Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti

Gabriel Quirici Franzi (46) podría ser hoy el ministro de Educación y Cultura o, quizás, el presidente del Codicen. Si Daniel Martínez hubiera ganado el balotaje en noviembre de 2019, Quirici —entonces asesor en educación de Martínez— habría sido designado en algunos de esos cargos jerárquicos. También pudo haber sido profesor de Educación Física, si no se hubiera dejado encandilar por las discusiones en el IPA sobre cómo enseñar Historia. Pero si apelamos a la historia, a las cosas tal como fueron y quedaron para la posteridad, fue Lacalle Pou el que triunfó en segunda vuelta y, entonces, Quirici, continuó siendo docente de Secundaria.

Profesor de Historia egresado del IPA, diplomado en Historia Económica y haciendo un Máster en Historia Política, acaba de publicar Uruguay siglo XX: una historia colectiva en movimiento, de Don Pepe Batlle a Tabaré Vázquez (Ediciones Banda Oriental). Se trata de un ambicioso ensayo que va desde el joven país del 900, el Uruguay como “la Suiza de América”, las leyes sociales de Batlle, los colegiados blancos, la dictadura, el regreso a la democracia, la fluctuante economía y todos los “ismos” que se dieron para llegar al Uruguay que recibió el siglo XXI.

El docente, identificado con la agrupación frenteamplista El Abrazo, cuestionó la transformación educativa de este gobierno —“habría que detenerla, [porque] quedó asociada a la campaña de una figura política”—, pidió más inversión para la educación y reivindicó que no se puede recurrir a un solo modelo de enseñanza, como pretende esta reforma, que apunta al aprendizaje por competencias. Según él, si el FA vuelve a ser gobierno en 2025, deberá revisarla y solo conservar algunas cosas.

“Cuando estudiás la sociedad del 900, ves que era una sociedad muy dinámica, con contradicciones. Toda esa legislación que lo ponía como país modelo —y seguro que la figura de Batlle fue re importante— no fue solo obra de Batlle”

Hay una pregunta trillada, pero que suele ser muy útil: ¿Para qué sirve aprender de Historia? ¿Para qué le sirve a un joven liceal saber de Historia? Hablo tanto de la uruguaya como de la historia universal.

Por un lado, la historia te permite empezar a conectar con otras experiencias de tu pasado colectivo (del lugar de donde sos, tu familia, tu barrio, tu país), y empezar a conectar con eso. Uno tiene la posibilidad de ser más parte, de entender dónde está. Cuando uno va ligando con el pasado, también empieza a reconocer: “Esto quizás lo hicieron mis abuelos”, y lo mismo te empieza a pasar con tu país, con tu sociedad o con tu equipo de fútbol. Cuando conocés su historia, lo valorás de otra manera.

Al principio, la Historia nació como una disciplina que quería construir el relato de una nación, de nuestro pasado común. Eso te da una oportunidad de humanizar en la diversidad, porque a veces nos ocurre que tendemos a fortalecer estereotipos o prejuicios de lo que conocemos. A veces los otros son tan distintos que no los consideramos como iguales, y ahí la historia te da esa oportunidad: de ver otras culturas, los problemas que han tenido y las soluciones que han encontrado las sociedades a lo largo del tiempo. 

Te lo bajo a tierra: cuando los chiquilines quieren ver las guerras mundiales, en principio hay un llamador que es: “Pah, acá sabemos que pasó algo muy fuerte, desde la violencia”, vos podés quedarte con el episodio puntual (la Primera o la Segunda Guerra Mundial, o la dictadura, ponele), pero después la Historia ayuda en que vos te pongas a pensar con los chiquilines: “¿Por qué hubo gente que apoyó al nazismo?”. Y empezás a pensar: ¿Qué pasa en una sociedad cuando se apoya en ideas extremistas? Y tratar de comprender eso —no es justificarlo— es un ejercicio que ayuda a ser mejores miembros de la sociedad. Y también conocer esos peligros, y por qué la represión puede llegar a grados de inhumanidad.

