El sociólogo y director de opinión pública de la consultora Opción, Rafael Porzecanski, advierte en base a las últimas mediciones que el gobierno enfrenta “un trimestre complicado”. Con algunas salvedades, dice Porzcecanski en entrevista con Montevideo Portal. Si se mira en comparación con otros períodos, se puede señalar un comportamiento similar al de las primeras dos presidencias del Frente Amplio. Y si se observa en perspectiva regional, el oficialismo uruguayo ostenta niveles de aprobación altos para la media sudamericana.
Porzecanski también apunta que economía y seguridad son los motivos de la caída de aprobación de la gestión de Lacalle (de 51% a 46%). En ese sentido, afirma que “una de las grandes piedras en el zapato que ha tenido este gobierno, y con la que le ha costado lidiar, es el precio de los combustibles”. La seguridad también tiene un efecto en la imagen del gobierno, pero más indirecto que el bolsillo.
La oposición, en tanto, luce más homogénea en su crítica al gobierno que en otros momentos. Después de un 2020 “complejo” y un 2021 “de recuperación”, este 2022 encuentra al Frente Amplio con un “posicionamiento en una lógica de oposición muy firme”. El Frente “parece tener un nuevo piso en las encuestas de intención de voto”, advierte.
De cara a 2024, el especialista en opinión pública considera que uno de los temas a los que la coalición podría apostar para intentar mantener el poder es “lograr una mejor fidelización” del electorado en comparación con lo que consiguió de octubre a noviembre de 2019. Para eso, es “clave” la porción de ciudadanía que hoy considera la gestión del presidente “ni buena ni mala”, y que alcanza el 22%, dice Porzecanski. Entre ellos hay una mayoría que apoyó al Frente en el balotaje. Aunque inciden otras variables, el sociólogo sostiene que para que la coalición sea reelecta no debe bajar del 35% de aprobación de la gestión.
En el Frente Amplio el posible menú de candidatos para la próxima elección parecería estar más claro que en la coalición, donde la incógnita es si se apostará a “la continuidad, o a la continuidad con cambio”. Porzecanski destaca, entre otras cosas, que el cabildante Daniel Salinas “es, sin dudas, la figura de la coalición de más unanimidad y consenso”. Y, a su juicio, si Pedro Bordaberry “juega en el próximo ciclo electoral, asegura un piso al Partido Colorado”.
-Tras 27 meses de gobierno, ¿cómo está el presidente en materia de opinión pública?
-Se pueden hacer muchas lecturas. Una lectura de corto plazo indica que este ha sido un trimestre desafiante, complicado para el gobierno. Estamos viendo una caída que está por encima de lo que pueden ser las fluctuaciones habituales en una encuesta de opinión pública, que además se repiten en todas las encuestas que se han hecho. Hay una caída, y no hay dudas de que en la mirada trimestral es un momento de repliegue de la aprobación de gobierno. El tema es que hay que incorporar otras lecturas. Una es el gobierno frente a sí mismo. Y en esto, en línea con lo que son los ciclos previos de aprobación presidencial en Uruguay, este gobierno va en caída en la medida que se aproxima la mitad del periodo.
-Nada nuevo en ese sentido.
-No hay nada particularmente nuevo. Lo que ha distinguido la evolución de la aprobación de gobierno desde la reforma constitucional (de 1996, la que introdujo el balotaje) en adelante es cuánto caen los gobiernos, y no tanto si caen. La tendencia ha sido siempre la misma: los gobiernos empiezan con luna de miel, el capital inicial es generalmente alto -y en eso el balotaje probablemente juegue un papel, y también la creciente generación de dos bloques-; al principio lo apoyan todos los electores y parte de los electores opositores. Luego, comienza el declive de la aprobación porque en política no se puede satisfacer a todos todo el tiempo.
El gobierno de Jorge Batlle, por ejemplo, perdió dramáticamente capital político. Y casi que no pudo recuperarlo, inclusive, en el periodo electoral. Fue un periodo muy particular, una crisis que la ciudadanía achacó mayormente al gobierno.
