Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Wilfredo Penco (69) tiene una pasión, y es la literatura. El hombre reúne unos 20.000 ejemplares de libros y revistas especializadas en bibliotecas enormes que atesora y cuida con el mismo celo que Alejandro Dumas lo hacía con su sotana roja y sus sandalias. Tiene, junto a la que presumía el extinto historiador Juan Pivel Devoto, una de las bibliotecas más pobladas de volúmenes de la intelectualidad uruguaya.
Penco —voraz lector, como se proclama— lee en castellano, francés, portugués y, en menor frecuencia, en inglés. Lee, lee, lee, y también escribe. Redacta ensayos literarios en modo de reseñas, textos para enciclopedias o que reivindican la importancia de la lengua de Cervantes en la literatura mundial. Penco es adicto a la lectura como Balzac al café. En tal sentido, presidió durante 12 años la Academia Nacional de Letras, que todavía integra como numerario.
Pero no suele dar entrevistas para hablar de Víctor Hugo, Quiroga o Virginia Woolf. Las suele conceder cuando se acerca un año electoral, porque Penco es, desde 1996, ministro de la Corte Electoral. Cuando a fines de 2023 se aprestaba a repantigarse en un sillón para leer por puro placer, tras renunciar al organismo, debió volver (y para presidirlo) tras el fallecimiento de José Arocena. El reciente centenario de la Corte Electoral, en un año de elecciones presidenciales nacionales, sirvió de excusa perfecta para hablar del instituto que preside e integra hace casi 27 años, del prestigio de la Corte, de las novedades tecnológicas y la conveniencia del voto electrónico. Además de su pasión por los libros, claro, y la vigencia de Rodó.
“Tener que volver fue una sorpresa, acompañada de mucha tristeza, por el fallecimiento del doctor Arocena. Pero al mismo tiempo, fui muy consciente que debía volver porque había aceptado no solo la segunda titularidad, sino la primera suplencia de la presidencia”
“Ensayista, crítico literario y político uruguayo”, dice su perfil de Wikipedia. ¿Se identifica con esas definiciones?
Son actividades que he desarrollado a lo largo de mi vida, y, en algún caso, sigo desarrollando, como el ensayo literario. Más que eso, la investigación literaria. He trabajado últimamente en la Biblioteca Nacional —estoy vinculado hace años a los archivos literarios— y es donde empecé mi interés por el trabajo literario. He estado investigando sobre Emir Rodríguez Monegal, integrante de la Generación del 45, ya que hace poco se cumplieron 100 años de su nacimiento. ¿Por qué? Porque mi trabajo reciente fue la revista de la Biblioteca Nacional.
Usted había renunciado a la Corte Electoral y debió volver, “a la fuerza”, digamos, ante el fallecimiento de José Arocena. Primero quiero preguntarle por Arocena: ¿Quién fue él para usted, como compañero, y como ex titular de la Corte Electoral?
Lo conocí en 2010, él fue elegido en la segunda Corte que yo integré, como primer suplente de Ronald Herbert, quien estaba como presidente de la Corte, la que fue elegida en 1996. Ya los primeros encuentros con él, en las primeras suplencias de Arocena por cuestiones de salud de Herbert, me permitieron forjar una relación que luego se fue consolidando. En 2017, al renovarse nuevamente la Corte (ya era la tercera formación que yo integraba), volvimos a coincidir, él como presidente y yo como vicepresidente de la Corte Electoral.
Arocena tenía una formación en sociología, una formación europea —él había estudiado en la Escuela de Altos Estudios de Francia— y desarrolló una actividad universitaria, sobre todo en la Universidad Católica. Arocena le hizo aportes importantes a la Corte, sobre todo en materia de organización, pero no era un hombre que tuviera una especialidad en materia electoral. Siempre tuvimos un buen complemento en esos aspectos, y tuvimos una buena relación.
¿Y cómo reaccionó ante el pedido de que regrese a la Corte Electoral? Usted sabía que se lo podía volver a convocar…
Una gran sorpresa, acompañada de mucha tristeza, por el fallecimiento del doctor Arocena. Pero, al mismo tiempo, fui muy consciente que debía volver porque había aceptado no solo la segunda titularidad, sino la primera suplencia de la presidencia, entonces sabía que eso podía ocurrir (ya había ocurrido). Y mucho más en un año como el que se presentaba, no solo porque se inicia el ciclo electoral, sino por el centenario de la Corte. Pero, además, estoy vinculado hace tantos años, que la responsabilidad me lleva a aceptar el desafío con convicción.