Voy a poner el foco en tu libro de reciente publicación, Uruguay siglo XX: una historia colectiva en movimiento. De Don Pepe Batlle a Tabaré Vázquez. Tu título enmarca al país en el siglo pasado, pero en las páginas va bastante más allá y abarca los gobiernos del Frente Amplio (FA) en el siglo XXI. Es más, Vázquez está incluido en la bajada del título. ¿Por qué?

Yo no historié los gobiernos del FA, sino la llegada del Frente Amplio al gobierno. Nos detenemos en 2004. En general, en historia se tiende a aceptar que 2002 en lo económico y 2004 en lo político cierran el siglo XX. Tabaré Vázquez está incluido en el título porque, de alguna manera, toda la evolución del último tramo de la democracia uruguaya en el siglo XX, posdictadura, lo tiene como una figura muy importante que sintetiza ese crecimiento, esa popularización de la izquierda… Y esto, no solo porque después fue dos veces presidente, sino porque fue el primer intendente del FA en Montevideo, después es el candidato que encarna la idea del Encuentro Progresista, y me parece una figura importante, porque él y otras acciones de la izquierda permitieron que la izquierda tradicional, diversa (comunista, socialista, sindical, universitaria), que era minoritaria en Uruguay, empezara a llegar a otros lugares, con otro formato de comunicación. Y con otras sensibilidades, no solo la de un comité de base: Vázquez tenía eso del fútbol, el barrio, la parroquia, la medicina.

Comenzás hablando del Uruguay del 900 y hablás del anarquismo, del progresismo de la época, los feminismos, el carnaval y el fútbol. ¿Ya pintaba para país modelo aquel Uruguay? ¿Ya ahí sentó las bases para el Uruguay de leyes progresistas de Batlle y Ordóñez?

Yo creo que sí. Cuando estudiás la sociedad del 900, ves que era una sociedad muy dinámica, con contradicciones —no en vano hubo una guerra civil en el 900, porque faltaba democracia, faltaban derechos—, pero toda esa legislación que lo ponía como país modelo —y seguro que la figura de Batlle fue re importante— no fue solo obra de Batlle, sino de esa sociedad con mucha capacidad de creación. Mirá el fútbol: hubo una epidemia de clubes de fútbol que nacieron, en Montevideo y en todo el interior. Lo mismo con los tablados. La sociedad estaba en un creciente dinamismo y, además, era una sociedad con cierta capacidad participativa (las leyes sociales, la expansión de la educación) encontraron en Batlle a un político muy atento a desplegarlo.

¿Fue Pepe Batlle el primer gran gobernante de izquierda de este país?

En parte. Izquierdas y derechas —y yo tengo un capítulo de cada una, vos lo viste— sirven para una identificación de sensibilidades profundas respecto a la cosa pública, a la vinculación del uso del poder y del control de la autoridad. Pero cuando uno estudia a lo largo del tiempo, encasillar a las personas por una autodefinición termina siendo soberbia del investigador. Batlle tuvo y lideró un proceso de varios cambios que bien pueden incluirse dentro de una sensibilidad de izquierdas, de transformación, de nueva agenda de derechos, para aquella época (que no son solo de Batlle). Pero, al mismo tiempo, Batlle era un hombre de Estado, del poder del Partido Colorado [PC], hijo de un presidente, integrante del nacimiento de la vieja oligarquía. Y al mismo tiempo promueve el deporte popular, la educación pública, pero no deja de ser un hombre de partido que tenía claro que para que el Partido Colorado ganara tenía que hacer una alianza con [Pedro] Manini Ríos, que era un hombre conservador del PC.

Ahora, hay un legado del batllismo que está muy ligado con la izquierda. Incluso, algunos se decían batllistas, pero no colorados, como [Justino] Zavala Muñiz, como [Julio César] Grauert, quienes incluso eran lectores y promovían las ideas de Marx. El batllismo es súper interesante, porque es más amplio que ser solo de izquierda, tiene mucha sensibilidad de izquierda; en ese énfasis de que las instituciones públicas tengan como objetivo la solidaridad hace un avance hacia lo que ideológicamente llamamos “las izquierdas”. Pero sin dejar de ser del poder del Partido Colorado. 

El propio Batlle y Ordóñez no aceptaba que se hablara de batllismo o políticas batllistas. Él decía “reformistas”. Los gobiernos reformistas ¿frenaron impulsos revolucionarios?