Los primeros dos gobiernos del Frente Amplio perdieron más bien poco capital político. Tuvieron el mismo ciclo de corte parabólico en forma de U, con una recuperación al final, llegando a tocar los pisos de aprobación a mitad de periodo. Pero fueron Us más achatadas. El tercer gobierno del Frente Amplio comenzó con luna de miel alta y perdió aprobación muy rápidamente.
-A esta altura, según el informe de Opción, Vázquez tenía 27% de aprobación.
-Sí, perdió capital rápidamente. Estuvo el problema de la esencialidad de la educación, que generó mucho debate, y los problemas de inseguridad también impactaron. Le costó recuperarse. Lo hizo sobre el final, y también con un elemento exógeno: la enfermedad del presidente. Entonces, por el momento, este ciclo de gobierno se parece más a los dos primeros ciclos del Frente Amplio: en forma de U achatada. La otra mirada es la regional: son tiempos complejos para los oficialismos, en general, y en América Latina en particular.
-Desde siempre, ¿no?
-Yo diría que el boom de los comodities ayudó algo a los oficialismos: a la primera administración de Lula, a los gobiernos de Evo Morales o de Rafael Correa, a los del Frente Amplio también; con estilos diferentes, fueron gobiernos con altos niveles de aprobación. El ciclo económico fue muy favorable, lo cual benefició a los gobiernos, y ahora entramos en un nuevo ciclo desde ya hace algunos años. Es un ciclo de alternancia; no está del todo claro el signo. Ahora se puede ver un cierto sesgo de alternancia hacia la izquierda, pero las elecciones de Colombia y Brasil también van a terminar de configurar un panorama. Tenemos por otro lado una elección que puede ser de signo inverso, que es la de Argentina; es una incógnita, está más entreverado el panorama. Y se ven rápidos deterioros del capital político, en algunos casos en forma crónica: Perú es un ejemplo clásico, y después tenemos casos como el chileno, donde hay una rápida pérdida de capital político por parte de Boric, y el de Colombia, donde Duque llega con una aprobación muy baja al final de su mandato. Bolsonaro también tiene índices sensiblemente menores, aunque podría estar recuperándose de cara a la elección. En ese sentido, cuando uno ve los saltos de aprobación sobre todo sudamericanos, y teniendo en cuenta que está a mitad de periodo, parece ser un registro favorable para el gobierno.
-No quita que haya un deterioro.
-Naturalmente, el gobierno también tiene que estar interesado en una mirada evolutiva frente a sí mismo, y es cierto que aquí hay una caída. Es un contexto cada vez más pospandémico desde el punto de vista del espíritu ciudadano, donde economía y seguridad son las grandes demandas y los grandes temas de la ciudadanía. Mayo fue particularmente crítico en lo que es la gestión de seguridad y esto ha impactado al gobierno. Tenemos evidencia que muestra que hay un impacto. Lo que vemos es que en los motivos de aprobación del gobierno todavía está jugando la memoria de la pandemia. Sigue siendo una carta de crédito. De hecho, las aprobaciones en seguridad y en economía (las específicas) son inferiores a la aprobación general de gestión. Nosotros hacemos la pregunta ‘cómo evalúa usted la gestión del gobierno en economía’ o en seguridad. En economía, la evaluación del gobierno está en niveles cercanos al 40%. Es decir, por debajo de la aprobación general (46%). En la gestión Vázquez hubo mucho más acople en la gestión general y la evaluación de la aprobación económica. Iban cabeza a cabeza, por así decirlo. Aquí no; aquí han estado siempre bifurcadas. Pero con la caída de la aprobación general, se acercan más. Todavía la aprobación general sigue siendo superior a la evaluación económica, y nosotros creemos que eso puede estar relacionado con esta memoria pandémica, que es un plus para el gobierno.
-¿La diferencia está en la pandemia, entonces?
-Es probable. Por supuesto que el paso del tiempo le va a ir exigiendo al gobierno no solo presentarse ante la ciudadanía como un buen gestor de la pandemia, sino también en otras áreas.