Le toca ahora encabezar la Corte en un año electoral. ¿Cuáles son los principales desafíos de este año, en el centenario del organismo?
En primer lugar, reafirmar lo que han sido postulados a lo largo de estos largos 26 años de mi labor en la Corte, como ministro, vicepresidente y ahora como presidente. Mantener el prestigio bien ganado, por la confianza recibida por parte del cuerpo electoral, de la ciudadanía en general, y además el prestigio bien ganado en el exterior, que hemos podido comprobar una y otra vez no solo personalmente, sino a través de encuestas y trabajos de investigación que se han hecho en el continente y que colocan a Uruguay en el puesto número 1 en materia de confianza, por las garantías que el sistema ofrece y por el cumplimento que de esas garantías hace la Corte Electoral como organismo especializado. Así que, mantener esas garantías y mantener ese prestigio es un postulado inicial y general.
La confianza también en nuestro sistema, que es muy artesanal y sustancialmente se remonta a 100 años, a la propia creación de la Corte, y al ser artesanal genera esa identidad que el sistema tiene en relación al conjunto en el continente. Por supuesto, esto no excluye la necesidad de modernizar, perfeccionar y mejorar en todos los aspectos. En esa línea hemos trabajado: el último gran aporte en la materia ha sido la transmisión de resultados, el resultado de un escrutinio que es primario, provisorio, pero que es un índice, un indicador en la noche misma de la elección, y el electorado está siempre muy atento para conocer esos resultados. Y en ese sentido, los procedimientos que pusimos en práctica en la última elección nacional, fundamentalmente en la segunda vuelta, donde la diferencia entre un candidato y otro fue apenas de un punto, permitió que fuera la propia Corte y no las empresas encuestadoras (como sí lo habían sido en elecciones anteriores) la que dio esos resultados. Las empresas no lo pudieron dar, por esa diferencia tan pequeña, pero la Corte sí lo dio y antes de medianoche.
Fue una experiencia muy bien considerada por los invitados internacionales que llegaron para la ocasión, autoridades internacionales de otros organismos de América Latina que vieron con mucha atención estos procedimientos que pusimos en práctica.
Es un hombre del Frente Amplio [FA]. Tengo entendido que lo puso ahí Tabaré Vázquez “para que le cuidara las elecciones”, y se fue quedando. ¿Siente que hoy tiene el respaldo de todo el sistema político?
La primera Corte que integré lo hice, efectivamente, como ministro partidario, en representación del FA. Fui uno de los cuatro ministros partidarios de esa oportunidad (dos del Partido Colorado, uno del Partido Nacional y uno del Frente Amplio). Y en esos 14 años defendí los intereses del partido y controlé que ese partido, que estaba en la oposición y era, además, minoría (hasta 2004), tuviera las garantías necesarias para ser respetado. Pero, al mismo tiempo, desarrollé la concepción de lo que un ministro de la Corte Electoral debe desarrollar: que el ministro partidario no solo tiene esa función, también es un juez electoral, por lo tanto tiene que regirse por lo que dicen la Constitución y las leyes. Esa fue mi línea de conducta y ni que hablar cuando fui elegido vicepresidente de la Corte en 2010, ya en carácter de neutral, propuesto por el FA, sí, pero con el apoyo de los dos tercios de la Asamblea General. Y ni que hablar en la tercera Corte, cuando no solo mantengo esa segunda titularidad de la Corte, sino que además formé parte de la línea de presidencia del organismo. Eso no solo requiere el aval, sino el apoyo expreso de los partidos políticos.
A propósito, usted fue secretario general de la Intendencia de Montevideo [IM] cuando Vázquez fue intendente (1990-95), entre 1994 y el 95. También fue su director de Cultura en la IM entre 1990 y 1992, y prosecretario general entre el 92 y el 94. ¿Cómo lo recuerda a Vázquez como jefe y como líder político?
Fue un hombre con el que mantuve una relación de una gran cordialidad, que siempre transmitió una gran serenidad, aún en los momentos más difíciles, dueño de una personalidad muy fuerte, pero que no imponía sus puntos de vista por la fuerza, sino por el modo del razonamiento y el diálogo. De tal modo que los cinco años que compartimos en la Intendencia fueron cinco años de aprendizaje, de respeto recíproco, de consideración, y todos esos fueron valores que el doctor Vázquez proyectó, ya no solo como jerarca de un gobierno, sino como líder político. Él tenía una gran capacidad de aprendizaje. Después del 95 y antes de asumir yo al año siguiente como ministro de la Corte, compartí un largo año con él en la Mesa Política del FA, donde lo vi actuar y crecer en esa condición de líder y de estratega.
