso! Estuvo dos meses ahí, no me dio nombres, pero me decía: ‘Vos no sabés las cosas que veo ahí adentro, Marce’. Trabajó desde el 25 de noviembre y lo matan el 30 de enero.
-Entendés que él vio algo que no debía ver, que comprometía a alguien, y acabás de decir ‘lo matan’…
-¿Y qué querés que te diga? Mirá, yo fui a buscar sus pertenencias a la Prefectura, porque lo encontraron en la playa. Tenía las viandas de la comida, la botella de agua, un rollo de papel higiénico y pañuelos descartables. Si vos salís de tu casa con intención de matarte, ¿vas a llevar un tupper por si te da hambre?
-¿Y qué puede haber visto?
-No sé, pero ya te dije que él reportaba bocas de venta de drogas, problemas de armas y violencia, y lo mandaban a 10 cuadras de esos lugares que él reportaba.
El director de la Guardia Republicana, César Tourn, declinó hacer declaraciones para este informe. “Por información favor dirigirse a Dircom”, se limitó a contestar. El encargado de Comunicación (Dircom) del Ministerio del Interior, José Portillo, dijo que respetaba el silencio de Tourn.
Es posible que Marcelo Ferrez se haya topado con Tourn en el velorio de Jean Luca. Él no recuerda el nombre de la autoridad de la Republicana que asistió, acompañado, al funeral del joven agente. “Vino el comandante de la Republicana con dos guardaespaldas, dos GEO. Lo miré y le dije: ‘¿Por qué viene con custodia? ¿De qué tiene miedo, comandante?’ Me habló del protocolo y no sé qué estupideces… Yo estaba tapado de odio y de dolor”, confiesa Ferrez. “Entonces, me empezó a hablar de cómo los chicos hoy usan las redes sociales, de los jóvenes hoy en día, y lo paré en seco. Le dije: ‘Con todo respeto: usted tiene parte de responsabilidad en lo que pasó. No me hable más, lo que está diciendo es pura mierda. No me dirija la palabra’”.
Marcelo Ferrez dice que ese jefe de la Guardia Republicana, cuyo nombre no recuerda, tuvo “cola de paja” porque ni se atrevió a mirarlo a los ojos. Mientras le hablaba, custodiado por dos policías, bajaba su mirada.
La pregunta del millón: ¿por qué?
Patricia Noy, la presidenta del sindicato Sipolna, dice que los policías viven “las problemáticas de cualquier otra persona”, sumadas a las propias del oficio. Por ejemplo, el salario, que por lo general no alcanza, y los uniformados deben apelar a servicio 222 u otro empleo para poder subsistir. O que suelen convivir en los mismos barrios con los delincuentes. Además, muchas veces tienen problemas familiares, intradomiciliarios.
“Y a eso hay que sumarles todas las presiones laborales: el acoso laboral, el abuso por parte de superiores… Si bien hay que decir que no es la generalidad de los superiores, porque muchos han cambiado el chip y ya no nos ven como un número, como un trabajador con problemáticas, seguimos teniendo muchos compañeros que semanalmente pasan por la sede denunciando abusos o acoso laboral, que sumado a otros problemas…”. Noy deja la frase inconclusa, pero es lo suficientemente elocuente.
Vivas, el psicólogo y titular del Cavid del Ministerio del Interior, se excusó por no poder opinar sobre los dos casos puntuales (los de Leonel y Jean Luca). “Primero, porque en cuanto a los motivos, todavía se están investigando y muchas veces la tipificación cambia con el tiempo. Segundo, y la respuesta puede ser aburrida —se ataja— porque mi unidad y yo no pertenecemos a la investigación, no participamos de eso”.
Pero él tiene una teoría clara: una cosa son los “disparadores” y otra mucho más profunda e inasible son las causas que llevan a una persona joven a suicidarse, que es lo que él llama “cuestiones complejas más de fondo”. Entonces cita al experto estadounidense David Jobes, expresidente de la Asociación Americana de Suicidología, quien sostiene que la causa no es la tristeza ni la depresión en los muchachos, tampoco un magro salario o no poder llegar a fin de mes. “El factor principal es la impulsividad de las personas”, dice Vivas parafraseando a Jobes, con quien estudió.
“En tal sentido, la Policía está haciendo algo que para mí es excelente: cada dos años hace un espacio de nuevo control, junto con la renovación del carné de salud, para percibir estos problemas de impulsividad y advertirlos a tiempo”, sostiene. “Esto es una foto y no lo podés medir permanentemente. La idea es hacerlo cada dos años, y así estoy convencido de que se van a pesquisar situaciones de riesgo en cuanto al suicidio”, complementó. “Lamentablemente, los suicidios evitados no se pueden medir”, apunta Vivas.
Vivas vuelve a disculparse por no poder opinar sobre los motivos que llevaron a Leonel y Luca a dispararse con desenlace fatal, pero aclara que, en cambio, sí se siente capacitado para argüir “sobre la parte emocional de los funcionarios policiales”. “Ahí es donde se da lo que te decía: se está capacitando, se están haciendo talleres, y Sanidad Policial también trabaja bastante”, sostuvo el psicólogo.
