Por The New York Times | Farnaz Fassihi y Dan Bilefsky
Mientras las mujeres afganas se enclaustraban en sus casas este martes 17 de agosto, con temor por sus vidas y por sus futuros bajo el mandato de los talibanes, un par de presentadoras de televisión ofrecían visiones completamente contradictorias sobre el rumbo del país.
El martes por la mañana, Beheshta Arghand, presentadora de noticias del canal privado Tolo News, entrevistó a un representante talibán y le preguntó sobre los allanamientos en casas que los talibanes estaban realizando en la capital afgana.
“El mundo entero reconoce ahora que los talibanes son los verdaderos gobernantes del país”, dijo el funcionario, Mawlawi Abdulhaq Hemad, miembro del equipo de medios de los talibanes. “Todavía me sorprende que la gente les tenga miedo a los talibanes”.
La sorprendente escena de ver a un portavoz talibán responder las preguntas de una periodista mujer es parte de una campaña más amplia por parte de los talibanes para presentar una imagen más moderada al mundo y así ayudar a domar el miedo que se ha apoderado del país desde que los insurgentes tomaron la capital el domingo.
Pero horas después, una destacada presentadora de la televisión estatal, Khadija Amin, contó entre lágrimas en una sala de chat de Clubhouse que los talibanes la habían suspendido a ella y a otras empleadas mujeres de manera indefinida.
“Soy periodista y no se me permite trabajar”, dijo Amin, de 28 años. “¿Qué haré ahora? La próxima generación no tendrá nada, todo lo que hemos logrado en los últimos 20 años habrá desaparecido. Los talibanes son talibanes. No han cambiado”.
Las historias de las dos periodistas reflejan la incertidumbre y la profunda ansiedad que enfrentan las mujeres afganas mientras intentan descifrar qué les ocurrirá cuando los talibanes tomen el control total del país. Millones de ellas temen el regreso de un pasado represor, cuando los talibanes prohibieron que las mujeres trabajaran fuera de casa o salieran de ella sin un tutor masculino, eliminaron la escolarización de las niñas y azotaban en público a aquellas que violaban el código moral del grupo.
Sin embargo, los funcionarios talibanes están tratando de convencer a las mujeres de que las cosas serán diferentes esta vez. En una conferencia de prensa en Kabul, el martes 17 de agosto, un portavoz de los talibanes dijo que a las mujeres se les permitirá trabajar y estudiar. Otro funcionario talibán afirmó que las mujeres debían formar parte del gobierno.
“Les garantizamos que no habrá violencia contra las mujeres”, afirmó el portavoz, Zabihullah Mujahid. “No se permitirá ningún prejuicio contra las mujeres, pero los valores islámicos son nuestro marco de referencia”.
Cuando se le pidió que diera más detalles, Mujahid solo dijo que las mujeres podían participar en la sociedad “dentro de los límites de la ley islámica”.
El anterior periodo de gobierno talibán, de 1996 a 2001, fue una época sombría para las mujeres afganas, y los años transcurridos desde entonces han sido de mucho sufrimiento, con dificultades tanto para hombres como para mujeres, pero lo único ampliamente reconocido como positivo es el trato que se les dio a las mujeres.
En las casi dos décadas que han pasado desde que la invasión estadounidense derrocó a los talibanes, Estados Unidos ha invertido más de 780 millones de dólares en impulsar los derechos de las mujeres. Adolescentes y mujeres adultas se han unido a las fuerzas militares y policiales, han ocupado cargos políticos, han competido en los Juegos Olímpicos y han llegado a ser ingenieras de equipos de robótica, oportunidades inimaginables bajo el régimen talibán.
La pregunta hoy es si la interpretación de los talibanes de la ley islámica será tan draconiana como cuando el grupo ocupó el poder por última vez.
Ya hay indicios dispersos de que, al menos en algunas áreas, los talibanes han comenzado a reimponer el viejo orden.
En algunas provincias, a las mujeres se les ha ordenado que no salgan de su casa sin un pariente masculino que las acompañe.
En Herat, al oeste de Afganistán, el martes, unos talibanes armados vigilaron las puertas de la universidad e impidieron que maestras y estudiantes mujeres ingresaran al campus, según testigos.
En la ciudad sureña de Kandahar, un residente dijo que las clínicas de atención médica para mujeres habían sido cerradas. En algunos distritos, las escuelas para niñas han estado cerradas desde que los talibanes empezaron a controlarlas en noviembre.