“La primera Corte que integré lo hice, como ministro partidario, en representación del FA. Pero, al mismo tiempo, desarrollé la concepción de lo que un ministro de la Corte Electoral debe desarrollar: que el ministro partidario no solo tiene esa función, también es un juez electoral”
Decía que la Corte Electoral este año cumple 100 años. ¿Qué sabe de su nacimiento, en 1924, durante el gobierno de Baltasar Brum para el gobierno de José Serrato?
En primer lugar, la Corte Electoral es consecuencia de un momento muy especial del Uruguay, que es la aprobación de la Constitución de 1917, que significó un cambio muy importante desde el punto de vista jurídico e institucional para el país. Fue consecuencia de un acuerdo entre partidos políticos, que puso fin a décadas de enfrentamiento armado. Y la creación de la Corte, pocos años después, en 1924, fue también consecuencia de esos acuerdos y esa nueva etapa que el país empezaba a recorrer. En la Cámara de Diputados se conformó una comisión de 25 diputados (13 colorados y 12 blancos), que a lo largo de 1923 estudiaron largamente todo el sistema electoral que se pretendía instaurar. Y ese trabajo dio esos frutos: el de la Ley de Registros Cívicos con la creación de la Corte Electoral en 1924, y la Ley de Elecciones, en 1925. En esas dos leyes están las bases fundamentales que hoy siguen vigentes.
¿Qué había antes de la Corte Electoral? ¿Cómo se fiscalizaba cada elección importante?
Había juntas electorales en los diversos departamentos, había un registro cívico que se formaba para cada elección, pero que ya avanzado el siglo XX se convirtió en un registro cívico permanente, que fue el que terminó de consolidar la Corte con su creación en 1924, con la ley que le encomienda a la Corte la custodia de ese registro cívico, y también le incorpora elementos de modernidad para la época. Por ejemplo, la fotografía como elemento identificador y, sobre todo, la impresión dígito pulgar, algo muy moderno para el momento, y que se fue consolidando a lo largo de estos 100 años. Al punto tal que la Corte tiene hoy en la oficina nacional electoral un archivo dactiloscópico, que algunos técnicos electorales que han venido a nuestro país y quedan sorprendidos al ver cómo el Uruguay trabajó durante tantos años con esa información de un valor incalculable.
La Corte hoy goza de buena reputación ante la ciudadanía. ¿Siempre fue así o hubo momentos de dudoso prestigio?
La Corte cumple funciones administrativas, reglamentarias (es la que organiza la elección), pero también es juez de la elección, a diferencia de otros países, donde esas funciones están divididas en órganos diferentes. Hay órganos que organizan la elección y hay órganos que las juzgan. En cambio, en la Corte Electoral uruguaya están concentradas todas esas funciones, además de la custodia del Registro Cívico, que en algunos países está en manos de una tercera institución (como pasa, por ejemplo, en Perú). Es decir que la Corte aquí es juez, y toda sentencia de un juez genera controversias, porque les da la razón a unos y no a otros, y los que no son reconocidos en su razón quedan descontentos.
Por supuesto que hubo resoluciones controversiales. La más conocida fue la de 1971, cuando el Partido Nacional solicitó la anulación de un conjunto de circuitos donde se argumentaba que había más votos que votantes. En aquella instancia, se votaban dos regímenes, uno que era el vigente y otro proyectado a través de una reforma constitucional —que finalmente no prosperó—, que planteaba la reelección del entonces presidente Jorge Pacheco Areco.
Hay bibliografía de un lado y del otro, ya sea defendiendo o cuestionando el accionar de la Corte Electoral en 1971. ¿Qué opinión tiene usted de esos comicios?
Sí, se han publicado libros. Los más conocidos son los del doctor [José] Garchitorena, actual ministro de la Corte, que estudió las actas de la Corte y la documentación presentada. Él, afiliado al Partido Colorado, ha defendido la posición que la corte tomó por mayoría en aquella oportunidad. Y hay otro libro que publicó el profesor Daniel Corbo, hombre del Partido Nacional [PN], que cuestiona aquellas resoluciones. Recordemos que Wilson [Ferreira] era el hombre más votado del PN, y el PN, de acuerdo a los resultados que terminó proclamando la Corte, pierde por una cantidad aproximada de 12.000 votos, una diferencia muy pequeña, sobre todo considerando la cantidad de circuitos que habían sido cuestionados por el PN.