-Ya que mencionas eso, en setiembre de 2020 planteabas en una entrevista con El Observador que la gran pregunta era cómo se iba a parar el gobierno en el post pandemia. ¿Cómo dirías hoy que manejó el gobierno ese choque de realidad?
-La minoría mayor de la ciudadanía le sigue otorgando un balance favorable. Por lo tanto, en ese sentido sale relativamente bien parado. Al mismo tiempo, cuando uno indaga en la ciudadanía sobre las cosas con las que podrían estar más disconformes o que requerirían mejoras, incluso entre quienes aprueban la gestión, lo que emerge predominantemente es el tema de la suba de los precios y de las tarifas. Y ahí una de las grandes piedras en el zapato que ha tenido este gobierno y con las que le ha costado lidiar es el de las tarifas de los combustibles. Este es un tema que para el gobierno no ha sido de fácil solución y que sigue estando como una debilidad relativa de posicionamiento en la ciudadanía.
-¿Se mide el impacto de cada suba mensual?
-No, no estrictamente, porque se requeriría una cuestión de seguimiento permanente.
-¿Pero se puede medir el efecto acumulación que produce que varios meses consecutivos se suba el combustible?
-Cuando uno pregunta sobre las cosas que ha hecho el gobierno, qué es lo que menos le gusta, tanto entre quienes aprueban como entre quienes desaprueban, la palabra combustible y la palabra nafta aparecen con bastante frecuencia.
-¿Aparecen más que la suba de precios en general?
-La suba de precios aparece a partir de este año; el combustible, antes. De hecho, se da algo curioso el año pasado. Una de las hipótesis era que el gobierno pagara un costo político por las defunciones del covid-19 en el segundo trimestre de 2021. Sin embargo, la aprobación de gobierno en ese momento no fue alterada. Sí cayó un poco la aprobación de gestión sanitaria, pero no la aprobación de gobierno. Cae luego, cuando mejoran los indicadores sanitarios y suben los combustibles. Es decir que los cambios en la aprobación general de gestión han estado más impactados por las subas de tarifas que por los indicadores sanitarios.
-¿Y qué análisis se puede hacer de eso? ¿Sorprende?
-Hay un concepto clave para analizar la imagen del gobierno, que es la atribución de responsabilidad: si la ciudadanía atribuye un problema al gobierno o a otros factores. Se podrá discutir si el gobierno es responsable o no, pero en Uruguay la ciudadanía en su gran mayoría no adjudica responsabilidad al gobierno de aquel momento crítico sanitario. En cambio, la ciudadanía ha sido más proclive a responsabilizar al gobierno de las subas.
-La oposición hizo mucho hincapié en la responsabilidad del gobierno en las muertes. ¿No caló ese discurso?
-Ese discurso caló en una minoría.
-¿Se puede decir que la oposición es más eficiente en transmitir a la ciudadanía que el gobierno es responsable de los precios altos?
-El Frente ha marcado varias veces la inconveniencia de ajustar mensualmente los precios y la necesidad de generar un esquema más largo de ajustes. Y ha tenido una postura más clásica de izquierda al decir ‘bueno, en realidad no todo el país está en crisis, hay precios internacionales muy favorables de los que el país se está beneficiando’. Algo como que los signos de prosperidad no están siendo adecuadamente distribuidos en el conjunto de la sociedad. Creo que por ahí ha habido, sí, una línea importante de crítica desde la oposición al oficialismo.
-Volviendo a los motivos de la caída, decías que otro de los temas que aparece es seguridad.
