En su casa eran diez: sus abuelos, su bisabuela, sus papás, cuatro hermanos, perros y los gatos, que los llevaban escondidos. Su padre, médico, y su madre, ayudante de arquitecto, hacían de cuenta que no los veían. Aunque sí, era obvio, aparecían por el jardín.

Así creció Patricia Torres, Pata, en una casa abierta a familia y amigos, cerca de Bulevar España y Bulevar Artigas.

En esa casa, Pata festejó sus cumpleaños a todo trapo. Cuando su mamá le preguntaba cuántas personas iban, ella decía que sesenta. Terminaban siendo cien, en el fondo de su casa, con varias tortas y varios sándwiches. Se divertía y se divertía mucho.

En su adolescencia pasaba veranos en Atlántida, yendo a jugar a las maquinitas con su abuela. Era lo que se hacía en esa época.

Tampoco había muchos teléfonos en esa época, solamente fijos. Todo era un poco más tranquilo. Era ese Uruguay en el que se podía caminar por Montevideo, sin problema, a cualquier hora de la noche. Para Pata, era un Montevideo de Parque Rodó, que está igual que ahora, pero era más seguro.

Iba a patinar, tomaba la leche en una mesa larga de cocina, todos sus amigos, y los de sus hermanos, iban a estudiar. Tuvo una casa siempre llena y, para ella, eso se convirtió en un mimo. Entre todos esos recuerdos, su familia de sangre y su familia elegida tomaron la prioridad en su vida.

Tampoco fue rebelde. Como mucho, se llevó una materia de matemáticas durante el liceo. Siempre fue igual: simpática, cálida, charlatana.

Empezó a estudiar arquitectura un año después de terminar el liceo. Y fue de lo que se recibió. Es arquitecta, pero también es la fotógrafa del rock. La foto y la música estuvieron en su vida e, indirectamente, la formaron. Y cuando llegó la revista Freeway, ella ya había estudiado fotografía y se le dio la oportunidad de empezar a cubrir conciertos.

El primero fue de la Vela Puerca, en el Sporting, a principio de los 2000. A partir de ahí, cubrió casi todas las bandas uruguayas y varias, por no decir muchas, leyendas de la música internacional.

Los músicos la prefieren y la llaman. Sobre todo, porque confían en ella. Eso se lo ganó: Pata siempre cuidó a los artistas con las fotos que saca. Es parte de lo que le da identidad a su trabajo que cumple veinte años.

¿Por qué pensás que quisimos hacer un perfil sobre ti?

Por lo que puedo transmitir a las personas con mi trabajo y porque llega de cierta manera. Porque da intriga, un poco, la forma que tengo de trabajar y porque es como un reconocimiento a mi carrera que lleva 20 años.
Es mucho tiempo y yo lo recorro en imágenes. Tengo mucho cariño puesto en cada trabajo, en cada compromiso con cada artista. Y en cada experiencia, no solo artistas, me parece que por la manera de enfocar mi trabajo, capaz.

¿Dónde, mientras crecías, estuvo la música?

En todos lados. Con mi abuela que escuchábamos Zitarrosa y Los Zucará. Por eso me gusta todo. Zitarroza me emociona, me encanta, me recuera mucho a mi abuela. O Los Olimareños, ese tipo de música escuchaba. Cuando me tocó cubrirlos, todo me recordaba a mi abuela y se me piantaba un lagrimón.

Teníamos un Fusca. Nos íbamos todos ahí y mi hermano chico iba en el medio. Mi padre ponía Cat Stevens, Kenny Rogers, Dire Straits. En esa época estaba aprendiendo inglés, pero lo aprendí realmente con las letras. Aprendí, por ejemplo, con los Beatles y con Rod Stewart.

Toda esa música la ponía mi papá y mi abuela ponía el folklore. Cantaba todas las canciones y fue mi forma de darme cuenta de que no podía estar sin música. También escuchábamos música clásica. Mi bisabuela tocaba el piano y mi hermano tiene un piano de cola. Es una casa musical.

Yo siempre digo que sé leer una partitura, pero que no la sé tocar. La parte musical siempre estuvo presente.

¿Y cómo entra la fotografía en esa misma vida?

Mi padre era aficionado de la fotografía y me regaló una cámara de rollo chiquitita. Cuando la encuentre la voy a guardar en un lugar especial. También él me daba su cámara. Si a los 17 me metí en el laboratorio es porque antes ya venía haciendo fotos con mi papá y ahí el vínculo fue divino. Me enseñaba la postura, me enseñaba de técnica, cómo mirar y cómo observar.

¿A los 17 fue la primera vez que estudiaste foto?

Sí, en el Colegio Alemán, en un laboratorio que había. Tenía que elegir algo extracurricular. Yo hacía gimnasia olímpica y atletismo, pero el colegio tenía pila de cosas. Me metí a hacer fotografía dos años. Había un laboratorio en blanco y negro.

Mi tío es fotógrafo y mi primo también. Por el lado de mi papá veíamos muchos fotógrafos. Así nos metimos con mi hermano en ese mundo.