Yo leí toda la documentación y también las actas que la Corte conserva de la época. Tengo la convicción de que, sin dudas, hubo irregularidades, irregularidades verificadas, pero no fueron determinantes. En ningún momento fue probado que esas irregularidades, que existieron, sin duda, hubieran cambiado la diferencia que se dio.
Y respecto al plebiscito del 89, por la Ley de Caducidad, también se dudó de algunas firmas. ¿Cómo lo recuerda?
Fue una campaña donde hubo muchos cuestionamientos hacia la Corte. Pero reconozco que en aquella oportunidad la Corte buscó soluciones. Sobre todo, ante un hecho que era indiscutible, y era el primer referéndum nacional del país desde la década del 50 (cuando “el referéndum del vintén” por el aumento del costo del boleto; ese es el antecedente que había). Por lo tanto, no había una documentación de carácter legal para que la Corte pudiera avanzar, sobre todo en la conformación de las adhesiones a ese referéndum, que permitiera su puesta en práctica.
La Corte no tenía peritos caligráficos, entonces no podía confirmar que esas firmas efectivamente correspondían al titular del documento. Lo que sí tiene la Corte son técnicos dactiloscópicos, y por eso ahora la ley establece que, además de la firma, deben tomarse una impresión dígito pulgar, y ya no ha habido cuestionamientos. Porque ahora sí hay elementos que permiten avanzar con rapidez, eficacia y certeza, en ese sentido. En aquella oportunidad, todo eso no existía, solo estaban las firmas.
“En el referéndum del 89 hubo muchos cuestionamientos hacia la Corte. Pero en aquella oportunidad la Corte buscó soluciones. Sobre todo, ante un hecho que era indiscutible, y era el primer referéndum nacional del país desde la década del 50”
Este año no solo habrá elecciones nacionales. También habrá un plebiscito por los allanamientos nocturnos, y quizás prosperen los de derogar la reforma jubilatoria y el plebiscito que busca promover Cabildo Abierto “contra la usura y por una deuda justa”. ¿Esto complica el trabajo de la Corte? ¿Hace más engorroso todo el trabajo de ustedes?
En primer lugar, la dificultad mayor que se pueda presentar, sobre todo para los plebiscitos, que son promovidos por la iniciativa popular, es el trabajo de verificación, no de impresiones digitales. A diferencia del referéndum, donde la ley establece que hay que poner la impresión digital, en los plebiscitos eso no está previsto. Eso dificulta el trabajo, porque hay que destinar un conjunto de funcionarios, para estudiar esas adhesiones, funcionarios que deberían estar trabajando en todos los actos preparatorios de los actos electorales propiamente dichos. De todas maneras, en cuanto al plebiscito en sí, no genera mayores problemas.
Esta no sería la primera vez donde uno se encuentre con papeletas de colores en el cuarto secreto y uno puede colocar una o varias en la urna. La Corte tiene que encargarse de la impresión de las papeletas, a diferencia de las hojas de votación, que son resorte de cada partido. También hay que definir el texto que irá en cada papeleta, es competencia de la Corte. Pero más allá de eso, no generaría mayores problemas.
¿Cómo está presupuestalmente la Corte? Hubo un adelanto que les dio el Poder Ejecutivo en la última rendición de cuentas.
El monto del presupuesto del que se dispone para el proceso electoral de este año (no se incluyen las elecciones departamentales y municipales del 2025) es de 271.575.340 pesos, de los cuales fueron adelantados 53.739.345 pesos en 2023 para compra de maletas electorales, mamparas, urnas, etcétera, así como licencias y herramientas informáticas vinculadas con UTE o Antel. Por lo tanto, se espera para este año contar con el saldo restante de 217.835.995 pesos.
Ha habido avances tecnológicos. ¿Cuáles han sido?