-Es difícil saber exactamente por qué varió (la aprobación general) porque lo que sucede muchas veces es que dos fenómenos ocurren al mismo tiempo (dos o más). Entonces, ¿cuál es la causa real? Nuevamente, el tema de los de combustibles y los precios, con el factor internacional de la guerra entre Rusia y Ucrania y la inflación como problema mundial, ha impactado en Uruguay. Por otro lado, la ciudadanía detecta un problema sobre todo en el tema de los homicidios. Todavía no están los datos trimestrales, pero mayo es reconocidamente un mes muy crítico y es también el mes de la medición de aprobación. Ahora bien, la pregunta es: estos cinco puntos de aprobación, ¿caen más por la seguridad o por los precios? Yo te diría que el tema seguridad impacta en la imagen del gobierno, sin dudas. Puede contribuir en una sensación de necesidad de cambios. Por ejemplo, la disconformidad en relación con la gestión de seguridad del Frente, que rondó el 70% de desaprobación específicamente en esa materia, contribuyó a crear un clima de alternancia. No impactó tanto directamente sobre la aprobación general de gobierno; a veces el efecto es más indirecto. La aprobación de la gestión económica en general, en contextos habituales, está más directamente ligada a la aprobación general. El bolsillo es lo primero en general, sí. Uno puede esperar que lo que más impacte en la mirada general de un gobierno sean las variables de corte económico. La seguridad importa en el clima de opinión pública y en algunos elementos quizás un poco más indirectos que puedan también incidir en el panorama electoral.
-Y mirando los electorados, ¿dónde pierde más puntos de aprobación? ¿En la coalición o en la oposición?
- Lo prinicipal al interior de los frenteamplistas es un cambio por el rojo. Sube significativamente la desaprobación y es lo que explica principalmente que este indicador toque un techo en la serie histórica de aprobación de este gobierno, llegando a un 30%. En cuanto a la aprobación, ya parte de un nivel muy bajo entre frenteamplistas cuando comienza este trimestre. La aprobación cae ahora por el electorado oficialista, que pasa de verde a amarillo y está un poquito por debajo de los ocho electores de cada 10 de la coalición.
-¿Se sabe de qué partido son?
-No, es difícil. Analizamos, sí, los tonos de verde. Y en general lo que vemos es que los que dicen que la gestión es muy buena tienen sobrerrepresentación del Partido Nacional; y los que dicen que es buena, de los socios principales. Entonces, el cambio simultáneo es que la aprobación cae por el electorado oficialista y la desaprobación sube por el electorado opositor. Después nos queda el amarillo, que es un sector que en su mayoría está compuesto de electores frenteamplistas. Y esta es una enseñanza importante, porque nosotros de cara a la LUC decíamos lo siguiente. El gobierno llegó al referéndum con un saldo de aprobación importante: eran más los que decían que la gestión era buena o muy buena, que los que decían que era mala o muy mala. Pero en el medio teníamos gente que decía que la gestión no era ni buena ni mala. Esa gente no ha cambiado sus preferencias políticas globales: son mayoritariamente frenteamplistas. Por lo tanto, ese segmento en su momento votó mayoritariamente por el sí. Hay que tener cuidado entonces con cómo lee uno estos datos de cara al posicionamiento de los partidos en el ciclo electoral. Hasta el momento, toda la evidencia que manejamos es que aquí sigue habiendo bloques muy parejos desde el punto de vista de las preferencias electorales. Que el gobierno haya logrado mantener un saldo positivo de aprobación no ha alterado esa paridad de bloques.
-No hay frenteamplistas “convertidos”.
-No. De hecho, hay casi una ley de hierro en la política uruguaya. En general, las oposiciones no pierden votos en un ciclo electoral. Los que pierden -el tema es cuánto pierden- son los oficialistas.
-Esto tiene que ver con aquella preocupación que manifestó Guido Manini cuando vio que el resultado de la LUC era tan ajustado: la certeza de que durante el gobierno se pierde apoyo, pensando en 2024.
-De cara a 2024, uno diría que uno de los temas a los que la coalición podría apostar para intentar mantener el poder es lograr una mejor fidelización. El grado de fidelización o de conversión del electorado que votó a la coalición de gobierno en octubre y noviembre fue el menor de la historia. Hay que ver por qué, pero ahí hay un desafío, una oportunidad y una pregunta que se abre: si la coalición como marca, como sello, llega a 2024 más posicionada, con más firmeza que en 2019, ¿tendrá una mejor fidelización? Esa es una pregunta clave.
-Y la oposición, con el resultado de la LUC, ¿se fortaleció? ¿Se ve un efecto de esa ‘derrota dulce’?