Las mujeres de esa ciudad dijeron que estaban empezando a utilizar el burka de pies a cabeza en la calle, en parte por temor y en parte porque anticipan las restricciones que impondrán los talibanes.
En la Universidad de Kabul, en la capital, se les dijo a las estudiantes que no tenían permitido salir de sus dormitorios a menos que estuvieran acompañadas de un tutor masculino. Dos mujeres estudiantes dijeron que estaban básicamente atrapadas porque no tenían familiares varones en la ciudad.
En Mazar-e Sarif, en el norte de Afganistán, Aliya Kazimy, profesora universitaria de 27 años, dijo que las mujeres que hacían compras solas en el bazar de la ciudad eran rechazadas y se les informaba que tenían que regresar con tutores varones.
“Soy de la generación que tuvo muchas oportunidades tras la caída de los talibanes hace 20 años”, dijo Kazimy en un mensaje de texto. “Pude alcanzar mis metas de estudio, y he sido profesora universitaria durante un año, y ahora mi futuro es oscuro e incierto. Todos estos años de trabajo arduo y sueños fueron en vano. Y a las niñas que están apenas comenzando, ¿qué futuro les espera?”.
El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, dijo el lunes que su organización estaba “recibiendo informes escalofriantes sobre restricciones graves a los derechos humanos” en todo el país. “En lo particular me preocupan mucho los testimonios de las crecientes violaciones de derechos humanos contra las mujeres y niñas de Afganistán”, declaró en una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad.
Los funcionarios de la ONU no han proporcionado ningún detalle sobre esos informes y es demasiado pronto para saber si representan la política nacional del nuevo gobierno o si son actos periféricos de “justicieros” independientes.
También hubo algunos indicios de que los talibanes, en algunos casos, estaban adoptando una postura más tolerante con respecto al papel de las mujeres y las niñas.
UNICEF, la organización de la ONU en favor de los niños, dijo que uno de sus representantes se había reunido con un comisionado de salud designado por los talibanes el lunes, 16 de agosto, en Herat, e informó que el funcionario había solicitado que las mujeres que trabajan para el Departamento de Salud regresaran a trabajar.
Sin embargo, UNICEF también reportó mensajes contradictorios en materia de educación. En algunas áreas, las autoridades locales talibanas dijeron estar esperando los lineamientos dictados por los líderes, mientras que en otras, afirmaron que querían que las escuelas para niños y niñas estuvieran ya en funcionamiento.
“A partir de este momento, seremos optimistas con cautela”, dijo Mustapha Ben Messaoud, jefe de operaciones de UNICEF en Kabul, a través de una videoconferencia. La idea de que los talibanes cambiarán repentinamente sus costumbres ha sido recibida con profundo escepticismo. La última vez que los talibanes gobernaron, la policía moral ambulante del Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio se encargó de hacer cumplir las restricciones de comportamiento, vestimenta y circulación. Patrullaba en camionetas y humillaba y azotaba públicamente a las mujeres que no acataran sus reglas. En 1996, a una mujer en Kabul le mutilaron la punta del pulgar por llevar esmalte de uñas, según Amnistía Internacional.
Las mujeres acusadas de adulterio eran apedreadas hasta la muerte. La homosexualidad era un delito que se podía castigar con la muerte.
La prohibición a la educación para las niñas obligó a las maestras a establecer escuelas secretas para niñas en sus hogares. El personal médico femenino siguió trabajando, pero en instalaciones estrictamente segregadas por sexo.
Para una nueva generación de niñas afganas que crecieron yendo a la escuela y alimentando sus sueños sin restricciones, la época de los talibanes era algo del pasado, por lo que regresar a ese tiempo es algo casi inconcebible.
Wida Saghary, una activista por los derechos de las mujeres afganas que se fue de Afganistán rumbo a India hace tres meses, dijo que está ofreciendo refugio a otras tres activistas en su casa en Delhi y que está en contacto con otras más dentro del país. Instó a las mujeres a oponerse a las restricciones de los talibanes de forma enérgica pero pacífica.
“Los talibanes nunca han experimentado ni visto cómo es cuando las mujeres van a trabajar y a estudiar en grandes cantidades”, dijo Saghary. “Debemos resistir y seguir yendo al trabajo y a la escuela. Las mujeres no pueden rendirse”. . .