El último gran avance está vinculado a la transmisión de resultados. El software es de 2019, y se va a consolidar en esta oportunidad. El reglamento será muy similar: el presidente va a llevar la aplicación, los privados irán viendo los resultados de cada sobre que se abre y del contenido de ese sobre, que es dictado o proclamado por el secretario, mientras que el tercer miembro llevará la planilla voto a voto, en forma manual. O sea que conviven los dos sistemas, la tecnología con lo artesanal. Lo artesanal es lo que manda la ley, y la ley nunca fue modificada. Lo que hace la tecnología es complementar lo que dice la ley. Pero se incorpora tecnología, sobre todo en los actos preparatorios.
Por otro lado, antes se presentaban listas donde podía haber errores en las series y números de los candidatos o incluso errores en los propios nombres de los candidatos. Ahora eso queda subsanado y se evitan las marchas y contramarchas que siempre hay a contrarreloj, al ser plazos perentorios. Hoy se va a poder tener en la plataforma el número que identifica la hoja de votación y la lista de candidato. Hay hasta controversias en las agrupaciones del mismo partido por ese número. Hay toda una legislación vinculada a eso, en cuanto a prioridades, derechos de uso, concesiones, renuncias. Toda esa información se conserva en relación con 19 circunscripciones departamentales. Se va a contar con toda esa información en una plataforma.
¿Está a favor del voto electrónico en Uruguay? ¿Lo necesitamos?
Yo creo que no lo necesitamos, hoy, por lo menos, no. No es imprescindible, a diferencia de otros países. Somos una sociedad bastante homogénea, un país pequeño sin accidentes geográficos importantes. Incluso, cuando hay algunas dificultades el día de la elección (que las ha habido) como inundaciones o desbordes de ríos, se solucionan los problemas y se vota en el 100% de las localidades previstas. La gente no se queda sin poder votar a través del sistema tradicional. Con esta tecnología de transmisión de resultados, que es complementaria, estamos facilitando la información que la ciudadanía requiere. Es decir que los elementos con que nuestro sistema cuenta hoy son con los que debe contar.
¿Y el voto de uruguayos en el exterior? ¿Cuál es su opinión?
Ese tema ha dividido mucho a los partidos políticos. También se discute mucho a nivel teórico jurídico, sobre todo en función de lo que señalan algunas normas de carácter constitucional y legal. Yo no estoy a favor del voto epistolar, que dio lugar a un proyecto de reforma constitucional, que no prosperó en su momento. Y el voto de los uruguayos en el extranjero creo debe instrumentarse, pero a través del voto consular. Es decir, que voten en su consulado, sí, no el voto por carta, porque no ofrece garantías. Sí creo que los uruguayos en el exterior tienen el derecho de ejercer el voto.
“El último gran avance está vinculado a la transmisión de resultados. El software es de 2019, y se va a consolidar. El presidente va a llevar la aplicación, los privados irán viendo los resultados de cada sobre, dictado por el secretario, y el tercer miembro llevará la planilla en forma manual”
Tengo entendido que entre partidos aceptados y otros en trámites hay más de 20, y será un número récord. ¿Puede ser?
Entre partidos reconocidos y partidos en trámite ya son 23, pero hay tiempo hasta el miércoles 11. Es récord. Nunca se alcanzó esta cifra, siempre cuando los 22 sean aprobados.
Y necesitan tener 500 candidatos y 500 votos en las internas, ¿no?
Para poder aspirar a competir en las nacionales, sí, pero antes se requiere una aprobación por parte de la Corte en cumplimiento de requisitos de publicidad, en los que se está transcurriendo ahora [algunas solicitudes de reconocimiento] en las que otros partidos y los ciudadanos pueden observar por diversas razones. Hay que terminar ese trámite antes de poder aspirar a presentar listas de candidatos y ni hablar de participar de las internas. Ahí sí, vale lo de los 500 candidatos a presentar y los 500 votos que tendrá que tener para ir a la nacional.
Tengo entendido que su verdadera pasión no son los asuntos de la Corte Electoral. Es la literatura. ¿Me equivoco?
No se equivoca, la literatura es una de mis pasiones. Pero como le dije, entré a la Corte en 1996, antes había tenido una experiencia parlamentaria, ejercí en el primer Senado (fui suplente de Francisco Rodríguez Camusso) algunos meses como legislador, y tuve una vida política. Y luego la materia electoral, a la cual ingresé por tres o cuatro años y se transformaron en 26 años de mi vida. Pero es verdad: mi pasión son los libros, la lectura y la investigación literaria.
Fue presidente de la Academia Nacional de Letras hasta 2022. ¿Cuál era su rol en esa función?