Es un gran debate… Yo creo que el mayor impulso revolucionario que hubo fue rural. Pienso en la revolución de 1904 de Aparicio Saravia, una revolución por el sufragio, por la coparticipación y por la democracia, que no había antes. Y Batlle la derrotó. Pero la derrotó con un criterio que no fue revanchista o de meterlos a todos presos, sino de hacer las reformas electorales necesarias: toma en cuenta las demandas políticas, no el formato de la revolución armada.  

Por otro lado, los historiadores anarquistas, que son muy buenos, perciben que, para los obreros, hacia 1910, había un clima revolucionario. Es una percepción de los obreros de aquella época. Cuando uno mira el movimiento obrero de Uruguay comparado con el movimiento rural armado, era mucho menor. A mí me costaría decir que en Uruguay podría haber una revolución obrera. Lo que pasa es que Batlle, honesto en su práctica política, valoraba como progresistas las ideas anarquistas, y empezó a incorporarlas. Hizo muchas reformas teniéndolos en cuenta, y eso frenó la actitud revolucionaria de estos. Creo que, históricamente, no iba a haber una revolución obrera en Uruguay, no estaban dadas las condiciones, pero hubo como una fusión que Batlle ilustró al decir: “Si son ideas avanzadas y están dentro de la ley, bienvenidos los agitadores”. Increíble escuchar a un presidente diciendo eso, ¿no?

“Yo creo que el mayor impulso revolucionario que hubo fue rural. Pienso en la revolución de 1904 de Aparicio Saravia, una revolución por el sufragio, por la coparticipación y por la democracia. Creo que, históricamente, no iba a haber una revolución obrera en Uruguay”

Hablás, sin ambages, de “neoliberalismo”, de gobiernos “neoliberales” como el de Lacalle Herrera. ¿Qué entendés por “neoliberal”?

Esto lo trabajo desde la historia económica —no es una adjetivación ideológica—. El neoliberalismo fue una agenda que se construyó sobre fines de los 80 para América Latina (incluso hubo algunas experiencias anteriores de un neoliberalismo autoritario, sobre todo en Chile), vinculado a la Escuela de Chicago y a una percepción de que el problema para el crecimiento económico eran las políticas keynesianas, la intervención del Estado y otros problemas en el continente. Los Chicago Boys planteaban una mirada muy liberal en lo financiero, en lo económico, un modelo privatizador, desregulador del mercado de trabajo y autoritario en lo político. 

Pero a fines de los 80, sobre todo después de la crisis de la deuda de América Latina —la Cepal la llama “la década perdida”, cuando Latinoamérica estaba toda endeudada— y se construyó una agenda renovada neoliberal en democracia, se le llamó Consenso de Washington, que tenía un conjunto de puntos de cómo hacer reformas para que América Latina recuperara el crecimiento y pudiera pagar la deuda. Entre esas reformas estaban: la apertura financiera, la liberalización comercial, la privatización de las empresas públicas, la desregulación del mercado de trabajo.

Yo entiendo que hubo una agenda neoliberal, que no se pudo aplicar completamente. En parte porque los que adoptan esa idea de cambios neoliberales no eran mayoría. Había un sector con Ramón Díaz e Ignacio de Posadas que defendían eso en sus columnas de prensa. No eran mayoría en el gobierno, y Lacalle, si bien ganó, en el Parlamento tenía que negociar con una pata del Partido Nacional que era más estatista y con el Partido Colorado. Incluso, el Foro Batllista de Sanguinetti termina promoviendo el referéndum para derogar la ley de empresas públicas. También el sindicalismo, movimientos populares y el FA (que era minoría, en ese momento) se terminaron oponiendo a esa ley de Lacalle. Quizás lo más neoliberal fue la desregulación del mercado de trabajo. Se sacaron los consejos de salarios, hubo un problema de deterioro del empleo, y explotó todo en la crisis de 2002. Pero no se pudo privatizar todo. 

El capítulo 4 está dedicado a “las derechas”. Y es curioso: en nuestro país casi nadie se asume de derecha. Hace un par de años, el expresidente Lacalle Herrera me dijo que era una batalla cultural que había ganado la izquierda. Hoy es vergonzante asumirse de derecha. ¿Por qué pasa esto?