Nuestra rebeldía era desordenar un poco. Tapábamos todos los vidrios, muy divertidos, para convertir el baño y ahí revelábamos. Tenía fotos de mis hermanos, de gatitos, de las maquetas de facultad, de cualquier cosa. Es un cuelgue que, realmente, te tiene que gustar porque te pasás cuatro horas ahí igual.

Después estudié en el Foto Club. Eso fue manija de mi tío y mi primo que me dijeron que tenía la técnica, pero que me metiera a estudiar donde habían estudiado ellos. Y me metí y nunca más pude salir.

Yo hacía la comparación con la moda del paddle. Algunos se alquilaban la cancha para jugar al paddle cuatro horas, yo me alquilaba cuatro horas el laboratorio.

¿Cómo mantenías los gastos de la foto analógica? Porque no es caro, pero tampoco es barato y si empezás a sumar...

En ese momento hacía lo que podía. Si lo razonás, hoy puede llegar a ser más caro. Más allá de que una cámara sea digital, con cada disparo se te gasta la cámara. Con cada disparo vale menos. A las otras, a las analógicas, las cuidaba más porque sacaba una sola película.

Las revelaba yo. Compraba todos los elementos químicos y las revelaba en casa. Lo que era caro, en realidad, era el papel. Me lo habría comprado papá, no me acuerdo, pero no era un tema. Tampoco era una exagerada, no es que me había armado un estudio a los 17 años, era normal.

El papel fotográfico era lo más caro del planeta, sí, en el Foto Club también. Era más caro el papel que ser socia del Foto Club. Todos nos quejábamos. En esa época, muy linda, también empezaba a ir a mis primeros conciertos.

¿Cuál fue tu primer concierto, como espectadora?

Yo era fan de Menudo, y me acompañaba mi madre. Qué paciencia que tenía. Pintaba banderas, llevaba dibujos. Ahora, cuando me tocó cubrir Violetta o Márama, veo a las gurisas y me doy cuenta que yo era igual. Yo no sé si era tan extrovertida, pero a mi modo, porque pintaba banderas para ir a ver a Menudo en el Palacio Peñarol.

Dentro de los artistas internacionales, UB40 fue mi primer concierto. Después agarré un año increíble en el que vinieron Eric Clapton, Paul Simon, Sting, Roxette... una seguidilla en la que fui a todos como espectadora, a la Olímpica.

Mi ídolo total siempre fue Robert Smith de The Cure. Tenía mi escritorio con una foto de él y mamá siempre me decía que qué hacía con ese "feo" con labios pintados colgado ahí. Él era punkie total y yo de punk no tenía nada, solo la música que me gustaba mucho. Escuchaba The Cure todo el día, como una loca. A veces, escuchaba U2 también, que me gustaba, pero no a ese nivel.

En el `93 tuve la suerte de ir a San Pablo con la facultad de arquitectura y tocaba Michael Jackson. Yo, que soy medio testaruda, decía que no podía no ir. Un concierto tremendo, con un público que eran todos iguales a Michael Jackson, donde yo no me quería perder e iba de la mano con un amigo.

¿Alguna vez fuiste a sacar una foto en un momento clave y no salió?

Empecé a trabajar con Freeway en el 2003. Me acuerdo que me mandaron a la Bersuit y a No Te Va Gustar en La Pedrera. Tenía barro hasta la rodilla, Emiliano con rulos y esas fotos están increíbles. Ahí mandaba a revelar y lo que quedaba, quedaba, no podías volver para atrás. Es lo que le pasaba a cualquier fotógrafo de prensa, si te quedaba mal la foto del presidente, te quedó mal. O te querés matar porque no agarraste el gol.

Pero no tengo recuerdo de eso, de que me pasara.

Ya contaste, en varias entrevistas, que el primer concierto que fotografiaste fue el de la Vela Puerca en el Sporting. Ahora, ¿cuál fue tu primera foto que te pareció una gran foto?

Fue una foto que le saqué a Ciro Pertusi, cantante de Ataque 77. Estaba cantando "Dame fuego" y el loco soplaba fuego, una bestialidad. Hoy te cerrarían el local. Está él, todo el fuego saliendo, y eso en película. Esa foto fue muy en el inicio.

Ahí en el 2004, si mal no recuerdo, fue el quiebre analógico digital. Fue ahí, en el Centenariazo. Yo no quería dejarla del todo y estaba medio con una cámara de un lado, y la otra del otro.

¿No te quedaba más cómoda la digital? Tenés más tiros sin tener que cambiar la película.

No, porque no podés dejar la analógica tan rápido, de golpe, eso de decir "no la quiero más".

¿Quizá el cambio se dio por necesidad?

Yo trabajaba con muchos lentes fijos en la analógica. Yo me había acostumbrado mucho a eso. Entre que se te ensucia todo cambiando ahí y los lugares que tenés para sacar las fotos, yo cuidaba mucho los equipos y prefería ir con más de una cámara. Igual, hoy también vas a dos cámaras.