-Yo veo una oposición política y social que está parada con mayor firmeza de lo que estaba en 2020, que fue un año crítico para el Frente Amplio. Logró, sí, ganar dos intendencias muy importantes como Montevideo y Canelones, y además una victoria muy particular como fue la salteña. Pero en términos del Frente como partido fue un año complejo. Creo que 2021 fue un año de recuperación para todos. Y 2022 es un año para el Frente de posicionamiento en una lógica de una oposición muy firme. No hay una figura equivalente hoy al Danilo Astori opositor de los años 90s. Sin esa figura, el Frente Amplio está ejerciendo una oposición más monolítica, por así decirlo. El resultado para el Frente podría decirse que es una derrota dulce, pero no quiero dejar de subrayar que es una derrota. Aquí había una confrontación por si una ley se sostenía o no, y la ley se sostuvo, y el que ganó fue el oficialismo. Pero un temor para la izquierda podía ser que el referéndum, con los buenos índices de aprobación de gobierno, mostraran una lógica más parecida a octubre que a noviembre de 2019. Era el temor de la izquierda y la esperanza que tenía el gobierno, porque ese hubiera sido un resultado muy contundente. Una distancia de 10 puntos en favor del No hubiera sido una doble victoria para el oficialismo.
-En definitiva, ¿el referéndum movió la aguja para alguien?
-Es que el resultado fue el más parecido posible respecto a noviembre de 2019. Justamente confirmó esto que te venía diciendo. Es fundamental seguir la aprobación de gobierno, por varios motivos. La aprobación de gobierno incide en el resultado electoral; no es la única variable explicativa -preferencias partidarias también-, pero incide. Eso sí: cuidado con hacer una traducción automática de que un gobierno, por tener un saldo positivo de gestión, necesariamente va a ganar holgadamente las elecciones. El sector amarillo (los que opinan que la gestión no es buena ni mala, que son en esta última medición un 22%) es una categoría muy importante para considerar y sus preferencias políticas no cambiaron. La estructura de preferencias partidarias en Uruguay no ha cambiado dramáticamente desde 2019. Sí notamos un cambio de la opinión pública: el frenteamplista desencantado es una figura que no estamos encontrando.
-¿No coincide con la categoría amarilla?
-En realidad, tenemos dos segmentos para pensar. El Frente Amplio tiene una base dura en torno seguramente al 30%. Después, tiene un sector que es el plus de octubre de 2019, el que le permitió estar más cercano al 40%. En las encuestas de intención de voto del ciclo 2014-2019, ese plus se mostraba más bien indeciso o no respondía directamente que iba a votar por el Frente. Ahora, ese sector está más alineado y el Frente parece tener un nuevo piso en las encuestas de intención de voto. Después hay otro segmento, que es el que no votó al Frente en octubre pero sí lo votó en noviembre. Ahí tiene cerca de nueve puntos del electorado, y hay electores de Cabildo Abierto, Partido Colorado, Partido de la Gente, Partido Independiente, gente que votó en blanco en primera vuelta. Es clave: ahí se va a dar buena parte de la batalla electoral. Y seguramente ahí también hay unos cuantos electores que tienen una mirada más neutra del gobierno o incluso que lo aprueban.
-¿Han encontrado en las mediciones gente “desencantada” de la coalición, como antes estaban los desencantados del Frente? ¿Hay desencantados de todos?
-Hay un segmento de electores lejanos, sí. Lo que no vemos tanto, por el momento, son sectores de alta politización que estén buscando una especie de tercera vía. Porque eso abriría una oportunidad a terceros, como en Argentina está logrando encontrar Javier Milei. En las encuestas de opinión pública en Uruguay eso todavía no aparece. Tenemos una coalición de gobierno muy diversa y un Frente Amplio que es una especie de partido de partidos también, un poco más homogéneo quizás y más abroquelado en la crítica al gobierno. Aun así, es un partido con muchas tonalidades. Entonces, la oferta interna de los bloques es bastante diversa y eso dificulta. Por otro lado, la mirada entre los electores de la coalición es más bien positiva hacia el gobierno y también dificulta la emergencia de terceros bloques.