A mí me parece que ocurre esto: por un lado, en tiempos de sensibilidades republicanas más igualitaristas, en términos de derechos, el Uruguay vivió etapas de prosperidad. Hay un buen recuerdo del Uruguay en los años en que gobernó Batlle y Ordóñez, lo mismo con los años 50, o lo mismo con los gobiernos progresistas del FA (aunque no están en el libro). Las derechas han sido críticas de las buenas épocas. Hay un problema ahí con las derechas antiparticipación, antidemocracia. Uno puede comprender que haya gente de derecha por temas de conservación, de orden, de tradiciones que son valiosas para la estructura de una nación, pero si te ponés siempre en la vereda de enfrente de las buenas épocas, eso genera una situación que es vergonzante para vos mismo, porque estás en contra de lo bueno. 

Y lo otro: las derechas participaron explícitamente en los dos golpes de Estado del siglo: el de [Gabriel] Terra [en 1933] y el del 73. No son de derecha ni todos los blancos ni todos los colorados. Los partidos políticos nuestros son diversos, pero el Partido Nacional quedó dividido desde el 33 al 58 (25 años), fijate que es “el partido de las leyes”, peleó por la democracia Aparicio, pero cuando [Luis Alberto de] Herrera apoya a Terra, todos lo que eran los nacionalistas radicales, los principistas, los independientes, no quisieron saber de nada con el Herrerismo. Ahora bien, no todos los herreristas fueron de derecha, porque tenés gente como [Héctor] Gutiérrez Ruiz, que nace en el Herrerismo, se hace antiimperialista, después wilsonista, demócrata, un luchador contra la dictadura. Pero quienes se quedaron en las derechas, muchas veces terminaron del lado de los regímenes más autoritarios. Entonces, ahí hay un factor vergonzante. 

Vos me mencionaste a Lacalle. Lacalle venía de un sector de derechas, pero que estuvo en contra del golpe de Estado. Eso es interesante en Uruguay: hubo derechas que no eran golpistas. Hubo derechas que tuvieron una postura constructiva, y eso hay que reconocerlo, porque si no, no se hubiera ganado el plebiscito del 80. 

¿Por qué “las izquierdas” han sido “múltiples desde siempre”, como decís en el libro?

Empecemos por definir a qué le llamamos izquierdas. El punto es: desde una perspectiva histórica, las izquierdas no se deberían remitir exclusivamente a una expresión electoral. Pero esto no lo digo para agrandar su significado en el pasado, sino para no caer en una simplificación del presente, porque parece que izquierda fuera solo el partido político Frente Amplio, un poquito el Partido Independiente y un poquito la izquierda por izquierda como Unidad Popular. Yo creo que, además, las izquierdas tienen una expresión social, cultural: formar agrupaciones barriales, grupos parroquiales que tienen sensibilidad social, los sindicatos… Yo recuerdo siempre a los anarquistas, que hacían sindicatos, sí, pero también hacían bibliotecas. O la Universidad, o los clubes de cine en los 60. 

Hay como una sensibilidad plural, solidaria, de compartir la cultura, de ampliar los derechos, que a eso le podemos llamar históricamente izquierdas y está en los cristianos, en los anarcos, en las feministas, en los comunistas o socialistas. Lo que quiero mostrar es que la historia no estaba solo en socialistas y comunistas. 

Y hay izquierda en el Partido Colorado y el Partido Nacional desde siempre, porque hay una parte revolucionaria en Aparicio Saravia. ¿Por qué una revolución como la de Aparicio sería considerada de derecha? ¡Luchó contra el poder! También hablamos de los batllistas que eran de izquierda en el Partido Colorado, o [Carlos] Quijano en el Partido Nacional. 

“No todos los herreristas fueron de derecha. Tenés gente como Gutiérrez Ruiz, que nace en el Herrerismo, y fue un luchador contra la dictadura. Pero quienes se quedaron en las derechas, muchas veces terminaron del lado de los regímenes más autoritarios”

Para las elecciones nacionales de 2019 fuiste asesor en Educación del presidenciable Daniel Martínez (FA). En El Observador dijiste —hace 4 años— que fue un “error” del FA haber chocado con los sindicatos de la educación, decías que EdUy21 tenía un “exceso ilusorio”, y decías que no te gustaba la oposición entre lo público y lo privado. Resumidamente, ¿qué valoración hacés de la gestión de los gobiernos frenteamplistas en educación?