No es porque lo necesites. En realidad, lo necesitas si tenés solo tres canciones para sacar. Si tenés todo el concierto, no necesitas, podés cambiar de lente. Si no queda como un mensaje que todo el mundo necesita dos cámaras para sacar fotos y no, no es así. Es una forma de cuidar a los artistas en sus fotos, tenés más recursos. Además, yo estudio todo antes de entrar a algo escénico. Sé dónde tengo que estar en cada momento, no hay casualidades.

Para eso vas a los ensayos, en parte, ¿verdad?

Claro, pero no solo es eso. Voy a los ensayos y conozco las canciones. Entonces, sé dónde arde el público, cuándo se queda tranquilo, dónde rinde más el artista. Todo eso lo vas aprendiendo con uno tras otro, obviamente, no es que lo aprendés enseguida.

Quieras que no estudiás la cancha, ¿no?

Sí, y aprendés cómo moverte porque, quieras que no, estás en un espacio minúsculo.

En ese sentido no estás tan lejos, por ejemplo, de un fotoperiodista deportivo.

Es diferente porque esto es una cosa frontal. El periodista deportivo me parece que la tiene más difícil. Igual, hice fotos con la Selección, pero en un estudio en realidad. En cancha lo hice y los admiro, la verdad.

No hiciste casi muestras, o exposiciones, de tus fotos, pero en 2010 sacaste "En vivo", un libro que reunía fotos tuyas.

El libro fue una iniciativa de un amigo que trabajaba en Sudamericana. Medio que salió así, charlando, y dándome un poco de manija. Siempre necesito alguien que me haga eso o que me ayude porque, no es que no me crea incapaz de hacerlo, pero tengo mucho material y esa es la parte más engorrosa de todas.

Para vos, ¿de qué se trata el libro?

Es el ojo de Pata. No significa "este es el rock en el 2010". No tengo a Rada, en ese libro. ¿Cómo no voy a tener a Rada? Si lo analizás, no es representativo, es mi versión. Yo nunca dije que fuera representativo.

También hay otro tema: quién te banca el libro. Quien te lo hace te dice que son tantas páginas. Los que me hicieron el diseño, Santiago y Gabriel de Studio Glam, también me hicieron de editores. A mí me gana el corazón y, de repente, quería poner una foto que no estaba tan buena pero que a mí me trasladaba a un momento lindo. Ellos me decían que dejara un poquito de lado el corazón.

Ya has dicho que una buena foto es la que te transporta a ese momento de vuelta... ¿pero hasta qué punto no pesa más lo técnico?

Yo tengo fotos que no son perfectas y, para mí, son divinas. Me gana el corazón, pero a quien te contrata no le gana el corazón porque tiene que transmitir. No podés poner, por ejemplo, una foto fuera de foco. La imagen de los artistas estoy segura de haberla cuidado todo el tiempo.

¿En qué shows se te erizo la piel cubriendo como fotógrafa?

Es que yo me emociono todo el tiempo. Los Buenos Muchachos es una banda que me emociona mucho. Me gustan las canciones por la música en sí misma, pero me gusta mucho la composición y las letras. Me detengo mucho en las letras.

La verdad que Cerati me emocionó mucho. Nunca me imaginé fotografiarlo y no podía creerlo. Fue en el Cine Plaza y me acuerdo cómo fue todo ese día. Ya me había ido del lugar y me fui a la casa de una amiga, re copada. Me llamó Danilo y me dijo que fuera al Tabaré, que estaban ahí, y fui corriendo.

En The Cure, en Argentina, te dejaban estar solo cuatro canciones. Yo ya estaba nerviosa, siempre te ponés un poco nerviosa porque todo es un desafío. Cuando me acreditaron en la lista de REM, también, es cuando te sale un poco el fanático de adentro. Lo mismo me pasó con The Cure.

Estaba con muchos fotógrafos de Argentina, todos hablando, y yo estaba totalmente enfocada en que saliera mi ídolo a escena con unos nervios que no te puedo explicar. La primera canción la fotografío normal. La segunda, me desarmé: fotografié poco, bajé la cámara y los miré. Me emocioné, me puse a llorar. Seguía erizada mirándolos y dije, "bueno, Pata, dale, tenés dos canciones más". Eso fue increíble.

¿Qué sentís bajo el título fotógrafa del rock? ¿Qué te genera que salga una nota y que diga "Pata es la fotógrafa del rock"?

A mí me da un poco de orgullo, de agradecimiento, estoy con piel de gallina. Me da algo de ternura y de agradecimiento. Es un reconocimiento de toda mi carrera. Empezás a formar parte y eso no fue inmediato, fue una construcción de mucho tiempo. Soy muy agradecida también a todos los asistentes de escenario porque ellos me ayudan un montón. A los técnicos, a los iluminadores, les agradezco y tengo recuerdos divinos de todos.

También a los fotógrafos con los que fuimos colegas en festivales grandes. En el Bicentenario que fuimos 11, que yo tuve que dirigir, qué divino y una responsabilidad. Armé equipos re lindos, con las características que me gusta cómo fotografían, pero esa foto me tenía que transmitir también un poco lo que yo quería.

Lo de fotógrafa del rock, para mí, es un reconocimiento a mi trabajo.

¿Es como un trofeo?

Sí, totalmente.