Son 30 los funcionarios que trabajan en el Cavid. La mitad son psicólogos, y hay dos asistentes sociales, aunque la Caja Policial aporta con muchos más. El Cavid reclama un asistente social más y un psicólogo más, para atender a todos los policías y sus familiares. De todos modos, Vivas siente que su dependencia es escuchada y que tanto el ministro Nicolás Martinelli como antes Heber o Larrañaga han sido receptivos.
Pero, entonces, ¿a qué atribuye esta tasa tan alta de policías que decidieron quitarse la vida? Esgrime motivos genéticos, la crianza en el hogar, “y después, en el día a día, hay situaciones cotidianas que afectan, pero no son las que determinan el suicidio”. Y abunda: “Uno puede hacer investigaciones sobre los disparadores, creyendo que son las causas, pero no son solo el disparador: es algo que activa esa falta de control de impulsos y uno, al no poder resolver esa situación como una persona estándar, termina quitándose la vida”.
Va más allá: asume que desde Cavid hay que estar más atentos al ambiente laboral, a cómo es la situación a nivel familiar y a los problemas económicos de los policías, pero las causas principales del fenómeno no pasan por ahí, a su juicio. “Las causas de los suicidios, generalmente, no van por un tema salarial. El bajo salario puede ser una causa de estrés, los problemas en el trabajo también, pero no son las causas principales. No digo que no sean importantes, eh. Son cosas que influyen, pero no son la causa principal”, insiste Vivas.
Según lo conversado con los dos papás de los jóvenes policías que aparentemente cometieron suicidio, uno (Leonel Gómez) habría tenido como “disparador” —al decir del psicólogo Vivas— un problema de pareja. “Los disparadores más comunes son los temas familiares. Hemos visto que en un 80% o 90% hay temas de pareja o disputa por la tenencia de hijos detrás”, estima.
“Ahora sos la seguridad del Uruguay”
El militar Daniel Gómez sigue pensando que “por una cuestión del momento”, su hijo tomó esa fatídica determinación. “Yo no me voy a quedar así. Es algo que quiero cerrar. Nadie me dijo: ‘Lo que pasó fue esto, esto y esto’. He preguntado en la Policía y me dicen que mi hijo se pegó un tiro. Dicen que se mató en su domicilio, enseguida que llegaba de trabajar. Ella, su novia, estaba ahí con él. Se pusieron a discutir después de que ella le había agarrado el celular”, dice el padre.
De la chica prefiere no hablar. Dice que ella y su madre se portaron muy mal con el fallecido el día del velorio. “Fueron y armaron lío… Solo le dieron palo a Leonel. Pero él no estaba ahí para defenderse. Mi hijo estaba en un cajón y solo le daban palo. Yo le dije a la suegra de él: ‘él ya está caído, no se puede defender, ya está’”.
Más allá de desengaños amorosos, Daniel Gómez está convencido de que el ambiente laboral en la Republicana tuvo su incidencia. Llamó a la Seccional 30 de Las Piedras, que está investigando el caso, y le dijeron que debía ir personalmente. Tiene pensado ir en los próximos días. “Los superiores deberían estar más atentos a este tema, tanto en lo personal como en lo laboral. No es darle un curso de seis meses, darle un arma y mandarlo a la calle diciéndole: ‘Ahora sos la seguridad del Uruguay’. Hace falta atención psicológica para esos gurises”, sentencia.
“Yo le dije a Leonel: ‘Mirá que no es así como lo ves’. Él pensaba: ‘Me pongo el uniforme, ayudo a todo el mundo, la gente me necesita y yo estoy’. ¿Y cuando él necesitó de otros? ¿Y cuando él se sintió mal y necesitó hablar con alguien? ¿Quién habló con él y lo ayudó?”, se pregunta.
Marcelo Ferrez, en tanto, sigue pensando que aunque las pericias técnicas confirmen el suicidio, a su hijo “lo suicidaron” porque encontró algo inconveniente y se deshicieron de él. “No lo solucionaban mandándolo a Artigas, porque él ya había visto algo, sabía cosas”, completa. Por eso, insistirá en ver el expediente de la investigación en Fiscalía, donde hasta ahora no le han dado mayores respuestas y donde la fiscal, cuyo nombre no recuerda, no quiso atenderlo.
Además, quiere reunirse con otros padres de chicos que, según los registros, hayan cometido suicidio. “Quiero hablar con ellos, porque ahí hay un patrón, algo se repite. Se están deshaciendo de estos pibes, o porque les molestan o porque no son corruptos”, opina.
Él no quiere que su hijo sea “un milico más que se suicidó”. Dice que se tomará su tiempo para investigar motu proprio, y luego, encarará al ministro del Interior. Puede ser a Martinelli, al próximo o al próximo. “Cuando tenga toda la info de que algo está pasando, voy a ir a ver al ministro de turno, le voy a llevar el uniforme de mi hijo, se lo voy a tirar encima de su escritorio y le voy a decir: ‘Mi hijo murió por esto, esto y esto. Por favor, ¡haga algo!’. No voy a ir mañana ni la semana que viene, voy a juntar toda la información primero. Capaz que es en 10 años o 20, pero voy a encarar con información a un ministro del Interior a pedirle que haga algo. No importa dentro de cuánto sea”.