Los gobiernos del FA en educación creo que fueron muy importantes en dos cosas: la recuperación de la inversión en educación, como nunca había ocurrido en la historia desde los años 50. Esa inversión educativa era necesaria para el país. Hubo un corte muy fuerte en inversión en la dictadura, y, por ejemplo, en el gobierno de Lacalle Herrera llegó a ser menos del 2% del PBI. Entonces, no estaba bien la educación. En lo otro que fue muy importante fue en generar un marco institucional actualizado con la Ley de Educación, con el Ineed [Instituto Nacional de Evaluación Educativa], con el Plan Ceibal. Hubo una Ley de Educación que no fue una ley de urgencia, están los consejos, la mirada de que haya una integralidad entre los 3 y los 18 años, se creó un lugar para evaluar lo educativo fuera de la ANEP. Todo eso fue muy valioso. Y en gran medida, ha quedado.

Lo que creo que le faltó al FA fue la capacidad de hacer síntesis en nuevos proyectos educativos, adecuados a los cambios culturales del siglo XXI. Y en eso, al generar choques con los sindicatos, al creer que desde ciertos lugares ya se tiene la receta de cuál sería el cambio —hablo también de EdUy21—, y no tener en cuenta las dinámicas que hay en los liceos, en las UTU o escuelas, ahí se falló. Me imagino para el futuro un Plan Ceibal, pero para toda la educación y actualizado, con los docentes siendo parte, y no en el choque. 

Habías sido crítico con el think tank EdUy21, y este desapareció, cerró. Sin embargo, varios integrantes ocuparon algunos cargos: sin ir más lejos, el ministro Pablo da Silveira y el expresidente de Anep y hoy precandidato colorado Robert Silva. ¿Qué entendés que pasó en EdUy21?

Yo no lo conozco internamente. Me da la impresión que hubo muchos actores —no solo de la educación, también de la política, del mundo académico y del periodismo— una genuina preocupación por la educación, pero que estaba muy marcada por una lectura, a mi modo de ver, equivocada de que la educación no avanzaba por los sindicatos. Por eso yo tenía la perspectiva de que hubiera una construcción solo tecnocrática del cambio educativo, sin generar una articulación política, de crear instancias políticas institucionales novedosas, para que ese cambio ocurra… 

Me parece que terminó siendo un intento fallido. Vos lees el libro de EdUy21 (Libro Abierto, 2018) y hay muchísimas cosas interesantes que plantea. Pero una de las primeras cosas que planteaba era “aumentar la inversión en educación” y el gobierno actual no lo hizo. Y otra cosa: “Ir hacia la Universidad de la Educación”. Tampoco se hizo, y es un debe también del FA. Terminamos con una prueba, que es un título, de una unidad en Colombia (el título de prueba se arma en Colombia, para que después sea homologable). Me parece que mucha gente que estaba en EdUy21 hoy no está participando porque la práctica del gobierno —sobre todo, esto no de no invertir— tampoco hace posible los cambios de perspectiva.

Martínez había prometido, en campaña electoral de 2019, construir 200 nuevos centros educativos más (44 de educación media, 150 jardines de infantes, entre otros), el candidato colorado Ernesto Talvi había prometido 135 liceos modelo y este gobierno ha cumplido con 62 centros María Espínola, un número bastante menor. ¿Pasan por ahí los grandes cambios? ¿Por construir decenas de escuelas o liceos más? ¿O pasa por enseñar distinto?