-¿Cómo debe comportarse la aprobación de gobierno como para que la coalición llegue a 2024 con chances de ser reelecta?
-Es una pregunta difícil; no es tan automático el asunto. Uno diría que el piso debería estar dentro de un rango de 35% o 40%, pero también depende mucho del nivel de desaprobación abierta.
-Entonces, si sigue bajando, está en problemas.
-Sin dudas. Y el elector que pase al bando del amarillo en algunos casos puede llegar a considerar la opción de cambio. Obviamente la aprobación de gobierno incide sobre el comportamiento electoral. No sé si hay número mágico. También hay que ver cuál es la oferta real que llega al balotaje. ¿La coalición va a hacer una oferta de continuidad, o de continuidad con cambio? Es un elemento importante.
-¿Qué o quién sería continuidad con cambio hoy?
-Podría ser dentro del Partido Nacional, con un líder que marque matices o diferencias…
-En el menú actual de posibles candidatos blancos no hay nadie que salga a discrepar con la gestión de Lacalle.
-Lo que pasa es que en este momento el gobierno está bien posicionado ante buena parte de la ciudadanía y especialmente de la coalición, con 80% de aprobación. Y la imagen del presidente sigue siendo muy fuerte. Este no es un momento en el que estén dados los incentivos para enfatizar continuidad con cambios. Hoy los incentivos son más para emparentarse con la gestión actual dentro de la coalición. Si las cosas cambiaran, ahí podría haber mayores incentivos para que los matices crecieran; pero eso hay que verlo en su momento, quizás llegando a 2024. En el Partido Nacional suena con fuerza el nombre de Álvaro Delgado, pero es incierto si va a haber un modelo de interna única o si habrá un modelo con competencia. Cabildo Abierto parece ser el partido por el momento con el tema más resuelto. Allí hay un elemento de incógnita en la fórmula, que es el caso de Daniel Salinas, un líder político con gran atractivo electoral. Es sin dudas la figura de la coalición de más unanimidad y consenso.
-Dentro del Frente Amplio parece haber un panorama más claro, con Yamandú Orsi y Carolina Cosse como claros candidatos.
-Está claro que los dos nombres que suenan con más fuerza son los de esos dos intendentes. Una incógnita que se está presentando es la decisión que se tome dentro de Convocatoria Seregnista: la posición de Mario Bergara no es un tema resuelto ni mucho menos.
-¿Y en el Partido Colorado?
-Y en el Partido Colorado la gran incógnita es Pedro Bordaberry. Si juega en el próximo ciclo electoral, asegura un piso al Partido Colorado.
-¿Por qué?
-Por su conocimiento, por su imagen en cierta parte del electorado. También por su trayectoria anterior, que más allá de que no fueron iguales los desempeños en 2009 y 2014, ese piso estuvo. El de 2014 es un piso razonable. Por supuesto que ahí hay un juego interno en la oposición, pero hay una probabilidad importante de que con Pedro Bordaberry el Partido Colorado marque determinados niveles. Es decir, si comenzara una interna contra un líder de Ciudadanos, partiría con una clara ventaja. Siendo todo muy preliminar, aparecería favorable el escenario para consolidarse en la interna del partido. Si Pedro Bordaberry no jugara la carrera electoral, se abriría un desafío. El Partido debería impulsar un candidato de renovación, un nombre nuevo. Es impensable que Ernesto Talvi retorne a la política, y Julio María Sanguinetti tampoco será candidato.
-¿Adrián Peña?
-Hay algunos nombres que se están que se están manejando, pero evidentemente en cualquiera de los casos partirían como figuras con el desafío de hacerse conocer por un segmento amplio de la ciudadanía. Todos partirían de una brecha de desconocimiento importante. Siempre hay que recordar que las internas son la instancia más volátil del ciclo electoral y que hay que tener mucho cuidado en el análisis. Hay que recordar la carrera de Talvi contra Sanguinetti, el segundo lugar de Sartori, la victoria de Lacalle Pou contra Larrañaga en 2014. Debemos ser extremadamente cautos con las perspectivas y hablar siempre de probabilidades.