Este año cumplo 30 años como miembro de número o numerario de la Academia Nacional de Letras. Y he presidido la Academia a lo largo de 12 años. Además de presidir las sesiones y cumplir una serie de cometidos de forma honoraria (somos 19 miembros de número elegidos por cooptación desde 1943), también representé a la Academia en la Asociación de Academias de la Lengua Española. Son 22 academias que presidente la Real Academia Española [RAE] y que, fundamentalmente, son academias americanas, aunque también hay una en Filipinas y otra en Guinea Ecuatorial. Y esa representación hace que trabajemos en proyectos panhispánicos muy importantes, empezando por el propio Diccionario de la lengua española, que ya no es solo un trabajo de la RAE, sino de las 22 academias. Y también en otros como el Diccionario panhispánico de dudas, el Diccionario histórico de la lengua española, donde hay un grupo de lingüistas uruguayos que está trabajando actualmente, con vistas a un proyecto digital.
Hay otro tipo de obras como la Gramática, la Ortografía, y también otras labores como la serie de ediciones conmemorativas que ya en materia literaria promueve esta asociación. Ahora estamos abocados a una edición conmemorativa de La vida breve de [Juan Carlos] Onetti, que será el primer uruguayo que formará parte de esa serie. Ya se han publicado algunas como El Quijote [de Cervantes], Cien años de soledad [de García Márquez] o La ciudad y los perros de Vargas Llosa, entre otros. Esa edición conmemorativa será trabajo de nuestra academia.
¿Qué opinión tiene del lenguaje inclusivo?
Yo creo que la lengua española es muy rica y evoluciona en forma permanente, como todas las lenguas. Y el diccionario, entre otras cosas, recoge esa dinámica. Por algo hay palabras que se incorporan y otras que quedan obsoletas. El llamado lenguaje inclusivo, en cierto modo, no se limita a lo lexicográfico, sino que comprende algunos aspectos de estructura misma de la lengua, tanto del punto de vista morfológico como sintáctico. Lo importante es que termine siendo aceptado no por la Academia, sino por la gente, por los hablantes. En la medida que eso prospere, las academias no podrán hacer otra cosa que incorporar esos cambios. Lo que no corresponde es la imposición de un lenguaje en forma vertical o a través de disposiciones reglamentarias.
“Este año cumplo 30 años como miembro de número o numerario de la Academia Nacional de Letras. Además de presidir las sesiones, también representé a la Academia en la Asociación de Academias de la Lengua Española”
¿Cuántos libros tiene en su biblioteca? ¿Los ha contado?
La biblioteca que vengo formando desde adolescente, incluidos los números de lo que podemos llamar una hemeroteca, porque tengo un espacio solo para revistas culturales, literarias o históricas, tengo aproximadamente 20.000 volúmenes.
Sé que es un gran investigador de la obra de José Enrique Rodó. ¿Es el gran escritor uruguayo subestimado u olvidado por las nuevas generaciones? Quiero decir: ¿cuántos jóvenes han leído Ariel, más allá de “tenerlo” como una calle?
Efectivamente, hoy Rodó no se lee, entre otras cosas porque el Ariel o Motivos de Proteo, que antes se daban casi en forma preceptiva en la enseñanza de la literatura a nivel secundario, hoy prácticamente no se enseñan y, por lo tanto, no se incentiva su lectura. Es cierto que a veces ese tipo de enseñanzas pueden ser contraproducentes, cuando se vuelve una carga, casi una obligación. Es cierto que esas obras hoy están bastante lejos de lo que es el lenguaje que la literatura moderna tiene. No obstante, creo que Rodó sigue siendo objeto de investigación, de trabajos de reinterpretaciones, y más allá de la masividad que pudo haber tenido en algún momento y ahora no tiene, esos elementos de investigación y reinterpretaciones marcan una forma de vigencia para un autor del que ya nos separa más de un siglo.
Dígame los cinco libros favoritos de su biblioteca, por favor.
¡Ja! Eso es muy difícil… No lo tengo claro. Primero, porque soy un lector muy voraz. Uno tiene preferencias, claro, o autores a los que vuelve, pero vuelvo a ellos como una forma de relacionamiento en la construcción de una red de lecturas. Un autor me lleva a otro, y ese me devuelve al anterior, de pronto.
¿Es feliz?
Ehh…. Yo creo que hay momentos felices. No hay un estado de felicidad.
Por César Bianchi
@Chechobianchi
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