Yo creo que el gran cambio pasa por transformar los tiempos de los chiquilines y de los docentes en los centros educativos. Después hay que estudiar lo edilicio. Precisamos que estén más tiempo, pero no más tiempo metidos en un aula. Mirá, mi hija está en cuarto de liceo: arranca 7:15 horas y sale 13:30 con 15 minutos de recreo y están toda la mañana dentro de un aula. ¡Es complicado así! Tenemos que pensar un formato donde estén todo ese tiempo, pero que hagan otras cosas. Y que los mismos profesores tengan tiempo de hacer otras cosas. No que tengan que llenar 17 planillas, 15 grillas, llenar dos veces la libreta. Y ojo que, respecto a los María Espínola, muchos ya estaban, solo se les puso el nombre María Espínola. No es que se hicieron 62, nuevos hay 3. 

El próximo gobierno de la educación, sea cual sea el partido de gobierno, debe pensar en darle más tiempo a los chiquilines cubierto con profesores de Educación Física, psicólogos, gente vinculada al mundo de la cultura, gente de la ciencia. ¿Cuántos gurises tenemos que podrían ser programadores o estar streameando? Y achicar un poco con esa locura de que tengan que estar 50 horas en el aula.

“EdUy21 terminó siendo un intento fallido. Vos leés el libro de EdUy21 y hay muchísimas cosas interesantes. Pero planteaba ‘aumentar la inversión en educación’ y el gobierno actual no lo hizo. O ‘ir hacia la Universidad de la Educación’. Tampoco se hizo”

Este gobierno encaró una reforma a la que dio en llamar “transformación educativa”, que tiene como eje central un cambio curricular notorio. ¿Es buena la reforma? ¿Es positiva?

Yo creo que es una oportunidad perdida. La intención de transformar es valiosa. Yo trabajo en el liceo público, trabajo en la educación media, y se precisan cambios en la educación media, para los chiquilines y para nosotros, los profesores. Pero esta transformación se centró mucho en suponer que hay un modelo didáctico, pedagógico, que serían las competencias, que podrían llevar a cambios… que en los hechos no ocurren. Esto de que los chiquilines van a tener más tiempo no ocurre en la realidad. Y los docentes están mucho más recargados con tareas que no son ni de aula ni de estar en el centro: están sobreexigidos, de planificar de una manera rígida. 

¡No existe un único modelo de enseñanza!  Eso es un retroceso en la historia batllista, laica y plural del Uruguay. ¿Cómo solo se puede enseñar por competencias? Capaz que hay materias que se pueden enseñar de otra manera. Bueno, ese retroceso tampoco estuvo acompañado de mayor inversión. Y eso lo pedía EdUy21, eh…Terminó ocurriendo que para mejorar los números famosos de la educación cambiaron los reglamentos de pasaje de grado, entonces ahora no aparecen tantos repetidores. Hubo un año que nos cambiaron en noviembre el reglamento de pasaje de grado. Entonces, digo: la intención tiene algunos aspectos positivos, pero en los hechos, si vos no le ponés recursos, no funciona. Y prepararlos para el desarrollo de las personas, no solo para que salgan al mercado de trabajo. 

¿Te vas a involucrar en política este año electoral? ¿Vas a asesorar en educación a algún candidato?

No, no… Soy un frenteamplista plural, integro [la agrupación] El Abrazo, pero no tengo un rol protagónico. En lo que pueda aportar desde mi experiencia para que se construyan cosas en lo educativo, voy a estar, pero no en un rol de hacer política. Sí busco ayudar a pensar con otros desde la formación docente y los adolescentes. Ayudar a brindarles insumos a quienes están en el día a día de la política. 

Y si —supongamos— fueras asesor de Orsi o Cosse, ¿qué les dirías? ¿Cuál sería el primer consejo que les darías para que apliquen en el programa del FA?

Para mí, la clave que tiene que tener el FA es lograr articular, antes de asumir el gobierno, un buen diálogo constructivo con los actores de la educación (no solo los sindicatos), por ejemplo: las salas de didáctica, que saben cómo se enseña, el Plan Ceibal, el mundo empresarial, articular para ver cuáles serían las primeras 10 medidas que se deben tomar en educación: ¿Qué pasa con la transformación educativa? ¿Qué pasa con los tiempos de los gurises? ¿Y la Universidad de la Educación? Pero todo eso tiene que tener una garantía de que habrá inversión en educación. Vos podés decir: “Les vamos a exigir un poco más a los docentes, pero les vamos a dar una profesionalización, un tiempo reconocido, no solo salarial, sino a nivel social”.

