Julio María Sanguinetti, dos veces presidente de la República, publicó esta mañana una nueva columna de opinión en el hebdomadario partidario Correo de los viernes.

En su artículo, el líder colorado expresa su preocupación por recientes episodios racistas ocurridos en el país.

“Desgraciadamente, ningún pueblo está inmunizado contra el racismo, la xenofobia o la búsqueda de chivos expiatorios para exorcizar sus complejos psicológicos o angustias. Por cierto, hay sociedades más proclives a ese contagio, por su historia y hasta su geografía, porque no es lo mismo un pueblo montañés, relativamente aislado, que un pueblo costero, abierto al ir y venir de gente de otros lados”, señala quien posteriormente se remonta a los tiempos fundacionales del país y a la tradición de acogida al migrante.

“Nuestro país tiene, felizmente, una buena tradición. Su aporte inmigratorio en la configuración de la nacionalidad le dio una visión amplia y tolerante. El Estado democrático, desde la raíz fundacional artiguista, nos previno para esa amalgama y si hubo históricamente conflictos con algunos indígenas como los charrúas, la mayoría guaraní está en nuestra amalgama. De igual modo que el mundo de origen africano, que celebramos en sus maravillosos candombes y en la calidad de su gente. Si ‘el Negro Jefe’ comandó la proeza de Maracaná, la celebración popular mayor, está claro que la simbología de la igualdad está asumida”, sostiene.

Pese a ello, Sanguinetti advierte que todo lo antedicho “no impide el rebrote” del racismo o “la resurrección de prejuicios siempre latentes” como lo es “el antisemitismo, o antijudaísmo para ser más precisos”.

“El Uruguay con orgullo ostenta una larga tradición de acogida de gente llegada de lejos, huyendo de sus desgracias, guerras o miserias. Así, libaneses, judíos, armenios, valdenses, integran nuestra sociedad de pleno derecho, junto a los gallegos o italianos inmigrantes, que se superpusieron a la vieja sociedad hispano-criolla. En el caso judío, además, los horrores de la Segunda Guerra Mundial llevaron al Uruguay a asumir un rol protagónico en el nacimiento del Estado de Israel”, rememora el político.

“Vivimos la paradoja de que luego de la matanza más cruel ocurrida desde el Holocausto, el 7 de octubre pasado, hoy se vive la mayor ola de antijudaísmo desde el nazismo. Israel fue el agredido, pero al tener que defenderse de un enemigo terrorista que desprecia la vida y usa de escudo a su propia gente, ha herido a la población civil y ello ha ambientado una absurda acusación de genocidio. Los agresores sí dicen que Israel debe desaparecer. Israel, agredido, solo reclama fronteras seguras y si su gobierno puede ser muy discutido, como lo es adentro de su mismo país, no podemos por ello ignorar los derechos y valores permanentes que representa”, plantea.

“El hecho es que primero fue un monstruoso ‘cabezudo’ con estrella de David, luego la proscripción de un profesor en la Universidad por ser ‘sionista’  y ahora nos encontramos con una agravio colectivo a un jugador de básquetbol de raza negra”, repudia Sanguinetti, en alusión a los recientes insultos racistas sufridos por el basquetbolista Jayson Granger.

“La primera vez se dijo que era circunstancial, propio de una competencia apasionada, como también lo fue la reacción del deportista, pero el tema persistió y se agravó: ver a una tribuna entera gritando ‘negro cagón’ con una furia destructiva nos sacudió. Ya no es un mal momento, ni cosa del deporte. Es algo muy profundo y debe enfrentarse con toda claridad. No se trata solo de sanciones sino de generar una real conciencia colectiva”, asevera.

Posteriormente, plantea un matiz entre el insulto de ahora y una situación anterior.

“Los uruguayos tenemos claro cómo se usa la palabra ‘negro’. En todas las familias hay alguien al que así llamamos. Cuando Cavani saludó a un ‘negrito’ amigo, cariñosamente, estaba en el trato habitual. Cuando ya le añadidos a ‘negro’ un adjetivo peyorativo, está claro de lo que se trata. Lo mismo con el judío, al que se le agravia condenando al ‘sionismo’, circunloquio maligno para esconder el insulto a todo un pueblo”, considera.

“Si no se es claro y no hay sanción moral, se está dejando expandir el mal. Así de simple. Y de importante. Callarse es complicidad”, advierte.