“¡No existe un único modelo de enseñanza! Eso es un retroceso en la historia batllista, laica y plural del Uruguay. ¿Cómo que solo se puede enseñar por competencias? Ese retroceso tampoco estuvo acompañado de mayor inversión”

Un eventual próximo gobierno frenteamplista ¿debería continuar la reforma educativa que comenzó este gobierno?

El problema de esta transformación educativa, que habría que detenerla, es que quedó asociada a la campaña de una figura política. Conocí a Robert Silva, tiene un recorrido en la educación, él conoce la educación pública, pero terminó convirtiendo esto en una plataforma personal. Entonces, hay una debilidad de fondo, al creer que una reforma educativa es de una persona. Recordemos que él, de alguna manera, termina violando la laicidad al lanzar su candidatura en una institución educativa. 

Ahora, la reforma ya está funcionando, ya está andando. ¿Qué debería hacer el FA en un eventual próximo gobierno, si gana las elecciones nacionales?

Para mí, respetar la trayectoria de los estudiantes, cosa que no hizo este gobierno. Como vienen cursando los chiquilines, eso hay que mantenerlo. Entonces: respetamos eso, los planes que tienen, se mantienen. Hay que hacer un llamado inmediato a la autonomía y a la posibilidad de que los docentes reconfiguren los programas de acuerdo a las disciplinas, y pensar de un año a otro en cómo hacer para que tengan más tiempo pedagógico de otras cosas y no tanto “asignaturismo”.

No tirarías todo abajo, entonces…

Uno de los problemas que hubo cuando el FA asumió fue que se trató de tirar abajo todo lo de la reforma de [Germán] Rama, que tenía cosas polémicas, pero otras que no. La clave es qué cosas nuevas hacés, que vayan en el sentido de ampliar la educación, la participación, los tiempos. Que la educación esté buena de verdad para los chiquilines y para los docentes.

Pero ¿cuál es la gran falencia de esta transformación educativa?

Creo que la falencia es que tiene a los docentes en una situación de sometimiento jerárquico a un único modelo pedagógico. Y eso niega una tradición histórica del Uruguay. Que hay que enriquecerla, que hay que abonar con otras diversidades. En Uruguay la enseñanza tiene una larga tradición didáctica, creativa, moderna…  ¿Cómo va a haber un único modelo de enseñanza? Hay que darles confianza a los docentes, tiempo para que planifiquen, tiempo para que estén con los chiquilines.

Vuelvo a tu libro, para cerrar la charla: si tomáramos todo el siglo XX, desde el “Como el Uruguay no hay”, el de las vacas gordas, a la crisis económico-financiera de 2002, Uruguay ¿fue un país feliz?

En el siglo XX, Uruguay, en varias generaciones construyó colectivamente y en diversidad el sueño de ser felices como comunidad. Y digo “en diversidad” porque no hay una sola manera de interpretar la felicidad (tener más derechos para todos, más educación para todos, más salud para todos). Eso lo querían blancos y colorados en el siglo XX, anarquistas, feministas, hasta los que hicieron cuadros de fútbol. Quizás hubo omisiones importantes en esa primera felicidad, que fue no reconocer los pueblos originarios o los aportes de la cultura afro. 

Esos proyectos colectivos tuvieron oposiciones y reacciones muy duras. La peor fue la dictadura. ¿Uruguay fue feliz en el siglo XX? Y… con la dictadura que hubo, con todos los crímenes del Estado y la violencia política, Uruguay también tuvo una grave crisis. 

Entonces, hubo dos momentos de intentos de felicidad colectiva que no duraron en el tiempo, pero… La última generación del siglo XX, sería la generación del 83, recogió aquellos proyectos: luchar por la democracia, volver a la diversidad, porque la agenda de derechos del siglo XXI es hija de la generación del 83, que es hija de la generación del 60, y del 45 y del 900 también. La generación del 83 incorporó lo de reivindicar el derecho de las mujeres, cuestionar Salsipuedes, el derecho afro… Creo que la felicidad histórica nunca es para siempre —hay “trancas y barrancas” como dicen los brasileños—, pero en Uruguay ha predominado la apuesta a la felicidad colectiva por sobre la oscuridad.